Hablemos de las bartolinas. Lo que no dice el Noticiero Nacional

Por Tomás Pérez Morejón
Las bartolinas eran un método de tortura que podía llevar a la locura a cualquier prisionero, su recurso era la constancia. Los prisioneros condenados a largas sentencias pasaban días, años interminables en calabozos con filtraciones y goteras que producían incesantes martirios. No estaría exagerando si dijera que hace tiempo muchos cubanos de a pie vivimos en bartolinas.
Personalmente doy testimonio de este hecho pues por casi veinticuatro años he tenido la desgracia de vivir en dos edificios multifamiliares. En el que estoy habitando hace casi diecisiete años, no sería justo llamarle techo o cubierta al obstáculo que está entre nuestras cabezas y el cielo, pues resulta una burla sarcástica a nuestro idioma.
Muchos son los vecinos que como yo deben ir al baño con una sombrilla o andar con una capa de agua cuando llueve. Maniobra que se prolonga hasta tres horas después del escampado, gracias al maravilloso proceso de escurrimiento. ¿Los muebles y la ropa? Bueno, ya se pueden imaginar el estado deplorable que presentan, el remanente de “lo que el agua se llevó”. Sufrimos una versión revisada de las bartolinas.
¿Quejarnos? A todas las instancias inimaginables. Todas nos indican que existe un delegado del Poder Popular que es el indicado para reclamarle. ¿El delegado resuelve? Bueno a dicho delegado -que es el mismo desde hace diecisiete años- le hice la debida solicitud y ¿qué me comunicó? No tenía los recursos necesarios para resolver la reparación de los techos de los edificios.
Podemos constatar que a las edificaciones estatales y los hoteles del turismo internacional y todas las demás dependencias les fueron selladas las goteras-bartolinas con impermeabilizantes, papel de techo chino rojo o negro de muy buena calidad.
Se acrecentaron las solicitudes y quejas que en ocasiones llegaron a ser desgarrantes escándalos. Y el compañero delegado comenzó a hacer fervorosas promesas de: para el año que viene, que ya estaba hecho el proyecto, que ya estamos en turno, que d, que e y que f
Al comenzar a levantarse edificios para las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y para los médicos internacionalistas (las que pagarán en divisas) y para el MININT (Ministerio del Interior), observamos que estos edificios prefabricados de concreto les hacían la azotea de dos corrientes, con el sellador del papel de techo y el requerido pegamento especial parecido al asfalto. Entonces comentamos: ahora a los cincuenta años es que se han dado cuenta que las construcciones soviéticas prefabricadas son unas canastas de concreto y acero.
El asunto se explica porque los soviéticos hicieron estos modelos de construcciones para cambiarle la cubierta cada cinco años. Como todo lo de ellos eran planes quinquenales podían cumplir la política y volver con una brigada de mantenimiento atrás en las eternas reparaciones.
Este plan lo han cumplido los discípulos cubanos solo cuando es de interés estatal o donde habitan personajes significativos. El edificio donde vivo -cuentan los vecinos- tiene más de veinticinco años sin reparar la cubierta o techo. Presumo que los vecinos afectados no somos importantes.
Las edificaciones antes de 1959 del pasado siglo construidas por cubanos con la técnica de los constructores españoles son más duraderas. Las placas o forjados no se filtraban ni a los cinco, ni a los diez, ni a los cincuenta años y cuando se filtraban si acaso, existían impermeabilizantes adecuados para -sin tanto alboroto- evitar la bartolina. Otra cosa que afectan las construcciones en Cuba es que cada trabajo o proyecto está sometido a la maratónica cuenta de planes, que tanto daño le causan a la calidad, solo con fines propagandísticos.
Estas dramáticas noticias de las bartolinicas cubiertas de los edificios y las casas que solo pueden reparar los centralizados delegados del Poder Popular no salen en los noticieros de la televisión. Pues estas -junto a muchas otras- resultan unas negativas razones que enlentecerían las pretendidas corrientes del desarrollo de la nación. Y cuanto es imposible cubrir un incumplimiento social aparecerá un culpable que nada tendrá que ver con la realidad que todos conocemos. Nos preguntamos entonces, ¿no pueden sacar los materiales para sellar las bartolinas de donde mismo sacaron los que usan en los edificios estatales, los de las FAR, el MININT y las de los médicos internacionalistas?
Sin cuestionar sus derechos ¿Por qué no cumplen también los nuestros?

Tomás Pérez Morejón (Pinar del Río, 1937)
Poeta y periodista independiente.

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