La sociedad actual ha considerado que es sensato adjudicarse una considerable dosis de duda en cada aproximación social. Una cosa queda clara, la confianza ha entrado en una profunda crisis. Pero ¿es normal que en una situación de paz y estabilidad sociopolítica los hombres se recelen unos a otros? ¿Existen factores psicológicos o sociales que potencien de alguna manera la desconfianza? ¿Podemos luchar contra la desconfianza?
Por Jesuhadín Pérez Valdés
Sería tonto colocar dinero en un banco en crisis, al mismo tiempo que es absurdo pensar que porque hayamos perdido por la quiebra de uno, a todos les suceda lo mismo. Pero lo pensamos… Es una inquietud inevitable, es el cosquilleo de la inseguridad.
Se llama desconfianza. Es destructiva y al mismo tiempo inevitable. Es la mutación actualizada de un viejo instinto humano; el de conservación. Nos adaptamos a las nuevas circunstancias y nos defendemos de estas con el escudo y la coraza que, a la vez de protegernos, nos recorta la visibilidad. Es el fruto de una combinación circunstancial: contexto social y personalidad individual.
Somos desconfiados cuando no tenemos una certeza de 100 % con respecto a algo o a alguien, y la desconfianza aumenta cuando nuestros temores son confirmados, por nosotros o por terceros. De que vamos a morir un día, tenemos un convencimiento absoluto, pero a otras pocas cosas podemos apostar con tan poco margen de error. Entonces, sospechamos…
Para desconfiar no son necesarias demasiadas pruebas, la desconfianza, como la alergia, nos hace estornudar al más mínimo contacto.
Es verdad que hay cosas y casos. Las cosas son los contextos sociales que sistemáticamente influyen en el individuo que es, al fin y al cabo, un producto de la sociedad y los casos son conductas y actitudes de las personas como resultado de sus características individuales y la presión de las circunstancias.
Ahora recuerdo un esposo de Alemania oriental que para cuando los guijarros del muro de Berlín partieron los dobles cristales de las oficinas gubernamentales y los vientos de cambios regaron por las plazas públicas los informes supersecretos de la Stasi-ssicherheitsdienst (1) se enteró que su esposa, por más de una década, había colaborado directamente con el aparato de represión política, en el monitoreo de todas las actividades que él, activista religioso, efectuaba con regularidad. ¡Imagínense una mañana despertar para convencerte que has dormido por más de diez años con una espía…! Es difícil recuperarse de algo así.
Por eso, muchísimas desconfianzas prenden porque las circunstancias provocan traumas profundos en las conciencias de las personas. Y hay momentos y sistemas sociales que potencian los ingredientes para que vivamos recelando unos de otros.
Imaginemos por un momento la Francia convulsa del siglo XVIII. Una convención, jacobinogirondina que estrena un racionalismo en el que debutan como estrellas la retórica y la guillotina… Diputados ambiguos litigando los votos de un pantano asambleario que, ora se inclinaba a la derecha, ora a la izquierda por terror o por ambición. Montesquieu, Rousseau, Holbach, Diderot, la plataforma filosófica de un caos político. Pacto y alianza, traición y supervivencia en el seno de un país dividido y beligerante que obligaba a delatar para sobrevivir, a sonreír con los puños apretados bajo el saco y a jurar lealtad mientras los dedos se cruzan en la espalda. La desconfianza es a veces un recurso para la supervivencia.
Por eso está presente y es, hasta cierto punto, comprensible si tenemos en cuenta la multiplicidad de circunstancias históricas en la que nos desenvolvemos. Las irregularidades y los temores que enfrenta el hombre. Pero ¿es normal que en una situación de paz y estabilidad sociopolítica los hombres se recelen unos a otros? ¿Existen factores psicológicos o sociales que potencien de alguna manera la desconfianza?
El hombre desconfía cuando:
algo amenaza su integridad físico-espiritual o parte de esta,
el medio físico social o espiritual le es o puede serle hostil,
ha tenido conocimiento por terceros, o por sí mismo de experiencias históricas o inmediatas que provoquen o potencien estados psíquicos de alarma.
¡Que rollo! Señalarán algunos. Simplifiquemos las cosas. Desconfiamos siempre que tenemos miedo y sentimos miedo cuando creemos que algo malo nos va a suceder a nosotros o a algo que nos pertenece, (personal o patrimonial) y lo malo sucede siempre que las situaciones no son las idóneas para que podamos desarrollarnos y comportarnos normalmente, o sea con libertad.
La libertad es un importante elemento para no sentir el miedo que genera desconfianza. ¿Quiere decir esto que los hombres libres no desconfían? Lo hacen, pero es una desconfianza cualitativa y cuantitativamente diferente.
Entonces la ausencia de libertades provoca el aumento proporcional de la desconfianza. Podríamos, invirtiendo y aplicando esta fórmula, determinar matemáticamente cuáles son los estados o sistemas que gozan de mayor o menor libertad ciudadana. Mientras mayor recelo interpersonal exista en un grupo o sociedad, menor nivel de libertad estará presente.
