La obra literaria de los autores modernistas hispanoamericanos abrió una amplia gama de renovaciones literarias, especialmente en la poesía, que se fue complejizando cada vez más en el Postmodernismo y alcanzó su culmen en la Vanguardia. El Modernismo fue el primer movimiento literario que partió desde América hacia Europa y no a la inversa como venía ocurriendo desde siglos anteriores. Esto lo califica como el movimiento literario que logra definitivamente la anhelada independencia intelectual propuesta por Andrés Bello en su poema Alocución a la poesía (1823). La renovación de la lengua, llevada a cabo por los poetas modernistas, es muestra suficiente para demostrar la independencia literaria de Hispanoamérica respecto a su antigua metrópoli, así como la ruptura con los modelos canónicos de la poesía tradicional. El Postmodernismo siguió algunos elementos de su predecesor, pero depuró sus excesos e incorporó características que hasta cierto punto lo distinguen de aquel, como el lirismo femenino, la confesión sentimental de la mujer, por lo tanto, fue un movimiento más cercano a las problemáticas humanas, más terrenal y consecuente con el contexto histórico en que les correspondió vivir a sus representantes. Refiriéndose a lo anterior, el poeta e investigador Roberto Manzano, en un ciclo de conferencias titulado 15 grandes poetas de América Latina, ofertado en el Centro Cultural “Dulce María Loynaz” en al año 2011, planteó que más apropiado para este movimiento literario sería el nombre Anteísmo, aludiendo al mito griego del titán Anteo y su fuerza vital procedente de la tierra, su madre Gea.
La búsqueda de nuevas expresiones poéticas, acordes con el tiempo y el espacio correspondientes, llevó a agrandes poetisas como Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni y Delmira Agustini a crear grandes obras postmodernistas que, aunque en determinados aspectos, se pueden considerar continuadoras de la lírica rubendariana, también abrieron una brecha de distanciamiento respecto a esta; sin embargo, es con las vanguardias artístico-literarias que Hispanoamérica consigue la verdadera ruptura con la tradición, pues, como en el resto del mundo, se abre paso a la experimentación, al juego con la semántica y la semiótica del texto para legar al lector actual una extraordinaria etapa de creatividad literaria, fundamentalmente en la poesía.
En Latinoamérica, la lírica siguió dos caminos diferentes en el siglo XX, pues coexistieron Postmodernismo y Vanguardismo durante gran parte de dicha centuria. De estos, el segundo se puede considerar el más notable debido a la gran revolución literaria que significó para nuestra literatura y a su indiscutible trascendencia. Entre sus representantes se hallan figuras de prestigio internacional como Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, entre otros, pero en este ensayo solo se abordará la importante producción poética del peruano César Vallejo (1892-1938) y se demostrará su evolución lírica desde el Modernismo hasta el Vanguardismo (etapa esta última en la que creó sus mejores obras), mediante el análisis literario de textos seleccionados de sus poemarios más importantes. El primero de ellos, Los heraldos negros (1918), se puede considerar la deuda saldada de Vallejo con las ultimas reminiscencias del Modernismo tardío. En este libro hay notas románticas y modernistas; es un poemario de transición en el que abundan vocablos nativos y un intenso acento nacional; marca un punto intermedio entre lo tradicional, que muere, y lo novel, que está en pleno desarrollo, ya que en muchos textos se mantiene el influjo modernista y en otros se percibe una sensibilidad novedosa y original. Como en toda su obra posterior, en esta se aprecia una tendencia a lo cotidiano, así como el pesimismo típico del aborigen americano:
- Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
- Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
- la resaca de todo lo sufrido
- se empozara en el alma… Yo no sé!
- Son pocos; pero son. Abren zanjas oscuras
- en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
- Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
- o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
- Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
- de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
- Estos golpes sangrientos son las crepitaciones
- de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
- Y el hombre. Pobre. ¡Pobre! Vuelve los ojos, como
- cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
- vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
- se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
- Hay golpes en la vida, tan fuertes. ¡Yo no sé![1]
Como se puede apreciar en este poema, cuyo título homónimo al del libro de donde proviene indica su asunto y tema, la antiquísima incertidumbre del hombre al cuestionarse el propósito de su existencia es una especie de encíclica existencialista en la que el sujeto lírico se pregunta de dónde proviene el dolor humano. Predominante en el texto, el dolor es comparado con la ira divina, fieros conquistadores, heraldos negros que traen solo dolor y muerte hasta a las personas más fuertes. Es visualizado como un fatídico descenso hacia el oscuro fondo de un pozo (el alma, la interioridad del yo/individuo/persona) donde se aglutina todo el sufrimiento. No se tiene ni idea de cuál es el origen de ese dolor, es incomprensible, un absoluto misterio para el hombre, por tal motivo se presenta esa imagen plástica de los ojos locos, desesperados, que se vuelven para intentar comprender lo incomprensible.
