Foto de Maikel Iglesias Rodríguez.
Se ha dicho siempre, hasta convertirse en un cliché, que la familia es la célula fundamental de la sociedad, pero raras veces nos adentramos en lo profundo de esa afirmación, en el verdadero significado y las disímiles interrelaciones que surgen al analizar a las familias como células, o mejor, como genoma de la sociedad. La familia es -por excelencia- el espacio ideal para la plena realización de la persona, es ahí donde el ser humano moldea y educa, reconoce y toma consciencia -por vez primera- de su dimensión singular por un lado, y por otro, relacional. O sea, es en el hogar donde podemos aprender a reconocernos como personas valiosas, irreductibles, únicas; donde experimentamos la autoafirmación; y también es en el hogar donde se nos abren las puertas a nuestro prójimo a través del servicio desinteresado, de la salida del ensimismamiento, de ir más allá de nuestra realidad y pasar a valorar la realidad de los demás, a reconocerlos -también- como personas valiosas, a poner nuestra mirada en la dignidad ajena, y asumir con responsabilidad nuestro compromiso con la fragilidad del otro.
Esto es posible gracias a actitudes y valores que nacen y se aprenden en la dinámica familiar, me refiero -específicamente- al perdón, la amistad, la inclusión, la solidaridad, el acompañamiento, la ayuda en los momentos de dificultad, el cariño, el amor, etc. Todas estas características ayudan al pleno desarrollo de la persona, están encaminadas a cultivar la humanidad, cosa que rara vez es propiciada en los ambientes escolares o laborales. De ahí la gran importancia de la familia para una sociedad, de ahí también el porqué considerarla genoma de la misma.
Hasta este momento he tratado de resaltar brevemente la importancia de la familia para una sociedad, su responsabilidad liberadora y humanista para con ella. Sin embargo, esta relación también puede examinarse a la inversa, es decir, la responsabilidad de la sociedad con la promoción, el cuidado y el respeto de la familia, por supuesto, justificado esto por lo que representa la familia para la vida social, y que ya he destacado.
I. El abandono de las familias cubanas
En el mundo moderno, a pesar de que se han obtenido avances significativos en cuanto a las condiciones en que se desarrollan las familias -por ejemplo en temas de equidad de género- esta continúa siendo una institución fuertemente dañada. Numerosos estudios muestran evidencia empírica suficiente para demostrar dicha afirmación.
En Cuba creo que también podríamos hablar de abandono de las familias, abandono por parte de la sociedad, en especial del Estado y también en alguna medida por parte de sus propios miembros. Pero, como no pretendo centrarme en los culpables sino en las causas que explican la actual crisis de la familia cubana, pasaré directamente a mencionar algunas experiencias que la demuestran:
Por parte del Estado
1. Para destacar la responsabilidad del Estado en el abandono de las familias quisiera comenzar con un hecho concreto: Desde principios de los años sesenta, muchos cubanos llevamos en nuestro corazón el dolor que provocó la famosa “Operación Peter Pan”, para muchos, una de las páginas más tristes de nuestra historia. Miles de niños fueron enviados al extranjero por sus familias, por miedo a que el gobierno les arrebatara la “patria potestad”, enviándolos a la Unión Soviética. Según datos oficiales fueron más de 14000 los niños que se separaron de su familia, saliendo al extranjero sin saber si en algún momento volverían a encontrarse.
2. Un segundo grupo de problemas que han afectado a las familias cubanas son las escuelas al campo, becas desde edades tempranas y con pésimas condiciones, el servicio militar obligatorio, las movilizaciones militares después de concluido el servicio militar; los “trabajos voluntarios”, actividades políticas y culturales, y reuniones de trabajo fuera de horarios laborales (en muchas ocasiones los fines de semana), etc. Estas realidades han impedido un armónico desarrollo de las familias, los hijos se han aislado de sus padres pasando muy poco tiempo juntos; expuestos todo el tiempo a códigos educativos, compañías y enseñanzas incoherentes con las deseadas por sus padres.