He escuchado decenas de veces insinuaciones sobre actitudes que de alguna manera harían parecer culpables a amigos, vecinos o conocidos como posibles personas con dobles intenciones.
Es frecuente ver en los centros de trabajo, los negocios, incluso durante las relaciones sociales y de pareja que las personas traban relaciones siempre manteniendo una distancia, como si trataran de proteger algo y para hacerlo no se muestran íntegramente. La barrera de látex que protege durante las relaciones sexuales, les cubre todo el cuerpo y el espíritu como si temieran y esperaran un daño intencionado en cualquier momento, y por cualquier vía. Parece que la otra persona guarda en alguna parte un enemigo.
Se ha asumido la desconfianza de una forma tan natural que hoy se ve completamente normal, incluso, son listas y previsoras las personas que ponen propiedades personales a nombre de terceros para evitar los litigios a la hora de los rompimientos.Esto llega a extremos tales de, con consentimiento de la otra parte, asegurar el futuro material de forma totalmente independiente cuando la relación, de negocios, filiar o conyugal, está funcionando a la perfección. Y digo más; algunos opinan que antes de comprometerse o cerrar contrato, deben estar bien claros los títulos de propiedad; o sea a quién corresponde qué; y que hacer esto es una prueba fehaciente de funcionabilidad y responsabilidad.
De manera que la sociedad actual ha asumido que es razonable una considerable dosis de difidencia en cada aproximación social. Una cosa queda clara, la confianza ha entrado en una profunda crisis.
Esta suspicacia es dolorosamente frecuente también dentro de aquellos, que de alguna manera en nuestra sociedad, tratamos de expresar nuestras opiniones, intenciones y proyectos para Cuba de la manera más transparente posible. No es raro escuchar a personas comprometidas, distinguidas e inteligentes hablar de manera directa o a través de insinuaciones, sobre las dudosas actitudes o acciones de terceros. O, que algún grupo u asociación está penetrado por los aparatos de inteligencia política. Como resultado, personas y grupos son de manera categórica o disimulada, marginados, o discriminados de eventos o informaciones que servirían para robustecer los principios comunes que todos defienden. Se ha extendido una cultura que bien podría llamarse “de la desconfianza”.
Esta cultura ha alcanzado dimensiones extraordinarias dentro de nuestra sociedad en general, provocando en su seno todo lo que puede traer aparejado un mecanismo como este de autobloqueo y aislamiento ¿pero han pensado cuánto daño humano hace la desconfianza y quiénes salen beneficiados de ella?
Pongámonos en el lugar del desconfiado y lo primero que tenemos es su temor, su duda, su inseguridad, después la falta de entrega, que se traduce en pérdida del vínculo social, desligadura que desune bastidores físicos y espirituales, que limita las esferas del intercambio cognoscitivo primero y afectivo después.
Desconfiar es marcar una distancia, levantar un muro, evitar la comunicación o dañarla, perderse cosas que pueden ser útiles para el crecimiento espiritual de los individuos, de los grupos, de sociedades completas. Desconfiar es juzgar por anticipado en sumario parcial con una determinante fiscalizadora apoyada, muchas veces, por elementos subjetivos o prejuicios latentes. “Él tiene una conducta sospechosa, aquel grupo está reciclado, esa ayuda trae intenciones políticas porque viene de…” Etiquetas, apodos, sobrenombres, es el rostro de la suspicacia que resta y divide, que separa y ahuyenta; que obstaculiza y congestiona las vías por donde fluirían de forma natural la relaciones, la comunicación y la solidaridad; oxígeno que nutre la salud de esos conglomerados humanos que todos llamamos sociedad.
Desconfiamos en primer lugar porque creemos, y creer en algo no es la prueba absoluta de que en lo que creemos es cierto, aunque creamos en algo sinceramente, pudiéramos estar sinceramente equivocados.
Ahora bien, ¿en qué situación está la persona de la cual desconfiamos? En primer lugar es la víctima de un sumario en el cual participa sin tener plena conciencia de que lo hace. Es elemento deudor de una relación social en la que se pierde el objeto de relación para ser sujeto del supuesto hecho.
Una relación de cualquier género que se base en la desconfianza está destinada al fracaso. No existen puentes o ligaduras entre personas, grupos u organizaciones que perduren si el recelo y la desconfianza contaminan sus propósitos. Y solo los enemigos de estos fines, de estas personas y de estos grupos, organizaciones o sociedades se benefician de tales actitudes.
Quien promueva la desconfianza es refractario acérrimo de la unidad, quien promueva la difidencia es enemigo de la solidaridad, de la cohesión, de la ligadura, y del consenso. Se beneficia sembrando la duda y la vacilación entre las personas los misántropos asociales que persiguen la fractura nacional o los interesados en la desunión de las afinidades espirituales y el aglutinamiento grupal que viene, al fin y al cabo, paralelo a la inquietud social y la iniciativa de pueblo.
