La prosperidad significa precisamente amplitud de posibilidades de elevar el nivel de vida. Es una palabra que aparece ahora mucho en el discurso oficial. La “actualización del modelo” tiene una fuerte carga económica y la prosperidad no es algo que se discute entre simpatizantes y opositores. Todos queremos prosperidad.
Por otro lado, la prosperidad no es un fin que comúnmente sea ligado a la posibilidad de usar medios poco éticos. Por un negocio o una nación próspera, entendemos aquella que se esfuerza y consigue avanzar, ir hacia delante en la consecución de sus objetivos. Es un concepto que solo se usa con una carga positiva tanto en el fin como en los medios para conseguirlo.
La economía cubana enfrenta dos obstáculos importantes para no conseguir la prosperidad en un tiempo relativamente corto como para impedir el colapso total del sistema: la falta de libertad y la no aceptación política de las diferencias.
Sin libertad de trabajar, no puede alcanzarse la prosperidad. Unas fuerzas productivas con un significativo nivel de freno en su quehacer y en su iniciativa, son una barrera casi infranqueable para prosperar. Saber que “pasarse” de cierto nivel de ingreso es ilegal aún cuando haya sido legítimamente obtenido, impide la lucha por la prosperidad en toda su potencialidad.
Es cierto que la desigualdad que tiene su origen en la falta de oportunidades, sin discusión, es una situación injusta. Pero también hay una diferenciación que tiene su base en la justicia.
No aceptar la diferenciación como un resultado, no solo de políticas sociales, sino también del esfuerzo y el trabajo de las personas que somos distintas y tenemos diferentes niveles de disposición al trabajo, al esfuerzo, al riesgo, impide aceptarla como una riqueza. Tenemos diferentes capacidades y talentos. Por eso es injusto y obstaculiza la prosperidad, topar las posibilidades de expansión de la iniciativa privada con la justificación de que aumenta las diferencias sociales. Por una parte porque ya existen, y bien pronunciadas, y por otra parte, porque siempre habrá diferencias entre las personas diferentes. ¡Valga la redundancia!
La desigualdad es un mal que debemos intentar disminuir al mínimo, pero no podemos pretender una igualdad basada en que todos estemos al nivel más bajo de la sociedad, o sea, limitando a los que intentan prosperar con su trabajo y su capacidad. De lo que se trata es de educar para la libertad y la responsabilidad, para la disposición al riesgo y al sacrificio, para la eficiencia y la eficacia. Al mismo tiempo que se abren o amplían las posibilidades de los menos favorecidos, esto podría disminuir la desigualdad.
Por el contrario, parece que las últimas regulaciones y políticas económicas frenan a los más favorecidos, con tal de igualarnos en un nivel de vida que no pase de la supervivencia. Políticas privativas y de freno, en lugar de políticas de expansión y estímulo, no son precisamente una receta para la prosperidad.
No basta con las palabras. Es necesario llenarlas de contenido y acciones concretas. La libertad y el reconocimiento del derecho a elevar el nivel de vida sin más límites que los derechos de los otros y el bien común, son aspectos que contribuirían a la prosperidad de la economía cubana.
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de Economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.