Entre obedecer y ser responsables

Jueves de Yoandy

“Orden, disciplina, exigencia”: así tienen grabados en la espalda los pullovers que entregaron a las personas que “apoyan” el trabajo en las colas en tiempos de COVID-19. Suenan como un lema militar, igual que las voces de mando de algunos que tratan a las personas en las filas como si fueran soldados.

Vivimos una etapa difícil, que pone al descubierto varias deformaciones en la educación, la eticidad y el necesario respeto entre las personas, las instituciones, y en la interacción entre estas dos últimas. Han emergido, como en toda crisis, una mezcla de lo mejor y lo peor de cada ciudadano y cada entidad estatal. Espero y deseo que de todo esto saquemos las mejores enseñanzas para un futuro cercano. No basta solo pregonar que somos un país preparado, sino hace falta demostrarlo, día a día, en cada acción personal y social.

Una de las realidades que nos aquejan es el pensamiento de algunas personas, y además la reiterada acusación en los medios oficiales, de que la “culpa” de que no existan determinados productos en las tiendas, mercados y puntos de venta en general, es el acaparamiento. Duele escucharlo repetidamente en voz de quienes sabemos que pueden hacer un esfuerzo para analizar con cabeza propia la situación. La responsabilidad, -y fijémonos que luce mejor hablar en estos términos, que usar vocablos como culpa, que aluden a juicios, lenguaje militarizado o fiscalizador- no es de los acaparadores. La causa es el desabastecimiento que hemos venido sufriendo desde mucho antes de que iniciara en nuestro país la COVID-19. Recordemos que antes sufríamos un “periodo coyuntural”, que afectaba no solo el sector de la alimentación, sino también el transporte y otros renglones esenciales de la vida económica del país.

Hablando de la tríada que desde la oficialidad han venido usando como lema, podemos decir que el reiterado orden no se logra haciendo innumerables filas donde los conceptos de distanciamiento social son violados continuamente. Hemos presenciado las filas más largas de la historia, y es lógico, pero también hemos conocido los mecanismos más insólitos nunca antes vistos. La tarjeta de racionamiento, que casi fenecía, y otros hablaban de su extinción, ha recobrado vida: ahora es necesaria para comprar hasta en las tiendas recaudadoras de divisas. El orden entonces se mezcla con control; es decir, lejos de liberar la venta de determinados productos, -que de haber en existencias los suficientes la escasez por la demanda sería menor- se reduce casi todo a un número que fue determinado por un ministerio o un grupo de “expertos” sobre el tema. Una cosa es el desabastecimiento y otra es que, para ocultar su esencia, se busquen, utilicen y se reinventen, novedosas dinámicas que dejen al ciudadano asombrado por aquello de que ¿hasta dónde se puede llegar en tiempos de crisis en Cuba?

El llamado a la disciplina es necesario. Creo que la disciplina comienza por casa, cuando decidimos cuidarnos y cuidar a los demás en la medida de lo posible. Pero luego entramos en un ciclo contradictorio porque, decimos que nos cuidamos, que cumplimos disciplinadamente las medidas de protección contra el virus, y vamos a hacer largas filas durante largos períodos de tiempo, donde se olvida el distanciamiento y creemos que un sencillo nasobuco, hecho del material que cada uno tuvo a mano, nos protegerá de todo. Para algunos a veces también resulta imposible ser disciplinado: viven solos, no tienen los recursos suficientes para vivir del pan racionado y los otros pocos productos normados, ni el dinero suficiente para, aunque sea con la libreta de racionamiento, y expuestos a extensas y demoradas filas, comprar un paquete de pollo o un litro de aceite. Entonces el tema de la disciplina se relativiza, y a la larga el efecto negativo recaerá sobre la salud de los cubanos.

Somos un pueblo cansado, y ahora más por los efectos de la crisis del coronavirus, que se superpone a las crisis anteriores de las que tampoco habíamos salido. Entonces el tema de la exigencia ante un ciudadano abatido por la preocupación, la zozobra del pan diario y las carencias de todo tipo, se diluye en una incertidumbre mayor que hace preguntarnos ¿hasta cuándo? y ¿hasta dónde? No se puede exigir responsablemente cuando no se garantizan ciertas y determinadas condiciones de vida dignas. De lo contrario, se pierde la noción de qué se exige o por qué se debe cumplir, y se cae en el relativismo moral de que “el fin justifica los medios”.

Es cierto que esta crisis coexiste con un enorme daño en la persona del cubano. El ciudadano de a pie, descontento con esta “tierra prometida”, quizá haya optado por vivir el día a día, y haya tomado muy en serio, pero con una interpretación más enfocada en lo práctico que en el sentido de la vida, aquello de que “a cada día baste su afán”, a cada día baste su cola.

Siempre habrá quienes estén de acuerdo con las medidas venidas “de arriba”, quienes justifiquen todo proceder, y quienes, por supuesto, enarbolen esa consigna del orden, la disciplina y la exigencia. Yo realmente no sé si estos recursos han sido totalmente efectivos ante la COVID-19; pero de lo que sí estoy seguro es de que el sistema inmune de los cubanos es formidable. Quisiera que también esa fortaleza se viera expresada en la capacidad de discernimiento de lo que es éticamente inaceptable. Quisiera que toda esa energía se refleje en las actitudes que, conscientemente, nos permitan ser más responsables, ayudar a quien lo necesita, defender nuestros derechos y desterrar la división y el lenguaje descalificador. No todos somos militares, somos ciudadanos con cuotas de responsabilidad. Que el orden, la disciplina y la exigencia frente a la COVID-19, también se combinen con el respeto, la solidaridad y la paz.

 

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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