Por Karina Gálvez
Estoy recordando hoy a los expropiados de la Cuba del 59 y el 60. Ver los bienes que trabajaron durante años y años caer en manos de quienes no tenían ningún derecho, ya sabía que tenía que haber sido muy duro. Pero una cosa es saberlo y otra muy distinta es vivirlo.
La frase del director de la escuela donde trabajo, trajo a mi memoria la época de estudiante: __ Karina, recoge tus cosas y vamos un momento a la Dirección. Jamás pasó por mi mente el verdadero motivo. Más me sorprendí cuando el señor que me esperaba me dijo que era el director municipal de Educación en Pinar del Río y que me iba a llevar a mi casa porque la dirección municipal de Vivienda le había pedido que me llevara para unos “trámites”. Algo totalmente inusual. Pregunté, me asombré, me alarmé, pero él no decía nada. Me trató con un poco de compasión creo, con mucha cortesía. Incluso me ofreció llevarme de vuelta cuando terminara el “trámite”. “Para que no pierda el día de trabajo, profesora”, me dijo.
No había nadie en mi casa cuando llegué, aparte de mi familia. Llegaron apenas un minuto después. Eran 11 personas, entre ellas dos médicos. A lo mejor por si a alguien le fallaba el corazón. Venimos a confiscar su patio. Protestas nuestras, mutismo de ellos. Solo la subdirectora jurídica de Vivienda se atrevía a discutir esgrimiendo que era la ley. Dos de los 11 se fueron. No soportaron ser parte de tanta injusticia. Ninguna explicación de lo que pensaban hacer. “Esperemos un poco”, fue la respuesta a mis reclamaciones de información.
Comprendimos cuando sentimos el ruido de un taladro eléctrico abriendo un hueco en la pared del fondo. Estábamos mi hermana y yo, mi madre de 74 años y mi padre de 83 y mi sobrino de 10 años que preguntaba ¿por qué lo hacen, tía? Mi respuesta para él fue la que me doy a mí misma:
__Solo por un tiempo, Marcos. Cuando los malos hacen más cosas malas, los muñequitos se están acabando. Y siempre gana el bueno.
Y gracias a Dios, comenzó la solidaridad de todos los miembros de Convivencia, de vecinos, de amigos, de la familia. Más tarde de amigos en la diáspora. Llamadas y mensajes de aliento, solidaridad concreta y dispuesta a todo. Nadie creyó que era cosa de Vivienda. Nunca antes se había conocido caso igual en la ciudad. Convivencia es un proyecto ante el que la mentira es débil. La fortaleza se adueñó de la actitud de las víctimas que éramos todos. Mi madre no se fue del patio ni un momento, asombró a todos resistiendo y respondiendo. Mi padre logró contenerse (muy difícil en su carácter) y no se violentó. Dos amigos que fueron detenidos sin ninguna causa frente a mi casa, lograron no dejarse provocar y reaccionar sin violencia. El niño se fue a jugar y nosotras (mi hermana y yo), desesperadas, pero increíblemente tranquilas.
Fue una oportunidad para decir cosas muy claramente: Ustedes están defendiendo una ley injusta que puede virarse contra ustedes. Quien defiende una ley así, es su cómplice. ¿Cómo van a responder por esto después? ¿Creen que nunca se les va a remover el suelo que pisan?
Afuera dos policías con traje. Muchos de civil. Nos enteramos después que había más de veinte en el frente, escondidos. Y muchos más rodeando la manzana. ¿Para qué?, nos preguntamos. ¿Tanto control y no saben que somos pacíficos, que nadie aquí iba a actuar con violencia?
No nos conocen. Pero tampoco nosotros a ellos. Han superado todas las posibilidades que habíamos calculado. Esto debe seguir. Pero, ¿hará falta mucho más para que el mundo libre crea y considere nuestro sufrimiento como algo inaceptable? ¿Qué hay que esperar para convencerse de la injusticia y la arbitrariedad de las leyes cubanas? ¿Cuántos muertos en las calles hacen falta para que no haya argumentos justificantes?
Recordé a los expropiados del 59. Pero sabiendo que tengo una ventaja: Ellos lo sufrieron comenzando. Yo sé que lo estoy sufriendo en su final.
Karina Gálvez
Lic. en Economía
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia