La Academia Católica de Ciencias Sociales: memoria, herencia y compromiso

Conferencia pronunciada por Dagoberto Valdés Hernández en el Centro de Estudios “Fray Bartolomé de Las Casas”

 Deseo agradecer a Dios y a la comunidad de los frailes dominicos, especialmente al Padre Uña y al Padre Lester, por invitarme a participar en las celebraciones por el Centenario del “Nuevo Letrán” en El Vedado. Hace muchos años, cuando esta Aula comenzaba, tuve el honor de pronunciar aquí una de las primeras conferencias y después otras. 

 

Conferencia pronunciada por Dagoberto Valdés Hernández en el Centro de Estudios “Fray Bartolomé de Las Casas”, con ocasión del Centenario del Convento de San Juan de Letrán. La Habana, 10 de noviembre de 2016.

 

El Padre Fray Manuel Uña, o.p., Prior del Convento de San Juan de Letrán, con Dagoberto Valdés.
El Padre Fray Manuel Uña, o.p., Prior del Convento de San Juan de Letrán, con Dagoberto Valdés.

 

Deseo agradecer a Dios y a la comunidad de los frailes dominicos, especialmente al Padre Uña y al Padre Lester, por invitarme a participar en las celebraciones por el Centenario del “Nuevo Letrán” en El Vedado. Hace muchos años, cuando esta Aula comenzaba, tuve el honor de pronunciar aquí una de las primeras conferencias y después otras. Este convite, y aquellas gratas memorias, me permiten decir, con alegría, lo que expresó aquel dominico insigne al regreso a su querida aula de Salamanca: (“Dicebamus hesterna die...”), “Como decíamos ayer…”

 

MEMORIA

 

El Centenario de este Convento, y el tema que me ha propuesto el querido Padre Uña, me son entrañables e inspiradores: “La Academia Católica de Ciencias Sociales: memoria, herencia y compromiso”.

 

Hacer memoria para nosotros los cristianos no es regresar al pasado como arqueología, sino como un viaje a las raíces, turgentes de savia nueva para alimentar el presente y vislumbrar el porvenir. Así nos acercamos a las primeras décadas del siglo XX cubano. Allí beberemos de los retos de una República recién nacida con fuertes dolores de parto y un cordón umbilical enredado en su tierno cuello. Allí veremos la respuesta y las propuestas de la Iglesia católica en el nacimiento de aquellos tiempos nuevos para Cuba. La vocación materna, samaritana y reconciliadora de la Iglesia se prueba y se ejercita especialmente en el parto de las nuevas etapas de las naciones de las que forma parte. En esos tiempos, como en los nuestros, la Iglesia y especialmente los laicos cristianos, tenemos el desafío, la tarea y el compromiso de facilitar los difíciles y fecundos equilibrios entre continuidad e innovación, entre la fidelidad a nuestras raíces y las nuevas floraciones, anuncio y adviento de la frutación propia del tránsito entre dos luces que precede todo amanecer promisorio. En eso estuvo y aportó este Convento hace cien años y aquí mismo, según nos narra el Dr. Salvador Larrúa, eminente historiador y terciario dominico:

 

“…fundaron un Instituto para estudiar los problemas de la sociedad cubana y proponer soluciones en el marco de la Doctrina Social Católica: este Instituto fue la Academia Católica de Ciencias Sociales, inaugurada el 26 de octubre de 1919, (hace 97 años), en un acto sencillo presidido por Mons. Tito Trocchi, Delegado Apostólico para Cuba y Puerto Rico, y Mons. Pedro González Estrada, Obispo de La Habana. La ceremonia tuvo lugar en un local del Convento de San Juan de Letrán donde sesionó la Academia por 38 años, hasta su desaparición a fines de 1957. Entre los socios de número figuraron personajes como los Rectores, doctores Mariano Aramburo y Machado y Manuel Dorta Duque, lumbreras de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, los Consiliarios fray Francisco Vázquez o.p. y fray Germán Hilaire o.p., el Cardenal-Arzobispo de La Habana Mons. Manuel Arteaga y Betancourt, el Secretario del Arzobispado Mons. Alberto Méndez, el Deán de la Catedral Mons. Felipe Caballero, y los doctores José María Chacón y Calvo, José Guerra López, Francisco Elguero Iturbide, José López Pérez, Domingo Villamil, Francisco Lamelas y Juan Isern. Aunque no fue socio de número, Fernando Ortiz fue colaborador ocasional de la Academia.1

 

Otras fueron también las respuestas de la Iglesia al inicio de la República como la cubanización del clero, la inculturación del Evangelio, la promoción de devociones autóctonas como la de la Virgen de la Caridad, la fundación de colegios, la formación y organización del laicado, entre otras.

