- La pérdida de la libertad, la tiranía, el maltrato y el hambre
- habrían sido más fáciles de soportar sin la obligación de llamarlos
- libertad, justicia, el bien del pueblo.
- Aleksander Wat, Mi siglo
La habilidad para administrar la mitología revolucionaria, unida a su eficaz represión interna y a la influencia internacional, convierte a Cuba “revolucionaria” -léase castrista– en un caso histórico, un modelo estatal y un agente geopolítico de inusual, amplio y prolongado impacto regional y global. Semejante trinidad autocrática se despliega mediante una presencia extendida por la duración temporal, el alcance geográfico y la penetración en sociedades y grupos específicos, como los políticos, activistas e intelectuales latinoamericanos. Vale la pena intentar una lectura sobre las dimensiones desde las cuales comprender.
Como caso, Cuba es otra nación periférica, con los mismos problemas de pobreza, desigualdad y subdesarrollo de muchos países latinoamericanos. Pero siendo la élite castrista, por décadas, la dueña absoluta del país, no hay modo de relevarle de su responsabilidad estructural en la crisis múltiple nacional. El caso cubano no es un destino para alojar utopías justicieras, sino una realidad para evaluar con los mismos raseros que analizamos cualquier otra nación. Así, cuando en la academia, prensa y activismo regionales se siguen repitiendo tópicos propagandísticos de Cuba como “la soberanía alimentaria”, el “modelo de salud pública” y la “democracia participativa” se invisibiliza la realidad del caso cubano.
Como modelo -basado en un partido único, con ideología y propaganda estatales y control policiaco de cualquier iniciativa y derecho ciudadanos- Cuba ofrece una alternativa tentadora para movimientos populistas que, superado el momento electoral de su arribo al poder, avanzan a la autocratización. No se trata de ver una conspiración detrás de cada crisis político-nacional en un entorno latinoamericano atravesado por la desigualdad, la corrupción y la inseguridad derivada del crimen organizado.
Pero en cualquier coyuntura política donde el régimen político democrático (liberal y republicano) se ve erosionado por dinámicas polarizadoras generadas por un liderazgo populista, la tentación de importar formas de propaganda, movilización o control social desarrolladas en la Isla está presente. La experiencia de los regímenes bolivarianos -que culminaron dos décadas de tránsito autoritario apoyados en usos y costumbres castristas- señala, en Latinoamérica, un precedente.
Como agente, la proyección de Cuba es aún más ignorada. El gobierno del país caribeño ha construido una notable presencia diplomática, superior a la de muchas naciones desarrolladas. Ha penetrado diversas organizaciones internacionales y forjado pacientemente nutridas redes de agentes de influencia en las comunidades políticas, asociativas e intelectuales. La unidad y verticalidad de mando, la sostenibilidad en el tiempo y la expansión en el espacio provee a ese Estado autoritario de un poder de influencia asimétrico, muy superior a los exiguos recursos financieros y humanos que le corresponden en tanto pequeño país subdesarrollado.
En este nuevo siglo, Cuba es un caso histórico convenientemente ignorado, un seductor modelo político para aspirantes a autócratas y un agente geopolítico de influencia autoritaria. Su impacto es negativo en las dimensiones ética, normativa y práctica del compromiso democrático. Al desconocerlo como caso, celebrando sus supuestos éxitos, se importan propuestas de política económica y social que han llevado al fracaso en el propio país caribeño. Al alabarlo como modelo, se fortalecen los actores y valores antidemocráticos en nuestra sociedad. Por último, al tolerar la influencia de los agentes, se abre la puerta a una influencia autoritaria capaz de inclinar balanzas locales en procesos aún abiertos a la competencia y el pluralismo políticos.
En Latinoamérica, ante las múltiples pendientes de justicia, prosperidad y gobernanza, es preciso expandir los derechos civiles, políticos, económicos y culturales de la ciudadanía democrática. Contra eso se yergue la influencia internacional de Cuba, en tanto caso, modelo y agente. Justificar, alabar o invisibilizar los efectos del castrismo, sobre su propia población y el continente, niega la democratización por la que tanto ha luchado, por décadas y desde diferentes ideologías, lo mejor de la ciudadanía latinoamericana.
- Armando Chaguaceda Noriega.
- Politólogo e historiador.
- Especializado en procesos de democratización en Latinoamérica y Rusia.
- Reside en México