Entre sueños y realidad, la persona y la política

“Es mejor confiar en el Señor que confiar en el hombre. Es mejor confiar en el Señor que confiar en grandes hombres” (Salmo 118, 8-9)
Por Glissett Valdés Herrera
La Política, tema difícil. Lo difícil no está en que sea un tema candente, sino en que es confuso. Esta es una reflexión necesaria, en la medida en que los ciudadanos, cristianos, sintamos permanentemente esa tentación idealista de menospreciar esa política, o bien, de dejarnos llevar por un excesivo entusiasmo hacia ella. Ahora bien, esta realidad pide ser considerada tal como es, lúcidamente, resueltamente.
La intención no es politiquear, sino invitarlos a reflexionar desde determinados puntos de vista, cómo la política vive en nuestras vidas, y desde un estilo u otro, a todos nos concierne, pero no debemos sacralizarla.
¿Por qué?
Porque la política envuelve nuestra vida cotidiana, en el trabajo, en el mercado, en nuestros hogares, en fin, en nuestras comunidades, porque de ella se espera que se llegue a inventar el proyecto humano que hará a todos los seres iguales, libres y fraternales.
Debemos creer en la novedad radical de una historia, portadora de un sentido. Para el ser humano la historia tiene un sentido.
Nuestro trabajo está condicionado por los hechos políticos, a favor o en contra de la descentralización, del pequeño o gran comercio, la elevación de precios en la agricultura, la formación profesional, los problemas de empleo.
Otro ejemplo sería la vida familiar, esta no será la misma según las opciones que se tomen con respecto a la política de las rentas, subsidios, duración de la escolaridad, edad de jubilación, horario semanal del trabajo, jornada continua, el criterio sobre nacimientos, permisos.
No hay razón para autoexcluirnos, pues nos privamos de participar en el cambio que necesita nuestra sociedad, a través del diálogo y el discernimiento.
¿La política merece atención?
Es evidente que la política merece atención. Participar en ella no es una necesidad que se nos impone desde fuera, es una aspiración profunda, pudiera decir.
Cada uno tiene necesidad de los demás, no solamente para alimentarnos, vestirnos o cuidarnos, sino incluso para existir, para ser o llegar a ser nosotros mismos. Nos vamos haciendo a través de la mirada de los demás, necesitando ser reconocidos. Pero la mirada no basta, debemos estar ligados a los demás, comunicarnos, sentir la necesidad de la búsqueda de un amigo o cualquier tipo de vínculo que impulse uniones amplias, arraigarnos en un grupo, en una comunidad. El Yo no va sin el Nosotros. Tenemos necesidad de que el grupo con el que nos identificamos, sea también reconocido, cualquiera que sea la raza, la clase, la nación, la Iglesia, el partido…
La política aparece entonces como una necesidad del corazón, de la persona, pero ella también está necesitada. Sencillamente lo queramos o no, pertenecemos a una sociedad, cada vez más compleja y somos una parte del cuerpo social, que interactúa con nosotros, en las cosas que queremos defender, los impuestos, los salarios, la vivienda adecuada…
¿No habrá entonces para nosotros una invitación, una llamada?
La historia tiene un sentido, “aunque no se encuentra”, debemos buscarlo y que camine hacia donde la libertad, la justicia, la paz, el amor sean realizados a plenitud. Ciertamente parece que nunca acabaremos con los conflictos, pero estamos llamados a reconstruir al hombre, y que entienda que para su plena libertad, es necesario entender que la política es uno de los principios creadores de una reconstrucción, de un cambio radical, en la que todos, pueden encontrarse. Por tanto debemos entender que hay que conocerla y preocuparnos por ella; pues para la actuación de una “persona”, en un asunto determinado, para alcanzar un fin, es necesario saber que la política es una realidad cotidiana, la cual nos invita a orientarnos hacia el camino de la libertad humana, de nuestra dignidad.
Sacralizar la política, es una tentación bajo la que sucumben muchas personas y de la cual es necesario guardarse.
¿Por qué este criterio?
Porque entre los sueños y la realidad la política asume, refleja y hasta amplifica los conflictos, las violencias y las ambigüedades inherentes a la condición humana.
A imagen de la condición humana la política es un duro camino de la unidad. Es necesario cuidarse, desde mi punto de vista, de no caer en la tentación y obsesión. Vale argumentar que cada individuo o grupo tiene una idea del hombre, de nuestras relaciones con los demás, y de las violaciones de esa dignidad en las relaciones sociales y personales.
