Fidelidad sí, pero, ¿a qué?

Por Jesuhadín Pérez
Ideología, doctrina, regímenes, la vida contemporánea entra en conflicto con la rigidez de las formas y con el dogmatismo de las viejas tendencias históricas. Los modelos sociales evolucionan hacia sistemas más flexibles y versátiles.
El mundo moderno deja cada vez más los rancios esquemas teóricos para echar a andar en pos del progreso y la justicia social. Basta ya de derecha e izquierda, capitalismo o socialismo; ¡fidelidad sí, pero a lo que funcione!

Por Jesuhadín Pérez

Escuché a un amigo decir una vez, que ciertas aves, cuando por alguna razón quedan sin pareja, se niegan a comer y mueren. Es enternecedor conocer que existen tales ejemplos de lealtad, sin embargo, en el mundo de los hombres, algunas fidelidades extremas, pueden transformarse en megadesastres.
Hay que tener bien claro dónde termina la fidelidad y dónde se inicia el fanatismo. Esto funciona para todas las personas y en todos los escenarios, pero es especialmente significativocuando nos referimos a los sistemas sociales, las doctrinas ideológicas y los principios políticos aplicados en los métodos de gobierno de los Estados.
Con los pueblos hay que ser listo. Una nación no es un laboratorio, y ningún hombre es una rata experimental. Por eso, gobernar un pueblo es un arte bien difícil. Hay que tener mente abierta y gran poder de concentración, pero -y sobre todo- mantener el oído muy pegado a la gente que conforma ese pueblo. Porque los romanticismos filosóficos e ideológicos y los coqueteos políticos solo funcionan cuando las arcas de la nación tienen de qué presumir.
No es saludable para ningún país, la sujeción irrevocable a una “doctrina histórica”, ni la improvisación aplicada al conjunto social, sin la existencia de una oposición razonable. Ninguna teoría debe ejecutarse sin el equilibrio de la disensión y mucho menos sin la posibilidad del cambio. La oposición da credibilidad al “ejercicio de gobierno”, aunque le estorbe; porque pule y prueba antes de aplicar. El cambio permite la corrección del error no considerado y le ofrece el beneficio sistemático del perfeccionamiento. Ambas son garantías inalienables de la democracia moderna. Claro, que los viejos científicos sociales que dividieron el mundo en clases antagónicas, no lo veían así. Eran otros los tiempos, otros los hombres y otras las concepciones. Miraron con los ojos de un siglo que ya pasó, e imaginaron la utopía partiendo de una sociedad y unas relaciones sociales y económicas que ya no existen. Los métodos y maneras actuales son otros. Hay un gran abismo entre nuestra realidad y la de aquellos comuneros de un glorioso siglo que ya es historia, historia, historia.
La filosofía inspira, sugiere caminos, pero no puede torcer operaciones matemáticas. La filosofía teórica es especulativa, pero el resultado de su aplicación es medible, y cuando este resultado final termina en un signo de menos, quizás sea hora de actualizar los oráculos, de dar un rumbo nuevo al timón de la Nación. A babor, a estribor, buscando la manera de echar por la borda todo lastre que detenga la marcha. ¡Hay que moverse para no quedar varados! ¡Hay que alternar en el timón! ¡Hay que ser flexibles! ¡Hay que aceptar los cambios!
Cambiar algo no es malo. Cambiar muchas cosas siempre perjudica a alguien, pero a veces es preciso retroceder o empujar a un lado para poder avanzar unos pasos. No existen fórmulas probadas, pero siempre es bueno revisar lo que en situaciones análogas han hecho otros, sin repetir ecuaciones erróneas esperando por azar, un resultado diferente. Alejémonos de las utopías improbadas, porque son improbables. Seamos prácticos. El presente aúlla de necesidad. Vale la inmediatez, porque el hambre crece en tanto el horno tarda en cocer el pan.
¿Hacia dónde el cambio? Hacia donde quepamos todos. Hacia un protagonismo más ciudadano y menos elitista. Al empoderamiento, la autonomía y la libertad ciudadana. No hay prosperidad sin libertad. No existe la democracia sin el poder que nace de “los sin poder”.
Pero, ¿y el camino andado? ¿Y las creencias inculcadas de buena fe? ¿Lo aprendido, lo defendido y lo aceptado? No son los esfuerzos los que se premian. Son los resultados. Hablan por sí solos. A veces hay que cambiar de acera para poder llegar a la puerta que pretendemos tocar. La fidelidad carece de virtud cuando conduce a ningún lugar. Respeto mucho a las aves que mueren por su pareja, pero en el mundo de los hombres hay que tener bien claro qué es «convicción» y qué es «inercia de pensamiento». Muy bien con las buenas intenciones pero cuidado con los sentimentalismos que solo defienden viejas causas y viejos privilegios. Solo el resultado bueno e inmediato, justifica el esfuerzo supremo y el exceso de celo. El futuro es hoy y el tiempo pasa cuentas. La vida es muy corta para aferrarnos a un único sueño. Despertemos.
Es hora de cambiar en grande, porque el presente bosteza detrás de un buró repleto de papeles, planos y proyectos mientras la hierba crece en la huerta de todos.

Jesuhadín Pérez Valdés. (1973)
Miembro fundador del Consejo de Redacción
de la revista Convivencia.
Reside en Pinar del Río. Cuba.
[jesuhadin@yahoo.com]

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