 

Sin embargo, la fundación de la Academia Católica de Ciencias Sociales tenía un propósito muy edificante en el sentido estricto de la palabra. Sus Estatutos declaran ya desde el Artículo 1 del Capítulo uno lo siguiente: “La Academia… tiene como objeto el estudio y esclarecimiento de las cuestiones que dichas ciencias (sociales) comprenden, y la iniciativa y promulgación de reformas que conduzcan al mejoramiento moral y económico del proletariado, a la armonía de las diversas clases sociales y al cumplimiento cristiano de la justicia.”2

 

Su singularidad en aquellas épocas tempranas para la sistematización de la Doctrina Social de la Iglesia, que fue elevada al rango pontificio con la memorable encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII en 1891, solo 28 años antes que se fundara la Academia “con el propósito de estudiar los graves problemas que aquejaban a la sociedad cubana…, y buscar, proponer e implementar las soluciones más adecuadas…” Esto convertía a la Academia en una institución católica en el mundo de aquella época, “única en su género y que no tenía antecedentes en ninguna parte del mundo.”3 Lo que convirtió a Cuba en una avanzada del estudio y aplicación de la DSI en todos los ambientes sociales, económicos, jurídicos, académicos.

 

“Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 12,33) dijo Jesús de Nazaret y la Academia Católica de Ciencias Sociales no tardó en dar abundante, oportuno, justo y necesario fruto. No se ciñó este centro de estudios a alienarse en elucubraciones narcisistas o descafeinadas. Miró a su alrededor la realidad, buscó inspiración, no copia al calco, ni injerencias foráneas, sino luz para crear, alma para proponer, desde dentro, desde la identidad cubana y cristiana, siendo “protagonistas de su propia historia personal y nacional”4 a la muy temprana edad de los 17 años de la República, incipiente y condicionada por las heridas de la violencia pasada y los condicionamientos foráneos. Así actúa la Iglesia, y en ella los laicos cristianos, desde dentro, fieles a su pueblo, proponiendo soluciones, plenificando talentos, formando conciencias en la escuela del Padre Varela, de Luz, de Martí.

 

Muchos fueron esos frutos de variadas y audaces propuestas, los que demostraban que la Academia cumplía su compromiso de aportar para ser parte de la solución y no del problema. Entre sus obras de impacto social debemos destacar solo doce:

 

 

  1. El Código del Trabajo (1919-20).
  2. La Reforma económica (1922).
  3. La Reforma política (1922).
  4. El Proyecto de Viviendas Económicas para Obreros (1920).
  5. El proyecto de Ley de Protección de la Mujer (1921).
  6. El Proyecto de Protección a los Niños (1921).
  7. Los Estatutos de la Unión Nacional de Trabajadores, primera federación obrera de Cuba (1922).
  8. El currículum de la Carrera de Derecho que rigió, al menos teóricamente, desde 1920 hasta década de los años 90.
  9. Las Conferencias Públicas para Obreros que impartía semanalmente en el Centro Gallego para instruir a los trabajadores en sus derechos (1921).
  10. La publicación trimestral de la “Revista Antillana”, su órgano de expresión.
  11. La influencia en la redacción de la Constitución de 1940.
  12. La influencia en la redacción de la Declaración Universal de los DD.HH. de la ONU en 1948.

 

 

No podremos, por razones de tiempo, en esta conferencia, presentar y valorar cada uno de estos frutos de la Academia. La bibliografía citada, especialmente la obra del Dr. Salvador Larrúa Guedes, nos invita a beber de la profética y vigente obra de los laicos cubanos de las primeras décadas de la República, en su empeño de aportar pensamiento y propuestas inspirados en la aplicación del humanismo cristiano y la Doctrina Social de la Iglesia.

