La revista Convivencia llega a sus cuatro años. Su nombre es necesidad y propuesta. Pero no deseamos hablar de nosotros. Deseamos continuar pensando y sugiriendo para el presente y el futuro de Cuba, sin dejar de poner los pies en esta tierra.
Mirando a la realidad cubana, muchas veces confusa y compleja, vemos, cada vez más, un peligro y una necesidad: el peligro de avanzar cuesta abajo hacia la violencia; la necesidad de poner fin a la crispación, la descalificación moral y el enfrentamiento físico, verbal y mediático, caldo de cultivo y camino seguro para la violencia civil.
No hay cambio real, ni reforma gradual, sin parar en seco ese ambiente guerrerista, ese lenguaje arremetedor, esa manía de ver en el diferente a un enemigo de la Nación. Porque esas actitudes belicosas nos hacen creer que la esencia del mantenimiento de los sistemas de poder total, es la invención de un “enemigo”, lo que significa todo el que discrepe, ya sea interno o externo. La validación ética de los cambios, sean cosméticos o estructurales, es erradicar el enfrentamiento, el ataque, la descalificación pública entre los cubanos.
Mientras, desde arriba, no sean abolidos esos métodos de confrontación y violencia entre cubanos que piensan distinto y actúan pacíficamente; mientras no sea desterrado el lenguaje descalificador y agresivo en la prensa nacional escrita, televisiva, en el ciberespacio; en los centros de trabajo, en las reuniones del PCC, en las organizaciones de masas, en el vecindario; mientras no sean definitivamente proscritos los actos de repudio en nuestras calles, no podremos crecer en confianza, ni esperar con paciencia, ni mucho menos cooperar con los que reprimen y azuzan la violencia entre los hijos de un mismo pueblo.
Una propuesta que puede parecer ingenua: cultivar la amistad cívica
En efecto, este podría y debería ser uno de los cambios profundos que Cuba necesita: pasar de ser súbditos a ser ciudadanos. Pasar de ser enemigos por ser diferentes, a convivir como amigos por ser hijos de una misma Nación. Pasar de la descalificación al respeto de la discrepancia. Pasar de la confrontación entre cubanos y cubanas a la “amistad cívica”, que es otra forma de llamar a “la caridad que nos une”.
¿Cómo se puede hablar de unidad nacional mientras se recurre a los actos de repudio? ¿Cómo se puede hablar de aumentar la confianza cuando unos cubanos reprimen violentamente a otros cubanos y cubanas por pensar diferente, por manifestarlo pacífica y públicamente?
Pudiera parecer una propuesta poco política, poco efectiva, débil e inasible. Pensar que esta es una proposición ingenua podría ser un reflejo de la mentalidad violenta y agresiva, a la que nos han acostumbrado los medios, las arengas, los actos de repudio. Sin embargo, estamos convencidos de que sin este cambio de mentalidad, de lenguaje y de métodos violentos, los cambios en Cuba pueden tomar un camino éticamente inaceptable.
Indultar, amnistiar esa mentalidad de enemigos internos, ese lenguaje y esos métodos de enfrentamiento entre cubanos, sería un buen gesto de voluntad de cambio en vísperas de la visita del Papa Benedicto XVI a Cuba. Por ello, permítasenos citar lo que dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia al respecto de la dinámica entre el justo reclamo por los derechos humanos, el papel del Estado y el cultivo de la amistad cívica como fundamento de la convivencia pacífica:
“El significado profundo de la convivencia civil y política no surge inmediatamente del elenco de derechos y deberes de la persona. Esta convivencia está basada en la amistad civil y en la fraternidad…La amistad civil es la actuación más auténtica del principio de la fraternidad, que es inseparable de la libertad y de la igualdad”. (Cf. Santo Tomás de Aquino, “Sentenciae Octavi Libri Ethicorum”. lect.1)
La revolución francesa trajo al mundo la lucha por estos tres valores universales que deben estar interrelacionados integral y equilibradamente. Los males que ha padecido el mundo después de 1789 son, en el fondo, fruto del desequilibrio entre estos tres valores o la ausencia de alguno de ellos. El capitalismo ultra liberal ha priorizado la libertad del mercado por encima de la igualdad y la fraternidad, provocando que estas dos últimas sufran un visible detrimento o estén ausentes de la vida de la mayoría de los ciudadanos. El “socialismo real”, por su parte, priorizó una igualdad descendente dictada por un Estado totalitario, provocando así graves violaciones a la libertad y a la fraternidad verdadera. Debe llegar la era en que el mutuo equilibrio y la integración de la libertad, la igualdad y la fraternidad sean el camino para una amistad cívica y una convivencia pacífica, construidas responsablemente por el consciente ejercicio de la soberanía ciudadana.
El cambio de hábitat cívico: principio y fundamento de todo cambio político o económico.