3. En sentido general, la difícil situación económica existente en nuestro país es otro de los temas de importancia que influye negativamente en el desarrollo pleno de las familias. Ejemplo de esto son: la crítica situación de la vivienda (déficit habitacional elevado), la convivencia en una misma casa de varias generaciones, el no contar con bienes y servicios básicos que permitan tener un adecuado nivel y calidad de vida, las tensiones causadas por el “¿qué vamos a comer?”, “no tengo privacidad” y muchas otras situaciones dramáticas que dificultan la vida familiar.
4. Unido a la falta de bienestar económico, las pocas oportunidades profesionales y de participación verdadera en la vida social; dígase en la política, la economía, la cultura, etc., han creado una frustración en miles de cubanos que no les ha permitido hacer una opción fundamental en sus vidas que excluya o que no ponga como premisa la emigración. Además de los que emigran, también resulta de trascendental importancia el número de cubanos que año tras año van a prestar servicios profesionales a otros países, en muchos casos en condiciones de explotación. Millones de cubanos han dejado atrás a su familia para buscar un futuro mejor en otras tierras, millones de niños y adolescentes se han separado por largos períodos de tiempo de sus padres, unos porque se van y otros porque se quedan. Si miramos las cifras: el déficit migratorio externo calculado según datos de la ONEI entre 1965 y 2014 alcanza un promedio anual de 25335,36 personas (ONEI, 2014a, p. 97).
5. Las luchas por la igualdad de género y la emancipación de la mujer, aunque son un bien para cualquier sociedad y por tanto merecen ser valoradas, considero que la manera en que se han defendido, promovido y vivido -especialmente- en el seno de la familia cubana no ha sido la más óptima. En ocasiones han provocado un enfrentamiento estéril entre hombres y mujeres, una relación que lejos de construir, afecta severamente la dinámica familiar y social. Por otro lado, se ha evidenciado una decadencia del sentido de responsabilidad hacia la familia, pues se confunden continuamente los roles y funciones del hombre y la mujer, perdiéndose -en ocasiones- la capacidad de evaluar hasta qué punto hacemos bien o mal, y si lo que hacemos construye o no. Considero también que este fenómeno es una de las principales causas de la baja Tasa de Fertilidad Global[1] que tiene Cuba: apenas 1,6 como promedio entre 2005 y 2014 según datos de la ONEI (ONEI, 2014a, p. 39), la más baja de América Latina si lo comparamos con un estimado de CEPALSTAT/BADEINSO, en 2011 para igual período de análisis (CEPALSTAT/BADEINSO, 2011).
Por parte de los propios miembros de las familias
Podemos encontrar en la realidad cubana algunas causas de la crisis familiar que dependen más de los miembros de las familias que de terceros. A veces tendemos a culpar al Estado, a la situación económica, etc., y no logramos percatarnos de que hay muchas cosas que están a nuestro alcance, que aunque lleven determinado grado de sacrificio, debemos asumirlas con responsabilidad. Recordemos siempre que el cambio depende de la actitud que asumamos ante la vida y que comienza por nosotros.
Mención especial merece el tema del divorcio, pues muchas veces se acude a él como una manera de “bienestar personal” pero causando graves consecuencias para el resto de la familia. En la siguiente tabla se muestra el número de divorcios según la duración del matrimonio (ONEI, 2014b, p. 116). Como vemos, en los matrimonios con más de 15 años de casados el número de divorcios aumenta más del doble con respecto a casi todas las demás clasificaciones, resultado profundamente alarmante, pues se supone que con más de 15 años ya deberían ser matrimonios consolidados.
Si tomamos en cuenta que como promedio en los últimos años la tasa de divorcios en unidades por 1000 habitantes representa aproximadamente las tres quintas partes de la de los matrimonios, entonces el problema es mucho mayor, pues estaríamos diciendo que por cada cinco matrimonios ocurren tres divorcios aproximadamente[2]. Es cierto que las circunstancias en nuestro país repercuten fuertemente en estos resultados, pero el amor es una elección que se hace con libertad y con responsabilidad; y cuando es verdadero, entonces logra sobreponerse a las pruebas que la vida le pone, mucho más si son de índole económica. De este modo, no nos queda más -en primera instancia- que aceptar esta situación como una responsabilidad nuestra, y por tanto disponernos a cambiar y a valorar verdaderamente la vocación por el matrimonio.
