Editorial 3: En esta hora de Cuba: ¿Pan o libertad?

La respuesta es muy fácil a nivel de teoría y de buena voluntad: Los dos, el pueblo cubano quiere pan y libertad. Más pan y más libertad.
Pero en la práctica los hechos dicen algo distinto, las estrategias y tácticas parece que ponen el intermitente para girar a un lado y doblan irremisiblemente en sentido contrario. Parece ser que, incluso los que desde fuera, desean lo mejor para Cuba, queremos decir para los cubanos y cubanas, se sorprenden a sí mismos haciendo una opción pragmática alejada de la ética política que dicen defender, de la vida que exigen en sus propios países, e incluso de los derechos y valores que enseñan en sus conferencias filosóficas, escuelas políticas o religiones.
Esta incoherencia, a menudo inconsciente, otras veces claramente asumida, y en no pocas ocasiones revestida de la mejor de las buenas voluntades, podríamos encontrarla, tanto en las decisiones de la vida cotidiana de los ciudadanos de a pie como en las estrategias y cálculos de los que ostentan todo tipo de poder e influencia. Incluso, podremos encontrarla acompañada de una buena dosis de amnesia y algunas manías de doble rasero en la práctica de los observadores y funcionarios internacionales y de los que ponen ante todo sus incondicionados intereses económicos y comerciales.
La manipulada alternativa de “pan o libertad” se pudiera actualizar en otras acciones más sutiles pero no menos engañosas: maniobras políticas o derechos humanos. O también: estrategias llamadas “inteligentes” o justicia creciente. O aun más, presencia con “derecho de piso” o posturas éticas con riesgo de que le “serruchen el piso”. Decimos que estas alternativas llevan en sí mismas una trampa difícil de detectar y aun más difícil de evadir y superar.
Detrás de estas capciosas alternativas se pueden esconder varias mareas de fondo. Por ejemplo: una concepción excluyente y amoral de la política, como si no tuviera nada que ver con los derechos de los ciudadanos; una voluntad de separar y supeditar los derechos humanos civiles y políticos de los inseparables derechos humanos económicos, sociales y culturales; una manía de llamar estrategias inteligentes a los acomodos interesados; un perfil hemipléjico de la justicia subordinado a la disyuntiva de la bolsa o la vida. Un pragmatismo sin ética y sin visión larga. Estas maniobras nos ponen en la falsa dialéctica de estar obligados a escoger entre la dimensión material de la persona y de la convivencia social y otras dimensiones humanas y sociales igualmente necesarias, inalienables y urgentes.
Algunos argumentan el criterio de “ganar tiempo” para no cambiar nada o para consolidarse en el poder. Olvidan o disimulan que, cuando un país está en una crisis en la que cualquier cambio en la estructura cambia la naturaleza del sistema, alargar los cambios y ganar tiempo solo conduce a un empeoramiento de la situación, a una profundización de la crisis y, al final, se abre la puerta al caos. No pensemos solo en un caos ruidoso, espectacular. En la mayoría de las ocasiones, como ocurre en Cuba, el caos es sordo, mudo, ciego. Son infiltraciones de burocratismo en el tejido social. Son también metástasis de ingobernabilidad que se extienden silenciosamente de abajo hacia arriba, de la vida familiar a la cúpula del poder. Podemos comprobarlo a cada paso. Se parece, en ocasiones, por su estilo y funcionamiento, a las conocidas mafias económicas. Da la sensación de que la maquinaria social se traba. De que solo funciona donde recibe una atención directa y puntual desde “arriba”. De que hay una “mano macabra” que atasca las ruedas de la producción, tupe los canales de la comunicación y pudre las relaciones interpersonales. El burocratismo degenera en el absurdo.
Para los cubanos de abajo la cotidianidad se convierte en agonía alargada con sedantes que llevan etiquetas de permisos de compra de artículos que, como sabemos, puede comprar, si tiene dinero, cualquier ciudadano del mundo, incluso, a menos precio. La calamidad es aceptada en nuestros hogares, escuelas, trabajos y hospitales, parques y ciudades, autopistas y aeropuertos como si fuera un miembro más de la familia cubana. Otras veces el calmante es más fuerte: delaciones, represión, expulsiones, encarcelamiento y cerrazón de ventanas que daban oxígeno y luz a los que lograban asomarse. Y se va acumulando el malestar, y se va copando la capacidad de aguante de los seres humanos y crece la profundidad del pozo en el que vamos echando las reacciones que acallamos, la autocensura que nos asfixia, la represa de nuestros irrefrenables deseos de ser simplemente “normales” en un mundo como el del siglo XXI. Eso es lo que se acumula con el tiempo. Eso es lo que se desborda, por incisos y entre paréntesis, en exabruptos personales, en desintegraciones familiares, en escapes de violencia social. Hasta un día.