En Cuba, nación que ha sufrido los males de ambos sistemas, no habrá cambio de época si no se sustenta en un cambio de conceptos, de mentalidad, de lenguaje y de métodos para que el igualitarismo totalitario no mate a la igualdad, para que la crispación y la violencia no maten a la fraternidad y para que una libertad sin ética no mate, a la vez, a sus dos hermanas: la igualdad y la fraternidad.
El cultivo de la amistad cívica pudiera ser una puerta para garantizar los demás cambios. Así lo afirma el padre del humanismo cristiano contemporáneo, Jacques Maritain:
“Si la estructura de la sociedad surge ante todo de la justicia, el dinamismo vital y la fuerza creadora interna de la sociedad surgen de la amistad cívica. La amistad crea el consentimiento de las voluntades, exigido por la naturaleza pero libremente cumplido, que se encuentra en el origen de la comunidad social.” La amistad cívica “es la fuerza animadora de la sociedad”, bien lo sabía Aristóteles. La justicia y el derecho no bastan; son condiciones pre requeridas indispensables.” Pero una justicia y una amistad cívica requieren de inclusión e igualdad de oportunidad para todos los ciudadanos: “Corresponde a la amistad usar de una manera igual la igualdad que ya existe entre los hombres. Y a la justicia corresponde llevar la igualdad a quienes son desiguales. Cuando se ha alcanzado esta igualdad (a partir de la amistad cívica) la obra de la justicia está cumplida.” (Jacques Maritain. Los derechos del hombre y la ley natural, p. 43-44)
De esta manera también lo expresa, incluso, la filósofa marxista húngara Agnes Heller:
“En el mejor mundo socioeconómico posible, la vida buena depende exclusivamente de la elección existencial y de las elecciones fundamentales del individuo…la bondad de toda persona incluye la virtud de la justicia y el ejercicio de esta virtud en la esfera pública, en la consecución de la felicidad pública. La empatía, la simpatía, la disposición a ayudar, a consolar, a dar consejo, la magnanimidad, el perdón, todas estas son actitudes virtuosas y actos que están más allá de la justicia… ciudadanos del mundo actual, llegamos a la conclusión de que no es posible ser honrado sin ir, a veces, más allá de la justicia.” (Agnes Heller. “Más allá de la justicia”, p.343)
Es por ello que consideramos que las reformas estructurales y sustanciales en Cuba, no serán profundas y duraderas, ni alcanzarán los objetivos de libertad, justicia y paz, si no se cambia la atmósfera entre la diversidad de los cubanos. Es necesario y urgente el cambio del hábitat cívico pasando de una sociedad falsamente unida a una sociedad que se mire en el espejo y se reconozca como es: diversa, sanamente discrepante, empecinadamente incluyente. Es necesario pasar de un clima de “enemigos necesarios” dentro de una misma comunidad nacional, a un aire nuevo donde podamos respirar todos sin necesidad de convertir en traidores o enemigos a los que piensan, actúan o creen diferente y pacíficamente. También es necesario que la sociedad civil destierre la mentalidad, métodos y lenguaje descalificador para fundamentar sus propuestas. Sin este cambio de hábitat cívico no alcanzaremos los otros cambios que anhela la mayoría de la nación cubana.
Veamos, usando nuestra capacidad de idear el futuro, si no la hemos perdido, dos ejemplos:
1. Reformas o cambios económicos en Cuba.
Una visión de futuro: Imaginemos que esos cambios que, hasta ahora, no modifican la esencia del sistema socialista centralizado, alcancen gradualmente transformar la economía estatalizada y paternalista en una economía de mercado, liberando real y eficazmente, las fuerzas productivas de toda la sociedad y desbloqueando la emprendedora iniciativa de los cubanos y cubanas de aquí y de la diáspora.
Algunos frutos positivos: Se comienzan a respetar las leyes económicas, se desatan las fuerzas productivas autogestionadas, el mercado da sus resultados productivos, la vida de los cubanos y cubanas puede tener sentido sostenible permaneciendo en Cuba. Cada cual puede optar libremente por su proyecto de vida familiar, económica y profesional. La iniciativa y la propiedad privada garantizan una vida más próspera y evitan el paternalismo y el control totalitario del Estado.
Limitaciones y dinámicas negativas: Sin fomentar la amistad cívica la economía se vuelve desigualdad deshumanizante. Las leyes económicas del mercado, sin las regulaciones necesarias y consensuadas pueden transformar a la sociedad cubana en una selva feroz. La libertad mal usada puede convertir al hombre en lobo para el hombre, como lo ha hecho también el Estado. La competencia salvaje sin humanismo puede mantener y acrecentar el clima de hostilidad, crispación y ataques despiadados entre cubanos. La carrera insaciable y sin alma por mercados y ganancias puede crear un clima invivible; igual al de ahora, pero de signo y color diferentes.
