La familia, en primer lugar, es considerada una comunidad de personas. Más allá de las clasificaciones que puede hacer el hombre para su mejor estudio, o la denominación en diferentes tipos de acuerdo a su función, se trata del espacio donde confluyen seres humanos dotados de inteligencia, voluntad y sentimientos, con iniciativa propia, capaces de crear e interactuar con los demás en un ambiente civilizado. Esto último implica una base de respeto entre todos los miembros que la componen, asumiendo las virtudes y defectos que permitan vivir en el amor, cuidar y conservar la vida, y ayudar al desarrollo personal e integral de cada uno. La familia es la primera escuela de Derechos Humanos.
Teniendo en cuenta las premisas anteriores, que fundamentan la consistencia de la familia como institución milenaria y fundamental, muchos ciudadanos cuestionan hoy el proyecto de “Código de las Familias” presentado como un código para el amor y la felicidad. Sin ser jurista se puede deducir que un código es un instrumento normativo legal que permite agrupar determinados principios sobre una materia en específico. Lejos de interpretaciones y sentimientos, porque la ley debe ser precisa y sin ambigüedades, consiste en una regla a cumplir. El proyecto que se presenta a debate en Cuba, como suele suceder en otros temas, va más allá de asuntos jurídicos para fomentar ideologías y agrupar a las masas.
Si la familia por definición, como veíamos al principio, es una institución primaria y que antecede a muchas otras construcciones legales del hombre, bien está un código para establecer reglas a cumplir, pero las modificaciones “atemperadas con la realidad”, como respuesta a agendas políticas, lejos de hacerle bien, colocarán una vez más a la familia en crisis.
No es un secreto para ningún ciudadano consciente la realidad de la crisis de valores, que se traduce en efectos negativos directos también sobre la familia. Podríamos decir que es la primera institución afectada y podríamos también enunciar entre muchas de las causas algunas que competen a sus miembros y otras al Estado, pero eso podría ser tema de otra columna. Solo quisiera mencionar algunas de las crisis mayores por las que puede pasar, y de hecho pasa con frecuencia, la familia cubana: el divorcio, la división por el exilio, la falta de vivienda, las madres solteras, el crecimiento de los hijos alejados de sus padres porque estos se encuentran en misiones y colaboraciones internacionales, la incapacidad de elegir la educación deseada y una serie de temas que deberían también estar comprendidos en el código, para asegurar con certeza que es moderno y beneficioso en su totalidad.
Los problemas y las crisis familiares son variados, muchas veces dependen de los propios miembros, otras dependen de personas e instituciones ajenas. Superar las crisis dependerá siempre de la voluntad de los propios miembros para buscar soluciones viables y efectivas.
Hace unos días leía en el diario oficial Granma sendos titulares que motivan a reflexionar en la respuesta a algunas preguntas que, incluso anterior a una propuesta de código nuevo, muchos cubanos tenemos. Dice Granma: “Un Código que protege las familias dentro y fuera de las fronteras” y “El Código de las Familias rompe con el distanciamiento frente a determinados deberes”. Entonces:
¿Cuál es la manera concreta de proteger a las familias si la política de Estado impide que los padres elijan el tipo de educación para sus hijos?
¿Cómo se puede sentir ciertamente protegida la familia en ausencia de un Estado de Derecho que respete a cabalidad, por ejemplo, el debido proceso para los manifestantes del 11J?
¿De qué forma el “código del amor” implementará un programa sistemático de educación en valores, plural y respetuoso de las diferencias?
¿De qué forma el “código de la felicidad” y otras leyes complementarias podrían garantizar el estado de bienestar en la Isla para que no seamos un país emisor de migrantes por todo el mundo?
¿Qué políticas públicas tiene en proyecto el país para estimular la maternidad y superar el envejecimiento poblacional?
¿Está comprendida en el proyecto de código la participación de la familia en la sociedad civil? ¿O seguirá la censura dependiendo del color político?
Estas y otras interrogantes nos motivan a una reflexión constante para superar la crisis familiar que supone el resquebrajamiento de la esencia y fundamento de esta escuela de humanidad. Debemos cuidar y proteger a las familias pero no con códigos encorsetados y que respondan a ideologías de moda. La familia aporta personas a la sociedad, aporta amor, matrimonios estables, aporta la defensa de la vida desde el principio, aporta ciudadanos íntegros y virtuosos, aporta un modelo insustituible de convivencia para el hogar nacional. La familia es la primera escuela de democracia participativa para la sociedad civil.
Protejamos a las familias comenzando por aportar en el seno de ellas nuestros mejores carismas y disentir, si es necesario, en todo aquello que nos aleje del modelo de la familia de Nazaret: el amor, la humildad y la perseverancia en el obrar.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología. Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río