El avance a la postmodernidad nos ha llevado de un extremo a otro, de una forma de ser sumamente conservadora a un relativismo desorientador y perverso; que nos empuja cada vez más hacia una pérdida de la propia persona, del sentido de vivir, de la ética humanizada legada por nuestros antepasados; y como consecuencia al aislamiento, la apatía, la indiferencia ante la fragilidad ajena, la falta de compromiso con la sociedad, etc.; nos hemos creado un mundo de fantasía, una apariencia y una doble moral que nos impiden poner atención a lo verdaderamente valioso, que en este caso son las familias.
A modo de resumen, el daño profundo de las familias en los últimos 57 años, es el resultado de una moral sin fundamento alguno, ideologizada y siniestra, que ha sido impuesta, pero a la vez aceptada por millones de cubanos. El resultado ha sido un profundo daño antropológico y un analfabetismo cívico que nos ha hecho muy vulnerables a los cubanos y a nuestras familias a todos los males enunciados anteriormente, y a muchos otros que no he mencionado pero que están presentes en lo más profundo de nuestro ser.
II. El respeto a los Derechos Humanos es expresión del compromiso de la sociedad con las familias
Los Derechos Humanos (DD.HH.) son una buena medida -no la única- para evaluar hasta qué punto una sociedad está comprometida con la familia, si verdaderamente es valorada por lo que es y representa en la vida social, en fin, si es reconocida y considerada como la institución social más importante de la nación.
En Cuba la responsabilidad social para con las familias ha sido postergada, limitada y subordinada a intereses políticos, económicos y sociales. En el último medio siglo las familias cubanas han perdido la protección, autonomía, libertad y afirmación que merecen y que tanto bien le hubiera traído a nuestra Patria. Para demostrar lo anterior, basta mirar el breve recorrido que he realizado por algunos de los hechos más relevantes causantes de la crisis de las familias y que evidencian claras violaciones a los derechos humanos.
Hasta hoy las familias no han sido priorizadas ni valoradas, no se tienen en cuenta como un factor determinante para el desarrollo y existe un espacio para ellas muy reducido en las políticas públicas; situación totalmente opuesta a la percibida cuando se estudian y analizan los documentos internacionales referentes a los DD.HH., ya que todos ponen a la persona y a las familias en el centro del desarrollo de la vida social en su sentido más amplio. Esta situación afecta severamente el bienestar, tanto económico como político y social de cualquier sociedad, y en este caso, de la cubana; lo que a su vez agudiza de manera extraordinaria la situación de las familias más vulnerables, introduciéndolas en un círculo vicioso del que no se puede salir con facilidad.
Cuba se encuentra en una coyuntura especial, nuestra realidad demanda con urgencia un replanteamiento de nuestro sueño de nación, necesitamos nuevas estrategias de desarrollo; y para ello reconocer por vez primera -en más de medio siglo- la importancia trascendental de las familias como comunidad primigenia y sagrada dentro de la vida social, como verdadero espacio para la plena realización de la persona humana y como institución fundamental para avanzar hacia un verdadero Desarrollo Humano Integral. Este reconocimiento pasa en primer lugar por la promoción y respeto de los DD.HH. por parte del Estado, y por la elaboración de planes de trabajo que se ocupen no solamente del aspecto asistencial con respecto a las familias necesitadas; sino también de evitar que un número considerable de ellas requieran ser asistidas, y para ello estos programas deben ayudar a fortalecer la unidad familiar, a recuperar y valorar la vocación por el matrimonio, a eliminar todo tipo de relaciones violentas entre los miembros de las familias, etc. Como bien expresa Fernando Pliego en su libro “Familias y bienestar social en sociedades democráticas”:
Es una estrategia asistencial y una estrategia preventiva. Si el Estado democrático no apoya a todos los distintos tipos de familia cuando tienen problemas, violaría el principio de igualdad universal que debe guiar su quehacer. Y si el Estado democrático no promueve una política pública a favor de la estabilidad, igualdad de derechos y solidaridad en la vida de pareja entre hombres y mujeres, construida normativamente bajo la figura jurídica y cultural del matrimonio, y por lo tanto, no propicia que una cantidad creciente de menores de edad vivan con sus dos padres biológicos, entonces dejará de contribuir a la prevención y disminución de los problemas en el futuro cercano y lejano, pues toda la evidencia empírica disponible muestra con claridad que las distintas estructuras de familia no son semejantes en su aportación al bienestar de la población y a la promoción de los derechos humanos (Pliego, 2011, p. 343).
