La CAN como radiografía de la integración latinoamericana (Segunda parte y final)

Foto tomada de Internet.

La crisis de la integración regional y de América Latina

Si hubiera que definir el estado actual de la integración latinoamericana habría que decir que atraviesa una fase crítica. Hoy, más que nunca, América Latina es una región fragmentada. No dividida en dos bloques antagónicos, sino separada en múltiples trozos, difícilmente coordinables entre sí(Malamud, 2015).

Como lo advierte Carlos Malamud en su diagnóstico sobre la integración y cooperación en América Latina, estos procesos están agonizando, comenzando porque no es claro el objetivo sobre el alcance de la misma, en la medida en que no se sabe cuál debe ser la prioridad si la región como un todo, o las subregiones como en el caso de la Comunidad Andina de Naciones (CAN).

Si bien son claros los beneficios de este tipo de procesos, que se alientan incluso desde los comienzos de la vida independiente de los países de la zona, existen limitantes que obedecen a factores más que económicos y responden a los procesos de construcción política, que delimitan los sistemas económicos, las visiones sobre el desarrollo, y aún más importante: los medios para llegar a este.

Resulta pertinente preguntarse por qué el proceso andino de integración no produce los efectos deseados; para lo cual se considera que las causas de la crisis del proceso andino de integración, en esencia, no son de carácter económico, sino que las mismas se circunscriben a aspectos de orden político y jurídico que no permiten avanzar en la integración andina y que se ubican de forma antecedente al proceso de integración económica(Blanco, 2014).

Personalización de la política, polarización y liderazgo

Entendiendo que la motivación política es el motor que moviliza todo el engranaje, se cree que es necesario iniciar la reflexión por esta categoría, dado que el turbulento panorama político del hemisferio ha marcado el compás de las relaciones bilaterales y, por supuesto, los procesos de integración.

A nivel interno, los partidos políticos han sido desplazados del centro de la escena política, obedeciendo a una dinámica de personalización de la política, que relativiza el rol de las instituciones, y se centra en las características de un líder particular que termina por concentrar el poder y la legitimidad en su figura.

La personalización de la política hace referencia al protagonismo que han adquirido los líderes políticos en relación con sus partidos. El líder político se sitúa en este contexto en el centro del proceso político. Si anteriormente aspectos como la ideología, la pertenencia a una clase social y la religión han sido factores determinantes para la decisión del voto, en la actualidad el político a nivel individual, parece ser un elemento vertebrador de las decisiones políticas que toman los electores(Rebolledo, 2017).

Al margen del análisis de lo que algunos consideran la crisis de los partidos políticos, es cierto que el electorado no se identifica con los principios partidistas al ser confusos, más aún en una región donde la corrupción ha permeado todas las fibras institucionales. Es así como los significantes vacíos son subsanados con la construcción de cadenas de equivalencia, dentro delas cuales el líder particular juega un papel esencial, sin el cual no tiene sentido un proyecto, y la visión progresista de la historia.

Este fenómeno se materializó en la realidad política de los países miembros de la CAN, en los que fue evidente el ascenso y permanencia en el poder de figuras polémicas. En cuanto a Colombia, desde el 2002 Álvaro Uribe Vélez ocupaba la presidencia, ejecutando políticas ubicadas en el espectro de la extrema derecha, estrechando adicionalmente los lazos con Estados Unidos.

Luego del fracaso del proceso de paz en El Caguán, el país descartó la posibilidad de una negociación con la guerrilla y el repudio hacia esta en el país fue total. Así, Uribe abonó en terreno fértil y se convirtió en uno de los mandatarios más populares en la historia de Colombia, tanto que a tres meses de terminar su mandato, las encuestas arrojaban una imagen positiva del 68 por ciento. Después de la Operación Jaque, en la que se liberó a Íngrid Betancourt, llegó a tener el 91,4 por ciento de aceptación(El Tiempo, 2010).

Sus posiciones contrarias a las de Hugo Chávez, presidente venezolano de alineación izquierdista, los llevaron a protagonizar un sinnúmero de debates que polarizaron a la región y dieron una nueva dimensión al debate entre derecha e izquierda.

