Por Dimas Castellanos
La discriminación de los cubanos de tez oscura, cuya génesis se remonta a la entrada masiva de esclavos a la Isla durante el colonialismo español y a las diferencias económicas, sociales y culturales entre negros y blancos, es un fenómeno de tal complejidad que ha obstaculizado el proceso de conformación de la nación.
Aprovechando la demanda de azúcar en el comercio mundial, la oligarquía criolla logró que la metrópoli autorizara, mediante la Real Cédula de febrero de 1789
Por Dimas Castellanos
La discriminación de los cubanos de tez oscura, cuya génesis se remonta a la entrada masiva de esclavos a la Isla durante el colonialismo español y a las diferencias económicas, sociales y culturales entre negros y blancos, es un fenómeno de tal complejidad que ha obstaculizado el proceso de conformación de la nación.
Aprovechando la demanda de azúcar en el comercio mundial, la oligarquía criolla logró que la metrópoli autorizara, mediante la Real Cédula de febrero de 1789, el comercio de esclavos, el que se disparó con la Toma de La Habana por los ingleses a tal punto, que a mediados del siglo XIX la población negra en la Isla era proporcionalmente superior a la blanca. La sociedad colonial quedó dividida fundamentalmente en esclavos y esclavistas, diferenciados por el color de la piel, las costumbres, las creencias religiosas y la posición social.
Alejandro de Humboldt en su Ensayo político sobre la isla de Cuba narró las diferencias entre la esclavitud urbana y la de plantación. En una, el esclavo doméstico y el “esclavo por cuenta propia”, que entregaba a su amo una retribución diaria; en la otra, el esclavo de plantación. Decía Humboldt, “las amenazas con que se trata de corregir un negro recalcitrante, sirven para conocer esta escala de privaciones humanas. Al calesero se le amenaza con el cafetal, al que trabaja en el cafetal con el ingenio de azúcar”.[1]
La esclavitud urbana generó un sector conformado por negros y mulatos libres que a principios del siglo XIX dominaba casi todos los oficios y manifestaciones artísticas. Un ejemplo fue el violinista negro Claudio José Brindis de Salas, una de las figuras más extraordinarias de la música del siglo XIX cubano. Pero la mayoría de los esclavos fueron destinados a las plantaciones, verdaderas cárceles con una elevada composición masculina, donde desapareció el concepto de familia. Allí no existieron los mecanismos jurídicos para adquirir la libertad, ni la alternativa de aprender oficios, ni la posibilidad de acudir a tribunales para denunciar los tratos injustos.[2] Lo cotidiano fue el uso del derecho de los amos a castigar físicamente a sus esclavos, a pesar que desde las Ordenanzas de Cáceres de 1574hasta el Código Carolino Negro de 1789 se impusieron limitaciones legales a esos abusos.
De tan infernales condiciones de vida emergieron el cimarrón, el palenque y las conspiraciones masivas. Entre estas últimas baste mencionar tres: 1- Las dos registradas en Santiago del Prado (El Cobre), primero en el año 1677, cuando las autoridades coloniales dispusieron desalojar a los 275 trabajadores negros que allí vivían y venderlos como esclavos; después, en 1731, cuando la dotación adquirida para la explotación minera se volvió a alzar con sus armas para reclamar la libertad; 2- La insurrección liderada por el negro libre José Antonio Aponte y Ulabarra[3] en 1812, primer cubano que estructuró una conspiración de carácter nacional con el objetivo de abolir la esclavitud y derrocar al gobierno colonial, para lo cual puso bajo su liderazgo a hombres de diferentes zonas de África y a criollos negros y blancos; y 3- La conocida Conspiración de la Escalera en 1844, en la que estuvieron involucradas más de cuatro mil personas negras y blancas y entre sus víctimas se cuenta al poeta Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), cuya culpa radicó en su condición de hombre libre, con talento e ideas liberales.