 

Desearía solo detenernos en la trilogía inseparable de tres proyectos de la Academia: El Código del Trabajo, la Reforma Económica y la Reforma Política, presentados los tres proyectos entre 1920 y 1922.

 

Las prioridades y precedencias escogidas por la Academia también son un mensaje del carácter y las esencias de la Doctrina Social de la Iglesia: los trabajadores, el desarrollo y la política. Esta última debe estar al servicio de los dos primeros y no a la inversa.

 

En efecto, un Código de Trabajo no puede aplicarse sin una profunda reforma económica. El texto de 50 páginas del Proyecto de Reforma Económica publicado en 1922, proponía un modelo de economía social de mercado, que garantizara la justa relación entre trabajo y capital, la creación de la riqueza, la creación de empleos, la justa distribución de los bienes y servicios, alta productividad y salarios justos, garantía para la seguridad del trabajador y la protección a los más vulnerables.

 

Y avanzaba aún más, teniendo en cuenta que se trataba de la segunda década del siglo pasado. La propuesta fundamentaba ese modelo económico en tres ejes de demostrado carácter social e integrador, un sistema de acciones, un régimen cooperativo y la unificación de la moneda a nivel mundial, todo resumido en un párrafo que debo citar dividiendo en dos para su mejor comprensión:

 

Una primera propuesta para la economía nacional: “La sociedad del obrero con el patrono por medio del accionariado del trabajo, y mediante este, la consecuente constitución del régimen cooperativo, con la distribución simultánea de la propiedad rural entre los campesinos, traerá el término de la lucha de clases, el aumento y mejora de la producción, la ascensión moral y económica del obrero y el incremento y robustez de la clase media”.5

 

Y una segunda propuesta para el comercio internacional: “El libre cambio abaratará las subsistencias y acrecentará la comunión de los intereses y la intimidad de los sentimientos amistosos entre los varios pueblos diseminados por la tierra, ensanchando y fortificando entre los hombres, de diversa lengua y raza, la conciencia de la solidaridad de la especie humana en la obra y el goce de la civilización. La internacionalización de la moneda facilitará los cambios y minorará los quebrantos de la riqueza de cada nación, multiplicando los lazos de la armonía y las fuentes del bienestar humano”.6

 

Así quedaba propuesta la relación inalienable entre el Código del Trabajo y la Reforma Económica, pero la Academia completó la trinidad del proyecto-país: Si bien es verdad que no habrá verdadera promoción del mundo del trabajo sin una reforma económica, es también correlativa de la reforma económica una reforma política que cree el marco legal y constitucional que la institucionalice y le ofrezca garantías de estabilidad, condición indispensable, tanto para garantizar los derechos de los trabajadores como para estimular a empresarios nacionales e inversores extranjeros.

 

De este modo la Academia propuso en el mismo año 1922 un proyecto de Reforma Política cuya aceptación e impacto no fue inmediato, como tampoco lo fue el Código y la Reforma Económica.

 

Por su parte, el Código del Trabajo fue postergado dentro del País pero reconocido e imitado por la más alta instancia laboral del mundo, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en dictamen de 1929, a solo nueve años de fundado este organismo especializado de la ONU que lo valoró así:

 

…el Proyecto cubano de un Código del Trabajo de hondo contenido social supera en materia de legislación obrera a sus homólogos de otros países… lo que significa un adelanto de muchos años respecto a las demás naciones…7

 

Al no progresar tampoco inmediatamente las otras dos reformas económica y política, la Academia no se detuvo y, como los cristianos creemos en la fuerza de lo pequeño y la eficacia de la semilla8, aquellos laicos y frailes sembraron semillas proféticas, adelantos visibles y evaluables de las grandes propuestas. Así surgieron microproyectos como: el Proyecto de Viviendas Económicas para Obreros para cuya implementación el Congreso de la República, por Ley dictada en 1922, votó aplicar 1 millón 300 mil pesos de las reservas nacionales para construir 2000 casas. (Con los fondos aprobados, después surgió en La Habana un barrio de 10000 viviendas bautizado con el profético nombre de Redención); el proyecto de Ley de Protección de la Mujer (1921); el Proyecto de Protección a los Niños (1921); los Estatutos de la Unión Nacional de Trabajadores, primera federación obrera de Cuba (1922); el currículum de la Carrera de Derecho que rigió, al menos teóricamente, desde 1920 hasta década de los años 90; las Conferencias Públicas para Obreros que impartían en el Centro Gallego, semanalmente, Fray Francisco Vázquez, prior de este Convento de San Juan de Letrán y otros consiliarios y laicos académicos, con el fin de instruir a los trabajadores en sus derechos. A esta labor educativa le acompañó la publicación trimestral de la “Revista Antillana”, órgano de expresión de aquel centro católico de estudios.

