Pbro. Jorge Luis Pérez Soto | El 3 de octubre de 2020 el Papa Francisco regalaba a la Iglesia y al mundo una nueva Encíclica que quiso titular Fratelli tutti (Hermanos todos), subtitulada sobre la fraternidad y la amistad social. Este documento pontificio se sitúa en la línea de las llamadas encíclicas sociales que comenzaron con la Rerum novarum del Papa León XIII y que significó un nuevo estilo de magisterio social dentro de la Iglesia. La preocupación por la res publica (los asuntos sociales) ha estado siempre presente desde el Antiguo Testamento mismo. Ha sido profundizado con el precepto del amor universal propugnado por Cristo en el Evangelio, y ha constituido siempre un componente esencial de la enseñanza de la doctrina cristiana ya desde los santos padres, pues el misterio de la Encarnación del Verbo, Jesucristo, lleva a la Iglesia a vivir comprometida y encarnada con la realidad de su tiempo.
En el presente trabajo propongo un análisis de la Fratelli tutti (FT) desde una revisión transversal de la misma. Es imposible ser exhaustivo dada la extensión y la variedad de temas que aborda el Papa. Por ello, he escogido tratar el desarrollo de algunos temas a lo largo del cuerpo del documento. En su selección me ha motivado el contraste con la realidad, sobre todo con la realidad cubana. Será muy fácil al lector identificar mis planteamientos y los de la Encíclica pues, estos últimos, siempre estarán en letras cursivas y referenciados con el número respectivo del documento. Me daría por satisfecho si usted, querido(a) hermano(a), a la par que lee este artículo se remite al texto del Pontífice y se entusiasma con su lectura.
Este material lo he escrito con la razón, como profesor que quiere iluminar e introducir a un estudiante. Como cubano que siente profundamente y con el corazón la realidad de su tierra. Y, sobre todo, como sacerdote y creyente, convencido de que el Evangelio y la via amoris son el único camino para restaurar la Esperanza.
La raíz de todos los derechos humanos: la inalienable dignidad de la persona
Dios «ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos» (FT 5). Este es el punto de partida, no solo del documento sino de todo discurso que quiera ser auténticamente evangélico. En la raíz de nuestra humanidad se encuentra un origen común: todo ser humano ha sido creado por Dios «a su imagen, según su semejanza» (Gn 1, 26). Reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible (FT 98) no solo es un presupuesto sino una exigencia. Por ello es imprescindible reconocer y defender la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterna (FT 39).
El «otro» siempre va a significar un rostro que me sale al paso, y que «reclama» mi acogida. La alteridad humana, el reconocimiento del rostro del otro que se presenta ante mí como un ser que pide ser amado y reconocido como un interlocutor, me devuelve a mi más honda humanidad. Lo peor que existe en este mundo es perderse a un ser humano. El mayor peligro para la construcción de cualquier proyecto humano es la fragilidad humana, la tendencia constante al egoísmo humano que forma parte de aquello que la tradición cristiana llama “concupiscencia”: la inclinación del ser humano a encerrarse en la inmanencia de su propio yo, de su grupo, de sus intereses mezquinos (FT 166).
Uno de los conceptos más recurrentes en el magisterio de Francisco es el de la cultura del descarte. Esta pseudo-cultura se vuelve más dramática cuando su objeto son las personas, cuando en el fondo «no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar (FT 18). Podríamos aquí apuntar la gravedad del «descarte antropológico» como un peligro creciente y real. Por este camino se descarta al ser humano no nacido y al ser humano en estado terminal.
La Gaudium et Spes, en el número 22 señalaba que «en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado (…) Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación». Por ello la raíz del totalitarismo moderno hay que verla, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación o el Estado (FT 273).