Ahora bien, ¿qué elementos presenta este texto que justifican lo referente a la transición literaria de Vallejo en su primer poemario? En primer lugar, desde el punto de vista formal, se distinguen ciertos rasgos heredados del Modernismo como la utilización de estrofas clásicas, en este caso, el cuarteto, pero renovado (moderno), pues predominan los versos alejandrinos y no los endecasílabos como era usual en esa estrofa. En cuanto al contenido, la alusión a motivos asiáticos (el rey de los hunos Atila, El Azote de Dios), el pesimismo, la evasión temporal, el intimismo y la plasticidad.
En segundo lugar, formalmente hay cierta libertad métrica, pues los versos presentan polimetría (oscilan entre las once y catorce sílabas métricas); predomina la rima consonante, sin embargo, algunos versos carecen de rima. En el contenido se presentan particularidades que anuncian la Vanguardia. Tal es el caso de la tendencia vallejiana a lo cotidiano y al lenguaje popular (aunque esto último es más propio de lo formal), que posteriormente desencadenará la poesía conversacional (Ernesto Cardenal) y la antipoesía (Nicanor Parra). Lo cotidiano es perceptible en la tercera estrofa, donde se asocian, metafóricamente, “esos golpes sangrientos” con “las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”. Esta última imagen fue duramente criticada por el ilustre Miguel de Unamuno, pues en el periodo en que fue concebido este poema, la poesía española presentaba una tendencia al anquilosamiento y el gran filósofo de la Generación del 98 no podía concebir que de lo cotidiano pudiera brotar un lirismo tan bien logrado. Lo que Unamuno no percibió fue que, en esa búsqueda de la cotidianidad, Vallejo estaba anunciando uno de los rasgos de la poesía vanguardista, que ha llegado hasta nuestros días. Así, contamos hoy con una extensa variedad de poetas que han abordado la cotidianidad de diversas formas. El propio poeta en cuestión lo hizo en toda su obra, pero cabe destacar otros textos de su primer libro como “Los pasos lejanos” y la hermosa elegía “A mi hermano Miguel”, “con la que la poesía de luto familiar cuenta, en nuestra lengua, con un extraño y acaso insuperable llanto fraternal”.[2]
No obstante, es en Trilce (1922) donde Vallejo logra su mejor obra vanguardista. Como Huidobro, aquí el poeta peruano realiza sorprendentes innovaciones desde el lenguaje, crea metáforas novedosas y deconstruye el lenguaje (similar al chileno en Altazor). Por ejemplo, desde el propio título del libro Vallejo impone un neologismo, entonces, trilce no es simplemente una palabra surgida de su inventiva, sino una combinación de dos conceptos contradictorios: triste+dulce. Con esta ingeniosa asociación, sugiere al lector el abordaje de temáticas que afectan la sensibilidad humana, pero dulcemente, es decir, con toda la profundidad humana concebible. Huidobro lo haría de forma similar en 1931 con Altazor: altura+azor. En Trilce hay una absoluta ruptura con la lírica tradicional, con la norma lingüística del castellano al alterar los tiempos verbales en curiosas antítesis donde pasado y futuro se destrozan mutuamente:
- El traje que vestí mañana
- no lo ha lavado mi lavandera:
- lo lavaba en sus venas otilinas,
- en el chorro de su corazón, y hoy no he
- de preguntarme si yo dejaba
- el traje turbio de injusticia.[3]
La estrofa anterior muestra la experimentación lingüística de Vallejo, la inaudita búsqueda de las amplias posibilidades de la gramática castellana. Estos innecesarios mecanismos verbales provocan al lector, que se convierte en coautor del texto, pues tiene la tarea de decodificar las artimañas expresivas del poeta. Algo similar ocurre en el fragmento siguiente, donde los verbos presionan uno al otro, como si se tratara de una constante lucha por la supervivencia:
- En el rincón aquel, donde dormimos juntos
- tantas noches, ahora me he sentado
- a caminar. La cuja de los novios difuntos
- fue sacada, o talvez que habrá pasado.[4]
El amante se sienta a recordar a su amada en el lugar donde ambos compartieron su pasión, pero Vallejo, aunque emplea un lenguaje sencillo, coloquial, no lo expresa literalmente, sino por medio de metáforas ilógicas, irracionales e intuitivas, que el lector debe interpretar buscando lo que está más allá de lo aparencial para comprender su verdadera semántica.
Vallejo desechó las metáforas modernistas y dio muestras de ingenio al crear su propia tropología. La Vanguardia, según el poeta y ensayista Guillermo Rodríguez Rivera, es el imperio de la metáfora, por tanto, es lógico que en este gran movimiento literario los poetas sientan predilección por crear sus propios tropos, novedosos, diferentes a los que les anteceden. De esta manera, Vallejo creó la llamada metáfora matemática, donde palabra y dígito se funden en una imagen numérica que expresa conceptos matemáticos muy interesantes:
- Tengo fe en ser fuerte.
- Dame, aire manco, dame ir
- galoneándome de ceros a la izquierda. [5]
En otro fragmento dice:
- Oh las cuatro paredes de la celda.