En el balance de los catorce años de mandato de Hugo Rafael Chávez Frías, tal vez los más convulsos en la historia de Venezuela, quedan cosas buenas y malas. Para la oposición poco o nada hay que rescatar de este dilatado régimen, mientras que para aquellos que se beneficiaron de la generosidad del Socialismo del Siglo XXI sí (El País, 2013).

Precisamente ha sido el socialismo del Siglo XXI el que ha marcado una tendencia que se ha distanciado de otros gobiernos de la región, especialmente con el colombiano. Paradójicamente uno de sus ideales es la reivindicación del sueño de integración patriótica promulgado por Simón Bolívar. No obstante, Chávez le imprimió una fuerte característica antiimperialista, direccionada primordialmente a sus reservas frente a la injerencia de Estados Unidos en el hemisferio. Adicionalmente, su discurso ha reunido un tono caudillista y mesiánico que fue fundamental para su reelección.

En el mismo sentido, su visión económica, por demás restringida, se basaba en un Estado rentista centrado en las actividades extractivas. Dentro de este modelo, la integración se presentaba más como una herramienta de aglutinación política, que como camino para cumplir sus funciones e insertarse en el comercio internacional.

Enfáticamente fue Chávez desde esta perspectiva el que sentenció la crisis de la que aún no se recupera la CAN, denunciando el Acuerdo de Cartagena en el 2006, ahondando la tensión en las relaciones con Colombia y específicamente con Uribe Vélez, cuyo mandato se concentró en la doctrina respicepolum. Esta decisión preocupó al mismo gobierno de Uribe, al peruano Alejandro Toledo quien instó a Chávez a desistir de su decisión, que hacía daño también a su propia población.

Por ejemplo, “la Confederación Venezolana de Industriales (Conindustria) afirmó que la decisión de Chávez tendría consecuencias negativas para la economía local, ya que provocaría una caída de la actividad y la pérdida de empleos” (La Nación, 2006). Como se indicaba al principio, el poder del ejecutivo de los países andinos es tal, que incluso pasa por encima de la institucionalidad democrática dispuesta al interior de los Estados y del Sistema de Integración Andina, pues en esencia la medida de los esfuerzos ha dependido del ánimo de los líderes citados.

Por su lado, Ecuador vivió algunos años de convulsión política tras la destitución de Lucio Gutiérrez y en el año 2006 fue elegido Rafael Correa, con una alineación a los ideales de Chávez.

En lo político, el balance de Correa es más discutible, pues a su indudable liderazgo y apoyo electoral hay que añadir, a lo largo de su mandato, elementos autoritarios como el enfrentamiento con la prensa –a la que el presidente acusa de hacer oposición política–, la represión de toda forma de protesta bajo la acusación de fomentar la violencia y la desestabilización (Sánchez, 2017).

La relación de Correa con la CAN dependió de su filiación política con Chávez y Morales, que por supuesto estructuró su ideario político y económico, demostrando un apoyo irrestricto a los movimientos del primero, y alejándose de Colombia por asuntos incluso ajenos a los económicos que debían ser el centro de debate de la CAN. En 2008, una operación militar encabezada por el gobierno colombiano incursionó en territorio ecuatoriano dando de baja a un reconocido líder guerrillero, y lo que un principio se asumió como un logro, se convirtió en una disputa política y legal que afectó los ánimos integracionistas.

Con respecto a Bolivia, Evo Morales estuvo en el poder desde el 2006, y lanzó su candidatura para el 2019, alineado también con la izquierda, promoviendo las políticas anticapitalistas. “El mandatario indígena defiende la nacionalización de la economía y rechaza la privatización de los recursos naturales”(González, 2018). Tras trece años en el poder, y la oportunidad de seguir en su posición, Morales se ha caracterizado por un discurso de izquierda, que buscó reivindicar las raíces indígenas de su país, y que demoniza la presencia estadounidense en la región, entrando constantemente en contrariedades con Colombia por su cercanía a estos.

Los tres mandatarios representaron una de las vertientes de la izquierda latinoamericana, caracterizándose por políticas profundamente reformistas y polémicas que se apalancaron en la bonanza de los precios de los commodities, pero que a la postre mostraron una debilidad estructural.

