La educación de las nuevas generaciones ha sido siempre causa de preocupación, y ocupación, tanto de los hombres y mujeres de gobierno sensatos como de los pensadores más destacados de la sociedad, además de ser, por supuesto, el deber primero de padres y familiares.
En la actualidad, escuchamos cada vez con más desenvoltura términos como “desarrollo armónico de la personalidad, autonomía y autoconfianza del adolescente”, a manera de evolución en las dimensiones emocionales, afectivas, motivacionales y de relación social entre los mismos y para con la sociedad. Mas no debemos descuidar en medio de esta modernidad apresurada el complemento moral que debe llevar toda labor educativa y que en su momento formó parte de nuestra idiosincrasia y tradición aun en los sectores más humildes de la población cubana, y que hoy parece desaparecer incluso hasta de la memoria colectiva de la Isla.
Todo ello parece interrelacionado con el estado de incertidumbre económica que padece el cubano medio que no logra solvencia ni siquiera para cubrir las necesidades más elementales de su persona y, lo que es peor aún en el plano psicológico, la afectación directa dentro del propio núcleo familiar del cual se siente responsable.
El Estado es el órgano rector de las políticas económicas de toda nación. Así, la economía de un país entonces no tendrá sentido utilitario ni funcional mientras no sea capaz de satisfacer de forma eficiente las necesidades sociales reales, que surgen de la más simple cotidianidad, las que se acrecientan o transforman en función del tiempo, de manera continua y acorde al contexto cultural, regional y demográfico de una población dada. Por ello, si las políticas de implementación económicas están solo al servicio de la elite dominante y sus círculos de interés, nunca se dará una adecuada solución a las demandas de la sociedad.
Es decir, que mientras la economía se halle en función del soporte estratégico de un sistema político totalitario, excluyente e intolerante, no existirá la menor oportunidad del surgimiento de un estado de bienestar, un clima de confianza y seguridad ciudadana y, mucho menos, de la consecución de una sociedad verdaderamente democrática que marche por consenso hacia la creación de un estado de derecho garante de las libertades individuales del ser humano.
Mientras los inspectores estatales se enfocan en las contravenciones a las leyes de la reforma urbana en el sector privado, ¿quién se hace responsable ante estos descalabros?
De cualquier modo, si existiese realmente una voluntad de cambio y una sensibilización con las problemáticas que afectan a las diferentes comunidades a nivel gubernamental, se implementarían directrices de acción que garanticen los requerimientos cualitativos y cuantitativos que la afectan negativamente desde la base, con lo cual la economía cubana podría entonces cumplir su cometido primordial de proporcionar al ciudadano lo necesario para subsistir de manera decorosa, permitiendo a su vez el desarrollo pleno de sus facultades, aspiraciones y de su mundo espiritual.
Tal vez todo sea más simple y uno de los motivos radique en el temor con que nos programan desde pequeños al iniciar nuestra vida escolar, donde todo lo que posea trazas de capitalismo y descolectivización es nocivo y por tanto ajeno a los principios revolucionarios, los cuales constituyen el principal freno hacia la realización personal del individuo, que al no poder ser coaccionado por la maquinaria gubernamental se aleja del comprometimiento que representa la dependencia económica de un salario en cualquier dependencia laboral estatal. El sector privado como un probable ente activo de la sociedad civil que escapa de a poco de los férreos mecanismos de control del régimen.
¿Cuántas veces nos encontramos con imágenes indolentes que dejan tanto que desear de la caballerosidad o la sensibilidad más elemental?
Son estas imágenes las que evade la maquinaria mediática gubernamental cuando, haciendo gala del seductor discurso de la izquierda, su pueblo en la realidad más cotidiana se hunde en la ignominia y la miseria.
Nos encontramos ante un panorama un tanto incierto, al margen del desarrollo de las actuales circunstancias en el marco regional de la política internacional. Debemos reconocer ante todo la necesidad real de un cambio, de aunar esfuerzos para lograr una transición clara y que responda a los intereses de un pueblo que ha sido sistemáticamente engañado durante cinco décadas y que quizás hoy se encuentre más cerca que nunca de lograr un contacto con esa realidad que nos negaron. Con la posibilidad de errar o triunfar por nosotros mismos y no de sufrir la burla de construir una utopía a golpes de consigna, vendiendo una imagen al mundo totalmente divorciada de la cruda y compleja realidad de tantas miserias cotidianas, administrando un país cual si de una finca ganadera se tratase, separando familias, fomentando rencores, olvidando que se jugaba con las vidas de seres humanos, con los destinos de una nación de hombres y mujeres de bien que de repente se vieron privados de su fe, de sus sanas tradiciones, y sin más horizontes que los caprichos egocéntricos que pretenden implantar como cultura, la subcultura de la marginalidad mediocre haciendo uso de la distinción entrenada del verbo, del aura mística creada durante años por sus acólitos y la manera tan fácil con que logró que hasta las frases más frívolas y sin sentido parecieran verdades esenciales, solo por haber sido pronunciadas por él. Así utilizando como subterfugio el manejo de la memoria colectiva suprimió de la historia los nexos que le permiten a las nuevas generaciones comparaciones valederas con el pasado de la nación, inventándose siempre un enemigo desmesurado, para de esa manera, justificar el aislacionismo y la ceguera en que sumió a la población.
Se hace difícil tener voluntad de ayudar al prójimo si al despertar cada día de tu vida debes enfrentar invariablemente este panorama, con altas probabilidades de continuar viciado por la nada cotidiana.
Durante una investigación periodística un anciano me dijo una vez que, por lo general, las carencias exacerban los demonios que algunos llevamos dentro, sin embargo, poniéndole empeño, compromiso y amor, la flor que florece en la adversidad llega a ser la más rara y hermosa de todas.
Existe hoy un sector de la población cubana que va perdiendo día a día la moral, las normas por las que se rige la conducta de un ser humano en concordancia con la sociedad y consigo mismo. Debemos darnos a la tarea por tanto de rescatar estos valores cívicos y éticos, es ese nuestro compromiso para con las futuras generaciones. De nada sirve quedarnos cruzados de brazos al margen de una simple crítica. Los conceptos morales y las creencias son heredados y codificados por una cultura determinada y, por ende, sirven para regular el comportamiento de sus miembros. La conformidad con dichas codificaciones o reglas de conducta constituyen la clave para una convivencia donde primen el respeto y la tolerancia por lo que toda civilización depende del uso generalizado de la moral para su existencia. La historia nos advierte que es tiempo ya de tomar parte de la solución, de convertirnos en entes activos del cambio, de hallar esas herramientas que permitan canalizar el sentir popular y enrumbar hacia un proceso de transición que responda verdaderamente al interés de la nación, de reinventarnos acorde al contexto actual, haciendo acopio de conciencia, versatilidad, visión y compromiso. Aún estamos a tiempo.
Steve Maikel Pardo Valdés (La Habana, 1989).
Graduado de Construcción Civil y Proyectos.
Miembro de la Mesa de Diálogo de la Juventud Cubana.
Coordinador de Relaciones Internacionales del CAT.