Viva la inverosímil verdad de las imágenes
Por Dagoberto Valdés
El Concurso independiente de fotografía social “País de Pixeles” concluyó su primera edición en la noche del sábado 4 de febrero de 2012 en La Habana con una exposición de 40 obras entre las que figuran las premiadas, todas de provincia, muestra fehaciente de la extensión que alcanza esta Convocatoria animada por el fecundo fotógrafo Orlando Luis Pardo y un equipo de amigos.
Con tres “vivas” se abre este Catálogo que, aparentemente, es una colección de la Cuba virtual, cuando en realidad es el desgarrante y esperanzador itinerario de flashazos de la Cuba real. Estos deseos de vida, convertidos, por un click, en cuotas de existencia diseminada, resumen los valores que desean promover los intrépidos y arraigadísimos cubanos y cubanas que organizan este evento o participan en él:
Viva la inverosímil verdad de las imágenes.
Viva la vida.
Viva el lujo limítrofe de la libertad.
Como soy alguien que intenta escribir en prosa. Uso mi derecho de ser prosaico para compartir mi impresión de lo que veo, de lo que siento y de lo que creo, acerca de este esfuerzo de total ternura y desnudez que es “País de píxeles”.
Voy descarnando de retórica los “vivas” (como les pasó a los obsoletos gritos de hurras en la desaparecida URSS, que algunos intentan escuchar, o reproducir tardíamente, a la luz del trópico… y van saliendo a mi encuentro, en cada imagen, tres palabras contundentes, incitadoras, inmarcesibles y soberanas: verdad, vida, libertad.
Intento distraerme de tanta realidad pura y dura, artística y humanamente descubierta. Entonces, como avestruz en parque de diversiones, trato de hacer combinaciones “naif” o “light” de esas tres palabras-experiencias insurrectas.
El juego comienza así:
Presentar la verdad de la vida en libertad.
Mostrar la vida con verdad y libertad.
Ejercer la libertad de una vida en la verdad.
Tengo que abandonar el juego de las combinaciones que pretendía descafeinar: Todas dan miedo. Todas incitan. Todas se rebelan de la mutilación. Todas se mezclan en un collage de soberanías ciudadanas. Todas dan ganas de vivir en plenitud. Todas desnudan concupiscentemente la verdad que nos vive. Todas liberan un indomable y ardoroso torbellino de liberación personal, el único trípode de un solo palo (valga la insalvable contradicción como misterio de un símil prosaico) para la mejor foto de la vida en sociedad.
Ahora entiendo por qué los fotógrafos son errantes callados. Parece que no quieren mancillar la realidad con la pobreza del verbo… y miren que la Biblia dice que “Al principio era el Verbo” (Jn.1). ¿No sería que le faltó al sublime san Juan, evangelista, en su primer capítulo, una ascética precisión de pocos pixeles?
Me permito, ante esta nueva versión fotográfica del Evangelio cubano (del lat. evangelĭum, y este del griego εὐαγγέλιον: buena noticia), agregar, irreverentemente, esta parca precisión que no agrega casi nada en palabras y expresaría, por sí misma, casi todo:
“Al principio era el Verbo, y el Verbo… era la Imagen”
Es decir: El rostro, la faz de la Vida. En la Verdad y en la Libertad.
Es por ello -creo y espero- que David, el rey-pastor que devolvió su primigenio esplendor al templo de Jerusalén, que era la cara visible de la felicidad y la liberación de la vida de su pueblo, salmodiaba con su cítara esta poiesis de la vida, cuyo eco sí, ya, se oye justo al lado del mar, en el trópico insular:
“Envía, Señor, tu Espíritu, y renovarás la faz de la tierra” (Salmo 104)
¡De esta tierra! ¡Con estos rostros! – eso clama “País de Píxeles”.