En esas rebeliones, el negro, actor casi único, logró hacer contra viento y marea un trozo de historia nacional[4]. Los negros y mulatos libres, que habían logrado adquirir pequeñas propiedades y cierta cultura, establecieron una estrecha relación de solidaridad con los esclavos, en un proceso de identificación que tenía por base lo que Ramiro Guerra denominó “doble ansia de libertad civil e igualdad social de parte del esclavo y del negro libre”. En esa desigualdad el negro africano devino criollo, pero diferente del criollo blanco, lo que, parafraseando al intelectual cubano Jorge Mañach, impidió compartir un propósito común por encima de los elementos diferenciadores; pues las naciones emergen del proceso de convergencia de comunidades diferenciadas en una nueva comunidad, cuyas máximas expresiones son la cultura y la conciencia de pertenencia y destino común.
Cuando en 1868 se inició la Guerra de los Diez Años, negros y mulatos se incorporaron de forma masiva junto a los cubanos blancos. El hecho de que Carlos Manuel de Céspedes y otros hacendados decidieran liberar a sus esclavos para emplearlos como soldados, no significa que a estos les faltaran razones para luchar. Antes, como hemos visto, negros y mulatos habían encabezado múltiples sublevaciones, lo que explica que fueron a la guerra con su propia agenda: la abolición de la esclavitud.
El Pacto del Zanjón, que puso fin a la guerra, no logró ni la independencia ni la abolición de la esclavitud, pero a cambio se obtuvo un conjunto de libertades que fueron aprovechadas para asociarse legalmente. Así, desde 1886, cuando fue abolida la esclavitud, se inició la lucha cívica contra la discriminación racial y por la igualdad de oportunidades. A comienzos de 1890, en el diario La Fraternidad, Juan Gualberto Gómez expuso varios principios, similares a los que seis décadas después empleara Martin Luther King en Estados Unidos: 1- Los prejuicios raciales debían ser afrontados por los hombres de piel oscura rechazando con virilidad que se les discriminara y denunciando al racismo implacablemente; 2- La reacción de los negros y mulatos no podía ni debía oponer una discriminación a otra, sino unificar las fuerzas de blancos y negros. 3- Las aspiraciones del negro no habrían de ser separadas de las aspiraciones generales de la nacionalidad cubana, “de la cual el negro formaba parte”[5]. Con esos objetivos y para preparar el reinicio de la lucha por la independencia, en 1892, Juan Gualberto fundó el Directorio Central de Sociedades de Color.
Apoyándose en las resoluciones coloniales, que impedían la exclusión de los servicios por razón de raza, el Directorio logró en 1893 que el Capitán General de la Isla las publicara en la Gaceta Oficial. Entonces miles de cubanos negros se movilizaron para reclamar una equiparación en el trato y recabar castigo por los actos discriminatorios en los establecimientos públicos. En el Teatro Payret, donde se prohibía a los negros la entrada en “tertulia”, Juan Gualberto exhortó a que, con trajes adecuados adquirieran boletos de palco y luneta y fueran a ocuparlos, y si se lo impedían, debían acudir a las autoridades y tribunales por denegación de auxilio. Paso a paso, resistiendo y enfrentando incidentes penosos, fueron ganando desde palcos y lunetas en teatros hasta unas setecientas aulas de escuelas públicas que abrieron sus puertas a los niños negros.
En la Guerra de Independencia de 1895 la pericia en las cargas al machete y la vida en la manigua impusieron la igualdad a los prejuicios raciales. Negros y mestizos llegaron a ocupar los más altos cargos militares en una proporción superior a la que tuvieron en la Guerra de los Diez Años. Los negros, de una concepción negativa marcada por el sufrimiento, inferioridad y despojo cultural, evolucionaron hasta pensarse como héroes; pero al arribar a la República, en 1902, las habilidades demostradas en la guerra resultaron inútiles para competir en un mercado que requería instrucción y economía, dos requisitos ausentes de forma casi absoluta en ese sector poblacional.
En ese momento de nuestra historia se requería de un proyecto de “acción afirmativa” que los priorizara, pues sin la disminución de la brecha económica y cultural era imposible que cuajara el proceso de conformación de la nación cubana. Esa carencia se puso de manifiesto en 1907 durante la sustitución del Ejército Libertador por la nueva institución armada, en la que solo el 14,3% de los soldados y policías eran negros, a pesar de haber constituido el 60% de los combatientes en el Ejército Libertador. Ninguno de los generales negros pudo ocupar posiciones destacadas, y al general de las tres guerras independentistas, Quintín Banderas, no solo se le negó un puesto de trabajo, sino que fue vilmente asesinado.