En la región gobiernan dos tipos de izquierda. Por un lado, una “moderna, abierta y reformista” –representada por los gobiernos de Lagos y Bachelet en Chile, de Vázquez en Uruguay y en menor medida, de Lula da Silva en Brasil– y, por otro lado, una “nacionalista, estridente y cerrada”– representada por los gobiernos de Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y Chávez en Venezuela (Stoessel, 2014).

El objeto de este recuento ha sido destacar los líderes de los países miembros de la CAN, su popularidad, sus tendencias ideológicasy su poder para hacer tambalear el tablero de la zona, teniendo como base de un enfrentamiento político y personal que ha minado la estabilidad de la Comunidad Andina específicamente, precisamente por la contrariedad respecto a la forma de ver el mundo y plantear objetivos y medios. “Aunque nunca se lo dijeron, en aquella época Chávez, para Uribe, era un posible aliado de las Farc y Uribe, para Chávez, una quinta columna de Estados Unidos” (El Tiempo, 2007).

Con estas contradicciones, el año 2006 presenció un golpe a la integración subregional al confirmarse la salida de Venezuela de la CAN. Fue un claro mensaje a Álvaro Uribe, afirmando incluso que mientras él fuese presidente no podrían normalizarse las relaciones bilaterales. Tras su decisión, recibió el apoyo de sus homólogos de Ecuador y Bolivia.

Hugo Chávez anunció la salida de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), a la que consideró de forma tajante “una gran mentira” y mortalmente herida después de la firma de los TLC de Colombia y Perú con EE.UU. Según su punto de vista, no tenía sentido que Venezuela siguiera en la CAN, un organismo que solo sirve a las elites y a las transnacionales y no “a nuestro pueblo, a los indios o a los pobres” (Malamud, 2006).

El hiperpresidencialismo característico de la época, demarcó el camino de la integración a partir de la construcción de políticas exteriores personalizadas, anidadas en rencillas personales y visiones dogmáticas. “El excesivo protagonismo de los presidentes en política exterior, vinculado al hiperpresidencialismo de casi todos los países de la región, minusvalora el papel de técnicos, asesores y expertos” (Malamud, 2015).

En este sentido, se perdió de vista el importante proceso que estaba llevando Allan Wagner, Secretario General de la CAN, quien se encontraba negociando un Tratado con la Unión Europea (UE), en lo que se pensaba que era un avance hacia la implementación de una política exterior común. Sin embargo, este acuerdo con la UE finalmente se suscribió a nivel individual con Colombia y Perú; indiscutiblemente, ello hubiese tenido un efecto amplificado de haberse dado en el marco de la integración.

En medio de este contexto, complejo y polarizado, el establecimiento de un liderazgo claro al interior de la CAN es una misión imposible. Incluso con la salida de Venezuela del bloque, el fraccionamiento interno es una constante, identificándose dos subgrupos: Bolivia-Ecuador y Colombia- Perú, de acuerdo a su visión de desarrollo y crecimiento económico. Si bien con la presidencia actual de Lenin Moreno se prevé un cambio en el discurso, la permanencia de Evo Morales en el poder y su apego a la doctrina del Socialismo del siglo XXI, seguirá suponiendo una grieta en el proceso de integración, y perpetuará el recuerdo de rencillas que impedirán, por cuestiones de ego y geo estrategia, que alguno de los cuatro miembros tome las riendas de la Organización.

En términos generales desde esta perspectiva política, se evidencia una falta de voluntad política y de compromiso con la integración que se refleja en la destinación de esfuerzos técnicos y económicos para dotar a la CAN de legitimidad democrática, instituciones fuertes, cooperación interinstitucional, armonización de legislaciones, etc.

Conclusiones: teoría y realidad

El estudio del razonamiento de Mitrany para entender las razones para adelantar procesos de integración, para posteriormente conocer un poco más a fondo la estructuración del tema central del trabajo, la CAN, y la incidencia de figuras visibles en su desarrollo, ha sido una línea secuencial que ha permitido entender los escasos resultados de esta comunidad, que apenas alcanza un 8% del volumen de comercio entre los países miembros.

