Por Miriam Leiva
Los cubanos somos identificados como gente alegre, jovial, dicharachera y de la risa sonada. La férrea censura sumergió la sátira y la caricatura en la clandestinidad popular, porque no han faltado los chistes sobre los grandes planes incumplidos y las defenestraciones políticas de quienes “se cayeron para arriba”, estaban en “plan pijama”, en la cárcel o simplemente fusilados. Han circulado entre susurros durante más de cinco decenios.
En la década de 1970, jóvenes inquietos buscaron cauce en el movimiento de humoristas aficionados y entre ellos se destacaron los estudiantes de Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría (entonces CUJAE) con Virulo al frente. Los pequeños espacios se abrían y cerraban, pero seguían arribando a la capital incluso desde las provincias orientales. Las grandes dificultades económicas a partir de 1989 brindaron terreno fértil para mofarse de las carencias y los problemas del transporte en el entorno privado.
Más recientemente, el Período Especial ya crecidito con más de 20 años y buscando longevidad, coexiste con una inmensa cantidad de cubanos nacidos después de 1959 y particularmente durante su irrupción. Necesitan expresarse y sacar toda la energía aprisionada mediante las carcajadas y la sana complicidad. Poco a poco el gobierno parece haber comprendido la conveniencia de permitir liberar tensiones, riendo de las desgracias el inmovilismo totalitario, así como de pretender una apertura para impresionar a la opinión internacional.
Los teatros comenzaron a colmarse para disfrutar las presentaciones en el filo del peligro, respaldadas por los aplausos. La cantidad de artistas y la calidad ascendieron. Todavía los espectáculos más atrevidos se encuentran en los cabarets y clubs, donde el público no es tan amplio por las limitaciones de los bolsillos. Ha disminuido la evidente cantidad de agentes de la Seguridad del Estado dentro de esos locales y la policía uniformada afuera. No así las demandas de boletos en taquilla, para dar cabida al costumbrismo folklórico del mercado negro. Hasta las herrumbrosas puertas de la televisión se entornan, aunque las prohibiciones pueden castigar la calidad, y los directivos están siempre prestos a cancelar los programas en favor de otros espacios, fundamentalmente políticos.
Los teatros América, Mella y Karl Marx acogen a los principales humoristas. Hay bastante coincidencia en la popularidad, entre otros, de Mariconchi-Manrufo, Luis Silva, Doimeadiós, Nelson Gudín y los demás integrantes del programa televisivo Deja que yo te cuente, sobre todo del Profesor Mentepollo (Carlos Gonzalvo). Su más reciente espectáculo fue La Letra del Año, donde enseñó que el dólar, antes de irse de Cuba, tuvo un romance con 20 pesos y nació el chavito (peso divisa sólo válido en Cuba), que paseó por el escenario de la mano de Walter Camejo, mientras Kiki Quiñones auguró un futuro próximo en el que Alexis Valdés dejará las memorias flash y los DVDs porque podrá volver a los escenarios cubanos; entre muchos temas peliagudos abordados con inteligencia, y acogidos con estrepitosas carcajadas y aplausos.
Por el contrario, el apreciado Ulises Toirac, con su Jura Decir la Verdad no impacta tanto, ni teniendo la participación de artistas de primera calidad. Es una pena que Laura de la Uz, Albertico Pujol, Néstor Jiménez y Carlos Alberto Rodríguez desgasten sus talentos y esfuerzos. La prestigiosa actriz incursiona en la sátira, que quizás le resultara más exitosa unida a esos actores en los originales y profundos videos de Sex Machine, que los cubanos agradecemos, demostrado en los sorprendentes premios en festivales nacionales de cine.
Indudablemente, junto a la satisfacción personal al realizar un trabajo que disfrutan, los artistas del humor están reflejando una etapa crucial en el devenir histórico de Cuba, al tiempo que propician reflexión y alegría en estos tiempos tan difíciles.
Miriam Leiva (Encrucijada, 1947)
Periodista Independiente cubana.
Fue diplomática en varios países de Europa.
Reside en La Habana.