 

El impacto positivo e iluminador que tuvo la Academia y sus proyectos en la redacción de nuestra Constitución de 1940 y en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, son temas que marcaron la impronta del humanismo de inspiración cristiana en la vida nacional y en la comunidad internacional y deben ser tratados en otra ocasión como merecen.

 

HERENCIA

 

Hoy, a casi cien años de fundada aquella pionera del empeño por los estudios sociales de la Iglesia Católica en Cuba, todos sus proyectos mantienen una asombrosa y raigal vigencia de la que debemos beber actualizándolas a los tiempos nuevos que estamos viviendo.

 

El documento final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC, 1986) que abrió las puertas de la Iglesia en Cuba a una nueva etapa encarnada, orante y misionera, luego de caminar serenamente por las páginas de la historia, no quiso quedarse en el pasado, ni estudiarlo como una pieza de museo, sino que sacó de la historia, madre y maestra de vida, aquellas lecciones que constituían, inspiración y enseñanza para el presente y el futuro.

 

Una de esas lecciones de la historia nos recuerda que: “Aún en medio de un contexto indiferente, e incluso adverso, el Evangelio es capaz de suscitar hombres y mujeres que proféticamente se adelantan a su época y luchan por construir nuevos caminos para un más elevado humanismo.”9 Eso hicieron los laicos y frailes de la Academia Católica de Ciencias Sociales.

 

Hoy se presentan para la Nación y la Iglesia cubanas, nuevos retos y necesidades. El Evangelio fue, es y seguirá siendo una “buena noticia”, una “gran alegría”10 para nuestro pueblo. Pero solo será buena y nueva noticia si los laicos y los pastores de hoy nos empeñamos, con serenidad y audacia, a “trasvasar” los valores y virtudes evangélicos a nuestra cultura que ya tuvo matriz cristiana. Para que esos valores y esos modelos de persona y de sociedad constituyan, de verdad, una buena noticia con la novedad que exigen los tiempos actuales, debemos empeñarnos en vivir tres actitudes de Jesús: la encarnación, la liberación, y la inclusión universal.

 

La encarnación cristiana podría traducirse en la Cuba de hoy como un llamado a permanecer aquí, a comprometerse con los cambios que se requieran, a promover el amor a Cuba junto con el amor a Dios. En fin, a vivir con los pies y la cabeza puestos en esta Isla para servir a la entera nación cubana.

 

La liberación cristiana, que llamamos redención, supone que nos comprometamos hoy por vivir una actitud samaritana según las bienaventuranzas: curar las heridas históricas sin abrir nuevas ni enconar las viejas, liberar de las ataduras de la alienación propia o inducida, romper las cadenas del odio y de la revancha, desatar los nudos del “y tú más” y del vivir en el miedo al enemigo interno y foráneo.

 

La inclusión universal es el distintivo del aporte social cristiano. Si “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (I Timoteo 2,4) ¿por qué nosotros vamos a impedirlo, o a excluir a algunos de nuestros hermanos y compatriotas por su forma de pensar, por sus preferencias filosóficas, opciones políticas, la orientación sexual o el color de su piel? La esencia del pensamiento martiano ha postulado siempre esa unidad en la diversidad que tan magistralmente resumió en la tan conocida frase: “Aquí velábamos; aquí aguardábamos; aquí anticipábamos; aquí ordenábamos nuestras fuerzas; aquí nos ganábamos los corazones; aquí recogíamos y fundíamos y sublimábamos, y atraíamos para el bien de todos, el alma que se desmigajaba en el país… Y esto hacemos aquí, y labramos aquí, sin alarde, un porvenir en que quepamos todos.”11

 

A estas tres actitudes que podemos aprender de la obra de la Academia: encarnación, liberación e inclusión, podríamos agregar otras tres: propuesta, novedad y lenguaje. En efecto, el proyecto de vida para laicos y pastores que emana de la Academia es y debe ser, proactivo para ser parte de las soluciones y no empantanarnos en la queja inútil. Novedoso para no regresar al pasado, caer en los mismos errores y avanzar hacia las “Rerum Novarum”, las cosas nuevas. Todo con un lenguaje de respeto a las propuestas y a la diversidad, un lenguaje sereno y pacífico que sosiegue la crispación y promueva la unidad y la fraternidad.

