Por David de Omni-Zonafranca
En el 2001, al dejar todas las escuelas, producto de encontrar un piquete de locos llamados Omni-Zonafranca, donde el arte es la vida y al que aún pertenezco, donde no se estudia pintura, música o performance, sino vivir en comunión, entro en la Escuela Elemental de Artes Plásticas conocida como 23 y C. El porqué de mi matrícula en este centro, es la preocupación de mis padres: imaginen un hijo músico, poeta y loco, en una sociedad diseñada para que seas, o músico, o poeta, o loco.
Por David d Omni-Zonafranca
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En el 2001, al dejar todas las escuelas, producto de encontrar un piquete de locos llamados Omni-Zonafranca, donde el arte es la vida y al que aún pertenezco, donde no se estudia pintura, música o performance, sino vivir en comunión, entro en la Escuela Elemental de Artes Plásticas conocida como 23 y C. El porqué de mi matrícula en este centro, es la preocupación de mis padres: imaginen un hijo músico, poeta y loco, en una sociedad diseñada para que seas, o músico, o poeta, o loco. Sabía que mi escuela era Omni, pero entonces contaba con 16 años, tenía un noveno grado y ninguna independencia económica. En tal posición, debía traer un poco de paz a mis padres, quienes me alimentaban e invertían en el futuro de un artista “normal”.
En el primer año estudié dibujo, pintura, escultura e historia del arte, por las mañanas; y por las tardes, estudiaba en la facultad para el bachillerato. Mi tiempo libre lo pasaba en el taller Omni, donde conocí grandes seres y me reconocí. En 23 y C tuve la suerte de encontrar a Emilio, para mí el mejor profesor de pintura del mundo, quien nunca me enseñó a pintar así o asá, sino a buscar en mí. Con otros profesores, sentí que era un alumno aprendiendo sus magníficas técnicas. Emilio me hacía sentir un maestro y un gran pintor, y me llevó al lugar donde viven mis técnicas; el acceso a ese lugar que es solo tuyo y un verdadero maestro debe hacerte encontrarlo.