Todo ser humano, por el simple hecho de serlo, es portador de derechos que son anteriores al reconocimiento de los Estados porque, como tal, no dependen de un ordenamiento jurídico, sino que se asientan en la propia naturaleza humana. Hay una prioridad ontológica del derecho respecto a su reconocimiento: primero existe y en una sociedad se respeta o no el Estado de Derecho en la medida en que estos son tutelados o no. En efecto, hay derechos fundamentales que «preceden a cualquier sociedad porque manan de la dignidad otorgada a cada persona en cuanto creada por Dios» (FT 124). El ser humano es un valor en sí y nunca es un medio los derechos humanos no admiten gradaciones en la escala de la humanidad. Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. El respeto de estos derechos «es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común» (FT 22).
Un concepto muy interesante es la relación que el Papa descubre entre la autoestima de las personas singulares y la autoestima social, relación por demás intrínseca y consecuente: Destrozar la autoestima de alguien es una manera fácil de dominarlo. Detrás de estas tendencias que buscan homogeneizar el mundo, afloran intereses de poder que se benefician del bajo aprecio de sí, al tiempo que, a través de los medios y de las redes se intenta crear una nueva cultura al servicio de los más poderosos (FT 52).
La defensa de la dignidad del ser humano conlleva romper el silencio cómodo de la inercia, ser capaz de sentir como propio el dolor de cada ser humano, vencer la indiferencia frente al otro y su situación existencial, reaccionar ante cualquier forma de abuso, discriminación o violencia sobre las personas: No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad. (FT 68).
Cultura de la memoria histórica
Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa (FT 249). Movido por esta certeza es necesario incentivar una cultura de la memoria y del recuerdo, no para incentivar odios antiguos sino para promover un auténtico progreso. Es importante estar alertas frente a una cierta forma de deconstruccionismo histórico que lleva a otro más peligroso que es el deconstruccionismo antropológico: …se alienta también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero (…) Así funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen —o de-construyen— todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido» (FT 13).
Un pueblo solo puede crecer en la medida en que cultive sus raíces. La integración y la restauración del pacto social son posibles y urge que sea partiendo de la verdad de nuestra historia.
Cultura del encuentro y de la amistad social
La vida no es un tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro (FT 66). La realización humana, en buena medida, radica en la capacidad de apertura a los otros y al Otro (la Trascendencia, Dios) de tal modo que podemos afirmar que no nos hacemos personas solos, y desde la fe, que no nos salvamos solos. Existencia, salvación y alteridad son conceptos y realidades entremezcladas. Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud «si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros (…) nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque «la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. (FT 87).
Esta reciprocidad de lo humano lleva a un buscar dejarse completar por la otra persona que se me presenta como un sujeto amable, o sea, digno de amor; y, contemporáneamente, me implica en el aportar a su existencia más que acciones benéficas la búsqueda de una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las apariencias… (FT 94). Esta concepción del amor nos pone en tensión hacia la comunión universal (FT 95), o sea, reconocer en el otro, en todo otro, un rostro de hermano que se concreta en creciente apertura, mayor capacidad de acoger (FT 95).
En este modo de entender la fraternidad humana, se inscribe un concepto que el Papa acuñó en Cuba, en su encuentro con los jóvenes en el Centro Cultural Padre Félix Varela: la amistad social. El fundamento último de este concepto es la dignidad y el valor de cada persona humana: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia (FT 106).
La construcción de una sociedad amistosa pasa por el reconocimiento del valor intrínseco de la diversidad y del aporte que cada individuo puede brindar a la construcción del pacto social. El Papa Francisco apunta que «el futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que cada uno puede aportar. Cuánto necesita aprender nuestra familia humana a vivir juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos» (FT 100). El auténtico progreso de la humanidad proviene de la resolución de las tensiones que pueden generar las diferencias pues las diferencias son creativas (Cfr. FT 203). Urge, pues, una educación en una auténtica cultura del respeto del derecho a la mismidad personal y a la diferencia: reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente. A partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestación de un pacto social (FT 218).
