Expropiación forzosa. Las cosas que suceden en Cuba

Por Jesuhadín Pérez.
“No sé por qué en mi país cada vuelo de palomas tiene que ser correspondido con una pedrada”
No recuerdo quién lo dijo. Debió ser cubano.
…dicen que era por el permiso. El permiso, el permiso, el permiso… ¡Mentira, no es el permiso! El permiso es el pretexto, la parte que queda para amarrar la cuerda de la legalidad. Lo hacen por miedo. Solo un miedo desesperado justifica tanta miseria humana. Tanto odio.
Las “rutinas” policiales son bastante oportunas. Especialmente cuando vamos a atender el grito de socorro de alguien que le aplastan los derechos. Veinte minutos irremediable e injustificadamente perdidos y se supone que debo agradecer. Otros fueron esposados a la espalda como delincuentes. Sus mujeres empujadas en plena calle y conducidos sin miramientos a las oficinas de la policía. Grave el incidente. No podía creerlo cuando mi cell sonó con la primera alarma, a la que respondí con una llamada directa a los implicados. Fue algo increíble.
Pensé que estas cosas solo les sucedían a otras personas. No a nosotros. Algo estúpido de mi parte, cierto, pero siempre he sido un hombre ingenuo. Siempre he creído en la bondad y en la razón. Hoy me convencí de que en este país, para algunos, no funcionan.
Bastaron el par de esposas antes mencionadas y los ruidos que salían despedidos por la puerta de la casa… dentro, el dolor de la pérdida, indistinguible del coraje. Gentes que ante lo saqueado permanecen inviolentos mientras contemplan la Virgen despojada de su pedestal por hombros que no respetan el derecho ajeno, que no saben de justicias ni de misericordias. Después, un montón de planchas lisas y brillantes, separadas especialmente para este ritual, van sembrando una distancia entre lo que ayer fue tuyo y hoy pertenece a otros.
Y mientras paseas entre el doloroso estrépito del desprendimiento, un puñado de seres raros te miran a ti, que defiendes lo tuyo con lágrimas, como si vieran un animal peligroso y violento. Ellos, los mismos que resguardan gruñendo con sus lobunos dientes los decretos que clavan en tu propiedad, que fotografían tu dolor como si todo fuera una puesta en escena, ni siquiera te conocen. No saben cómo te llamas, si tienes hijos, si te interesan las flores o dónde volarán mañana tus palomas.
Es asqueroso mirar este entra y sale de gentes desconocidas. Ver cómo patean tus jardineras, como llenan de huecos tus lisas paredes, y sueldan tus puertas, y ríen, y miran y tocan lo tuyo actuando como si fueran legítimos dueños… da asco, repugnancia ver tanta miseria humana. Hay que ser muy fuerte para no vomitar.
Te subes en una silla para salvarle a una pobre lámpara la paternidad y el flash de una capciosa cámara te llena los ojos de insinuaciones, mientras, te debates entre la rebeldía de los cables o tu mejor perfil. Ellos no. Son vegetarianos. Prefieren las zanahorias a nuestras fotografías. Cada vez que pueden dan la espalda, hunden la frente en sus sudaderas o se adentran en la penumbra de la nueva propiedad. ¡Qué lástima, con lo bien que lucirían para el mundo mientras ejecutan tan digno trabajo en nuestro patio! Total…
¿Y hasta cuándo el mundo permanecerá silencioso? Parece que no existimos. Somos solo un puñado de gente que no ha desistido de remangarse la camisa. Solo eso. No traficamos heroína, no hacemos hombres bomba, queremos solo espacios donde vivir en paz, donde poder educar a nuestros hijos, queremos ser parte de este país. ¿Por qué nos patean todo el tiempo? ¿Por qué nadie ve nuestro martirio?
A veces pienso que estamos solos. Que sufrimos solos. Y que moriremos o triunfaremos igualmente solos.
Yo llegué, vi y sufrí como si fuera mío porque mío también era lo que se perdía, y tragué el dolor de aquella anciana, de aquellas mujeres, de aquellos niños que no entienden por qué se les arrebata un espacio que siempre les perteneció… no entienden, no entienden, pero sí sienten y eso que sienten pasarán muchos años para que dejen de sentirlo.
He visto en presente el dolor de esta familia desposeída por el poder. Es una imagen que perdurará en mi memoria para toda la vida. Y no quiero callarlo.
Cuando vinieron a buscar a los comunistas, Callé: yo no soy comunista.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, Callé: yo no soy sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos, Callé: yo no soy judío.
Cuando vinieron a buscar a los católicos, Callé: yo no soy “tan católico”.
Cuando vinieron a buscarme a mí, Callé: no había quien me escuchara.
Reverendo Martin Niemöller
Jesuhadín Pérez Valdés.
Estudiante de Derecho.
Miembro fundador del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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