Por Josué Peña Otero
Es universalmente conocida la importancia que tienen el reconocimiento y el disfrute de los derechos fundamentales del hombre, pues concretan las exigencias de la dignidad, la libertad y la igualdad humana. En muchos países del mundo gran cantidad de personas ni siquiera pueden elegir entre el analfabetismo y la instrucción.
En la actualidad de nuestro país existe una cantidad grande de instituciones encargadas de llevar al pueblo la luz del saber, pero puedo expresar categóricamente que la libertad de expresión es un sueño lejano, que quiere volverse realidad. Es una niña pequeña que demanda convertirse en mujer para representar a la sociedad en que vivimos. Los comunicadores no tenemos espacios en los cuales expresar las vivencias diarias de un pueblo que resiste y sufre oprimido por un poder totalitario que ve su verdad como perfecta e intachable.
Debemos comunicar la verdad de lo que creemos, pero nunca podemos hacer de nuestra verdad un ariete para imponérsela a nadie por conveniencias particulares. La verdad ha de ser libremente aceptada por todos, aunque no nos convenga. Un diálogo con autenticidad y respeto recíproco entre los distintos poderes de un país, entre los distintos colectivos de ciudadanos, culmina en un diálogo en servicio de la paz. No puede ser impuesta una paz partidista, una paz de la izquierda o una paz de la derecha. Quienes actúen de esta manera tan rígida llámense a recapacitar y vean en sus propias familias la diversidad de opinión que existe entre todos sus miembros, imagínense un país como mi verde caimán.
Toda persona aspira a buscar la verdad, a responder las interrogantes esenciales de su existencia, de encontrarle sentido a su vida. Todo ser humano busca la felicidad y el bien, la belleza y la plenitud trascendente. El derecho de libertad de expresión es un derecho fundamental, no lo olvidemos.
Las relaciones humanas, las excelentes relaciones entre instituciones, el clima de respeto mutuo y el compartir los sueños, la esperanza, la vida cotidiana, la buena amistad, los pocos recursos, no pueden ser olvidados, ni suprimidos de la conciencia de las personas.
No hay malas intenciones ni afán de jerarquía sino coherencia cuando los demás exigen que alguien según sus ideales permanezca fiel a su proyecto específico. Si los demás desean que uno prospere y sea mejor de lo que es y debe ser, entonces cerrarse y no oír al prójimo, pensando que no existe nada que cambiar y que el resto del mundo es el que está equivocado, no es solo un error sino un retroceso, una involución humana.
El derecho de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas, entraña deberes y responsabilidades especiales y puede estar sujeto a ciertas restricciones que deberán estar previstas por leyes en cada caso específico de comunicación.
Martí dijo en cierta ocasión:
“El hombre que clama vale más que el que suplica: el que insiste hace pensar al que otorga. Y los derechos se toman, no se piden, se arrancan, no se mendigan”.
Con la guerra, la humanidad es la que pierde. En nuestro país no hay guerra, pero palpitan una serie de conflictos, cuya solución va alargándose cada día más y ya estamos cansados de ver la decadencia pasar por el frente nuestro y no poder siquiera quejarnos. Queremos hablar, arreglar, construir y mejorar con respeto y dignidad. Basta ya de simplificar al ser humano por opinar diferente.
En mi Cuba no desearíamos las brutales desigualdades que se viven en otros sistemas y países. Pero las dificultades están viniendo de todas formas y no a cambio de mayor libertad y responsabilidad, sino impuestas por mecanismos económicos que nos ponen ante lo peor del capitalismo y lo peor del socialismo. Lo peor del socialismo real es la falta de libertad del individuo, que no es dueño ni de él mismo, la dificultad de elegir lo que desea conocer, lo que desea escuchar y hasta lo que desea hacer con su vida. Lo peor del capitalismo son las injusticias sociales que engendran desigualdades, el mal uso de la libertad individual que a veces hace mucho daño a las demás personas.
Es necesario buscar soluciones. No nos quedemos en la queja. La queja sola es intrascendente. Solucionar la causa es el único modo de resolver un problema de verdad. No desesperemos de las situaciones y mucho menos de las personas. Hay que creer más en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud que en la intimidación del espíritu.
Por obligación las personas y los pueblos están llamados a vivir en relación. Esta es su vocación a trascender el egoísmo personal y la cerrazón nacional para establecer lazos de participación, integración y fraternidad. Esto me recuerda que un adulto debe aprender de un niño tres cosas sencillas: a alegrarse sin motivo, a estar siempre ocupado, y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que anhela.
También Martí escribió: “Las letras sólo pueden ser omitidas o enlutadas en un país sin libertad”
Es necesario leer toda la obra de Martí y no por partes que sean convenientes a posturas particulares.
Aislar es ignorar al otro y excluirlo. Es también cerrarse y considerarse como poseedor de toda la verdad, la única verdad. Tanta responsabilidad tiene ante el aislamiento de un pueblo quien lo excluye desde fuera como quien cierra por dentro la puerta. La puerta de la casa y del corazón.
Cuba debe abrirse al mundo sin ceder soberanía frente a los poderosos que están mirando el menor fallo para aprovecharlo. Abrirse y cambiar es ser soberano, es ser protagonista de la propia historia personal y nacional, como dijera el Papa Juan Pablo II hace más de diez años.
Espero sinceramente que la esperanza nunca se apague en nuestro interior, y que cada uno de nosotros sepamos ser la herramienta necesaria para mantener la fe, la paz y el amor vivo por siempre.
Herminio Josué Peña Otero. (P. del Río 1978)
Ingeniero Mecánico.
Trabaja en el Obispado de Pinar del Río.