La violencia física y verbal es una constante en la acción de las autoridades cubanas, especialmente de las fuerzas del orden. En las últimas semanas constantemente circula información en las redes sociales referente a distintos tipos de maltrato, violencia o represión que no solo se limita a las organizaciones de la sociedad civil y activistas políticos, sino que llegan a afectar a los ciudadanos de a pie. Son comportamientos generalizados en la realidad cotidiana, principalmente por las autoridades e instituciones que usan métodos coactivos y de control arbitrarios en lugar de estímulos e incentivos en el cumplimiento de sus funciones.
La expulsión de profesores universitarios, la represión violenta a activistas cívicos y políticos, las regulaciones para evitar que determinadas personas salgan del país, las ofensas y descalificaciones en redes sociales y medios oficiales, el impedimento a personas de la sociedad civil para participar en eventos y actividades organizadas dentro de Cuba, son solo algunos de los ejemplos de la represión que en las últimas semanas ha estado “de moda” en Cuba, y que ha sido protagonizada por el gobierno. Pero a ello se suma la violencia y el maltrato a la que están sometidos los ciudadanos cuando van a una institución y no reciben un servicio determinado, o para recibirlo han de esperar horas en una cola inhumana, cuando las comunicaciones son caras y recibes un servicio pésimo sin derecho a reclamar o sin que los reclamos sean escuchados y tenidos en cuenta, cuando en la escuela o el trabajo es mejor callarse la boca o hacer/decir algo en lo que no se cree por miedo a posibles consecuencias.
En la calle es común escuchar frases como que “los cubanos estamos adaptados al maltrato”, frase que a menudo se utiliza como consuelo y muestra de la resignación ante el maltrato al que hemos de hacer frente día a día. En alguna medida nos hemos acostumbrado -o hemos sido adoctrinados por nuestro sistema educativo- para aceptar las arbitrariedades, los abusos de poder, incluso la represión y la violencia física y verbal, como realidades cotidianas, normales, de las que no se puede escapar. E incluso, existen casos en los que se reconoce que algo anda mal, se toma conciencia de que no es buena la violencia, la represión, las arbitrariedades, pero el inmovilismo y el miedo predominan ante el deber de alzar la voz, de reclamar nuestros derechos y libertades, de solidarizarnos con los que están sufriendo injustamente la violencia de las autoridades.
Al mismo tiempo se observa que existe inconformidad con este tipo de situaciones. No es que nos guste que nos maltraten, es que tenemos miedo a exigir que no se ejerza violencia o represión en nuestra contra; no es que estemos acostumbrados a ser víctimas de abusos de poder y de la acción violenta (física y psicológica) de las autoridades, es que no sabemos como librarnos de ello; no es que no queremos cambiar hacia una sociedad más respetuosa, pacífica y moderna, es que tenemos miedo de luchar por ello.
Ante la violencia, la represión, las imposiciones y arbitrariedades que a diario estamos sometidos los cubanos, la educación es la mejor y más eficaz de las herramientas. Aprender a vivir en libertad, a superar los miedos, a exigir nuestros derechos, a pensar con cabeza propia, a manejar las inseguridades, a valorarnos como personas y reconocernos unos a otros con nuestro valor y dignidad, estas son herramientas que se deben aprender en la escuela y la familia, capacidades que permitirán una convivencia más civilizada, que serán la mejor manera de combatir la violencia y la represión de las autoridades y también entre ciudadanos. Este ha de ser el fin y el resultado de cualquier modelo educativo, lograr ciudadanos educados para el civismo y la convivencia pacífica y civilizada, que sean capaces de vivir en libertad incluso en ambientes totalitarios y que sepan rebelarse pacíficamente contra las autoridades cuando se viole la dignidad de la persona.
Ante el conformismo, la apatía, el miedo, la indiferencia, y muchos otros males que sufre nuestro país, y que explican la impunidad de un gobierno, su actuación violenta y represiva mientras los ciudadanos sufren, observan, temen y callan, la educación cívica ha de ser la prioridad del sistema educativo. En este nuevo curso que empieza ese sería el mayor servicio que los maestros y profesores, podrían ofrecer para el futuro de Cuba. Por otro lado los padres y familiares, también han de contribuir “por cuenta propia”, desde la casa a esta noble tarea. De este modo, podríamos construir un futuro más civilizado y pacífico donde toda expresión de violencia sea condenada y repudiada por los ciudadanos.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.