Familia y Género – ¿Repudio o inclusión?

Por María del Carmen Pino Martínez
Si en un momento la guerra sirvió para unir al pueblo, en el mundo de hoy es inconcebible ver que en una aparente “paz” se haya fomentado la división hasta el extremo que cada vez con mayor frecuencia se hace patente una reacción física y verbal de algunas personas ante el ejercicio de otras de un simple e ineludible derecho o por expresar la diversidad de las ideas.
Si todos pensáramos igual sería en vano el propósito de Dios, quien nos creo únicos e irrepetibles, con libre albedrío. Cada persona tiene derecho a elegir en lo que quiere creer, cómo quiere actuar o hablar, y eso no le da derecho al gobierno a interferir en su forma de pensar.
Hay leyes cívicas que garantizan el respeto a las ideas alternativas. (Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). Cuba es nuestra casa. La casa de todos los cubanos sin excluir a nadie, el pueblo debe unirse pero no con el propósito de agredir e insultar a una parte que no piensa igual y que pacíficamente intenta buscar una solución gradual a los problemas que enfrentamos todos los cubanos.
Los actos de repudio son expresión de la incivilización y la violencia que se organiza y estimula.
Las autoridades deben intervenir y jugar el papel que les corresponde ante estos problemas para evitar enfrentamientos que solo dañan el alma y la imagen de Cuba como país.
Las calles no se construyen para un sector específico de la sociedad, ni las universidades, ni los centros de trabajo.
Agrediendo solo se demuestra la incapacidad para el diálogo. Caminemos todos juntos hacia la tolerancia y los espacios cívicos. Hacia el respeto mutuo.
Evitemos estas situaciones de enfrentamiento que solo han logrado lacerar nuestra convivencia. Recordemos los problemas acaecidos en los años 80 y saquemos de ellos las lecciones que eviten caer de nuevo en el error.
Busquemos las soluciones que favorezcan nuestro bien común, que vayan más allá de razones políticas e ideológicas.
Cuba es nuestro hogar común, contribuyamos a crear un ambiente de respeto, tolerancia y pluralismo en el que se preserve la integridad física, espiritual y psicológica, y se consagren los derechos de cada cual.
Cuba y sus calles son nuestras, de todos los cubanos. Evitemos que sean nuestros hijos los que mañana dividan el futuro de nuestra amada Patria porque vieron y aprendieron de sus padres la exclusión, la violencia y el repudio.
Eduquemos a nuestros hijos en lo bueno que hay en nosotros, en nuestras familias, que se alimenten espiritualmente de los mejores sentimientos y virtudes que se conservan en nuestra cultura cubana. No dejemos que nada ni nadie divida nuestras familias, cultivando lo mejor de nosotros mismos, promovamos los más nobles sentimientos de fraternidad.
Formemos a nuestros hijos y a nuestras familias en el respeto a la diversidad de ideas y criterios. Esto debe empezar por el hogar. Demos el primer paso para que Cuba sea una casa inmensa, la de todos los cubanos, piensen como piensen, estén donde estén, sientan como sientan.
La educación en familia es el primer paso. Nadie lo hará por nosotros. Es el primer deber de los padres. Luego no nos preguntemos por qué son tan violentos nuestros hijos o por qué los jóvenes cubanos explotan en agresividad. Seamos sinceros:
¿Cuál ha sido el lenguaje y el ambiente de violencia, de guerra, de repudio, en el que continuamente se exhorta a “aplastar” al adversario, que nuestros hijos y nietos han escuchado y vivido mientras crecían en Cuba? ¿Dónde estábamos y qué hacíamos los padres mientras tanto? ¿A qué le dimos prioridad: a comer y a tener trapos, o a ser?
¿Educamos a nuestros hijos para que jamás cambien la dignidad y la paz por un plato de lentejas?

María del Carmen Pino Martínez (Pinar del Río, 1967)

Ganó el Gran Premio Vitral 2006 en Literatura Infantil.

Trabaja y vive en el Puerto pesquero de La Coloma, Pinar del Río.

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