Propuestas para un cambio económico lo más humano posible: La promoción de la amistad cívica mediante un sistema de educación que cultive la fraternidad y la solidaridad entre los cubanos y cubanas, como lo ha demostrado gran parte de nuestro pueblo dentro y fuera de la Isla, puede moderar, regular y crear un clima de convivencia cívica que ayude a construir, entre todos, una economía social de mercado, abierta, eficiente, subsidiaria y solidaria. Otras propuestas más concretas pudieran ser: La promoción de la banca ética, las empresas con responsabilidad social, la pequeña y mediana empresa, las cooperativas de todo tipo y la tributación consciente como forma de responsabilidad con el bien común. En resumen: educar para la libertad con responsabilidad.
2. Reformas o cambios políticos en Cuba
Una visión de futuro: Imaginemos que, usando el sentido común y la responsabilidad sobre la vida de los ciudadanos, y para evitar la violencia y la pobreza crecientes, comiencen los cambios políticos que pongan a Cuba en el camino de las naciones modernas. Se crea el marco legal estable que reconoce y protege el pluralismo connatural de toda sociedad. Se transita por los tres escalones de un cambio político que coloque la soberanía y la independencia de Cuba, de los cubanos, a la altura de la globalización de la solidaridad y la prosperidad, a saber: uno, el reconocimiento y la protección legal de la diversidad, despenalizando la discrepancia. Dos, el reconocimiento y la protección legal de la inclusión de todas las propuestas políticas pacíficas que acepten la alternancia democrática limitada por la voluntad soberana de los ciudadanos. Tres, el reconocimiento y la protección legal de la participación cívica y política “con todos y para el bien de todos”.
Algunos frutos positivos: Los cubanos y cubanas podrán disfrutar de una libertad cívica y política garantizada por un marco jurídico estable. Tendríamos unos tribunales independientes, un espacio cívico para el debate, la discrepancia y el consenso. Y los que tengan vocación podrán ser propuestos o proponerse para hacer del poder político un verdadero servicio público. El pluripartidismo pondrá a la luz de las calles y plazas la diversidad de nuestra nación y su alma multicolor. Cuba dejará de ser una nación sumergida en la simulación y el miedo para asumir una forma de vida expuesta y transparente.
Limitaciones y dinámicas negativas: Sin amistad cívica la política se vuelve campo de batalla deshumanizante. No se discuten programas de gobierno sino se ataca la vida privada de los políticos. No se tiene el poder para servir a los demás sino que los políticos se servirían de los demás para escalar hasta el poder y dominar. Las campañas electorales se convertirían en batallas de desprestigio del diferente y en sacar trapos sucios de su gestión o la de su partido. El clientelismo, el populismo y el caudillismo ayudarían a enraizar el falso criterio de que la política es “algo sucio”. Los malos médicos no hacen que se considere a la medicina como algo sucio.
Propuestas para un cambio político lo más humano posible: Una educación ética y cívica para la vida pública puede formar ciudadanos fraternos y propositivos. Asegurarse en la convicción de que todos somos humanos y por tanto perfectibles, frágiles, sujetos de errores y limitaciones. La amistad cívica haría que la libertad política pueda ser vivida como en aquellos países más civilizados en que hacer política no es aprender a morder y a desacreditar al adversario, sino aprender cómo y con qué recursos administrar mejor el país; servir mejor a los connacionales; integrarse en este mundo cada vez más interdependiente; y sobre todo, aprender a cuidar a los ciudadanos, poner su vida y su dignidad como valor supremo; contribuir a la prosperidad del país; y aprender a ejercer la subsidiaridad y la solidaridad con los más vulnerables en la consecución de la felicidad personal posible y en el bien común alcanzable. En fin se trata de educar para que un político no sea, por definición y acción, el enemigo de los demás políticos o de su pueblo, sino su hermano en la causa común del bienestar nacional, la paz y la cooperación internacional.
¿Qué entendemos como un cambio de mentalidad?
Estos dos ejemplos pudieran servir para darnos cuenta que la propuesta de educar para la amistad cívica y para la convivencia pacífica no es una propuesta “piadosa”, ni una sugerencia pietista o “seudo-religiosa”, ni siquiera una contribución ingenua. Lo que estamos proponiendo tiene una fuerte dimensión antropológica en un mundo que ha reducido a la persona humana a una máquina de producir o consumir; o por el contrario, a una masa indefensa y sin rostro. Por eso mucha gente desacredita al mercado inhumano; o deja de creer en los políticos, en los partidos e incluso, y aún más grave, en las instituciones democráticas.