Es justo para nuestro pueblo avanzar hacia este sano equilibrio. Y es responsabilidad de todos los cubanos trabajar desde nuestros distintos dones y carismas, en los diferentes espacios donde nos desenvolvemos y con los distintos medios con que contamos, para que cambie el paradigma ideologizado y utilitarista de búsqueda del desarrollo predominante en nuestra sociedad por otro con verdadera perspectiva de familia.
III. La importancia especial del derecho a la educación
A las familias cubanas se les arrebató el derecho a elegir la educación que quieren para sus hijos, una cruel violación de los derechos humanos. Según el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales: “Los Estados partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los padres y, en su caso, de los tutores legales, de escoger para sus hijos o pupilos escuelas distintas de las creadas por las autoridades públicas, siempre que aquellas satisfagan las normas mínimas que el Estado prescriba o apruebe en materia de enseñanza, y de hacer que sus hijos o pupilos reciban la educación religiosa o moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (Asamblea General de la ONU, 1966).
Y lo más desalentador, a mi entender, es que la “educación” impuesta ni siquiera se acerca al verdadero sentido de lo que significa educar, la eliminación de las asignaturas de moral y ética de los programas de estudio -entre otros- es una prueba convincente de que el sistema educativo cubano se ha olvidado de lo fundamental: el aspecto humano, el respeto de la dignidad del hombre, la formación de la persona para que lleve una vida más plena y para que contribuya a la edificación de un mundo mejor. Como bien afirma Roselló: “La educación tiene una finalidad edificante, no solo en el plano del espíritu, sino también en el plano de lo corpóreo, lo social, lo cultural y lo religioso. Educar es edificar, construir.” Si la acción educativa se reduce a una mera transmisión de conocimiento, olvidándose de lo demás, entonces no es verdadera (Roselló, 2001, p. 45).
Las finalidades de la acción educativa según este autor se pueden resumir en dos: la construcción de la persona y la transformación del mundo. Además dicho autor afirma que “solo a través de la acción educativa se puede construir a la persona y se puede, aunque muy lentamente, transformar el mundo.” Algunos podrían preguntarse si es necesario construir a la persona, pues aparentemente ya todos lo somos. Sin embargo, en la lógica seguida por este autor la persona necesita ser reconstruida en su dimensión existencial, pues en efecto, todos somos personas desde un punto de vista ontológico. Este argumento nos plantea los retos de aprender a tomar conciencia de nuestra existencia, de pensar con cabeza propia, de tomar nuestras decisiones con libertad y responsabilidad, de vivir en disposición de apertura hacia los demás; nos pone frente al desafío de acceder a una educación moral y cívica que nos ayude a desarrollar cada uno de estos aspectos, que nos permita superar el daño antropológico y el analfabetismo cívico (Roselló, 2001).
Esta tarea educativa requiere de determinadas condiciones que en Cuba no se han creado, pero sin duda alguna, una de las cosas más importantes en este sentido es que se respete el derecho de las familias a escoger el tipo de educación que quieren para sus hijos. Al mismo tiempo, esta obra debe ser asumida de manera conjunta por el trinomio familia-escuela-sociedad civil, pues en el seno de esta última existen espacios de confianza que son auténticas comunidades y que merecen ser valorados como verdaderos lugares de humanización, este es el caso -por citar un ejemplo- de las Iglesias.
