En extranjero suelo

Club The Two Flags (Las Dos Banderas) de Nueva York. Tomado de la Revista de Cayo Hueso.

Cuba nos une en extranjero suelo,
Auras de Cuba nuestro amor desea.

José Martí

Desde comienzos del siglo XIX existían en los Estados Unidos núcleos de cubanos que se preparaban para rebelarse contra España. Como apunta el historiador Gerald Eugene Poyo, “como las condiciones políticas en Cuba durante todo el siglo no les habían permitido a los disidentes manifestar sus agravios, se expresaban por medio de la dinámica prensa de un exilio que permaneció activo ya desde la década de 1820”.[1] Dentro de aquel marco belicoso y efervescente, la mujer cubana se distinguió por su entrega en un sinnúmero de tareas. En la multicultural Nueva Orleans, un grupo de cubanas cosía banderas para luego ser distribuidas en la isla, y en el apartamento de Miguel Teurbe Tolón en Nueva York, se conspiraba mientras su esposa Emilia bordaba la bandera cubana con la que Narciso López desembarcaría en mayo de 1850 en Cárdenas. También en Nueva York, otra patriota fundaba un club revolucionario de damas y se incorporaba al levantamiento. Era Emilia Casanova, la esposa de Cirilo Villaverde, el gran novelista pinareño.

Luego del alzamiento de 1868 dirigido por Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua, los cubanos empezaron a marchar al exilio por la persecución a la que estaban sujetos. Junto a los luchadores iban sus mujeres y su familia. También salían mujeres solas con sus hijos, como fue el caso de Ana de Quesada y Loynaz, Amalia Simoni, Concha Agramonte, Isabel Vázquez, Eva Adán y Betancourt, y muchas otras. Estas cubanas de la clase acomodada que en Cuba lo habían tenido todo, tendrían que trabajar en otros países para ayudar a mantener a sus familias. Lo vemos en el caso de Amalia Simoni, esposa de Ignacio Agramonte, quien ya viuda y residiendo en Mérida, Yucatán, tiene que impartir clases de música y ofrecer recitales de canto para mantener a sus hijos y padres. También Concha Agramonte Boza, esposa del patriota Francisco Sánchez Pereira quien en Cuba había sido ejecutado al garrote. Concha sería dos veces expatriada a Nueva York donde se dedicó a coser para darle de comer a sus once hijos. Y está Eva Adán y Betancourt, quien se había alzado en la manigua durante la guerra del 68; es hecha prisionera con su madre y dos hermanos, para poco después salir expatriados a los Estados Unidos. Todas estas mujeres estaban escribiendo páginas de valor y patriotismo. Eran verdaderamente estoicas, por eso en una ocasión José Martí dijo de ellas: “…delante de nuestras mujeres sí se puede hablar de guerra. No así delante de muchos hombres, que de todo se sobrecogen y espantan, y quieren ir en coche a la libertad”.[2]

Durante la Guerra de los Diez Años, cuando el General Calixto García Íñiguez es apresado y expatriado a España, su madre, la intrépida Lucía Íñiguez Landín, va detrás de él y le lleva comida a una cárcel de Pamplona. Pero, sobre todo, Lucía tiene la osadía de presentarse ante la Reina Isabel II de España para que esta obtenga del Rey el indulto para su hijo. En cuanto a Isabel Vélez Cabrera, esposa de Calixto García, luego de caer prisionera junto a sus padres e hijos en la manigua y de ser todos expulsados, comienza su largo calvario de penurias y dolor pues el destino los llevaría a Nueva York, Madrid, Cayo Hueso y finalmente Washington, donde morirían Calixto y su hija Mercedes. Cruel y desdichada fue la vida de esta insigne familia.

Emilia Casanova vivió un largo exilio de 30 años en Nueva York. Entre los muchos frutos que cosechó durante aquella larga estancia está el episodio de diciembre de 1871. Después que los españoles cometieran el atroz crimen contra los estudiantes de medicina, Emilia pide a varias damas cubanas que la acompañen a visitar al presidente de los Estados Unidos para implorar el destierro en vez de la cárcel para aquellos jóvenes inocentes. Considerando la época en que esto sucedía fueron verdaderamente intrépidas aquellas mujeres. Ana Betancourt de Mora[3] narra la visita: “[…] elpresidente nos dio una cordial acogida; nos alentó mucho y por último nos dijo que, si hacíamos de manera que no se trasluciese el objeto de nuestra entrevista con él, casi estaba seguro de conseguir lo que le pedíamos. Para alejar toda sospecha, se hizo circular que habíamos ido a pedir la beligerancia. Esto nos ponía en ridículo; pero ¿qué nos importaba el ridículo si lográbamos salvar aquellos inocentes niños del presidio, y devolver la paz al corazón de sus madres? Cuando el éxito coronó nuestra empresa; cuando se supo que los estudiantes habían sido sacados del presidio y enviados a España por nuestra intervención, entonces callaron”[4].