En ocasiones oímos hablar de la existencia de una Derecha, de una Izquierda y de otras divisiones, ¿por qué estos términos? Pues esto es parte de la Política y el duro camino de la unidad procede de que los proyectos del camino hacia la unidad son diversos y a veces, opuestos.
Siempre la persona humana en busca de su dignidad, busca el bien común.
¿Dónde está el bien común?
Reflexionando nosotros mismos debemos saber que el bien común será el de todo el hombre y de todos los hombres, es decir, el bien común que permite desarrollar en todo al hombre. Resulta importante mencionar que esto no lo resuelve todo, pues siempre habrá divisiones por las propias tensiones entre los valores de orden-justicia, eficacia-igualdad, felicidad-grandeza.
Ante la interrogante formulada, puedo asegurar que en las finalidades de la política no están inscritas las cosas, hay que elegirlas. Las opciones de la política están sujetas al ritmo y orientaciones del cambio, la mutación hacia una nueva sociedad, buscando la libertad humana según nuestra dignidad.
Nosotros mismos somos los invitados a elegir los valores fundamentales de la dignidad humana en las diversas esferas de la vida, unirnos más en el diálogo fraterno, respetando los sagrados derechos y deberes humanos en toda su amplitud, responsablemente, mejorando y caminado hacia el futuro.
Cada cual con sus criterios propios, participamos en la política, siendo esto una forma de libertad.
Discernir en pos de lograr actitudes concretas, la igualdad de las oportunidades para todos, la autonomía y la apertura de las personas o la integración social, la unidad del género humano.
En todas estas grandes opciones generales que dirigen los hechos políticos hoy en día, está cada uno invitado a tomar partido y, de hecho, tomar parte.
Escuchamos criterios como “en la mesa no se habla de política (ni tampoco de religión)”, sin embargo, este puede ser un buen lugar para hacerlo.
Dentro de lo que escuchamos podemos mencionar algunas opiniones curiosamente negativas:
• La política no tiene sentido.
• La política es lo que divide.
• Si no existiera política sería más feliz.
• La política es asunto de hombres.
• Sin política no habría guerras.
• La política son los partidos.
• Yo no entiendo de política, cada uno a su oficio.
• Todos los políticos son semejantes y esto no cambiará jamás, prefiero cultivar mi propio jardín.
Son muchos los intelectuales, los militantes y numerosos jóvenes que sienten el gusto y la pasión por la política. Pero ¿se trata de la política en sí misma o de lo que ellos sueñan como política?
Ante las desconfianzas, temores y desilusiones, debemos saber que la política nos concierne, es una dimensión de nuestra persona, entre nuestros sueños y la realidad.
Mi alma misma no queda libre de condicionamientos, mis reacciones, mi concepción del mundo, mi mentalidad, están en función del lugar que ocupo en la sociedad, más aún si soy “proletaria” de un país subdesarrollado.
Siempre estaremos marcados por los instrumentos de cultura a los que “tengamos acceso”, la prensa, la radio, la televisión, la publicidad, dependientes de hechos políticos dentro de una sociedad, “tratan” de modelarte. ¿Qué espacio espiritual me corresponde? ¡No escapamos de la política! Nosotros, todas las personas somos piezas de la sociedad, cada uno, en torno a nosotros mismos somos factores políticos, las cosas que hacemos, la profesión, el alojamiento, la economía, la inacción, pesan sobre la vida de otras personas y las futuras opciones políticas.
Decir: “Yo no hago política”, es una manera de hacerla.
¿No es mejor dejar de mirar la política con gafas negras para tratar de desarrollarla y cambiar, con ánimo, la parte que nos corresponde?
¿Cambiará la política?
Aseguro al menos, que los que nos tenemos que resignar a la supervivencia de la política, esperamos ardientemente, que esta cambiará. Pienso que semejante criatura fantástica será domesticada por la razón.
Puntualizo que el objetivo de la política es demasiado grave y no se puede dejar abandonada a la sola razón, no se puede limitar a cuidar, formar o mantener hombres con elevadas categorías ideológicas, la política apunta más alto, darle a esos hombres la razón de existir, convivir y respetar a los demás seres humanos, su dignidad, sus valores, y estas razones no pueden proceder más que del corazón, la política no podrá nunca ser científica. La política concierne al bien común y a la defensa de los derechos humanos, la palabra política es en su esencia, política y convive con todos, pero de esta política en la que diserto, es aquella en la que podemos actuar de forma participativa y dialogante.
Glissett Valdés Herrera. (La Habana, 1972)
Lic. en Educación Primaria. Catequista.
Reside en Pinar del Río
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