Homenaje a papá

“Marina”. Óleo sobre lienzo. 120 cm x 80 cm.

No se cómo iniciar este texto… Nunca antes he escrito para alguien tan cercano. Me embarga el placer por homenajearle, y el dolor que deja tras de sí la muerte. Mi papá, el artista Ricardo Juan Ramos Izquierdo, recién cumplía 66 años cuando partió de este mundo el 10 de marzo de 2020.

Hace ya algunos años que no pintaba, que no podía tallar la madera o modelar el barro, que no estuvo en frente de un aula o un taller. Se fue metiendo cada vez más hacia adentro, hacia un lugar al que nadie tuvo acceso, por no permitirlo. A un sitio desconocido incluso para él mismo y del que le costaba salir, al punto que, para cuando se dio cuenta, ya era el tiempo de caminar a la casa del Padre. Aun así, no paraba de soñar esculturas y planificar pinturas. Hablaba continuamente de un deseo profundo de volver a pintar, de encontrar la paz en infinitos lienzos, de llegar al sosiego mediante la pintura. Me repetía que debía ir a su casa para recoger los moldes de algunas esculturas realizadas por él en años anterioresy sacar las piezas. Cuidaba para mí sus libros de arte, con los que me formé y todavía consulto. De niña, junto a mi hermana, nos encantaba que sacara aquellos inmensos compendios y pinacotecas para mostrárnoslos, y nos contara leyendas antiguas, historias que inventaba y la vida y obra de los grandes maestros de las Bellas Artes. A través de sus palabras conocí a Miguel Ángel y su genio, a Van Gogh y su locura, a Ilia Repin y su talento, a Picasso y la paloma de la paz.

Decidió ser artista a pesar de las críticas familiares, y muy pronto se fue a estudiar lejos de casa. Se esforzó por aprender bien las técnicas del dibujo, la pintura y la escultura. Desarrolló, como pudo, una obra variada en cuanto a técnicas y soportes, tratando sobre todo, paisajes y retratos: una clara herencia de la ¨escuela pinareña¨, si se pudiera llamar así. Fue discípulo de Tiburcio Lorenzo Sánchez, y de él aprendió el gusto por pintar lo natural. En sus obras captóvariados panoramas que registran la geografía pinareñay hasta universal. Paisajes de quietud y aplomo, lugares detenidos que parecen inhabitados. También marinas, siempre serenas, atardeceres en los que refugiarse en caso de necesidad. Viñales estuvo también entre sus temas, desde las clásicas vistas, hasta los escondrijos del paisaje cultural. Siempre pintados al óleo, algunas veces sobre tabla, otras sobre lienzo, según la disponibilidad de los recursos. Muchos realizados por encargo, otros por puro goce.

Asimismo, el retrato fue esencial dentro de su obra. Con una técnica académica depurada lograba de forma excelente los parecidos y estados anímicos de sus modelos; personajes públicos unos, familiares otros. Imágenes religiosas también poblaron sus lienzos, el Sagrado Corazón de Jesús, santa Rita de Casia, san Luis Beltrán y otros, quedaron para siempre estampados en la tela.

La que más y mejor desarrolló, a mi juicio, fue la escultura. Dominaba con maestría las formas, modelaba el barro con gracia y talento, le bastaban unas pocas estecas para perfilar lo que deseaba. O las gubias -con las que luego trabajé yo-, para llegar a la esencia de lo que buscaba.

Figuraciones y retratos, en barro o en madera, siempre fueron admirables. Trabajaba pequeños y medianos formatos. Se empeñaba en que las terminaciones de las obras que realizaba fueran casi perfectas. Fue detallista y minucioso en sus labores. Me enseñó –no sin dificultad- a cuidar materiales e instrumentos de trabajo, a no mancharme la ropa, a recoger el lugar donde se estuvo pintando o tallando. La mayoría de las veces sin el propósito explícito de enseñarme qué.

Con orgullo se sabía pintor. Y decía con cierta arrogancia que se pueden contar muchos médicos o economistas, pero “¿cuántos pintores hay en este pueblo?” (refiriéndose a su Guane natal). “Richard el pintor”, fue su nombre de pila. Así lo llamaban todos. Desde el año 2000 ganó el ser reconocido como personalidad del municipio Guane y la provincia Pinar del Río. Trabajó como profesor en distintas enseñanzas y como director de Galería.

Me animó siempre a ser mejor, a superarme, a trabajar continuamente, sin descanso. Que “no perdiera el tiempo, como él”. Siempre criticó mis trabajos, no importaba qué fuera. Hoy me doy cuenta que gracias a eso aprendí, me superé, mejoré sustancialmente mi manera de hacer. Como él, me hice detallista, perfeccionista, y hasta hoy me enredo con las facturas y acabados de mis obras.Sin proponérselo construyó para mí una senda que transito. Nunca me dio clases por expreso, pero verle trabajar era mi encanto. En silencio me sentaba a su lado y le acompañaba en sus jornadas. De él aprendí lo que sé, y le agradezco. Lamento no habérselo dicho todas las veces que hubiese querido aunque lo deseaba; quizá el orgullo de ambos dificultó la comunicación.

De cualquier manera, ahora sé, por la fe, que él está en un lugar mejor, “donde ya nadie estará triste, y nadie tendrá que llorar”. Sé que ahora vive libre de cualquier atadura de este mundo, de cualquier vínculo esclavizante, separado del dolor y la pena. Ahora ve claramente lo que nosotros solo “vemos como en un espejo”. Desde tu nueva morada, que estoy segura es confortable y cómoda, recibe este, el homenaje que puedo hacerte póstumamente: mostrar tu obra, expresar públicamente todo el bien que nos hiciste.

 

 


Wendy Ramos Cáceres (Guane, 1987).
Artista de la Plástica.
Estudiante de Conservación y Restauración en el Instituto Superior de Arte.

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