Testimonios de Raúl López y Jesús Monte.
Por Sironay González.
En los primeros años de la revolución comunista en Cuba, en la región central del país, principalmente en la zona montañosa del Escambray, se desarrollaron grupos guerrilleros que combatían con el objetivo de derrocar el nuevo gobierno de La Habana. En una ofensiva que duró poco tiempo, fueron eliminadas estas bandas (así les decían); esta campaña fue conocida como la limpia del Escambray.
Pero todo no había quedado ahí, la limpia continuó durante los siguientes años. En esas zonas quedaron personas que de una manera u otra habían ayudado a estos ya derrotados grupos. Comenzaba otra ofensiva pero esta vez era de arrestos, desalojos y separaciones de familias.
En otro lugar del país, en San Cristóbal, provincia de Pinar del Río, existía un tranquilo lugar llamado San Carlos, alejado del principal núcleo poblacional. Era una zona donde había varias viviendas de campesinos que tenían allí sus tierras, pero todo cambió.
En el año 1971, procedentes de Las Villas, llegó por vía del ferrocarril, un numeroso grupo de hombres, nadie sabía quiénes eran, lo que se hablaba era que estas personas eran criminales peligrosos puesto que los traían custodiados por el ejército y la policía y eran tratados como reclusos, aunque estaban ubicados en albergues previamente construidos en ese mismo lugar.
En ese año estos misteriosos trabajadores, comenzaron la construcción de una serie de viviendas de dos plantas, modelo llamado Sandino. Se movilizaron también constructores de otras partes e incluso de otros villareños presos de la antigua cárcel de Santa Ana ubicada al sur de este municipio. Se comenzaba a construir la comunidad Ramón López Peña.
De estos difíciles días cuentan algunos de sus protagonistas.
Raúl López, residente de este pueblo:
—Éramos de Picos Blancos, lugar ubicado en una región montañosa de Las Villas. Recuerdo que mi padre salió un día para una reunión que lo habían citado, pero después no regresó. Mi madre andaba como loca, estábamos solos y éramos niños aún. No sé cómo mamá se enteró después de que estaba en Pinar del Río trabajando, solo sabía que no podía venir a vernos y que nosotros tampoco podíamos ir. Mamá pasó mucho trabajo en esos días con nosotros tres, al viejo se lo habían llevado porque supuestamente él le había vendido alimentos a los alzados. Sin dudas estaba preso.
Pasaron los años y un día nos tocó recorrer el mismo camino del viejo. Nunca se me va a olvidar el viaje hasta aquí. Vinimos en un tren sin condiciones de ningún tipo, veníamos muchos niños, ancianos, todos muy incómodos. Pasé mucha sed y hambre, las mujeres se desmayaban. Fue muy duro, hasta que llegamos aquí y crecí, y me di cuenta de todo: hasta nosotros estábamos presos.
Jesús Monte nació en el mismo corazón del Escambray, él también paseó en tren:
“Yo tenía 18 años cuando ganaron los revolucionarios, trabajaba con mi padre y con mi hermano mayor, tengo una hermana menor que yo, vive en los Estados Unidos hace ya años, vivíamos con mamá y mi abuela, la madre de mi viejo.
Teníamos una buena tierrita. El viejo se la había ganado trabajando duro y ganándose la confianza del dueño de toda aquella zona, era un hombre muy respetado. Cuando lo de la Reforma Agraria perdimos la tierra porque con lo de las intervenciones, Ferrer, el dueño, lo perdió todo. Después le dieron a papá la propiedad de una tierra más arriba de la casa. Era una tierra mala llena de piedras, malamente servía para sembrar alguna malanga, él se disgustó mucho, nunca estuvo de acuerdo con lo que estaban haciendo los de la Sierra Maestra, y después de eso, lo estuvo menos.
Un día me dijo papá que se irían él y mi hermano a trabajar para otro pueblo. En aquellos años, si la cosa estaba mala en tu zona, alguien te contrataba en otro pueblo y así te podías ganar la vida honradamente. El caso es que el viejo y José salieron para no regresar más.
Después de un tiempo, yo era el hombre de la casa, mamá me tuvo que contar todo, mi padre y mi hermano estaban peleando para tumbar esto, me lo tuvo que decir porque ya era mucha la vigilancia de la milicia, estaban siempre por los alrededores la casa. Mi hermana que era ya una mujercita tenía miedo de salir al bañito para bañarse porque un día vio a unos milicianos tratando de mirarla desnuda.