Entonces podríamos preguntarnos, ¿por qué un pueblo tan noble tiene esos brotes de violencia? Entonces, los acomodados y responsables de cuadrar el círculo de siempre, fruncirán el seño y se preguntarán hipócritamente ¿quién ha incitado a la violencia? Los culpables siempre están afuera o son los que piensan distinto. Nadie quiere la violencia. Jamás en la historia conocida de Cuba se dio el caso como hasta hoy, de que absolutamente todas las personas, organizaciones y partidos disidentes u opositores dentro de la Isla sean, no violentos, pacíficos, gradualistas. Sin embargo, no huelga decir que en la familia, en el vecindario, en la nación, nadie tiene derecho a jugar con candela, ni a manipular o posponer irresponsablemente los componentes explosivos de la sociedad.
En tiempos de crisis “ganar tiempo” a costa de libertades, puede colmar la olla, hacer saltar la zapatilla, encontrarse con catalizadores y conducirnos directamente a indeseables explosiones sociales, a focos de violencia irreprimible cuando ya la gente no pueda más. Eso debemos evitarlo a todo coste con métodos e iniciativas no-violentas para la solución seria y profunda de los conflictos. Las “curitas” no sanan, ni los sedantes curan.
Es verdad que en las últimas semanas se han levantado, con el beneplácito de muchos, algunas de aquellas prohibiciones absurdas que violaban sistemáticamente los derechos de los cubanos. Otros ven como inaccesible el ejercicio de los derechos reconocidos y algunos se indignan al ver cómo el simple reconocimiento de un derecho inviolable se recibe ahora como un regalo. Los derechos son derechos y nadie podía ni puede otorgarlos. De todos modos rectificar es de sabios, y nos alegramos, pero debemos decir claramente que no son los permisos los que dan libertad, más bien los permisos, reafirman que hay que esperar dádivas de los que se habían apropiado de la totalidad de nuestras vidas. Son las leyes y las instituciones, las estructuras excluyentes, las que hay que cambiar.
Pertenece a una dinámica feudal que el pueblo tenga que esperar, ausente de las decisiones y sin saber hasta cuándo y cómo, que una mañana alegre aparezca una nueva “resolución”, o una simple “orientación” que, sin ninguna legalidad, derogue lo que tampoco fuera impuesto o discriminado por leyes libremente debatidas y aceptadas. El colmo es que unas notas de prensa anuncien otras notas de prensa donde se dirán las fechas y modos, como si fuéramos niños a los que hay que cuidar de malcriadeces en las excursiones hacia la libertad.
¿Dónde está nuestra tan mencionada cultura política, dónde nuestra madurez cívica, si todo hay que hacerlo entre secretismos, sorpresas y cucharaditas? No pensamos que la solución de Cuba sea en la dinámica del “todo o nada”. Creemos que la gradualidad es lo mejor, pero con la participación de todos, no con secretismos. ¿Por qué hay otros países, con aparente analfabetismo cívico que pueden tratar los más graves problemas sociales en las calles, los parlamentos, los medios de prensa, sin sobresaltos ni crispaciones, ni caer en el desorden o el caos? ¿Será un rezago del paternalismo de estado? ¿Será una subestimación de la capacidad de nuestro pueblo para enfrentar disciplinada y pacíficamente los cambios? ¿O será que en el fondo hay un concepto antidemocrático de que, haciéndolo en oficinas cerradas, en mediaciones ocultas y en órganos oficiales todo fluye mejor? Claro que sin el estorbo de la participación consciente, de la crítica y de la discrepancia el dictado baja con más fluidez. Aparentemente. El problema, a mediano y largo plazo, es que nadie se compromete seriamente con lo que no ha podido pensar, gestar, cuestionar ni evaluar. El que viva lo verá.