 

La Iglesia es la primera que debe acoger esta herencia evangélica promoviéndola en su interior y en el alma de la nación de la que forma parte inseparable.

Así nos lo enseña el ENEC en sus lecciones de la historia: “Cuantos más servicios prestó a las necesidades sociales, tanto más la Iglesia se encarnó en medio del pueblo, y mientras más cercana estuvo de los hombres (y mujeres) más eficaz y fructífera fue su labor evangelizadora. De modo que una mayor apertura al sentir de los hombres, la hizo vibrar con sus alegrías y penas, con sus angustias y esperanzas. En estas épocas se albergó en el mismo corazón cubano el amor a Cristo, el amor a la Iglesia y el amor a la Patria. Fueron períodos fundacionales y definitorios para que nuestra idiosincrasia quedara iluminada por la fe cristiana.”12

 

Hoy estamos también en tiempos de refundación y redefinición para responder a los nuevos desafíos que nos presenta la situación internacional y las nuevas generaciones de cubanos, al mismo tiempo que mantengamos lo mejor de nuestras raíces identitarias y las herencias que nos legaron los que han ido levantando, paso a paso, el edificio de la nación que tiene como cimientos a Varela y a Luz, a Céspedes y a Martí.

 

COMPROMISOS

 

En fin, a la memoria y herencia deben corresponder los compromisos, personales, eclesiales y sociales. Como siempre ha sido y debe seguir siendo, la evangelización de la cultura, y la correlativa aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia, forman parte inseparable y esencial de la vocación de todos los cristianos, y muy especialmente a la vocación y compromiso de nosotros los laicos católicos, cada cual según sus carismas y circunstancias, en la más rica e incluyente diversidad de iniciativas y aportes, fomentando obras cívico-culturales al servicio de Cuba.

 

Estas obras pueden formar parte de las estructuras pastorales de la Iglesia y también, como en todos los otros lugares, formar parte de las iniciativas que corresponden a la vocación y la misión de los laicos encarnados en el entramado de la sociedad civil. Ambos casos mantienen ese dinámico y complejo equilibrio en la identidad de los laicos de la que nos hablaban los obispos latinoamericanos en Puebla de los Ángeles:

 

“Los laicos deben ser hombres de Iglesia en el corazón del mundo y hombres de mundo en el corazón de la Iglesia.”13

 

Durante muchos años, los laicos cubanos hemos priorizado la segunda parte de esta inseparable ecuación: ser hombres de mundo en el corazón de la Iglesia. Quizá hemos convertido el corazón en quiste, el latido en dormición, el hogar en refugio y la familia en capillismos, como nos recordaba el Papa Francisco en su visita a Cuba.

 

Qué bueno sería que equilibráramos nuestros compromisos sin abandonar ninguno, según la diversidad de dones y carismas, que enriquecen tanto a la Iglesia y a la sociedad en que vive y hagamos proyectos de vida concretos aquellas clásicas enseñanzas del Concilio Vaticano II aplicadas en la Exhortación apostólica Evangelli Nuntiandi del recordado Papa Pablo VI:

 

La misión específica y la acción evangelizadora de los laicos, “su tarea primera e inmediata no es la institución y desarrollo de la comunidad eclesial -esa es la función específica de los pastores-, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas, escondidas pero a la vez ya presentes y activas, en las cosas del mundo…”14

 