La sacrificada y enérgica madre de los Maceo, Mariana Grajales Cuello, había pasado en la manigua los diez años de la guerra y cuando esta termina, luego de haber perdido en las guerras a casi todos sus hijos y a su esposo, sale al exilio de Kingston, Jamaica donde moriría tiempo después sin volver a pisar suelo cubano. Bernarda Toro Pelegrín, esposa del Generalísimo Máximo Gómez, sale también de Cuba cuando se realiza el Pacto del Zanjón. Estando ya la familia en el muelle lista para partir, las autoridades españolas le envían 20 onzas de oro para mitigar las necesidades que pasarían. Con la dignidad y el decoro que la personificaba, Bernarda devolvió el dinero al momento ya que no quería nada del gobierno que esclavizaba a su país.

Con el tiempo las colonias de cubanos exiliados en el extranjero se fueron nutriendo. Casi todas las ciudades del Atlántico de los Estados Unidos, muchas ciudades en la Florida, así como en Nueva Orleans, Misisipi, Nueva York; las repúblicas americanas desde México, a Centro América, y el Caribe, y aún Venezuela, Perú, Colombia, Uruguay y Buenos Aires, abrigan multitud de familias cubanas que se habían exiliado o que el régimen español había arrojado fuera del país. También se establece una importante colonia de cubanos acaudalados en París.

Los Clubes Femeninos Revolucionarios

Con el fin de apoyar la guerra, ya desde la década de 1860 se habían fundado, tanto en la inmigración como en la Isla, algunas asociaciones de damas o hijas. En Mérida trabajaba la Junta Patriótica Cubana; en Nueva Orleans el Club del Pueblo, y el Club Hijas de la Libertad en Cayo Hueso que funcionó hasta el 1898. En La Habana, a pesar de la represión, operaban clandestinamente desde 1876 algunos clubes como el Comité Central de Señoras de La Habana, el club La Cubanita en Cienfuegos, y en Santa Clara el club Juan Bruno Zayas. Otros que laboraban en el extranjero fueron: en Nueva York el club Mercedes Varona, el Hijas de Cuba y The Two Flags (Las Dos Banderas) de niñas. En República Dominicana el club Panchito Gómez Toro y el club Quisqueya. El club Hijas de Martí en Port-au-Prince, Haití; en México el Máximo Gómez; y en Veracruz y Mérida respectivamente se reunían el club Yucatán y Cuba y el club Cuba Libre. Sobresale en Cayo Hueso el club Mariana Grajales compuesto en su mayoría por mujeres negras, y en Tampa el club Obreras de la Independencia constituido por trabajadoras del tabaco de la fábrica del empresario Vicente Martínez Ybor.

No sabemos exactamente cuántas mujeres militaron en los clubes; por la falta de documentos es imposible ofrecer un número exacto, pero se sabe que entre 1892 y 1897 fueron creados por los menos 200 clubes afiliados al Partido Revolucionario Cubano, y que 49 de ellos eran de mujeres. En 1898 estos clubes tenían una membresía de unas 1500 socias.[5] Ningún otro grupo laboral se identificó tanto con el ideal martiano como el sector tabacalero de la Florida que empleaba a más de 3,000 trabajadores. No pocos de estos eran mujeres que trajinaban en las factorías como torcedoras o despalilladoras y quienes, al igual que los hombres, contribuían a los cofres de la guerra con un día de salario al mes conocido como ‘el Día de la Patria’. También existían sociedades femeninas de amparo y asistencia que actuaban por su cuenta, como fueron la Sociedad Benefactora Ana Betancourt de Martí City, en Ocala, Florida, y la Sociedad de Socorros La Caridad, de Ybor City en Tampa. Lo cierto es que debido a la independencia con que actuaban las mujeres en los clubes revolucionarios, se inició su emancipación política. Como explica el historiador Paul Estrade[6], aquella situación “contribuyó a la evolución de las mentalidades y sirvió indirecta pero eficazmente a la causa del feminismo mas avanzado”.

Algunas de las actividades de los clubes consistían en organizar veladas patrióticas y actos teatrales y musicales para honrar a los líderes que visitaban las ciudades. Eran “…noches de familia; con la novia que recita, y el novio que luce el discurso nuevo, y la hija que canta”[7]. En los recuentos de estos años se mencionan muchas mujeres participando en las funciones: Mariana Calderín, América Fernández, María Padrón ‘alma ardiente de Cuba’, la niña poeta Melitina Azpeitia y Adelaida Baralt. Las cantantes Alicia Milanés, Lilia Portuondo, Ana Aguado de Tomás (La Calandria Cienfueguera), y Consuelo Cosío[8]. Otras mujeres se dedicaron a imprimir folletos y boletos para las funciones; organizaron rifas, cosieron banderas, escarapelas y uniformes; abastecieron expediciones, y realizaron todo tipo de actividades de propaganda.

