La centralidad de la persona humana

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

Entre tantas cuestiones que abordan al hombre hay una que, poniendo a un lado el avance de la ciencia y la tecnología, no debemos pasar por alto: ninguna ciencia puede tener la última palabra sobre el mundo. Guste o no a algunos sistemas más cerrados que otros, los Derechos Humanos vienen a ser la única forma de supervivencia para la dignidad humana en la civilización contemporánea que vive inmersa en un cambio de época.

Uno de los debates fundamentales de hoy día alrededor de las ciencias biosanitarias es la licitud de todo lo que la ciencia, por sus vertiginosos avances, es capaz de hacer en la práctica. Aquí se presenta, como en muchos problemas actuales, una cuestión mayor que implica a la ética personal para saber discernir, en cada caso, el camino más acertado. A priori podemos decir, quienes defendemos la corriente del personalismo, que no es lícito hacer, en nombre de la ciencia, todo lo que hoy es permitido por la técnica. La ética va de eso: orientar las relaciones humanas y las relaciones del hombre en sociedad de acuerdo a las  opciones que sean más  justas, es decir que más humanicen a la realidad que vive en cada época, y más que en cada época en cada lugar y momento histórico.

El uso de las libertades ha sido siempre una tarea muy personal. Recuerdo cuando comenzaron a surgir los primeros medios de prensa independientes dentro de Cuba que se le daba mucha importancia a los perfiles editoriales, al lenguaje empleado, a la protección de las fuentes, a la preservación de la moral de cada uno. Aun así, se generaron muchas polémicas sobre los límites que otorgaba la tan anhelada libertad de prensa, que justamente acaba donde comienza la libertad del otro. Más trascendente es el asunto de la libertad humana.

Avanzar hacia el dominio de la naturaleza no puede significar un dominio de la esencia humana, ni una especie de manipulación de la naturaleza humana al antojo de quienes se colocan en el peldaño superior de una escalera construida por los propios hombres. Nadie puede sentirse superior porque ostente un poder, un cargo de nivel o un estatus social diferente. Eso no nos hace superiores sino que, a quien Dios dio más capacidades y talentos se le debería pedir más servicios en favor de los demás.

El conocimiento siempre debe estar orientado en función del bien personal y del bien común. Si vemos a la persona como una pieza, un medio, una herramienta de todo el engranaje que significa la investigación en humanos, como si fuera un animal de investigación en un ensayo clínico para probar determinado fármaco, o el punto de partida para obtener un beneficio científico, económico e, incluso, hasta político, estamos atentando explícitamente contra la dignidad plena de la persona. La concepción, a veces muy cientificista, o relativista, de que el fin justifica los medios, o de que se puede hacer todo con el ser humano, es el gran irrespeto a su dignidad, a sus derechos, a su libertad.

El rol que ha venido a tomar el cientificismo, pretendiendo interpretar y sintetizar la concepción de la vida por las ciencias, ha jugado en la modernidad una mala pasada en los ámbitos intelectual y moral. Las corrientes contemporáneas, tendientes a cosificar a la persona, poco a poco se dirigen, desgraciadamente, hacia la degradación de la persona, sin importar que ella tiene valor en sí misma, no precio como un producto. Si vemos al hombre como un medio para llegar a una meta estamos obviando sus valores y capacidades, estamos dejando de reconocer que es alguien que tiene el derecho y la necesidad de hacer algo.

La dignidad, finalmente, puede ser considerada un sólido argumento si queremos tener una concepción universal de los derechos humanos, que son inalienables y transversales a todas las culturas.

San Juan Pablo II, en audiencia general de enero de 1984 decía: “El hombre debe inclinarse siempre, y de nuevo, sobre sí para descubrir la evidencia de la propia dignidad en la capacidad de trascenderse como persona, es decir, de decidir acerca de la propia vida con toda libertad y verdad. Es imposible captar esta dignidad al margen del nexo de la persona con la verdad”. Una vez más tengamos presente la triada: Derechos Humanos, dignidad y libertad. Empecemos por ahí el camino hacia una civilización donde la persona vuelva a estar en el centro de todas las relaciones.

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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