En Cuba debemos comenzar por reconocerle a este trinomio fundamental el derecho a realizar dicha misión, y no solo reconocerlo, sino también promoverlo, cuidarlo y valorarlo como la verdadera fuente del futuro de paz, libertad y fraternidad con el que seguramente soñamos. El Estado nunca podrá suplantarlos en la acción educativa, pues el mismo es incapaz -por la propia dinámica de sus relaciones- de llevar a cabo, por sí solo, una verdadera educación. Al respecto Ricardo Yepes afirma:
“La pretensión de que sea el Estado el encargado de custodiar los valores morales nace como consecuencia de la convicción de que la religión es innecesaria en la sociedad. Que el Estado tenga ese encargo es inviable, porque los valores morales solo se pueden enseñar cuando se realiza una tarea común, pues son los criterios de ella. Los dos tipos de instituciones más adecuados para enseñar la moral son la familia y las instituciones religiosas, porque son los únicos cuya tarea común abarca la vida entera. La religión habla de la vida humana como una tarea que nos es común a todos, y nos da criterios para orientarla hacia su destino. En la familia se nos enseña a vivir, en el sentido más profundo que se pueda dar a esta palabra” (Yepes, 1996, p. 256).
No cabe duda de que la solución a la crisis no solo familiar, sino a la crisis antropológica de la persona en sentido general, que se expresa en todas las esferas de la sociedad cubana actual, pasa ineludiblemente por el reconocimiento, formación y promoción de esa verdadera comunidad educativa.
Para concluir esta parte me gustaría resaltar que el derecho a la educación en el sentido en que lo hemos estado analizando aquí, es una privación que se le hace a las familias, a las iglesias, etc., pero que afecta de manera desproporcionada no solo a estas instituciones, sino que repercute negativamente en el proceso de desarrollo en sentido general. El hecho de que Cuba esté en crisis hace más de 50 años, es resultado en gran medida de concentrarse en que todos supiéramos leer y escribir, pero a costa de olvidar que también era importante enseñarnos a pensar con cabeza propia y a formar nuestra conciencia moral.
¿Qué riqueza tenemos en materia de educación?
Gracias a Dios los cubanos tenemos sólidas bases éticas sobre las cuales edificar nuestro proyecto de Nación, basta estudiar e implementar proyectos educativos inspirados en el rico legado de hombres como Félix Varela, “el primero que nos enseñó en pensar”, José de la Luz y Caballero quien nos decía: “Cuando se cultiva, moraliza e instruye a la vez, es cuando el maestro cumple con los fines de su ministerio, porque cultivar las facultades todas, moralizar al individuo y transmitirles conocimientos: tales son los fines de la verdadera enseñanza” y nuestro Apóstol José Martí quien deseaba profundamente que nuestra ley primera fuera “…el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.
Además de nuestras profundas tradiciones y raíces educativas, contamos con cubanos dispuestos a trabajar (especialmente en la sociedad civil y las iglesias) dentro y fuera de Cuba por viabilizar un proyecto educativo inspirado en dicha riqueza, pues son personas que han comprendido que la educación es la única manera que tenemos de construir personas empoderadas, libres, responsables y virtuosas; que sean capaces de armonizar la vida social y conducir a Cuba hacia un futuro de bienestar, soberanía y humanidad.
Un ejemplo de lo anterior es el trabajo realizado durante más de 20 años, primero por el extinto Centro de Formación Cívica y Religiosa (CFCR) de la diócesis de Pinar del Río (1993-2007) y continuado por el Proyecto Convivencia (www.convivenciacuba.es) a partir del 2007. El Proyecto Convivencia ha querido rescatar el trabajo comenzado por el (CFCR) para continuar la tradición educativa del Padre Varela, de Luz y de Martí, y para ello ha publicado el libro de texto “Ética y Cívica: aprendiendo a ser persona y a vivir en sociedad”[3]. El libro cuenta con catorce cursos de formación para la ciudadanía y la sociedad civil en Cuba, los cuales se están estudiando de manera independiente en varias provincias de Cuba, por ejemplo, en tertulias de formación de grupos de la sociedad civil, en Iglesias y en congregaciones religiosas.