Y la Iglesia considera las “cosas del mundo” con una mirada compleja: por un lado considera lo superfluo y a veces estructuralmente pecaminoso de la banalidad o vaciedad de algunos estilos de vida que el Papa Francisco llama “mundanidad”; y por el otro lado, considera al mundo como el campo específico y el “lugar teológico” de los laicos, y en el que todos los creyentes buscamos edificar el Reino de Dios, sembrando las semillas de ese Reino en las matrices de lo relativo, lo pasajero y lo perfectible del mundo de la economía, la política, la sociedad civil, las relaciones internacionales, para fecundar las semillas de la eticidad y la solidaridad, para superar las banalidades de este mundo y para promover todo lo que conforma la plena dignidad de la persona humana y el llamado bien común de la sociedad. También englobado en lo que se concibe como el mundo de la cultura, es decir, de las formas de vida y de relaciones que se establecen entre los seres humanos, entre ellos y la naturaleza y entre estos y Dios.

 

Así lo reconoce el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, quizá un gran desconocido entre nosotros en Cuba, cuando señala: “La perfección integral de la persona y el bien de toda la sociedad son los fines esenciales de la cultura. La dimensión ética de la cultura es, por tanto, una prioridad en la acción social y política de los fieles laicos… una cultura puede volverse estéril y encaminarse a la decadencia, cuando se encierra en sí misma y trata de perpetuar formas de vida anticuada, rechazando cualquier cambio… El segundo desafío para el compromiso del cristiano laico se refiere al contenido de la cultura, es decir, a la verdad… porque todos los hombres tienen el deber de conservar la estructura de toda la persona humana… una correcta antropología es el criterio que ilumina y verifica las diversas formas culturales históricas.”15

 

En este espíritu y con este fin, desarrollan su compromiso laical y eclesial ad extra, los religiosos y laicos que se empeñan hoy en eso que Mons. José Siro González, obispo emérito de Pinar del Río, denominó aquí mismo como “espacios de estudios sociales, en la coyuntura actual, (que) son verdaderos viveros de libertad y responsabilidad ciudadanas; son auténticos fermentos de civilización y progreso; son semilleros de compromiso cristiano con su Patria en tiempos en que muchos optan por abandonarla.”16

 

Algunos de esos nuevos proyectos cívicos y culturales se desarrollan dentro de la estructura pastoral de las diócesis, otros, igualmente válidos y evangelizadores, se desarrollan en el seno de la sociedad civil, con la misma inspiración en los valores del humanismo cristiano.

Todos estos proyectos forman parte del itinerario de los últimos tres siglos de la Iglesia en Cuba. La Iglesia no improvisa para hoy, recibe la herencia de luz y le da continuidad renovadora y coherente. Estos son algunos de los faros que, al decir del filósofo Medardo Vitier, son “las minorías guiadoras” que han dado “señales en la noche”17:

 

          El Colegio-Seminario San Carlos y San Ambrosio (1773), cuna de nuestra nacionalidad, al que pudiéramos llamar, con lenguaje actual, el primer think tank cubano independiente.

 

          La Sociedad Económica de Amigos del País (1793), otra fuente de pensamiento y acción para el progreso de Cuba.

 

          La Academia Católica de Ciencias Sociales (1919), el primer centro de estudios y propuestas de la era republicana ya en un Estado laico.

 

          Los actuales centros de estudio, pensamiento y propuestas de inspiración cristiana. Que guardando las distancias y proporciones, continúan la siembra hoy. Mencionemos algunos de ellos: Esta misma Aula Fray Bartolomé de las Casas, el Proyecto Loyola en Reina, los talleres de La Salle, el Centro Cultural Padre Félix Varela, los centros diocesanos de formación, las Semanas Sociales Católicas, los proyectos parroquiales de educación complementaria, el Centro de Estudios Convivencia, que ha publicado dos propuestas, fruto de las reflexiones con intelectuales en la Isla y en la Diáspora: “La Economía cubana a corto, mediano y largo plazo” y “Un nuevo marco jurídico y tránsito en Cuba, de la ley a la ley”, disponibles en www.convivenciacuba.es Y otros muchos proyectos presentes en campos y ciudades, solo porque, siendo fieles al Evangelio, creemos en la fuerza de lo pequeño y en el deber de estar de parte de los que aman y construyen.

