Cuando los valores están en crisis, como ha reconocido la sociedad cubana desde hace años, tendemos a notar los más traídos y llevados, y se nos escapan algunos que no son tan cotidianos, pero que igual hacen un efecto negativo y contagioso en la sociedad, en ocasiones, a más largo plazo, y son más difíciles de remontar.
Durante toda mi vida he tenido la posibilidad de relacionarme de cerca con jóvenes y adolescentes, y una de las carencias más frecuentes con que me encontré fue con la incapacidad expresa y evidente de hacer compromisos. Actualmente esta carencia se nota también en personas adultas. ¿Cuántas veces nos encontramos con personas de quienes necesitamos un servicio y no logramos tener una respuesta clara y concreta del momento en que podemos obtenerlo?
¡Es que no sé si voy a poder!¡Es que no quiero quedar mal, por eso no me comprometo! Si puedo… voy. Son frases que sirven de justificación a quienes tienen la opinión de que un compromiso es un pacto divino, que de no cumplirse, provocará un “castigo del cielo” y, paradójicamente, también piensan que un compromiso es algo que pueden evadir constantemente, pues no son importantes para la vida en sociedad. Considerando que solo es importante evitarlos a toda costa, pues si no hay compromiso no hay responsabilidad.
Esta incapacidad de hacer compromisos es una evidencia de la falta de educación cívica que sufre la sociedad cubana y a la que deben dedicarse todos los esfuerzos de las instituciones responsables. Cuando eso sucede con una parte insignificante de la sociedad, se puede responsabilizar a las personas en particular, pero cuando es algo notable, principalmente entre los jóvenes, la responsabilidad es de la sociedad. Si nadie te enseña que un compromiso (mejor que un cigarro o determinada apariencia personal) te forja la personalidad y te hace más plenamente persona humana, no es tu culpa evitar los compromisos. Si nadie te enseña que, hacer compromisos y cumplirlos, te muestra como persona responsable y madura, es muy difícil que te comprometas libremente. Si vives en una sociedad donde el Estado, o la Iglesia, u otras organizaciones de la sociedad civil, actúan de forma paternalista, es lo más probable que la capacidad de hacer compromisos no sea un valor en tu vida.
La sociedad tiene la responsabilidad de educar a la persona para que su capacidad de comprometerse se cultive y luego ofrecer el espacio adecuado para que ese valor se ejerza, o sea, garantizar las libertades que promueven la responsabilidad personal y comunitaria. Solamente cuando se asumen en libertad y por decisión propia, los compromisos son éticamente obligaciones.
Pero llegado el momento de la adultez, toda persona está en capacidad de comprometerse y ejercer este derecho por propia voluntad. Aun cuando la sociedad no haya creado el ambiente propicio para ello, es decisión personal vivir como protagonistas de nuestra propia historia, asumiendo compromisos y priorizando su cumplimiento. Nadie juzgaría como falta de responsabilidad el incumplimiento de un compromiso por una razón de fuerza mayor que no dependa de la persona. Por lo tanto, cuando asumimos un compromiso, estamos mostrando nuestra disposición de hacer todo lo que esté en nuestras manos para honrarlo.
No se trata de hacer compromisos que sabemos que no podremos cumplir. Por supuesto que hay que saber decir que no, cuando verdaderamente no podremos hacer algo. No obstante, si esta es la actitud ante la vida, decir que no siempre para no estar obligado a nada, estamos en presencia de un valor en crisis: la capacidad de comprometerse.
El no asumir compromisos no nos exime de las responsabilidades que nos corresponden. Entrenémonos en el asumir compromisos que dependan de nuestro esfuerzo. Prioricémoslos y hagamos todo por cumplirlos. Y seremos más plenamente personas.
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de Economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.