El único camino posible para edificar una convivencia humana que satisfaga a todos los miembros del cuerpo social es el diálogo sereno y respetuoso teniendo en cuenta que…una sana apertura nunca atenta contra la identidad (FT 148). Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo dialogar (FT 198). En Cuba sabemos exponer nuestros criterios y sostenerlos, incluso con vehemencia. Tengo la impresión de que necesitamos ejercitarnos mejor en la capacidad de conversar, intercambiar, interpelar y ser interpelados, hablar y escuchar, acoger, dejarnos cambiar y ser capaces de incidir, respetuosamente, en el cambio de la opinión del otro. El monólogo es una realidad cómoda pero que mutila el crecimiento. Los monólogos no comprometen a nadie, hasta el punto de que sus contenidos frecuentemente son oportunistas y contradictorios (FT 200). ¿Por qué resistirse al diálogo? ¿Qué ganancia se siguen de los monólogos? La falta de diálogo implica que ninguno, en los distintos sectores, está preocupado por el bien común, sino por la adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en el mejor de los casos, por imponer su forma de pensar (FT 202).
Tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir las riquezas de cada uno, de valorar lo que nos une y ver las diferencias como oportunidades de crecimiento en el respeto de todos. Se necesita un diálogo paciente y confiado. Cuando nos cerramos al diálogo se pueden generar dos extremos igualmente perniciosos: la indiferencia egoísta y la protesta violenta (FT 199). Ignorar la existencia y los derechos de los otros, tarde o temprano provoca alguna forma de violencia, muchas veces inesperada (FT 219). Sin embargo, del diálogo auténtico brotan el entendimiento, la familiaridad y los proyectos de futuro. De hecho, como afirma el Papa, la verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta capacidad de pensar no sólo como país, sino también como familia humana (FT 141). Así, siendo capaces de desinstalarnos de los propios criterios, y en apertura creciente, podemos caminar hacia un auténtico pacto cultural de la fraternidad, o sea, convertir el estilo fraterno de resolución de los conflictos en una convicción y un estilo de vida renunciando a entender la identidad de manera monolítica (FT 220).
Como la construcción de la fraternidad es una obra artesanal, como de arquitectura está amenazada por la acepción y la discriminación de las personas que se vuelve particularmente peligrosa cuando se realiza desde las estructuras mismas del ordenamiento social: Quien mira a su pueblo con desprecio, establece en su propia sociedad categorías de primera o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta manera niega que haya lugar para todos (FT 99). Blindarnos en posiciones, esquemas de razonamientos del pasado, solo genera una cultura del individualismo. Se puede correr el riesgo de vivir cuidándonos unos de otros, viendo a los demás como competidores o enemigos peligrosos (FT 152). El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí» (FT 30).
Otra tentación contra el diálogo y la amistad social es la tendencia a construir deliberadamente enemigos: figuras estereotipadas, que concentran en sí mismas todas las características que la sociedad percibe o interpreta como peligrosas. Los mecanismos de formación de estas imágenes son los mismos que, en su momento, permitieron la expansión de las ideas racistas (FT 266). Cuando en una sociedad se incentivan estas dinámicas se conduce inevitablemente al individualismo, al desencuentro, a la sospecha y a la desintegración social.
El uso de las redes sociales, bueno, si se trata éticamente, entraña un peligro adicional: el irrespeto a la privacidad de las personas. Todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo (FT 42). Es importante seguir creyendo y defendiendo el respeto a la intimidad de las personas, denunciar lo inmoral de la exposición indebida de la vida particular como mecanismo para desvirtuar y deteriorar la imagen.
La solución propuesta por el Pontífice al aislamiento y la cerrazón, que se constata de un modo dramático en las crisis migratorias de algunos países desarrollados, es la participación social, política y económica de todos los sectores que componen la sociedad. En una sociedad pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá del consenso circunstancial. Hablamos de un diálogo que necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos saberes y puntos de vista (FT 211). Siendo que el pluralismo es una característica cada vez más evidente de la realidad cubana, también para nosotros, como nación, hace falta pensar en la participación social, política y económica de tal manera «que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras de gobierno (…) con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común (…) Pero sin traicionar su estilo característico, porque ellos «son sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía». En este sentido son “poetas sociales”, que trabajan, proponen, promueven y liberan a su modo… (FT 169). Junto al diálogo, la colaboración cívica de todos los ciudadanos es una potencialidad enorme para renovar nuestra realidad. Aquí se nos presenta una tarea formidable que consiste en la educación de las nuevas generaciones en una concepción social que excluya el paternalismo y dinamice procesos de participación ciudadana.