La mayoría de los cargos públicos en el comercio, los bancos, agencias de seguros, comunicaciones y transporte, con excepción del ferrocarril, fueron ocupados por blancos. De 504 trabajadores en tabaquerías, solo 70 eran cubanos y de ellos uno solo era negro. De 1 240 médicos cirujanos, 9 eran negros y de 1 347 abogados, solo 4. El sufragio universal solo para varones– exigía saber leer y escribir y tener propiedades por valor de 250 pesos como mínimo. Como resultado, una minoría de negros pudo ejercer el derecho al voto. En fecha tan avanzada como 1946, de 182 campesinos propietarios encuestados, 16 eran negros y mulatos, y de 212 arrendatarios, solamente 13 eran de tez oscura. También las leyes electorales de la República, aunque avanzadas respecto a otros países de la región, eran discriminatorias.
De ese estado de desampaero surgió la idea de organizarce de forma independiente. En 1907 fundaron la “Agrupación Independiente de Color”, denominada un año después “Partido Independiente de Color” (PIC). En el primer número de Previsión, órgano oficial de ese movimiento, su líder, Evaristo Estenoz, fundamentó las causas del surgimiento del PIC: “Nada puede esperar la raza de color cubana de los procedimientos usados hasta aquí por los partidos políticos porque nada han hecho que pueda ser para nosotros apreciable… Vamos a demostrar que practicando una candidatura en las que todos sean de color, fuera de los partidos políticos, nadie podrá negar que por muy poca que sea la minoría que dé el resultado será siempre mayor que el alcanzado hasta ahora por todos los grupos en los distintos partidos”[6]
En ese contexto, el Senador Martín Morúa Delgado, contrario desde el siglo anterior a las asociaciones raciales, propuso la siguiente enmienda constitucional: “No se considerará en ningún caso como partido político o grupo independiente, ninguna asociación constituida exclusivamente por individuos de una sola raza o color, ni por individuos de una clase con motivo de nacimiento, la riqueza o el título profesional”[7]. En la defensa de su moción, Morúa expresó: “He tenido el cuidado de salvar el derecho indiscutible que tienen los cubanos de organizar un partido obrero. No se trata de la clase trabajadora entre los cuales se hallan comprendidos los hombres de ambas razas y el fin que persiguen es verdaderamente democrático y moralizador…”[8]debates del Senado vaticinóqueuna organización política integrada por negros podría automáticamente generar su opuesto, una organización compuesta solo por blancos, que era precisamente el conflicto que el proyecto –convertido en ley– intentaba prevenir. ; y en los
Para comprender el desenlace no se puede dejar de tener en cuenta el efecto negativo de algunas declaraciones de algunos líderes del PIC. Previsión, del 10 de noviembre de 1909, publicó lo siguiente: “Todo hombre de color que no mate instantáneamente al cobarde agresor que lo veje en un establecimiento público es un miserable indigno de ser hombre, que deshonra a su patria y a su raza”.
En mayo de 1912 el PIC lanzó el grito de: guerra o abajo la Ley Morúa, pensando más en que la Ley iba ser derogada, que en la guerra. En respuesta, el Gobierno arrojó toda la fuerza pública sobre ellos. Los alzados, y también los que no se alzaron, fueron masacrados en nombre de la “Nación” contra “la raza inferior”, entorpeciendo una vez más el proceso de identidad y destino común. Fue la manifestación más criminal de nuestra historia, pues incluso la Reconcentración de Weyler había sido resultado del enfrentamiento entre cubanos y españoles, mientras que ahora, entre cubanos, se cegó la vida de unas cinco mil personas.
Después de ese acontecimiento, aunque las posibilidades de superación y participación fueron limitadas, los negros registraron algunos avances gracias al debate público y al movimiento obrero. Destacadas figuras de la cultura y de la política cubana, desde la prensa escrita y radial, participaron en debates sobre la discriminación racial, que ayudaron al desarrollo social y cultural del negro y fortalecieron la conciencia de destino común. El Nuevo Criollo, dirigido por Rafael Serra; El Heraldo de Cienfuegos; El Comercio; El Puritano; la columna de Ramón Vasconcelos Palpitaciones de la raza de color; Labor Nueva; Previsión; Ideales de una raza, la columna dominical de Gustavo Urrutia en el Diario de la Marina, en la cual participaron intelectuales de la talla de Jorge Mañach, Fernando Ortiz, José Antonio Ramos, Juan Marinello y Nicolás Guillén, entre otros; la revista Adelante; la revista Estudios Africanos, órgano de la Sociedad de Estudios Africanos (1937-1940); la revista Bohemia y periódicos como Noticias de hoy, del Partido Socialista Popular. Esos órganos marcaron pautas en el debate contra la discriminación racial, ayudaron al desarrollo social y cultural del negro y fortalecieron una conciencia que se encaminaba hacia la conformación de la Nación.