- Ah las cuatro paredes albicantes
- que sin remedio dan al mismo número.[6]
Los ejemplos de imágenes numéricas son abundantes. Vallejo las emplea constantemente, porque, como toda su cosmogonía, el universo de las matemáticas también entra dentro de la cotidianidad del ser humano. Pero no se limita solo a crear estas novedosas imágenes matemáticas, también elabora sorprendentes enumeraciones caóticas como en el siguiente texto de Poemas humanos (1939):
- La paz, la avispa, el taco, las vertientes,
- el muerto, los decílitros, el búho, […]
- Dúctil, azafranado, externo, nítido,
- portátil, viejo, trece, ensangrentado, […]
- Ardiendo, comparando,
- viviendo, enfureciéndose, […]
- Después, estos, aquí,
- después, encima,
- quizá, mientras, detrás, tánto, tan nunca, […]
- Lo horrible, o suntuario, lo lentísimo,
- Lo augusto, lo infructuoso,
- Lo aciago, lo crispante, lo mojado, lo fatal, […][7]
El fragmento anterior es un ejemplo de una serie de enumeraciones caóticas. Primero de sustantivos para captar esencias; luego, de adjetivos que cualifican la realidad, gerundios con la intención de perpetuar las acciones, pronombres y adverbios que establecen circunstancias espacio-temporales; y, por último, de adjetivos sustantivados. Con ello Vallejo demuestra su amplio dominio de la lengua y da muestras de la importancia de las categorías gramaticales para expresar las ideas, en este caso, de cotidianidad. Se trata, según Guillermo Rodríguez Rivera, de “una forma peculiar y magnificada de sinécdoque. La serie enumerativa está en lugar del universo del que es parte. Aisladamente, ninguno de sus elementos puede significar el todo. Juntos pueden representarlo, figurarlo”.[8] Lo caótico aquí consiste en que, en ese efecto de acumulación acentuado por el poeta, las categorías gramaticales que componen cada estrofa del poema no poseen ninguna relación en el campo de la semántica, pues, aunque gramaticalmente pueden ser del mismo orden, sus significados son diferentes y esto implica un sentido de totalidad que Vallejo intenta (y logra) mediante la concatenación de significaciones diversas en un mismo texto, quizás, simulando la realidad extramental.
En el último de sus poemarios, publicado póstumamente por su viuda, Georgette Vallejo en 1939, España, aparta de mí este cáliz, nos encontramos ante un poeta que ya ha transitado por el modernismo y la vanguardia para devenir en cultivador de versos comprometido políticamente con la causa de la República española ante el dominio franquista en la península hispánica. Este poemario representa un grito de solidaridad con los patriotas españoles que vertieron su sangre en ardua lucha contra la injusticia. Es un grito de amor y unidad en el que Vallejo se muestra ante el lector “en carne viva”, como diría en uno de sus ensayos el poeta y ensayista Francisco de Oraá, al referirse específicamente al poema “Masa”; texto que, depurado de las elucubraciones poéticas de los libros anteriores, nos muestra un lenguaje sencillo, aún más cerca de lo coloquial, pero con un contenido semántico extraordinario. Aquí, las imágenes matemáticas representan una adición de individuos que se asocian debido a la importancia vital de la existencia humana:
- Entonces, todos los hombres de la tierra
- le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
- incorporóse lentamente,
- abrazó al primer hombre; echóse a andar…[9]
Es un texto escrito en un contexto de conflictos bélicos (Guerra Civil Española, Segunda Guerra Mundial), por lo tanto, el humanismo y el carácter positivo son sus principales cualidades, pues, como infiere su título, una “masa”, es decir, la aglutinación de los hombres en hermandad, puede salvar vidas.
La evolución poética de Vallejo parte de un remanente modernista, atraviesa por el vanguardismo y culmina con una poesía de compromiso político. Tal evolución se evidencia también en su ideología y concepción del mundo: desde una formación inicial católica, Vallejo llega a una postura política de izquierda que lo asocia al comunismo peruano. No en vano su evolución lírica se concretó finalmente en textos de compromiso político con la situación social del proletariado y los desfavorecidos de la Tierra.
- [1] Vallejo C. Obra poética completa, p. 3.
- [2] Fernández Retamar R. prólogo a Obra poética completa, de César Vallejo, p. IX.
- [3] Vallejo C. Obra poética completa, p. 73.
- [4] Vallejo C. Obra poética completa, p. 80.
- [5] Ibidem.
- [6] Ibidem., p. 82.
- [7] Ibidem., pp. 241-242.
- [8] Rodríguez Rivera G. La otra palabra, Análisis del texto poético, p. 155.
- [9] Vallejo C. Obra poética completa, p. 296.
Magdey Zayas Vázquez (La Habana, 1985).
Graduado en 2012 de la carrera Licenciado de Educación, Humanidades, en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona.
Maestría en Didáctica del Español y la Literatura (2017, también en el Pedagógico).
Profesor Instructor de Literatura Latinoamericana de la UCPEJV, desde 2015 hata 2018.
Profesor Instructor de Literatura Cubana en la Universidad de las Artes desde 2019