Por Maikel Iglesias
Cuba es un país totalmente desarticulado. Con un flujo sanguíneo insuficiente hacia sus principales órganos. No le bastan las remesas ni las tentativas de la nueva política del presidente Obama. Tanto tiempo varado en el andén, hizo que el sueño cubano se quebrase las piernas en el diferendo y hubiera que amputarle alguna de sus partes en más de una ocasión.
Visible es para muchos ese punto de giro sobre el que especulan expertos y legos. “Algo tendrá que pasar en la mayor de las Antillas o algo está pasando y no nos hemos dado cuenta”-rara combinación entre el deseo y lo perdido. Lo cierto es que la gente quiere pero ignora el modo y, el carro del Estado apenas puede caminar.
Demasiado minada la autopista de la economía, la carretera de los ciudadanos, los caminos generacionales; al punto de explotarle los neumáticos al auto nacional. Dejándonos desbaratados, en la absurda osadía de correr en llantas.
Músculo que se desusa, va camino de la atrofia. Graves signos de envejecimiento sobre el cuerpo de la Patria nos atan de revés en el quirófano. Déficit en la memoria, deterioro en los sentidos básicos, fibrosis generalizada, circulación interprovincial obstruida; ni qué ver o decir la concordia con el mundo. Casi todo el universo en crisis pero con su propia voz, cantándose a sí mismo, pidiendo y exigiendo su registro más actualizado; y esta tierra tan bella a los ojos de cuberos buenos y no tantos, malogrando la suya en la agonía de cantarle a nadie, apenas a un ciclón pasado.
Somos un país que demanda trasplantes urgentes. Necesita un bypass inmediato en su circulación vital. Uno de los más envejecidos de este mundo. El dilema es que a mi juicio clínico, no precisa nuestro ahora de encontrarse un riñón en Venezuela, USA o en la Unión Europea. Creo profundamente en la solidaridad, mas el tema de Cuba pasa por un sitio muy cerca de sí. No esa Cuba de la cual escaparon cifras millonarias, sino de la que ni siquiera un colibrí se hubiera ido. La maravillosa. De la tierra que late en lo profundo con su corazón auténtico.
Son las horas de hablar en cubano. Se ha consumido más de un sueño en el babel soviético, yoruba, chino, bantú, castellano, inglés. Olvidando la palabras nuestras, el sentido principal de ese nosotros verdadero.
No es un nacionalismo a pulso lo que Cuba necesita. No es una resistencia atroz ante la inevitable conexión del Uno con el Todo. Sino cambiarle al eclipse su patrón incierto. Esta isla monolingüe, poliorgásmica y multirracial; ha donado al vacío su reserva de ilusiones.
Nuestra carrera de la evolución, está plagada de arrancadas en falso. El exilio forzado como válvula de escape, ha creado barreras insondables en la agónica corrida generacional. El listón del futuro fue devuelto en la distancia. Prohibido para el trote de los otros y también los muchos. Por eso pinta grave nuestro ayuno de presente.
Leves gritos neuronales, células independientes, y el efecto de empeñar la sobrevida; han disuelto su emoción ante las sombras tercas.
Nos embarga el desgaste de tanto naufragio. El presente va unido a la marea otrora, al leit motiv de un así éramos entonces.
El buen humor quedó colgado en la desdicha, mofa de sí mismo en banca rota. Crisis inmobiliaria de las utopías, tempo de ritmos y musas confusas y/o latosas. Carnavales descarnavalados, descafeinados, sin cervezas, deserpentinados.
Disminuyen los mitos y milagros curanderos, la fe en el palo monte, porque se hizo palo de la calle. Y la regla de Ocha, se hizo una excepción.
La iglesia católica se descatolizó. Se sirvió a sí misma más que a los demás.
¿Cuál es el virus que ataca a nuestra ciencia, religión y los deportes colectivos? ¿Se acabaron las vacunas, misas soberanas y oros en pelota? ¿Qué sucede con las Artes y con la Literatura? Ya no crecen los van vanes ni los Pablos ni Valdeses ni Lezamas Limas. Sé que por ahí deben andar con nombres que algún día sonarán distintos, que nacieron hace un rato o han de nacer de parto natural o por cesárea. Prefiero más la ruta natural. Pero pasa por Cuba un peligroso síndrome de desmotivación, que se refleja en todo.
En esa alegoría de la vuelta al óvalo (gastado tiovivo de la vida, intermezzo de elevarnos sobre un cruel tabú), al ver que se tardaban demasiado los batones; nuevas yagrumas y majaguas juveniles, las más recién nacidas palmitas nacionales, rehicieron amuletos y se fueron a la meta de algún sueño americano, judío, haitiano, nipón, esquimal.
A entregarse al fuego gélido que desintegra el cuerpo, una vez que has perdido los dientes. Les mordieron la lengua, vejaron sus sienes, pero quedó el alma. Muchos fueron descalificados en su maratón; los otros extenuados por la espera estéril, recibieron un listón hecho cenizas, y ya no habría ni modo de qué hacer con él.
El inconsciente colectivo se dispara muchas veces como corcho ante el champagne.
Los pueblos no son tan cerebrales como algunos piensan, siguen pesando en ellos los impulsos, aires instintivos; tal vez resida en esta condición, su riqueza mayúscula. La fuerza de lo impredecible.
Esos que repiten optimistamente que hay un escenario listo para el cambio, ignoran las debilidades de la oposición, la apatía funesta, el no hacer nada, huelga de brazos caídos. Pero ojo con esto, damas y caballeros, los cambios más trascendentales de la historia cubana, sonaron la campana desde un pueblo inaparentemente listo.
Cuba no estaba tan lista en 1868, ni en 1895, ni en 1902, tampoco en 1959. Y puede que al instante en que este escrito sea publicado, tampoco el escenario sea el idóneo, pero digan listos, ¡Fuera!, y toda la nación se eche a correr sobre los sueños rotos, hacia su liberación definitiva.