Además, constituyen una verdadera riqueza para Cuba en materia educativa un sinnúmero de organizaciones, asociaciones, universidades, centros de estudios, etc., que desde la Diáspora forman parte de nuestro patrimonio, pues durante mucho tiempo han acompañado al pueblo cubano y continúan haciéndolo, una prueba más de que somos una única Nación (Isla + Diáspora). Dentro de Cuba también existen otros centros educativos en Iglesias y congregaciones que están poniendo su grano de arena en este esfuerzo mancomunado por construir una Nación edificada sobre la virtud. En este sentido no puedo dejar de mencionar el caso de este Centro Cultural Padre Félix Varela; el Convento San Juan de Letrán, con sus disímiles y ansiados programas; el Centro Loyola de los Jesuitas, entre otros. Asimismo existen otros ejemplos en el resto de las provincias de Cuba, y no solo pertenecientes a la Iglesia, que desde el seno de la sociedad civil se están dando a esta tarea.
IV. Comentarios finales
En este trabajo he intentado analizar la perspectiva actual de las familias cubanas, y ciertamente pudiéramos afirmar que existe en Cuba una profunda crisis de las familias, basta mirar alrededor nuestro para ver los desorbitantes números de divorcios, o la enorme cantidad de niños que viven separados de sus padres, la gente que emigra y deja atrás a su familia y los que viven colmados de dificultades por las inhumanas condiciones de precariedad existentes o por convivir en una misma vivienda varias generaciones.
Lo anterior se explica a veces por condiciones impuestas desde la sociedad y otras por la profunda crisis de virtudes y valores existente en Cuba, analizada en detalle por Izquierdo, en su Tesis de Maestría en Bioética, donde el 95,03% de los encuestados responde afirmativamente sobre la existencia de esta crisis. Además, de acuerdo con dicho estudio la familia se ubica como el principal campo de afectación señalado por los encuestados con 88,25% (Izquierdo, 2015). Pero que no nos desaliente la alarmante realidad que estamos viviendo, analicémosla críticamente para proyectar a partir de ella nuestro futuro, el sueño que nos moverá a trabajar por solucionar la crisis existente.
Estas soluciones necesariamente deben pasar por el pleno respeto de todos los derechos humanos de las familias y de sus miembros, además, por el reconocimiento del papel insustituible de la familia en la educación y en el desarrollo de un país más justo, pacífico, próspero y humano. Es deber de todos los cubanos ir más allá de la crítica y la queja estéril y comprometernos con iniciativas que desde lo pequeño nos ayuden a cambiar primero a nosotros y después a los que están en nuestros círculos de incidencia.
Apoyemos nuestro trabajo en la riqueza legada por los padres de la Nación cubana y en las experiencias de los centros de estudio y organizaciones de la sociedad civil que trabajan arduamente por el respeto de los derechos humanos, la superación del daño antropológico y del analfabetismo cívico y político. Que podamos decir con orgullo como nuestro Apóstol “labramos aquí sin alarde un porvenir en que quepamos todos.”
Referencias
- Asamblea General de la ONU, 1966. Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, s.l.: Adoptado y abierto a la firma, ratificación y adhesión por la Asamblea General en su resolución 2200 A (XXI).
- Pliego, F. P. Familias y bienestar en sociedades democráticas. México: Ciencias Sociales. 2011.
- CEPALSTAT/BADEINSO, 2011. Base de estadísticas e Indicadores Sociales en línea de CEPAL. Información proporcionada por el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), División de Población de la CEPAL, revisión 2010, s.l.: Base de datos población y Naciones Unidas, Departamento de Economía y Asuntos Sociales, División de Población. Panorama de la Población Mundial, revisión 2010.
- Guillén, J. L. Rescatar la patria potestad que nos arrebataron. En 14ymedio, 15 octubre de 2015.
- ONEI, 2014a. Anuario demográfico de Cuba. La Habana: Oficina Nacional de Estadísticas e Información.
- ONEI, 2014b. Anuario Estadístico de Cuba, La Habana: Oficina Nacional de Estadísticas e Información.
- Roselló, F. T. Rostro y sentido de la acción educativa. Barcelona: EDEBÉ. 2001.
- Yepes, R. Fundamentos de antropología. Pamplona: EUNSA. 1996.
- Izquierdo, Y. La Educación Ética y Cívica: una solución a la crisis de valores en la sociedad cubana actual. Tesis de maestría en Bioética. La Habana: Centro de Bioética Juan Pablo II, adscrito a la Universidad Católica de Valencia. 2015.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Estudiante de Economía.