Un claro ejemplo de luchadora es el de Carolina Rodríguez, más conocida en el exilio como “La Patriota”, quien entregó su vida entera a la causa de la libertad. Participó en la guerra del 68; fue luego deportada a Isla de Pinos; conspiró en la guerra Chiquita y luego expatriada a los Estados Unidos cuando iba a comenzar la Guerra de Independencia. Después la vemos en el exilio septuagenaria y viuda laborando como despalilladora en una fábrica de tabaco de Tampa donde Martí la va a visitar y escribe en el periódico Patria[9]: “Por la mañanita fría, con los primeros artesanos sale a las calles, arrebujada en su mantón, se sienta, hasta que oscurece, a la mesa de su trabajo. Y cuando cobra la semana infeliz, porque poca labor pueden hacer ya sus manos de setenta años, pone en su sobre unos pocos pesos, para un cubano que está enfermo en Ceuta sin razón, y en el sobre que queda pone dos pesos más y se los manda al Club Cubanacán. […] Con ojos de centinela y entraña de madre, vigila la cubana de setenta años, […] sabe dónde están todos los cubanos que sufren, sale a trabajar para ellos, en la mañanita fría, arrebujada en su manta de lana. ¡Esa es el alma de Cuba!”.

En el Club San Carlos de Cayo Hueso, edificado por los exiliados cubanos durante la guerra del 68, aparte de celebrarse en él actos patrióticos y sociales, también funcionaba una escuela en la que las educadoras cubanas impartían clases a los niños. Eran clases para que no olvidaran el idioma, conocieran la historia de Cuba, y se identificaran con el patriotismo de sus padres. Entre estas maestras se destacaron: Altagracia Cruz, Rita de Armas, América y Rosalía de León, las hermanas Pozo, Adelaida Santana y Lutgarda Bueno. Lo mismo ocurría en el Círculo Cubano de Tampa en Ybor City.

El afrocubano Rafael Serra fundó en 1888 en Nueva York una sociedad dedicada al auxilio de la población negra. Fue la Sociedad Protectora de la Instrucción “La Liga” de Greenwich Village donde las señoras también se organizaron, entre ellas Isabel Bonilla, Carmen Benavides, Dionisia Apodaca y Carmen Miyares entre otras. Cada lunes se celebraban actividades culturales en las que María Mantilla, hija de Carmen Miyares,[10] solía tocar el piano. Se leía poesía y se hablaba de diferentes temas literarios y artísticos. José Martí impartía clases nocturnas los jueves, y fueron precisamente sus alumnos los que difundieron entre los emigrados de Nueva York el apelativo de Maestro. Así se le conoció desde entonces en el aula, en los actos patrióticos, en la tribuna, entre el exilio. La Liga funcionó hasta 1895, cuando al comenzar la guerra, muchos de sus miembros se incorporaron a la lucha y marcharon a Cuba.

A pesar de las dificultades económicas, afectivas y sociales, las cubanas enfrentaron el reto del exilio con entereza: “llegaron aquí recién venidas de una existencia suntuosa en lo más crudo del invierno: sus maridos estaban en la guerra, arruinados, presos, muertos: la señora se puso a trabajar, la dueña de los esclavos se sintió esclava; se sentó detrás de un mostrador; cantó en la iglesia; ribeteó ojales por cientos; cosió a jornal; rizó plumas de sombrerería; dio su corazón al deber; marchitó su cuerpo en el trabajo…”.[11] Así fueron pasando días, meses y años de desarraigo en aquel exilio donde no se dejaba de trabajar y de pensar en Cuba.

Después de 30 años de lucha en la manigua y en el destierro, llegó a su fin la guerra del 95. Aquel exilio cubano del siglo XIX no había echado raíces. Pocos tuvieron casas propias; parecían tomar aquello como un campamento temporal y breve. “No hay Patria en tierra ajena”, había afirmado Martí, por lo que cuando llegó la hora del regreso, la mayoría retornó. Había que inaugurar una República; era mucho el trabajo por realizar. Las mujeres volvieron, algunas cargadas de años y de penas, desconocidas por la nueva generación. Otras arribaron viudas y con hijos, sin medios para mantenerse y sin recibirla merecida pensión de viudas hasta muchos años más tarde. Y aún otras más no pudieron regresar pues habían muerto en el destierro esperando la liberación. ¿Habría tristeza más grande que la de morirse en el exilio? No pudieron reunirse con familiares y amigos, ni tampoco disfrutar de la Cuba de sus amores.