Este es el peor de los escenarios para el futuro de toda nación. Entendemos como un cambio de mentalidad que en todo país civilizado se deben tener y creer, en las leyes económicas aunque sean por naturaleza limitadas. Hay que regularlas buscando la insustituible relación entre ética y economía. Por otro lado, todo pueblo civilizado debe tener y creer, en las instituciones democráticas universalmente probadas, incluyendo partidos políticos y políticos como servidores de la nación, aunque como toda obra humana tengan fallos y sean limitadas. Hay que ennoblecerlas cultivando la relación inalienable entre ética y política. Es decir, poner el bien común por encima de lucha de clases. Es necesario recordar aquella paradigmática frase del senador pinareño José Manuel Cortina durante la Asamblea Constituyente de 1940: “¡Los partidos fuera! ¡La patria adentro!”
Todo el mundo se preguntará el porqué y el cómo. Recordamos una vez más al padre Félix Varela, fundador de nuestra cultura y nacionalidad, que responde a estas interrogantes con la necesidad de crear estados de opinión, labor fundamental de la prensa y de la sociedad civil; y al mismo tiempo, lograr que todo el mundo perciba que los ánimos están de acuerdo:
“¿Para qué, me dirás, hablar tanto de partidos? Para hacer ver, mi querido Elpidio, que por más justa que sea una causa y más sagrado su objeto, su ruina es inevitable si prevalece en ellos la impiedad; y como el género humano está necesariamente compuesto de partidos, resulta que la impiedad, enemiga de la virtud, siembra la desconfianza en los pueblos e impide su felicidad. Solo un vínculo interno puede unir a los hombres cuando no pueden ser sometidos a los externos. No se funda, pues, la confianza de un partido sobre otra base que el sentimiento de justicia, de sensatez y de honor, que supone en los demás el que de buena fe profesa unos principios (…) Y a los que siempre andan diciendo: ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Es preciso ponérselo?… Fórmese la opinión y basta… y perciba todo el mundo que los ánimos están de acuerdo y entonces… ¡Gato escaldado, del agua fría huye!” (Cartas a Elpidio. Sobre la impiedad. Y El Habanero)
Digámoslo una vez más, unos caminos seguros y eficaces para los cambios de conceptos, de mentalidad, de métodos y de sistema económico y político que Cuba necesita son, entre otros: crear ese vínculo interno que es la amistad cívica; edificar la confianza sobre la base de suponer la buena fe, la sensatez y el honor en los de otros partidos y no considerarlos enemigos, traidores o mercenarios; la creación de estados de opinión diversos y consensuados y una sistemática educación ética y cívica.
Cambiar de mentalidad y de actitudes en Cuba es cambiar los conceptos de la lucha de clase por los de la amistad cívica.
Cambiar de mentalidad y de actitudes en Cuba es cambiar la dictadura del proletariado por la inclusión participativa y por el ejercicio de la soberanía de todos los ciudadanos.
Cambiar de mentalidad y de actitudes en Cuba es cambiar la necesidad de un enemigo externo o de traidores o mercenarios internos por la mentalidad de que todos somos cubanos y cubanas unidos en la diversidad.
Cambiar de mentalidad y de actitudes en Cuba es cambiar el poder como dominación paternalista y mesiánica por un poder como servicio desinteresado, alternante, limitado y sometido a la voluntad ciudadana.
Cambiar de mentalidad y de actitudes en Cuba es cambiar del vivir en el miedo y la paranoia, justificados por la delación y la represión física y psicológica violenta, por un vivir en la confianza, la solidaridad y la amistad cívica.
Cambiar de mentalidad y de actitudes en Cuba es dejar ese ambiente militarista, esa memoria guerrerista, ese cultivar la confrontación como método de vida, por un estilo civil, pacifista, por una convivencia en paz y sosiego.
Cambiar de mentalidad y de actitudes en Cuba es dejar de vivir con las máscaras políticas de la simulación y el oportunismo, para asumir un estilo de vida transparente y comprometida con la nación, no con una de sus partes o partidos.
Cambiar de mentalidad y de actitudes en Cuba es también cambiar la animadversión, las descalificaciones y los ataques entre los diferentes partidos de la oposición y entre los diversos grupos de la sociedad civil por el diálogo respetuoso y abierto acerca del mejor futuro para Cuba.
Sabemos que proponer este cambio podrá ser tildado de subjetivo y espiritual. Pero sabemos que cada uno de los cubanos y cubanas somos y seremos plenamente humanos gracias a esa dimensión espiritual. Un día veremos más claramente lo costoso que ha sido, y puede ser, el haber subvalorado, preterido o incluso reprimido esa dimensión espiritual inasible, inabarcable, pero absolutamente real y necesaria que es el alma de la Nación.
Cultivar la amistad cívica y la convivencia pacífica es redimir y plenificar el alma de la Nación, y la de todos y cada uno de los cubanos y cubanas.
Ningún cambio será pleno, estable, profundo y humano, si no tiene como base y principio este cambio.
Pinar del Río, 6 de enero de 2012