Por Uva de Aragón
A los cubanos de Miami se les acusa en muchas partes del mundo de ser intolerantes. En parte esta fama no es gratuita. Existen, sin duda, sectores, voces y actitudes que han hecho de la intransigencia una virtud. No solo rechazan al régimen cubano, sino se pronuncian contra todo en la isla. Confunden el gobierno con la nación, el estado con el pueblo, la Revolución con Cuba. Para ellos todo allá está podrido.
A menudo me he preguntado por qué insisten en la libertad de su país de origen, si según ellos los cubanos son todos cómplices en mantener la actual situación y no merecen otra cosa. No solo atacan a los de dentro, incluyendo a menudo a los disidentes, sino que impugnan a los del exilio que estén contra el embargo, viajen a Cuba, envíen remesas e incluso a los que hablen de diálogo y reconciliación nacional. Tal parecería que el único destino que desean es un baño de sangre.
Afortunadamente se trata de una minoría cada vez menor. Ese discurso del odio de altos decibeles pierde adeptos por día. Otros son los sentimientos en el corazón de los cubanos.
Creo que la mayor prueba de la bondad y facilidad para el perdón de los cubanos de Miami es cómo ayudan a los recién llegados ahora, tal como lo hicieron hace más de un cuarto de siglo cuando el éxodo del Mariel, y en los primeros años de exilio. Una muestra visible de esta realidad es el éxito del Canal 41, donde un programa de gran popularidad, A Mano Limpia, presenta cada noche como invitados a cubanos de todas las ideas y camadas de inmigración. En especial los que estuvieron involucrados hasta fechas recientes con el régimen cuentan con informaciones valiosas desde un punto de vista informativo. En otros programas de esa emisora han hallado refugio músicos y actores cómicos o dramáticos prácticamente acabados de salir de la televisión cubana, como es el caso reciente de Carlos Otero. Son recibidos con cálidos aplausos por un público que reconoce por encima de todo el talento y los códigos de la tribu. Es decir, que aunque las realidades varíen grandemente entre Pinar y Hialeah, o entre Playa y Coral Gables, los cubanos, de alguna forma, nos entendemos.
En el corazón de los cubanos habita una gran generosidad, como lo demuestran a la hora de ayudar a la familia en Cuba, su colaboración durante cualquier maratón, ya sea de la Liga Contra el Cáncer o para enterrar a un balsero que ha llegado sin vida a nuestras playas. Ese desprendimiento no tiene distinción de clases. Artistas de la talla de Gloria Stefan, Albita Rodríguez y Olga Díaz contribuyen generosamente a organizaciones caritativas. Hombres de negocio han ido aprendiendo los principios de la filantropía, ausentes antes en nuestra cultura. Quizás más conmovedor aún sean los aportes de $1, $5 y $10 de tantas personas humildes en cuanto se les pide para otro cubano, un enfermo, un viejecito.
Pero no se trata solo de caridad sino de solidaridad. Recientemente me visitó en mi oficina, como sucede a menudo, un cubano recién llegado, buscando orientación y trabajo. Al día siguiente le mandé su resumen a media docena de profesionales en su mismo giro, y ya tiene varias citas con personas que se han ofrecido a intentar encaminarlo.
No me preocupa la reconciliación entre los cubanos a un nivel personal. La gran mayoría, de ambos lados, parece no solo capaz sino ansiosa de que se produzca el abrazo que lleva a la catarsis – o tal vez en orden inverso – que nos permita concentrarnos en construir el futuro. Por eso limitar los viajes a Cuba es un error. La verdadera reconciliación tiene que llevarse a cabo en suelo cubano. Los exiliados tenemos que entender que si reclamamos a Cuba como patria, debemos asumir como propia su historia, con sus horrores y heroísmos.
Los artistas que han llegado recientemente nos recuerdan que pese a todas las limitaciones, ellos lograban llevar música y risas a un pueblo que se los agradecía. Es una verdadera pena la constante fuga de talentos. Ojalá no dure mucho. Todos, allá y acá, estamos deseosos de cambios que mejoren las condiciones de vida en la isla en todos los sentidos. En el corazón de los cubanos palpita el sueño de una nación donde reine la armonía, la hospitalidad criolla, el afecto fraterno y el proyecto común de una Cuba mejor.
Uva de Aragón (La Habana)
Ha publicado entre otros libros El caimán ante el espejo. Un ensayo de interpretación a lo cubano.
Reside en Miami, donde es Subdirectora del Instituto de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de La Florida.