Tristemente, la gran contribución de las mujeres en la manigua, en los clubes y en las colonias de exiliados solo fue concebida como un apoyo o complemento a alguna acción de los hombres y nunca reconocida como contribución de las mujeres en el plano personal. La mujer cubana no reclamó nunca nada material ni espiritual por su vida tan desdichada y sufrida durante las guerras y el exilio. No pidió se le dedicara un lugar en las páginas de la historia; sus vidas no aparecieron en libros ni en reseñas de periódicos, ni sus hazañas fueron enseñadas en nuestras escuelas, y con el paso de los años pocos recordaron sus nombres y su labor. Aunque durante la República se erigieron muchos monumentos por toda la Isla, pocos fueron dedicados a honrar su memoria. Por eso hoy evocamos a nuestras heroínas quienes, con devoción, fortaleza y sacrificio, consagraron sus vidas a la redención de Cuba.

Bibliografía

  • Barcia, María del Carmen, Mildred de la Torre, et al.: La turbulencia del reposo, accionar político de las cubanas durante la etapa de entreguerras, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1998.
  • Chávez Álvarez, Clara Emma: Emilia Teurbe Tolón y Otero, Hacedora de la Bandera, Ediciones Boloña, La Habana, 2011.
  • Curnow, Ena: Manana, detrás del Generalísimo, Ediciones Universal, Miami, 1995.
  • Del Risco, Enrique: “Rafael Serra y La Liga”, Nuestra Voz, Brooklyn, Nueva York, enero 7, 2020, https://nuestra-voz.org/rafael-serra-y-la-liga/
  • Estrade, Paul: “Les clubs feminins dans le Parti Révolutionnaire Cubain: 1892-1898”, Equipe de recherché de L’Université de Paris, Saint Denis 1986.
  • “Los clubes femeninos en el PRC (1892-1898)”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, No. 10, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, p. 191.
  • Fernández Soneira, Teresa: Mujeres de la Patria, contribución de la mujer a la independencia de CubaEl exilio del siglo XIX, vol. III, Ediciones Universal, Miami, 2021 (en preparación).
  • Lubián, Silvia: El club revolucionario Juan Bruno Zayas, Dirección de Publicaciones Universidad Central de las Villas, Santa Clara 1961.
  • Martí, José: “Vindicación”, Patria, Nueva York, 26 de marzo, 1892.
  • Patria, Nueva York, 30 de abril, 1892.
  • Gerard Eugene Poyo: Cuban Emigre Communities in the United States and the independence of their homeland 1852-1895, tesis, University of Florida, Gainesville, 1982, p. 2.
  • Sarabia, Nydia: Ana Betancourt, Editorial Ciencias Sociales, 1970, La Habana, p. 90.
  • [1] Gerard Eugene Poyo: Cuban Emigre Communities in the United States and the independence of their homeland 1852-1895, Tesis, University of Florida, Gainesville, 1982, p. 2.
  • [2] María del Carmen Barcia, Mildred de La Torre et al.: La Turbulencia del Reposo, p. 332, discurso de José Martí en Hartman Hall, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997.
  • [3] Ana Betancourt de Mora, (Camagüey 1832- Madrid, 1901). Una de las precursoras en la lucha por los derechos de la mujer y esposa del mártir Ignacio Mora. Exiliada en Jamaica y El Salvador.
  • [4] Nydia Sarabia: Ana Betancourt,Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,1970, p. 90.
  • [5] Paul Estrade: “Les clubs feminins dans le Parti Revolutionnaire Cubain, 1892-1898”, Equipe de recherché de L’Universite de Paris, Saint Denis, Paris, 1986.
  • [6] Paul Estrade: “Los clubes femeninos en el PRC (1892-1898)”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, No. 10, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, p. 191.
  • [7] José Martí: Patria, Nueva York, 26 de marzo, 1892.
  • [8] Teresa Fernández Soneira: Mujeres de la Patria, el exilio del siglo XIX, vol. III (en preparación), Ediciones Universal, Miami.
  • [9] José Martí: Patria, Nueva York, 30 de abril,1892.
  • [10] Carmen Millares era una cubana trabajadora, dueña de la pensión en Manhattan, Nueva York, en la que residió Martí.
  • [11] José Martí: “Vindicación de Cuba”, Patria, Nueva York, 25 de marzo, 1889.

 

 


Teresa Fernández Soneira (La Habana, 1947).
Investigadora e historiadora.
Estudió en los colegios del Apostolado de La Habana (Vedado) y en Madrid, España.
Licenciada en humanidades por Barry University (Miami, Florida).
Fue columnista de La Voz Católica, de la Arquidiócesis de Miami, y editora de Maris Stella, de las ex-alumnas del colegio Apostolado.
Tiene publicados varios libros de temática cubana, entre ellos “Cuba: Historia de la Educación Católica 1582-1961”, y “Mujeres de la patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba” (2 vols. 2014 y 2018).
Reside en Miami, Florida.

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