“Hace 30 años tuve la oportunidad de quedarme en Canadá y también en España”, -suspira sentado en el sofá mientras lo cuenta mi amigo de 65 años que ya está jubilado. “De todos los que fuimos por contrato de trabajo 8 se quedaron, entre ellos un primo mío, que mira que me lo dijo, quédate, que yo tengo quien nos ayude, pero yo regresé y él, que bien está”.
“En ese momento solo pensaba en que yo quería estar con mis padres hasta el día en que Dios dispusiera, quién me lo iba a decir, la vieja todavía está ahí. Yo, con mi profesión, ahora sería rico, si tuviera de nuevo la oportunidad”. Se toma el café mientras añora un pasado que no puede volver.
Mi amigo es un buen hombre, trabajador, honesto, dedicado a sus hijos, que vive de su pensión y de algún trabajito que aparece de vez en cuando, aunque hace rato que no le cae nada, me dice que “la cosa está mala”. A pesar de los achaques que lo aquejan va dando pedal a diferentes zonas de la ciudad a recoger sancocho para unos cerdos que cría y que le permiten hacer algo de dinero.
“Qué dura y difícil está la vida en Cuba”, me mira y explica que ni café hay en las tiendas para mezclar el que venden por la libreta de abastecimiento y que sepa mejor. “Todos los días falta algo, no nos podemos cazar con nada, y los precios ni se digan”, continuaba diciendo mientras buscaba las fuerzas que lo ayudaran a seguir, agotado de la triste dinámica diaria.
Mientras mi amigo me contaba todo esto, se imaginaba cómo sería su vida de haber tomado la decisión de quedarse en otro país cuando tuvo la oportunidad. Así son las cosas de la vida, el resultado de las decisiones y lo que pudo, o no, ser.
No es el primer cubano que conozco que tuvo la oportunidad de emigrar y haber cambiado el destino de su vida y no lo hizo, y hoy suspiran pensando cómo hubiera sido su trayectoria de haber tomado otra decisión.
- Rosalia Viñas Lazo (Pinar del Río, 1989).
- Miembro del Consejo de Dirección del CEC.