Fue una noticia que nos conmovió a todos y que sucedió ya hace muchos años: después de una larga travesía de 5 días, un joven refugiado cubano de 15 años moría deshidratado antes de llegar a tierra sin haber podido estrenar su libertad. O del otro joven que, escondido en el tren de aterrizaje de un avión para escapar a España, llegó muerto por congelación luego de muchas horas de vuelo. Pensé mucho aquellos días en mi tío. Él también había escapado de su patria en un bote hace ya muchísimos años, y con solo una vieja brújula, un poco de agua, algunas latas de sardinas y sus conocimientos del mar, había hecho el riesgoso viaje junto a tres amigos. Durante los últimos 60 años la Guardia Costera de los Estados Unidos ha recogido a miles de refugiados en las costas de la Florida. No solo han sido los cubanos sino también los haitianos, y recientemente los refugiados de América Latina que buscan una vida mejor. ¿Cuántos habrán muerto en el intento? Nunca lo sabremos. Esto demuestra el inmenso rechazo del hombre a la opresión y su deseo de libertad y a llevar una vida digna, siendo capaces de arriesgar sus propias vidas para obtenerla.
En busca de libertad, se han realizado profundos cambios en algunos países en las últimas décadas: vimos pasmados el derrumbe del muro de Berlín; las revueltas de la juventud en la plaza de Tiananmen en China; el derrocamiento de gobiernos en Hungría, Polonia, Rumania, y recientemente la cruenta lucha de Ucrania para no dejarse esclavizar por Rusia. Sin embargo, todavía quedan pueblos sometidos por el comunismo o por regímenes dictatoriales que quieren democratización, libertad de culto, libre empresa, derecho a la propiedad privada y a expresarse sin censura; derecho a recibir educación religiosa; derecho al voto y a una vida digna. Son personas que han vivido por décadas bajo gobiernos que no respetan los derechos humanos; ciudadanos que han sido bombardeados por ideas materialistas y ateas. Pienso en los que por sus declaraciones o por reunirse para estudiar textos no aprobados por el Estado, son considerados “enemigos del progreso, del socialismo y de la revolución”. Aunque no todos esos países son de tradición cristiana, pues los hay también hebreos, budistas, musulmanes y de otras religiones, casi todas las doctrinas ponen en primer plano los valores de la vida personal que subordina los éxitos del hombre en este mundo a una transfiguración interior. El comunismo, sin embargo, ha enseñado a someter los valores individuales a la vida colectiva y presenta las fuerzas materiales como proyecto esencial de la humanidad, negando la existencia de una vida sobrenatural. Por eso es preciso renovar las conciencias de estos pueblos e ir a las raíces que son los principios y los valores. Hay que inyectar en la humanidad conceptos como hermandad, integridad, honestidad, amor, verdad, justicia, perdón. “No solo de pan vive el hombre” dijo Jesucristo durante sus años en la tierra, por lo tanto, con la prosperidad material solamente no se puede ser feliz. Es entonces mucho más difícil, pero más urgente, trabajar por el espíritu que por el estómago o el bolsillo.
El Abad Pierre (1912 – 2007), aquel sacerdote francés miembro de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, que un día descubrió la miseria humana, decía: “Supongamos que mañana, por un golpe de varita mágica, no quedara nada de cuanto existe en la actualidad. Bastaría que al día siguiente un hombre feliz y avergonzado de ser feliz sin los demás, se cruzase con un hombre desgraciado, y que los dos fijasen en aquel momento sus miradas en una pobre madre que llora con sus hijos porque no tiene a donde ir, y los dos exclamasen instintivamente: ‘¿qué podemos hacer ahora mismo para sacarla de apuros?’ Tenemos la obligación de preguntarnos lo que podemos hacer para ayudar a nuestros hermanos”. El Papa San Juan Pablo II, de grata memoria, dijo una vez: “No es suficiente descubrir a Cristo. Tenemos que llevárselo a los demás. Hoy el mundo es tierra de misiones, aun los países de larga tradición cristiana”.
Abramos bien los ojos. En estos momentos miles de hombres, en tu mismo vecindario, en tu iglesia, en tu país, quieren rehacer sus vidas, transformar sus conductas, liberarse del mal, pero caminan desorientados sin saber adónde ir. Necesitan de un Guía y de una Luz que ilumine sus pasos; de una brújula que, como la de mi tío, los lleve a puerto seguro y los haga libres.
- Teresa Fernández Soneira (La Habana, 1947).
- Investigadora e historiadora.
- Estudió en los colegios del Apostolado de La Habana (Vedado) y en Madrid, España.
- Licenciada en humanidades por Barry University (Miami, Florida).
- Fue columnista de La Voz Católica, de la Arquidiócesis de Miami, y editora de Maris Stella, de las ex-alumnas del colegio Apostolado.
- Tiene publicados varios libros de temática cubana, entre ellos “Cuba: Historia de la Educación Católica 1582-1961”, y “Mujeres de la patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba” (2 vols. 2014 y 2018).
- Reside en Miami, Florida.