Ofende al pueblo cubano que haya periodistas y medios de comunicación que encabecen sus noticias diciendo que una persona ha dado un permiso a un pueblo. Aun cuando sea reflejo exacto de la realidad. Con todo respeto, esperamos, por lo menos, que no consideren normal lo que en sus propios países constituiría una afrenta y que en cada reporte noticioso se especificara que esos no son los cambios estructurales, ni los métodos democráticos, sino “gestos” y “signos” de la absoluta dependencia de nuestras vidas cotidianas colgadas de un poder omnímodo que da permisos y los quita según su benevolencia y conveniencia. Un país debe caracterizarse no por lo que prohíbe sino por lo que propone.
Hemos escuchado, con demasiada frecuencia y venido de personas con cierta responsabilidad el siguiente criterio: “Cuando el pueblo cubano tenga más comida, vestido, casa, transporte… todo volverá a la normalidad y todo quedará arreglado. Si esto se reacomoda tendremos falta de libertades por más de 30 años.”
Es una falta de respeto a la dignidad del pueblo cubano, criterios como este que restringen sus aspiraciones a cosas materiales, al consumismo, al hedonismo, así como la apreciación de que “acomodándolo” se tranquilizará en lo político.
Quienes nos quieran de verdad como cubanos, por favor, no supongan que lo que necesitamos son “las ollas de Egipto” o el “plato de lentejas” o la “zanahoria del conejo”. Que nadie se engañe, si los cubanos somos iguales a los demás pueblos de la tierra, ni más ni menos, entonces cuando nos den pan, exigiremos ganarlo con nuestro trabajo independiente; cuando tengamos el pan ganado y no otorgado por parte de un gobierno al que le tengamos que agradecer toda la vida todo, entonces exigiremos libertades; y no exigiremos uno antes y otro después, sino juntos e inseparablemente unidos porque bien sabemos, por experiencia propia, que no solo de pan vive el hombre, y que no solo de DVDs, ni de computadoras, ni de celulares, ni de hospedarse en los hoteles de su propio país, ni de poder viajar libremente, ni de tener una sola moneda que valga, ni de tener más viandas y vegetales, y más carne y más leche y más ropa y zapatos, ni más casas y ómnibus, ni siquiera más medicinas o más televisores o el temido libre acceso a internet…todo esto es bueno, son derechos, pero que un día se disfrutan y al día siguiente, si no tenemos libertad, nos hastían, y lo que hacen es despertar e incrementar esa insaciable sed de ser más, de saber más, de crecer como personas. Que algunos no lo piensen así, no lo quieran, o no lo vivan así – que los conocemos- por ellos no se debe juzgar a todo el pueblo cubano. La excepción, una vez más, confirma la regla.
Si no, ¿por qué se van miles y miles de cubanos universitarios? ¿Por qué se van los que más cosas materiales tienen? ¿Por qué se escapan los deportistas que pueden viajar? ¿Por qué se quedan las bailarinas y los animadores de TV que son famosos aquí y, a veces, tienen mejor vida que los demás? ¿Por qué desertan los que compartieron un día altas responsabilidades y disfrutaron de esa sensación de poder? La respuesta es que gran parte de ellos se marcha porque toda persona ansía siempre más libertad. Y con ella la posibilidad de educarnos en un tener diferente y solidario; en un poder responsable y servicial; en un saber abierto, pluralista y aplicado a la gestión con nuestro propio esfuerzo, del pan nuestro de cada día. Este tipo de tener, de poder y de saber, nos capacitaría para seguir luchando por mayores grados de libertad, de oportunidades para todos, de progreso personal y familiar honesto y sin miedo a ser confiscado, intervenido, apresado, perseguido, delatado. Sin este tipo de libertad responsable no seremos felices nunca, aunque se consiguiera, milagrosamente, superar todos los indicadores económicos de Japón y Suecia, Chile y Brasil, Canadá o los Emiratos Árabes Unidos.
En todo caso sería al revés. Como dice Amartya Sen, Premio Nobel de Economía, en su obra clásica, “Libertad y Desarrollo”: No habrá desarrollo sostenible y verdadero sin libertad para todos. Y esa libertad responsable significa levantar todos los bloqueos que son éticamente inaceptables: los de fuera y, sobre todo, el bloqueo interno para que la iniciativa ciudadana, personal y empresarial, pueda levantar cabeza.
