Huir del país: ¿el único proyecto?

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

Los cubanos, desgraciadamente, pareciera que estamos destinados a buscar fuera lo que no tenemos dentro. Es una especie de predestinación que, a lo largo de los años, no ha podido deslindarse de la cotidianidad cubana y ha marcado nuestra realidad por más de seis décadas. Lamentablemente, llueven las evidencias y el país se desangra a través de los éxodos masivos. Es la desesperanza que termina en la fuga, o en una vida sin sentido, en ausencia de proyectos personales que propicien la formación y el crecimiento espiritual.

Resulta un poco difícil, por falta de argumentos convincentes, sostener un debate para defender la idea de que el país avanza. No hay razones para vislumbrar atisbos de prosperidad, para creer que el tiempo futuro será mejor, que las políticas públicas irían encaminadas a defender los derechos humanos y el Estado de bienestar de la ciudadanía. Más difícil se hace el debate con el estómago vacío, la indefensión ciudadana y la certeza, basada en la evidencia, de que la persona humana no es el centro de las relaciones sociales. Predominan los intereses políticos y el mantenimiento de la cúpula de poder. Ya los asuntos ciudadanos son un segundo o tercer plano.

Si fuéramos a ver la realidad cubana mediante el cristal de aumento de la realidad discursiva podríamos quedar extasiados cual extranjero engañado por las noticias emitidas desde la Isla. Los medios de comunicación nacional, edulcorantes de la noticia, responden a los intereses del poder, constituyen un monopolio mediático y muestran una tierra divina de atractivos turísticos: sol, playa, ron, música, mulatas y un paisaje cultural único, pero único también por la atipicidad de esta reducida concepción del mundo en pleno siglo XXI. Es cierto que un discurso no genera, por sí mismo, la verdad o las normas necesarias para comenzar a conocer, o entender completamente, una realidad, pero ayuda a generar estados de opinión. Y si el discurso va por la ruta de “vender” la misma y perdurable idea del paraíso cubano, negamos la verdad, perdemos la confianza en el discurso y en el emisor y se diluyen las pinceladas de conocimiento en el camino de la verdad. La realidad discursiva en sociedades libres fomenta la confianza en el líder y contempla la diversidad de opiniones, a no ser en populismos o autoritarismos donde prevalece una idea por encima de la ciudadanía cosificada y masificada.

Si el turista extranjero está primero que el nacional, es más valorado, tiene acceso a opciones exclusivas, el cubano se considera un extraño, es vejado en su dignidad, y privado de derechos en su propia tierra. Esto fomenta la idea de emigrar para un día, al regresar con divisas, acceder a aquellos “privilegios” que no podíamos alcanzar como habitantes de este país.

Si exportamos servicios médicos y de otras profesiones, y no tenemos en la Isla un hilo para sutura, un antibiótico para combatir una infección o un doctor disponible en el consultorio del médico de la familia porque se fue por “los volcanes”, la emigración será considerada la salida más óptima. No son pocos los cubanos que, a día de hoy, desean pagar un seguro médico porque esto aumentaría la cobertura de salud, la accesibilidad y calidad de los servicios.

Si el producto nacional escasea, ya sea de la tierra o el mar, si no tenemos sal ni pescado, ni azúcar de caña y casi todo es importado o lo que hay es de muy baja calidad, la sobrevaloración de lo extranjero se convierte en una consecuencia de la crisis de productos nacionales. La tendencia a consumir lo foráneo aumenta con el aumento de la precariedad, los precios los impone la demanda y terminamos pagando por un determinado producto más que en las grandes urbes como Miami o Madrid.

Si el cubano no se queja del pluriempleo cuando emigra porque ve en él la fuente de la prosperidad ¿cuánto más no haría y sería capaz de producir aquí en su terruño? Tener que buscar fuera lo que se podría encontrar dentro no debería ser la única solución, porque genera otros problemas más graves como la separación de las familias.

Si tenemos que importar desde una leche en polvo hasta material quirúrgico, la sal o el azúcar, no ya un artículo de lujo o un gusto como en tiempos de otros éxodos anteriores, entonces para algunos queda justificada la “fuga mundi”. La crisis generalizada genera todo este tipo de dolores de cabeza y fomenta el desarraigo.

El cubano en estos tiempos no busca tanto un destino en particular como salir del origen caribeño invivible. La falta de proyecto de vida aquí, cuando no se ha educado para la libertad con la debida responsabilidad, es una situación tangible y lamentable.

Si la superación personal y profesional no es alcanzada dentro, muchos encuentran un nicho propicio allende los mares. Es penoso que desaprovechemos los talentos cubanos que pueden ser puestos al servicio de Cuba que los necesita en su reconstrucción.

Estas tristes realidades nos embargan. Debemos exigir, como un derecho más, el respeto a la vida digna en el país que nos vio nacer. En él muchos queremos echar raíces y dar frutos, superarnos y crecer espiritualmente.

Queremos avanzar en el camino hacia una sociedad libre y democrática, donde aprendamos a exigir los derechos en la misma medida que seamos cumplidores de los deberes ciudadanos.

Cuando somos conscientes de la libertad, del talento local y de que no debemos seguir buscando fuera lo que podemos luchar y edificar dentro, la sociedad empuja en el sentido del cambio que anhelamos y necesitamos.

Emigrar es un derecho, y quedarse y labrar un futuro en el que quepamos todos, con libertad y dignidad, también.

 

 

Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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