 

El ya citado obispo emérito de Pinar del Río, concluía su conferencia aquí hace 15 años con estas conclusiones:

 

“primero, que este servicio político corresponde inalienablemente a la vocación cristiana de los laicos; segundo, que este servicio debe ser reconocido y promovido por la Iglesia como parte de su misión evangelizadora; y tercero, que no debe quedarse sólo en estudios y reflexiones, sino que debe llegar a aplicaciones y proyectos concretos que puedan ser presentados en los foros institucionales, o de la sociedad civil, para participar así en el debate público, independientemente de que sean aceptados o no. Crear los espacios para cultivar el pensamiento social católico, de modo que este sea fuente de inspiración para nuevos proyectos cívicos, políticos, económicos y culturales, es hoy uno de aquellos desafíos de la Iglesia cubana del que mañana tendremos que dar cuentas.”18

 

Hagámoslo cuidando además de los contenidos y esencias, nuestras actitudes y métodos: Sirviendo y proponiendo. Sin confrontación, ni acomodamiento o mundanización. Con diálogo y propuestas, graduales, sosegadas, incluyentes y pacíficas. Ni regresar al pasado, ni dejar en manos de foráneos el futuro: siendo fieles a lo mejor de las raíces y la memoria, y ejercitando la necesarísima paciencia histórica del divino impaciente. Así parece repetir, con remembranzas actuales, aquellas proféticas palabras del inolvidable arzobispo de Camagüey, Mons. Adolfo Rodríguez Herrera en la inauguración del ENEC, evento que quizá los tiempos estén pidiendo reeditar:

 

“Nada en esta vida es hasta hoy y desde hoy la vida se teje de pasos. Lo único que podemos hacer hoy es cumplir lo que enseñó el Señor: Caminar hoy el camino de hoy y mañana el de mañana, sin pretender ver el camino entero…No tenemos ni la primera ni la última palabra de todo, pero creemos que existe una primera y última palabra de todo y esperamos en Aquel que la tiene, el Señor. En Él miramos con serena confianza el futuro siempre incierto, pero sabemos que mañana, antes de que salga el sol, habrá salido sobre Cuba y sobre el mundo entero, la Providencia de Dios”.19

 

Referencias

1Dr. Larrúa, Salvador. La Academia Católica de Ciencias Sociales, la Constitución de 1940 en Cuba, y la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Miami, 2007.

Cf. Dr. Larrúa, Salvador. La Academia Católica de Ciencias Sociales y el primer Código del Trabajo. La Habana, 1999.

2Academia Católica de Ciencias Sociales. Estatutos. 19 abril de 1919. Dr. Larrúa, Salvador. La Academia Católica de Ciencias Sociales y el primer Código del Trabajo. La Habana, 1999. p. 195-205.

3Ibídem, p. 37.

4San Juan Pablo II, Mensajes y Homilías en su viaje a Cuba. Enero 1998. Ediciones Vitral, 1998.

5Academia Católica de Ciencias Sociales. La Reforma Económica. Imprenta el Siglo XX. La Habana, 1922. p. 42-43.

6Ibídem.

7Según quedó reconocido en el dictamen de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), de fecha 15 de junio de 1929, sobre el Código del Trabajo presentado por la República de Cuba.

8Marcos 4, 26-32.

9ENEC, Documento final. 1986. No. 91.

10Lucas 2, 10.

11José Martí. Discurso del 10 de octubre de 1891. O.C. Vol. 4, p. 261-262.

12ENEC. Documento final del ENEC. Tipografía Don Bosco. Roma. No. 94.

13Conferencia Episcopal Latinoamericana. Puebla, 1979. No. 786.

14Pablo VI. Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi. No. 70.

15Pontificio Consejo Justicia y Paz. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Librería Editrice Vaticana. No. 556-558.

16Mons. José Siro González. Conferencia en el 80 Aniversario de la Academia de Ciencias Sociales Aula Fray Bartolomé de Las Casas. Convento de San Juan de Letrán. La Habana, 25 de noviembre de 1999. Cuadernos del Aula, p. 23 y 24.

17Vitier, Medardo. La filosofía en Cuba. p. 300-303.

18Ibídem.

19Mons. Adolfo Rodríguez Herrera. Discurso Inaugural del ENEC. Documento final del ENEC. Tipografía Don Bosco. Roma. p. 5-12.

 

Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la
Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia
“Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación
en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde
1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real)
durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de
Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

 

 

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