El ejercicio fructífero del diálogo gesta otra realidad política importante: la «confiabilidad social» entendida esta como la posibilidad efectiva y afectiva de confiar en las instituciones sociales, en los pactos establecidos, en la justicia no solo la firmada en papeles sino aquella que se fundamente en el respeto a la palabra empeñada: se debe sostener «la exigencia de mantener los acuerdos suscritos», de manera que se evite «la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del derecho» (FT 174).
Al servicio del bien común
El respeto por el bien común está en la raíz de la construcción de una sociedad con rostro más humano.
El bien común, por el hecho de serlo, convoca a todos los hombres y mujeres de la sociedad, de cualquier estado de vida, de modo que su búsqueda activa es responsabilidad de todos y no solo de los que gobiernan: No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas (FT 77). Así pues, según el pensamiento del Pontífice, todos estamos llamados a implicarnos en la obra de la rehabilitación de nuestras sociedades eliminando el infantilismo social y de frente a cualquier forma de paternalismo político. El cristiano aportará a ello lo suyo específico que son las luces, compromisos y exigencias que dimanan del Evangelio de salvación. La entrega a este servicio es un deber.
El bien común se muestra y se vive como servicio y es «en gran parte, cuidar la fragilidad… El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas» (FT 115).
La tradición cristiana, en línea de continuidad con el pensamiento antiguo, ha definido la justicia al servicio del bien de la sociedad y los deberes que de ella dimanan: «dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales (FT 171).
Caridad política, compromiso con la verdad y amabilidad social
La vocación política entraña profunda responsabilidad, significa ayudar a…generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en «el campo de la más amplia caridad, la caridad política». Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social (FT 180).
El cristianismo afirma que el Dios vivo y verdadero en quien creemos es ante todo caridad, amor oblativo y proactivo, (1 Jn 4, 8) por ello creemos que la caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo (FT 183). La caridad está en el corazón de toda vida social, sana y abierta (…) es mucho más que sentimentalismo subjetivo, si es que está unida al compromiso con la verdad (FT 184). Si bien esta dimensión del amor como realidad «política y social» no es nueva en el magisterio papal, es muy interesante el desarrollo que hace Francisco en esta Encíclica, siguiendo la doctrina teológica de Santo Tomás de Aquino sobre los actos humanos y la implicación de la razón y la voluntad en ellos: Hay un llamado amor “elícito”, que son los actos que proceden directamente de la virtud de la caridad, dirigidos a personas y a pueblos. Hay además un amor “imperado”: aquellos actos de la caridad que impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias. De ahí que sea «un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria». Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. (FT 186)
La caridad salva al político del impersonalismo en su gestión: el núcleo del verdadero espíritu de la política… es una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro (FT 187). «El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor». Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas» (FT 181).
En la doctrina tradicional de los Trascendentales se ha afirmado que el Bien, la Verdad y la Belleza son intercambiables entre sí. Así pues no hay auténtica caridad, auténtico bien para la persona y para la sociedad sino se busca desde la verdad. La caridad necesita la luz de la verdad (FT 185).
En el mundo de la actividad política, la escucha y el diálogo brotan precisamente del respeto amoroso por el otro, por su dignidad, por su futuro: la caridad política se expresa también en la apertura a todos. Principalmente aquel a quien le toca gobernar, está llamado a renuncias que hagan posible el encuentro, y busca la confluencia al menos en algunos temas. Sabe escuchar el punto de vista del otro facilitando que todos tengan un espacio. Con renuncias y paciencia un gobernante puede ayudar a crear ese hermoso poliedro donde todos encuentran un lugar (FT 190).
Mientras vemos que todo tipo de intolerancias fundamentalistas daña las relaciones entre personas, grupos y pueblos, vivamos y enseñemos nosotros el valor del respeto, el amor capaz de asumir toda diferencia, la prioridad de la dignidad de todo ser humano sobre cualesquiera fuesen sus ideas, sentimientos, prácticas y aun sus pecados (…) un buen político da el primer paso para que resuenen las distintas voces. Es cierto que las diferencias generan conflictos, pero la uniformidad genera asfixia y hace que nos fagocitemos culturalmente (FT 191).
