Energía que mana del aburrimiento…

Foto de Adrian Martínez Cádiz.

Anisley Miraz Lladosa ¦¦

Energía que mana del aburrimiento…

  • A mi madre le duelen los dribleos.
  • ¡Tres!… Un joven arroja la pelota.
  • La pelota contra el borde de la canasta,
  • la cabeza de mi madre contra el borde de la canasta,
  • el silencio de un imposible engole.
  • El joven recuerda la isla.
  • Tipúlidos que muerden, que carcomen,
  • mi madre le explica a quien podría ser su hijo.
  • Pero no importa el orden, no existe el infra-orden.
  • En vano mi madre le habla de neopteras,
  • hexápodos y artrópodos,
  • vanamente le prohíbe atravesar el patio,
  • jugar al solitario en la explanada muerta.
  • En Moxico las madrugadas roen, cuecen.
  • Y cuando es madrugada, pelotas golpean la canasta,
  • la cabeza de mi madre golpea la canasta.
  • ¡Diez!, el joven juega al solitario.
  • Mi madre inmortaliza
  • albores que siguen sucediéndose,
  • engoles improbables,
  • cabezas redoblando en la planicie fría …
  • (No hemos visto siquiera el río Luena,
  • ni vivido un minuto sin enjambres mortíferos).
  • ¡Duele!, dice el joven y recuerda la isla.
  • ¡Duele!, repite mi madre y deja ir sus pastillas
  • masticando otra lágrima.

Una luz siempre en aumento da a las cosas

un centelleo cada vez mayor…

  • para Odalis, compañera de misión de mi madre,
  • 2013 y Moxico
  • La mujer tropieza con el seguranza.
  • Se asusta,
  • no logra encontrar el picaporte,
  • no logra asegurar
  • su propio cuello sobre el torso.
  • En el condominio de antes
  • se asustaba también,
  • por la lobreguez, por el desierto interminable.
  • Pero en la casa actual, de noche,
  • tropieza con el seguranza
  • y es como chocar
  • contra una Welvitschia mirabilis gigante,
  • contra todo el continente africano.

Basura cuidadosamente elegida…

  • Antes del convite,
  • la amiga de mi madre bailó con los angolanos
  • y trató de aprender su danza tradicional,
  • como si estuviera en el Carnaval de Vitória.
  • Pero era una catedrática dentro de un continente,
  • era una extraña como todos…
  • En el convite,
  • la camarada de mi madre bebió licor de ananás
  • y se instruyó en la cultura de desierto,
  • un poco por placer:
  • era una brizna dentro de la galaxia,
  • era una refugiada como muchos…
  • Durante el convite
  • guardó carne en su bolsa de siempre:
  • gamuza de Benguela,
  • elefante de Uige,
  • cebra de Bié:
  • era nada sobre nada,
  • era tan infeliz como los otros…
  • A los ojos negros de los estudiantes negros,
  • después del agasajo dirigió su discurso
  • en algo parecido a una lengua muerta,
  • y se despidió como si pudiese volver alguna tarde.
  • En el condominio, los días que siguieron
  • fueron mejores días
  • gracias al alimento que ella,
  • un poco menos triste que mi madre,
  • cargó en su bolsa de siempre.
  • Pero los amonestaron,
  • como si les fuesen a suspender el pase
  • con el Océano Atlántico dentro de la cabeza.
  • Reprendidos, castigados,
  • con el Océano Atlántico dentro de la cabeza,
  • como cruzar la frontera del mundo
  • para volver al mismo pedazo de pared
  • frente al pelotón de fusilamiento.
  • La Venus implacable mira a lo lejos
  • no sé qué con sus ojos de mármol…
  • A veces el visitante viene a la hora de comer
  • y se sienta silencioso.
  • Muerde la misma manzana,
  • la del centro de mesa,
  • recuerda el cianuro en sus semillas.
  • Y recuerda
  • que aunque haya sido aprovechado
  • por Dioscórides y Plinio,
  • Paracelso y Da Vinci,
  • Bacon y Brandt,
  • el cianuro puede matar a muchos hombres.
  • Silencioso, de vez en cuando ríe,
  • solo de vez en cuando,
  • con una distancia infinita
  • disolviéndose en su estómago:
  • una semilla de manzana
  • puede ser tan grande, tan grande,
  • como un país. 

La irresistible indiferencia…

  • Habíamos estudiado
  • sobre el Movimiento Popular,
  • el virus Marburg, minas anti-personas,
  • reservas de petróleo…
  • No dijeron a dónde nos llevaban.
  • Bajamos del avión, casi todos mayores de cincuenta,
  • excepto algunos jóvenes taciturnos.
  • No habíamos llegado a Ceuta,
  • ni el mundo se veía desde el Mirador Isabel II,
  • ni existían bosques de alcornoques
  • como quizás imaginamos antes de partir.
  • Vanamente buscamos el Tabernáculo
  • de Santa María de África
  • cuando oímos una palabra parecida,
  • y buscamos las Murallas del Paseo de las Palmeras
  • cuando uno de nosotros señaló
  • lo único verde en millas de camino.
  • Vanamente un poco de belleza…
  • Se presentaron en nganguela
  • y nos repartieron puñados de kwanzas
  • mientras alguien señaló un memorándum
  • del Frente Nacional de Liberación.
  • Abordamos carriñas, fueron abandonándonos
  • de tres en tres, de dos en dos.
  • Definitivamente no éramos soldados:
  • casi todos mayores de cincuenta,
  • excepto algunos jóvenes taciturnos
  • que no integraron nunca la Unión para la Independencia.
  • Nosotros, los mayores de cincuenta,
  • no conocíamos más guerra que alimentar los hijos
  • nacidos cuando un terremoto
  • de 7,5 grados en la escala de Richter
  • azotó Islas Anzores,
  • cuando en el Reino Unido aconteció la huelga del acero,
  • cuando la sonda espacial Voyager 1
  • confirma la existencia de la primera luna de Saturno,
  • y la Alemania Federal gana la Eurocopa,
  • e Irak invade Irán
  • y se descubre el primer caso de SIDA,
  • y acaba el éxodo desde el Mariel.
  • En ese entonces ninguno de nosotros
  • sospechaba eventos tales.
  • Como tampoco sospecharía, años después,
  • que el tiempo en un lugar como Moxico
  • solo reina, y nada más.

 

 


  • Anisley Miraz Lladosa (Trinidad, 1981).
  • Graduada en Diseño Gráfico en la Academia de Artes Plásticas
  • “Óscar Fernández Morera” de Trinidad.
  • Ganadora de premios y menciones en varios eventos literarios como la Bienal de Jarahueca (2000), Literatura Infantil “Mercedes Matamoros” (2002), Premio de la Ciudad Fernandina de Jagua (2003), Gran Premio Vitral de Poesía (2003) y Premio Poesía Vitral (compartido) (2004).
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