Hablar del valor de la responsabilidad puede resultar fácil, ponerlo en práctica ya no tanto. Como todos los valores requiere del ejercicio sistemático y de la puesta en práctica de una escala consciente y gradual en nuestras vidas. No hablaremos del mismo grado de responsabilidad en un niño, que en un joven o en un adulto; ni tampoco debemos confundir la responsabilidad personal y la responsabilidad social.
Eso sí, las diferentes manifestaciones de este valor tienen como tronco común la educación para la vida recibida desde el hogar, fortalecida con la formación ética y cívica que se complementa en las instituciones educativas, y sostenida en todos los ámbitos de desarrollo humano.
La responsabilidad es la capacidad del ser humano para prestar atención y cumplir las metas y compromisos adquiridos con uno mismo y con los demás. Es la “obligación” de responder, que significa ser fiel a una tarea, coherente con la respuesta para obtener un bien mayor en cuanto a estabilidad emocional y las consecuencias que del acto responsable se deriven.
Bien ejercida la responsabilidad es, por tanto, una característica positiva de nuestra humanidad.
Se asocia con relativa frecuencia con el valor de la libertad, porque se requiere ser libre para ser responsable. Alguien sin libertad no puede ser responsable. No puede “responder”, es decir, tomar las decisiones que creamos convenientes en cada caso. Ser responsable es un acto de total libertad. La libertad es una condición intrínseca a la naturaleza humana. La responsabilidad es un resultado de cultivar la conciencia recta, verdadera y cierta que, gradualmente, y en la medida de otras capacidades y habilidades adquiridas durante la vida, aumenta en grado y en visibilidad.
Es imposible ser responsables con los demás si no somos responsables con nosotros mismos. Primero debemos tomar conciencia de que nuestros actos conforman nuestras actitudes, y estas son el ejercicio de un valor específico. Además, suponen una responsabilidad ético-moral para nuestra vida. La primera y gran responsabilidad humana es con la vida. Por tanto, todo signo de maltrato hacia nosotros mismos o hacia los demás es un atentado irresponsable. Determinadas conductas de inestabilidad emocional, inconstancia en el hacer, desaprovechamiento de los dones adquiridos y de la instrucción-educación recibida, nos hacen personas irresponsables.
La responsabilidad personal es la base para ejercerla en otros espacios y convertirse entonces en responsabilidad social en los diferentes ambientes.
La responsabilidad social puede estar referida al compromiso de una única persona con la sociedad donde se desempeña, pero también puede indicar el compromiso de un grupo, institución, conjuntos de personas, con el cumplimiento de su deber, obligación o compromiso. Puede entenderse como la aplicación de la responsabilidad personal en la interacción con el mundo que nos rodea. Como no somos seres aislados, sino en relación con el entorno, nuestros actos también tienen consecuencias en los demás. Si hacemos dejación de nuestro compromiso otra persona deberá asumirlo, y ya estamos entonces afectando, por el no ejercicio de la responsabilidad personal, a la responsabilidad social.
Desde la antigüedad el hombre se asociaba a través de grupos de acuerdo a sus intereses, habilidades, localización y desempeño. Justo cuando comenzamos a formar parte de esos grupos humanos aparecen los retos, necesidades y misiones colectivas que suponen una respuesta personal para contribuir al bien mayor global. Quizá sea esta arista, la de la responsabilidad social individual, la más difícil de ejercitar, por aquello de que al encerrarnos en nosotros primero, no podemos calcular cuánto repercuten nuestras decisiones en los demás.
Es más fácil entender la responsabilidad social cuando hablamos del cuidado y preservación del medio ambiente, la observancia constante de los derechos humanos fundamentales, la protección de datos de los usuarios de una red social o los derechos del cliente o consumidor. Pero todas son iguales en importancia y repercuten en la armonía de la persona y la sociedad.
La responsabilidad social pública o gubernamental se ha constituido en blanco para la crítica en los últimos tiempos. El ejercicio del poder y las funciones que de él se derivan han puesto en evidencia constante, ante el ciudadano consciente que ejerce su cuota de responsabilidad social individual, que existe una deficiencia en la vocación de servicio. Entendida como la responsabilidad cuando recae en las instituciones o las administraciones, no es extraño que sea de las más reclamadas cuando la gestión de gobierno o las políticas públicas no repercuten en el desarrollo humano integral. Todos tenemos el deber de empujar hacia la construcción de una sociedad más ética y más justa.
A los políticos, que son servidores públicos, les toca jugar su rol con la responsabilidad conferida en cada caso.
Existe una serie de contravalores que atentan contra la responsabilidad y que muchas veces están más representados que los propios valores en nuestras familias, en nuestros centros laborales, en nuestras iglesias y en otros ambientes en nuestro país. Entre ellos: la inconstancia que nos hace responder muy efusivamente ante una causa pero luego disminuir intensidad y en ocasiones hasta fenecer; el engaño que conlleva a la vida en la doble moral; la injusticia que nos hace entonces responsables del mal, del daño al prójimo, a la institución o a la nación; el pesimismo que limita la realización de todo proyecto futuro, la creación que coarta la esperanza; la apatía que es otra irresponsabilidad por no asumir con madurez los desafíos de la vida, el puesto de trabajo, el cargo o la responsabilidad de liderazgo si hemos sido convocados a dar lo mejor de nosotros en cada empeño; y la represión que nos puede hacer cómplices de lo que no queremos pero sí responsables una vez que actuemos contra todo lo que dañe a los demás y a la sociedad.
San Juan Pablo II decía que: “Hasta que quienes ocupan puestos de responsabilidad no acepten cuestionarse con valentía su modo de administrar el poder y de procurar el bienestar de sus pueblos, será difícil imaginar que se pueda progresar verdaderamente hacia la paz”.
Por tanto, es la responsabilidad, ejercida a todos los niveles, personal y social, un basamento para la paz. Seamos responsables al hablar, al sentir y al comportarnos.
La responsabilidad es saber, como indicó Viktor Frankl que: “Entre estímulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder para elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta radica nuestro crecimiento y nuestra libertad.”
Eso, a fin de cuentas, es la responsabilidad: saber elegir si nos conducimos por el camino del bien o del mal.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.