Las teorías en torno a la integración, explican cómo funciona el mundo de cara a los nuevos retos nacionales e internacionales que requieren de la cooperación para completar las tareas y cumplir con los resultados que los Estados deben garantizar para el correcto funcionamiento de sus sociedades. Así, más que una llamada de auxilio a un vecino, la integración es un camino para aumentar la eficiencia y la funcionalidad del aparato estatal, aún más cuando se desarrolla en un contexto como el latinoamericano: un poco convulso, fragmentado y estructuralmente débil con respecto a otras regiones del mundo.

A pesar de tener posiciones geográficas beneficiosas, y un sinfín de recursos naturales que pueden ser aprovechados de manera sostenible, los países andinos se han concentrado en relaciones bilaterales de vieja data que han supuesto un deterioro de las relaciones regionales, y de lo que podrían ser sus propias ventajas competitivas. El desarrollo de las vías, la infraestructura productiva, los puertos de aguas profundas, entre otros, parece estar dirigido hacia la dirección política del gobernante de turno. Por ejemplo, Colombia ha olvidado que el pacífico supondría la oportunidad de convertirse en un líder portuario de la región, y que la diversificación de productos y socios abrirían más oportunidades para los connacionales, y que algo tan elemental como el fortalecimiento de la infraestructura fronteriza podría mejorar las condiciones de la población de frontera.

Por ello, la CAN o cualquier otra de las tantas iniciativas regionales de integración se han quedado cortas en el alcance de sus objetivos, pues básicamente desde la individualidad de los Estados no se han planteado acciones concretas que lleven a la realidad la posibilidad de la integración de la que se habla desde el siglo XVIII, pues básicamente se cree que para ello se necesita antes que nada voluntad política, aún más cuando ya se tiene dispuesta una arquitectura organizacional como la de la CAN que solo requiere de una inyección de liderazgo y compromiso para funcionar correctamente.

Este problema se ahonda cuando figuras específicas como las estudiadas, se vuelven caudillos ensimismados en sus doctrinas que les impiden conciliar puntos de vista, para encontrar caminos para el cumplimiento del interés general de la población andina. Las visiones particulares sobre el mundo, el comercio, el desarrollo económico y la política, han llevado a un fraccionamiento más profundo de la región, y a una polarización que impide que se materialice el principio de unidad consagrado en el Acuerdo de Cartagena y el protocolo de Trujillo.

Es tal el nivel de personalización y polarización, que países como Venezuela han salido de la Comunidad como una especie de castigo para EE.UU. y sus socios, anteponiendo su posición antiimperialista por encima los beneficios que habría podido suscitar un acuerdo entre bloques regionales, como por ejemplo con la UE. Por su parte, Perú y Colombia también han preferido un viaje en solitario dejando la palabra integración como un concepto retórico dentro de sus discursos.

Desde la perspectiva teórica estudiada, se entiende que la integración no implica que los que participen en ella tengan un mismo pensamiento. Se cree que el requerimiento esencial es entender que la política debe sopesar la balanza entre el dogma y la praxis, para que el fin último de la política, el bienestar general, se haga realidad apelando a todos los instrumentos que el escenario internacional ha dispuesto en las últimas décadas para ello.

Uribe, Chávez (en su momento), Morales y Correa, traspellaron las puertas de la integración andina, no desde una posición funcionalista, sino desde un apoltronamiento de sus egos personales y un discurso populista que exacerbó los ánimos nacionalistas a uno y otro lado de las fronteras, ignorando que finalmente el desarrollo del pueblo latinoamericano no depende de la defensa de un color o una idea, sino de un estudio juicioso, objetivo y pragmático de la economía, el comercio, la infraestructura, y más que todo la política en sí misma.

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  • Mónica Flórez Cáceres (Bogotá, 1987).
    Profesional en Relaciones Internacionales y Estudios Políticos.
  • Máster en Acción Política por la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid, España.
    Actualmente trabaja como profesora universitaria de “Teoría del Estado, Política Exterior e Introducción a las Relaciones Internacionales”.
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