Es por esto que consideramos que ningún modelo traído por los pelos o minuciosamente planeado, puede alcanzar lo que el libre protagonismo y creatividad de los cubanos y cubanas. Por ejemplo, el modelo chino no puede exportarse a un país occidental como Cuba que conoció –aunque limitadamente- la experiencia de la democracia y la iniciativa personal, familiar y empresarial que, a pesar de todos los pesares, aun permanece en su memoria cultural y en su ideario político. Además, el modelo chino es el modelo del gobierno chino, no necesariamente de todo el pueblo chino. ¿Cómo puede ocurrírsele a alguien que se pueda copiar de un país a otro teniendo en cuenta la abismal diferencia de culturas? Puestos a copiar, ¿por qué se podría copiar el modelo chino y no el brasileño o el argentino más cercanos a nuestra idiosincrasia y dentro de nuestra región natural? ¿por qué ir a buscar al milenario Irán o al laborioso Vietnam, si podemos encontrar algo más cercano y adecuado en el Chile que crece a nuestro lado sin aspavientos y sin censuras?
En resumen: ¿Por qué lo que es bueno y reconocido por el discurso oficial, y por la prensa en otros países es un delito en el nuestro? O por el contrario, ¿por qué lo que en nuestro país es legal y reconocido como lo mejor para preservar a Cuba de los males, es un flagrante delito que viola los más elementales derechos humanos en cualquier otro país, cultura y latitud? Algo debe andar mal, es mal enseñado y peor ejecutado, cuando se evalúa que todo el mundo está mal y un solo país se convierte en bastión de lo que sus actuales gobernantes consideran como el mejor de los proyectos que hasta los más cercanos aliados recomiendan, en voz baja, reformar o cambiar. Ya lo dijeron los antiguos, por lo general, “lo perfecto es enemigo de lo bueno.”
Pues bien, como simples ciudadanos que somos, nos gustaría compartir algunas ideas tan sencillas como estas:
Uno, que no piensen en Cuba como un país que se “normalizará” solamente con comida y cosas materiales.
Dos, que los propios cubanos no nos acostumbremos a la calamidad y nos despertemos unos a otros a una conciencia crítica y propositiva.
Tres, que no caigamos en la trampa de contraponer pan y libertad. Que aprendamos de una vez que el pan escasea y se pone rancio cuando falta la libertad, y que la libertad sin pan es una injusticia y una quimera.
Cuatro, que solo la libertad responsable, y una amplia oportunidad de iniciativa para todos, es fuente de progreso material y de desarrollo humano integral.
Y cinco, que nadie vendrá a hacer por nosotros lo que los cubanos necesitamos: Cada país tiene el gobierno, el presente y el futuro que merece y que se construye con su propio esfuerzo.
Nosotros somos y debemos ser “los protagonistas de nuestra propia historia personal y nacional” – la más importante y vigente recomendación del Papa Juan Pablo II en su visita a Cuba. La solidaridad internacional es un complemento de este protagonismo abierto al mundo. Los caminos, las estrategias, los escenarios, las veleidades palaciegas y los modelos importados, pueden variar, pero lo que es cierto como una piedra es que a los cubanos, a todos los cubanos, de aquí y de allá, pero sobre todo a los de aquí, es a los únicos que nos corresponde pensar los cambios que necesitamos, escoger los caminos que más correspondan a nuestra historia y cultura; montar los escenarios que más favorezcan las reformas pacíficas, desenmascarar las veleidades propias y ajenas, materialistas o espiritualistas; y hacer y consolidar el nuevo proyecto de país que nunca se vea secuestrado por solo una parte excluyente de sus hijos, de modo que el resto de los compatriotas tengamos que pagar la libertad a costa del pan, ni mucho menos tengamos que agradecer las migajas del viejo pan al altísimo e impagable costo de nuestra libertad personal, social o nacional.
Estamos seguros que esto es y será posible. Estamos seguros que los cubanos y cubanas tenemos los valores, los conocimientos y la generosidad que estas opciones requieren. Estamos seguros que los que tengan que ceder cederán sin esperar que el caos los obligue, y que los que tengan que recibir, recibirán sin humillar a los que han cedido, sin encaramarse nuevamente en el techo de la República. Eso han podido hacer muchos países de los más variados sistemas de izquierda y derecha; de las más disímiles culturas, y de todos los continentes. ¿Qué nos hace pensar que Cuba no pueda lograrlo con el concurso de todos sus hijos e hijas? ¿O será que algunos tienen, o tenemos, una baja apreciación de nuestro país? Si los demás lo han conseguido, nosotros podremos hacerlo bien. Lo creemos y para ello vivimos y trabajamos aquí. Hay que esforzarse, hay que superarse, pero sobre todo hay que ser incluyentes y optimistas.
Cuba lo logrará.
Pinar del Río, 10 de abril de 2008

 

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