Al leer la Encíclica, personalmente he sentido muy fuertemente un llamado a recuperar y potenciar un rasgo característico de nuestro pueblo que es la amabilidad social y que hoy, más que nunca, está llamada a expresarse como amabilidad en el trato, como un cuidado para no herir con las palabras o gestos, como un intento de aliviar el peso de los demás (FT 223). La amabilidad, cuando se hace cultura en una sociedad, transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes (FT 224).
Derecho a emigrar y derecho a permanece
El mundo actual está continuamente marcado el hecho migratorio. Es una característica de las sociedades que hoy viven en continua movilidad. De distintas partes del mundo nos llegan noticias sobre crisis migratorias. En Cuba es una realidad acentuada que se verifica por diversos factores, entre los cuales están los económicos, familiares, laborales, políticos, sociales, ideológicos, etc. Se da en ella como un aspecto negativo cuando provoca la división real, y a veces dramática de las familias. Y como toda realidad humana polivalente, para no pocos y sobre todo en la juventud se considera como un valor positivo al convertirse en un horizonte de esperanza y de proyecto. Es preciso afirmar que es completamente legítimo cambiar el territorio de residencia en busca de unos ideales de futuro. Y todavía es muy importante reafirmar que permanecer en la propia tierra es también un derecho humano, que debe incluir la posibilidad de soñar y concebir proyectos realizables desde el hoy de la persona. Por ello es legítimo y necesario «reafirmar el derecho a no emigrar, es decir, a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra» (FT 38). En un paso más adelante el Papa Francisco detalla aún más este tener las condiciones: para ello el camino es crear en los países de origen la posibilidad efectiva de vivir y de crecer con dignidad, de manera que se puedan encontrar allí mismo las condiciones para el propio desarrollo integral (FT 129).
En esta consideración cobra especial importancia el valor del trabajo como un instrumento de auténtica realización personal… asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas (…) El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo». El trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo (FT 162).
Cultivar una cultura de la esperanza
La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna». Caminemos en esperanza (FT 55).
La esperanza cristiana es una virtud que dinamiza toda la vida cristiana. Salvados en esperanza aguardamos un cielo nuevo y una tierra nueva sin renunciar a la construcción de la ciudad terrena. El cristiano, precisamente porque espera, se compromete, desde el «venga a nosotros tu Reino» del Padrenuestro, a trabajar por hacer presente las semillas del Reino en el hoy de la historia. Una parte imprescindible de este servicio a la sociedad es detectar y no dejarse conquistar por los signos de muerte y desesperanza que nos salen al paso.
La desesperanza, en palabras del Papa Francisco, puede ser hasta un mecanismo de control y dominio social: La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte (FT 15).
Un primer paso para combatir la desesperanza es romper la indiferencia social y la indefensión aprendida, o sea, ser auténticos protagonistas de nuestra historia personal y social. El Papa, usando la imagen de los “salteadores del camino” manifiesta la existencia de una suerte de «complicidad» en aquellos que voltean desentendiéndose del bien hermano. Hay una triste hipocresía cuando la impunidad del delito, del uso de las instituciones para el provecho personal o corporativo y otros males que no logramos desterrar, se unen a una permanente descalificación de todo, a la constante siembra de sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad. El engaño del “todo está mal” es respondido con un “nadie puede arreglarlo”, “¿qué puedo hacer yo?”. De esta manera, se nutre el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y de generosidad. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar (FT 75).
Existencia cristiana y ejercicio político
La política «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común» (FT 180). Desde Aristóteles, existe en el pensamiento filosófico la convicción de que un rasgo que define al hombre es ser un animal político, es decir, no un ser que se limita a vivir en sociedad sino que vive en una sociedad políticamente organizada. Por ello el ejercicio de la política debe interesar por igual a todos los seres humanos.