Yo no pude salir a trabajar más, tenía que quedarme en la casa cuidando de las mujeres, la estábamos pasando muy mal, nos ayudaba mucho un hermano de mi mamá.
Nunca se me va a olvidar el día en que mi tío vino y se llevó a mamá para el pueblo. Cuando regresaron, ella quería morir, habían matado al viejo y a mi hermano, todos nos llenamos de odio. Abuela, después de eso, no duró mucho, murió meses después de sufrir.
Pasamos mucho trabajo, éramos mal mirados y criticados hasta por aquellos que se han ido para afuera diciendo que ellos ayudaron a los alzados, a todas las muchachitas del pueblo, se las llevaban a estudiar buenas carreras, a mi hermana ni en la escuela la querían, ella no quería saber de la revolución, y mamá y yo, mucho menos.
En año 1970 ya me había casado y tenía a Joseíto, el mayor de mis 4 hijos. Le estaba sacando candela a aquel pedazo de tierra que nos habían dejado. Un día vinieron y me citaron para aclarar un asunto sobre la legalidad de mi terreno, me llevaron a un lugar que conocíamos como la Villa Panamericana. No podíamos hacer preguntas, había cientos de hombres en aquel lugar. Un hombre me dijo: ¿te despediste antes de salir? porque esto es para largo.
A punta de escopeta nos llevaron al ferrocarril, me habían dado una lata de carne y unas galletas y me dijeron que la ahorrara, que era para el viaje. No podíamos ni hablar, vinimos en el tren como ganado.
Aquí no había nada, esto era campo con algunas casas, esto que ves lo construimos nosotros, trabajando en duras condiciones. En el 1972 trajeron a mamá y a mi hermana, yo reclamé varias veces traer a mi esposa y a mi hijo. Para irlos a ver tenía que ganarme un pase por buena conducta y yo no era muy bueno para ellos, al fin, en el año 1975 vinieron en el último viaje de personas que trajeron.
Por los 80 murió mamá, un año después se fue mi hermana del país, con su esposo, un buen muchacho que vino junto conmigo en el paseo, aquí tuve el resto de mis hijos de los cuales tres están en los Estados Unidos, aquí eché toda mi vida.”
En cada construcción de ese pueblo está el dolor de la lejanía y el sufrimiento por la pérdida de los seres queridos. Cada edificio se levantó con lágrimas, sudor y sangre de aquellos que un día fueron despojados de todo lo que hacían y tenían.
En López Peña por mucho tiempo reinó un ambiente de hostilidad, porque no solo llegaron allí los villareños, los primeros edificios que se construyeron se hicieron de un modelo que permitiría tener más controlados a los cautivos, se trataba de paneles de ocho casas, en cuatro casas vivían los villareños y en las otras cuatro vivían policías o militares con sus familias.
Esto provocaba conflicto, las diferencias de ideas, de carácter y de costumbres, mezclado con las formas en que les imponían los ideales políticos creaban situaciones de enfrentamiento entre las dos partes, e incluso entre las familias reclusas y las familias de los guardianes que no se les permitía mucho el acercamiento por aquello de la desviación ideológica.
El último grupo procedente de Las Villas, llegó a López Peña en 1975, ya en ese tiempo estaba el pueblo construido casi en su totalidad, para su terminación colaboraron casi todos sus pobladores en largas jornadas de trabajo voluntario.
Hoy quedan pocos de los que llegaron primero, muchos se fueron del país, otros terminaron sus días en San Carlos, la historia de Raúl, de Jesús y la de otros que por no recordar, o por el temor aún de pasar por lo mismo se han quedado en el silencio, forman parte de unas de las páginas más dolorosas de un triste libro.
Edificios deteriorados, un cine que no funciona, zonas a las que nunca llega el agua (aunque se la cobran), y una enorme bodega (vacía como todas), es lo que les queda a estas personas que ya no pelean por ideales porque ya no existen dos tipos de habitantes en el pueblo, con los villareños se identificaron muchas personas al cabo de los años, ahora todos luchan por tratar de sobrevivir a la escasez de ilusiones que todos padecemos.
Cuando nosotros escribamos nuestro propio libro, cuando seamos los protagonistas de nuestra historia como nos lo indicó nuestro inolvidable Juan Pablo II, estas personas tendrán su lugar en ella, como también la tendrán los que fueron para Sandino o para Briones. Por el momento, sirva este artículo para no dejar pasar por alto este pasaje de la vida de los cubanos.
Sironay González Rodríguez
San Cristóbal, Pinar del Río, 1976