Una de las manifestaciones del avance fue la inclusión en la Constitución de 1940 de un principio antirracista fundamental, se declaró: “ilegal y punible toda discriminación por motivo de raza, color o clase y cualquiera otra causa lesiva a la dignidad humana”. Sin embargo, nunca se promulgó la ley complementaria para su implementación.
La revolución de 1959 propinó un fuerte golpe al racismo, pero se equivocó al considerar que la discriminación era resultado de la sociedad clasista, por lo que, al eliminar las clases, desaparecería automáticamente. Ese criterio condujo a la suspensión del debate. Así, junto a los beneficios de la Revolución, los negros, como el resto de los cubanos, perdieron los instrumentos y espacios cívicos existentes. El racismo, entonces, se refugió en las mentes y en la cultura en espera de mejores tiempos.
A partir de 1989, con la crisis del socialismo real, los cubanos de tez negra, que por sobradas razones históricas no emigraron, quedaron excluidos de las añoradas remesas familiares, lo que se reflejó en el crecimiento de la prostitución, de las actividades delictivas y en la presencia masiva de negros durante el éxodo de agosto de 1994. El resultado es el cuadro actual: restringida proporción de negros en cargos de dirección, en las empresas que operan con divisas, en programas televisivos y a la vez, una alta representación en la población penal del país, en el crecimiento de la prostitución y en la deserción escolar. Lo anterior, unido al fracaso del modelo económico, al desempleo y a que la mayoría de los negros sigue viviendo en los barrios más pobres del país, constituye un peligro potencial que no puede ser desestimado.
Resumiendo: la colonia no tenía interés en solucionar el problema del negro; la República reconoció el problema, permitió el asociacionismo y el debate público, lo plasmó en la Constitución y logró ciertos adelantos, pero no lo acompañó con las medidas institucionales correspondientes; la Revolución tomó medidas educaciones e institucionales, pero desmontó la sociedad civil y limitó los derechos y libertades cívicas que habían servido de fundamento al lento avance logrado.
Ahora se requiere de una fuerte voluntad política para reconocer el fracaso en la integración racial y en consecuencia, restituir los espacios, derechos civiles y libertades para retomar el debate público del tema, brindar en los casos que sea necesario cierta prioridad a los sectores más marginados y asumir el problema dentro del sistema de educación, incluyendo el debate y el acceso libre a la información, hasta que las diferencias de instrucción, propiedad y participación social disminuyan gradualmente y se conforme definitivamente un destino común entre todos los cubanos. Un proyecto cuya ejecución depende de la solución a la crisis general y estructural en que Cuba está inmersa.
Dimas Cecilio Castellanos Martí. (Jiguaní, Granma, Reside en La Habana desde 1967.
Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información (1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos en el (2006).
Trabajó como profesor de cursos regulares y de post-grados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
Primer premio del concurso convocado por “Solidaridad de Trabajadores Cubanos”, en el año 2003.
Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.
[1] F. ORTIZ. Los negros esclavos. p. 283.
[2]1 Ibídem, p. 107
[3] Aponte era obrero ebanista, artista aficionado a la pintura y a la talla en madera y cabo del batallón de Milicias Disciplinarias de Pardos y Morenos.
[4] S. AGUIRRE. Eco de Caminos, p.99
[5] S. AGUIRRE. Un gran olvidado, Juan Gualberto Gómez, p.13
[6] T. FERNÁNDEZ ROBAINA. El negro en Cuba 1902-1958, p.61
[7] R. PÉREZ LANDA. Vida pública de Morúa Delgado, p.209
[8] R. PÉREZ LANDA. Vida pública de Morúa Delgado, p.210