Solo los beneficiados de la desconfianza y el miedo, propician, promueven y provocan situaciones en las que, de alguna manera, las sospechas y los temores se aviven. “Todo está controlado, esto está infectado de oídos, aquel trabajó para…, el otro es amigo de… aquel utiliza una moto como las de…, ella viene a mi casa a…“ El mundo de la desconfianza está plagado de fantasmas. Cansa desconfiar todo el tiempo de todos. No es ni siquiera saludable. Algunos creen ver micrófonos, cámaras, identificaciones y teléfonos intervenidos donde no están. Es angustioso desconfiar de todo y de todos. Es injusto, además de absurdo propiciar y servir de vehículo a los rumores y suposiciones infundadas sobre personas que nos acompañan, visitan, o simplemente se interesan por nosotros.
Tampoco hay que ser ingenuos. No vivimos rodeados de ángeles. Mucha gente oportunista, individualista o confundida nos rodea. No todos son inocentes. Pero todos pueden saber lo que no es secreto para nadie. La transparencia es la cura contra la desconfianza. Si lo que se hace es bueno, no tenemos nada que esconder. Si lo que buscamos es el mejoramiento de la sociedad, de la familia, de las personas, no es malo que se haga público. Es más, tal vez los que trabajan con y para los que buscan la segmentación de la sociedad civil, política o familiar, nos hacen un gran favor, porque acortan distancias entre nuestras intenciones y los que están interesados en escucharlas. ¿No es este el objetivo de los que históricamente han luchado por los derechos civiles?
No hay que vivir juzgando. Al fin y al cabo no somos dioses. Tampoco personas amorales que deban ser excomulgadas de algún sitio. Si perseguimos la identidad nacional, familiar e individual, si buscamos la justicia social, el bienestar general, la solidaridad, la libertad, el respeto por la diversidad; si luchamos por todo esto apelando a la no violencia, al diálogo y la reconciliación; si por esas cosas debemos ser vigilados, juzgados y condenados; pues bienaventurados nosotros, porque muy mal debe estar el resto para el que, con tales ideales, resultemos sospechosos. Cualquier sociedad normal en el mundo se enorgullecería de esas ambiciones, de los ciudadanos que las atizan, de los grupos sociales que las defienden.
Es importante para nuestra sociedad ahora, en este momento tan incierto y difícil políticamente, con un componente económico tan duro y aberrado, tan confuso en materia ideológica, que nos mantengamos con las conciencias claras, lúcidos porque el mañana incierto puede sorprendernos a todos en infantilismos tales como la paranoia ridícula de la difidencia; qué nos debilita tanto y a todos, como individuos, como familias, como grupos de la sociedad, y como pueblo en general. No solo a estos u aquellos, porque estos hacen esto y aquellos hacen lo otro, nos debilita porque nos distrae de lo que verdaderamente tiene importancia, de lo que verdaderamente vale para los cubanos todos.
Ojalá que los cubanos todos comprendieran que una sociedad sana no es aquella donde los hombres se dividen en clanes, donde se practica el miedo, la sospecha y la desmembración como medida de control político social. Ninguna sociedad es perfecta, pero una sociedad en donde los hombres se gruñen unos a otros por recelo y duda verdaderamente apesta. Y ojalá que entiendan los que se aprovechan de la desconfianza para sembrar la división, que están sembrando ortigas en la tierra que mañana plantarán buen grano. Y la ortiga quedará después para contaminar la cosecha de sus hijos. Sus hijos les juzgarán severamente.
Recordemos la historia. La experiencia es una lámpara que no debe ir en la popa del barco, porque ahí solo ilumina las olas que van quedando detrás…
¡Ojalá que seamos lo suficientemente maduros para sobreponernos a la desconfianza! ¡La Cuba de hoy lo necesita tanto!
Notas:
1-Stasi, nombre popular de la Staatssicherheitsdienst (Servicio de Seguridad del Estado) de la República Democrática de Alemania.
Desde febrero de 1950, cuatro meses después de la creación de la República Democrática de Alemania, hasta noviembre de 1989, fecha en la que se inició el proceso de unificación con la República Federal Alemana, el ministerio para la Seguridad del Estado trabajó en estrecha colaboración con el servicio de seguridad soviético (KGB) y empleó la Stasi para la vigilancia de la población y al Hauptverwaltung Aufklärung (Administración Principal de Reconocimiento o HVA) para las operaciones en el extranjero. El más destacado dirigente del ministerio para la Seguridad del Estado fue Erich Mielke, que lo dirigió desde 1957 hasta 1989. Los agentes de la Stasi y los ‘colaboradores no oficiales’ (informantes) ayudaron a purgar a los disidentes en el seno del partido gobernante, Partido Socialista Unificado (SED), supervisaron los pequeños partidos permitidos, controlaron la Iglesia evangélica (protestante) y otras organizaciones religiosas y eliminaron los grupos de oposición, en especial cualquiera que hubiera tenido relaciones con la República Federal de Alemania.
2-Estas inadecuaciones son típicas en individuos con trastornos en la conducta social o en personas con actitudes y proyecciones sociales políticas religiosas o de otra clase que entran en conflicto con el dogma establecido por los respectivos sistemas.
Jesuhadín Pérez Valdés
Mecánico radioelectrónico A.
Estudiante de derecho.
Fundador de la revista Convivencia.
Miembro de su Consejo de Redacción.
Reside en Pinar del Río.