En el trasfondo de la relación entre cristianismo y política se puede situar un texto bíblico: Mt. 22, 15 – 21. Se trata de la pregunta sobre el impuesto debido al César, a la cual Cristo responde afirmando la distinción y autonomía de los planos político y religioso. Afirmar la autonomía de las realidades políticas no significa relegar la misión de la Iglesia al ámbito de lo privado-cultual (Cfr. FT 276). De la existencia cristiana brota un dinamismo que impele al cristiano al compromiso social pues el Evangelio es manantial de dignidad humana y de fraternidad (FT 277). Por ello, la Iglesia no «puede ni debe quedarse al margen» en la construcción de un mundo mejor ni dejar de «despertar las fuerzas espirituales» que fecunden toda la vida en sociedad. Es verdad que los ministros religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión política de la existencia que implica una constante atención al bien común y la preocupación por el desarrollo humano integral. La Iglesia «tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación» sino que procura «la promoción del hombre y la fraternidad universal» (FT 276).
Procesos de sanación
…hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia (FT 225). Esta es una constatación final de la Encíclica que busca no solo un diagnóstico, sino el restablecimiento de la salud. Precisamente para ayudar en estos procesos de sanación, Francisco propone una serie de pasos que, por su valor para nosotros, presento sintéticamente a continuación:
- Renunciar a la idea de que vamos a volver a ser los de antes, pues con el tiempo y los conflictos todos hemos cambiado (FT 226).
- Recomenzar desde la verdad, sin tapujos ni disimulos: conversar desde la verdad clara y desnuda… ya no hay lugar para diplomacias vacías, para disimulos, para dobles discursos, para ocultamientos, para buenos modales que esconden la realidad (FT 226).
- Reconocer la existencia de los conflictos: Cuando los conflictos no se resuelven sino que se esconden o se entierran en el pasado, hay silencios que pueden significar volverse cómplices de graves errores y pecados. Pero la verdadera reconciliación no escapa del conflicto sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente (FT 244).
- Reconciliarnos asumiendo las distintas partes de responsabilidad que nos corresponden en el desencuentro, desde una memoria penitencial, capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones. Sólo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos (FT 226).
- Reconocer que necesitamos tiempo y proceso para sanar, en un trabajo paciente que busca la verdad y el bien (FT 226)… renunciando a la venganza y rechazando la violencia de cualquier modo que se presente.
- No separar nunca VERDAD – JUSTICIA – MISERICORDIA. Las tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas. […] La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón (FT 227).
- Renunciar a homogeneizar la sociedad (…) unir a muchos en pos de búsquedas comunes donde todos ganan (FT 228). Esto es reconocer que se puede vivir desde la dinámica del ganar – ganar. Nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social, se siente verdaderamente de casa (FT 230).
- Identificar bien los problemas que atraviesa la sociedad para aceptar que existen diferentes maneras de mirar las dificultades y de resolverlas (FT 228).
- Reconocer la posibilidad de que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal (FT 228).
- Mirar y reconocer en el otro a un hermano, incluso si no está de acuerdo conmigo, incluso si se ha declarado adversario. Si pudiéramos lograr ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos ojos que a los hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué bueno sería (FT 230).
- La opción preferencial por el perdón. No significa renunciar a la justicia sino promoverla en un compromiso real con la historia: No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás (…). Quien sufre la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos y los de su familia precisamente porque debe preservar la dignidad que se le ha dado, una dignidad que Dios ama (FT 241). El perdón es lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido (FT 252).
- Buscar, desde lo diverso, la paz. Ser constructores de puentes y no de muros. Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros» (FT 284). Y cualquiera que levante un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes (FT 27).
- Pbro. Jorge Luis Pérez Soto.
- Sacerdote de la Arquidiócesis de La Habana. Máster en Bioética por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma.
- Licenciado en Teología Sistemática por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.
- Profesor del Seminario San Carlos y San Ambrosio, del Centro Cultural Padre Félix Varela y de otros centros en la diócesis.
- Asesor arquidiocesano de la Pastoral Juvenil. Párroco de la Iglesia de San Francisco de Paula.