LA CULTURA, RAÍZ Y ALMA DE LA NACIÓN

Lunes de Dagoberto

Cada 20 de octubre, Cuba celebra un día dedicado a la cultura cubana. Se escogió esa fecha porque en ella se entonó por primera vez con su letra el Himno Nacional compuesto por Perucho Figueredo. Creo que se podía haber escogido otra de las muchas fechas de acontecimientos que dieron inicio a nuestra cultura, mucho antes de la toma de Bayamo. Pero esa tendencia de nuestra misma forma de ser, de relacionar todo con las guerras, lo épico y lo tremendo, han podido más que aquellas primigenias poesías a lo criollo, a lo cubano, y que aquellos inconfundibles cantos a nuestras mujeres, o a la fundación de la cuna y el útero de nuestra cultura: el Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana. Allí Félix Varela, Padre de la Cultura Cubana, “nos enseñó a pensar primero” en nuestra conciencia, en nuestra identidad, en Cuba.

La fijación de esta fecha es también a causa de ese reduccionismo conceptual de identificar cultura con expresiones artísticas. Reverencio en su justa medida los símbolos patrios, sus atributos, toda nuestra historia, pero en estas jornadas de celebración por nuestra cultura nacional quisiera compartir con los lectores mi reflexión sobre la relación entre cultura y nación.

En efecto, la cultura en su concepto más amplio y profundo. Es esa forma de vivir, de relacionarse, de hablar, de creer, de crear, de pensar que siendo diversos y plurales nos une ese sentido de pertenencia a una comunidad de personas en la que compartimos una historia común, todo nuestro pasado y no solo el épico, en la que trabajamos en nuestro presente y en la que aportamos nuestros polícromos sueños de futuro.

Las expresiones de las bellas artes, el folclor, las tradiciones populares, son expresión y corola de lo que somos. No debemos confundir la raíz: el ethos, el carácter nacional, nuestro “mapa genético antropológico” con las ramas y sus flores y frutos. La legitimidad ingénita de nuestros cantos y cantores y compositores, nuestras obras literarias y sus escritores, de nuestros lienzos y acuarelas, y sus escuelas y pintores, de nuestro teatro y sus ingeniosos dramaturgos, de nuestras danzas y bailadores, nuestros filmes y cineastas, nuestras liturgias y sus ministros, solo se validan en cuanto hunden su genio en las raíces identitarias y se alimentan de la savia compartida… y a partir de ahí, se abren al mundo, se polinizan y cruzan, se fecundan en imparable mestizaje, dando lugar a lo nuevo, a lo vivo, a lo genuino.

Ser fiel a nuestras raíces no es momificar nuestras formas de ser y convivir como en un museo de cera, muy parecido pero muerto. Si la flor mimetiza a la raíz, esterilizaría al árbol por falta de espermas. Si el fruto quisiera ser tronco, no solo privaría de sabor nuevo y de semillas al campo, sino que convertiría al árbol en rígida estatua y le robaría al viento la danza de su movimiento y el cimbrar que vivifica el bosque. La nación sería un cementerio de estatuas de sal por mirar solo al pasado.

Una cultura demuestra su vigencia y su vigor cuando es savia de nuevas convivencias, de nuevas creaciones artísticas, de creencias renovadas y de nuevas místicas que aporten fuerza interior ante los nuevos desafíos. Una cultura demuestra su genuina identidad solo cuando es capaz de sobrevivir ante los embates de las seudo culturas, cuando es capaz de ejercer un discernimiento ético ante la banalización y el relativismo moral. Cuando es capaz de levantar el vuelo y compartir la bandada global sin perder su color y su canto, como el itinerario por los mundos de El Principito o como el aprendizaje de vuelo y trascendencia de Juan Salvador Gaviota que expresaba así su estilo de vida, es decir, su cultura:

“Tienes que practicar y aprender a ver a la gaviota de verdad. Debes ver el bien que hay en cada una de ellas y trabajar para que lo puedan ver ellas mismas. A eso me refiero cuando hablo de amar.”

En efecto, cultura es amar, es cultivar, es educar… Nuestra dicha es que el proyecto cultural de Varela y de Martí se pueden resumir en dos claves: Virtud y amor.

Cultivemos en Cuba los valores eternos y universales para que se conviertan en virtud del alma, que significa fortaleza interior, dinamo de vida. Cultura es vivir en amistad cívica y vuelve a decirnos Juan Salvador Gaviota:

“Si nuestra amistad depende de cosas como el espacio y el tiempo, entonces, cuando por fin superemos el espacio y el tiempo, habremos destruido nuestra propia hermandad. Pero supera el espacio, y nos quedará sólo un aquí. Supera el tiempo, y nos quedará sólo un ahora. Y entre el aquí y el ahora, ¿no crees que podremos volver a vernos un par de veces… ¿Tienes idea de cuántas vidas debimos cruzar antes de que lográramos la primera idea de que hay más en la vida que comer, luchar o alcanzar poder en la bandada?”

Cuando Juan Salvador Gaviota aprendió a volar solo, no para comer sino para encontrarle sentido y trascendencia a su vida, se encontró en pleno vuelo a otras gaviotas resplandecientes y humildes que se acercaban a él. Y les preguntó:

“¿Quiénes son ustedes? -Somos de tu bandada, Juan. Somos tus hermanos. Hemos venido a llevarte más arriba. A llevarte a casa.”

Eso es cultura, aprender a volar solo, transitar del “volar para comer” al “volar para trascender”, que es traspasar las pesadas rejas de nuestro egoísmo, romper toda cadena o falso nido que limite la libertad y la responsabilidad, aprender a convivir en fraternidad y al final, cansado de volar en esa ascensión liberadora, entregarse suavemente en las manos de la “Gran Gaviota” que, junto con la bandada luminosa de las que nos acompañaron en el camino de la transparencia, nos acogerá para siempre en la Casa, donde no se necesitará volar para comer, sino volar para ser feliz y para interceder por la plenitud de los que vienen en camino.

Esto sí daría profundidad y alto vuelo a nuestra celebración por ¿el Día?, por el Camino, por el cultivo, por la plenitud de la trascendencia enraizada y fecunda de nuestra cultura cubana.

La nación solo se salvará si aprende a volar, a compartir, a trascender y, sobre todo, a amar. La cultura es nuestra única salvación como pueblo, no por sus ritos y tradiciones, sino porque es el alma de la Nación.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).

Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

 

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