El tibet y la definición de la soberanía

Por Orlando Gutiérrez Boronat

El Dalái-lama

El Dalái-lama
Aunque los estados nacionales son entes políticos de reciente creación en la historia de la humanidad, se puede afirmar que el concepto de la soberanía, o de la libre determinación de la sociedad sobre sus decisiones colectivas, es consustancial con la misma naturaleza política del hombre. De dónde emana el derecho a determinar, a decidir por sí de un grupo humano, ha sido punto de controversia y debate en la historia.
Existen, en términos generales dos concepciones sobre los orígenes de la soberanía. La primera estipula que la soberanía emana desde la cúspide de la sociedad, desde el gobernante mismo o de alguna deidad que para eso lo faculta, y que se mueve de forma descendiente hacia el resto del colectivo. La segunda define a la soberanía como proveniente de Dios, de la razón y de la ley natural pero expresada mediante la sociedad misma, facultando al gobernante con la responsabilidad de velar por el bien colectivo de sus compatriotas.
Mayormente, la humanidad ha trascendido una definición descendiente de la soberanía, tal y como se practicaba por los faraones egipcios o los reyes absolutos de la Europa post Westfalia. Es más, este concepto ascendiente de la soberanía popular, desarrollado desde sus bases en la existencia política de Grecia y de Roma, fue llevado a su plenitud conceptual por los teóricos medievales, principalmente Santo Tomás de Aquino. La pregunta entonces es ¿quién es el pueblo que gestiona la soberanía? ¿Cómo se define la sociedad humana en la que se enmarca la autoridad soberana? En fin, ¿qué constituye una nación?
Los europeos manejaron diferentes tipos de definición de la nación: la geográfica, la lingüística, la racial, la económica, la religiosa. Todas resultaron insuficientes para representar el misterio de la existencia nacional soberana. Quedó en manos del gran pensador y escritor francés de finales del siglo XX, Ernst Renan, conceptualizar la definición del ente nacional soberano en su majestuoso ensayo “¿Qué es una Nación?”
Renan proponía tres principios que categorizaban una existencia común nacional:
(1) Una historia común llena de heroísmo, sacrificios y grandezas que se convierte en reserva inagotable de nutrición espiritual para todo un pueblo,
(2) La voluntad de permanecer juntos como nación, expresada mediante lo que Renan llamaba “el plebiscito diario”, o la libre participación en la vida política del país mediante el ejercicio de las libertades civiles y los derechos humanos de la persona, o el esfuerzo de esa comunidad nacional por permanecer unida aun frente a los grandes retos que amenacen con dividirla o destruirla.
(3) La conciencia de que aún le quedan cosas por hacer al conjunto nacional, que aún hay una misión colectiva por cumplir.
Tibet

Lo que le da vida a una nación entonces no son sus tiempos de felicidad colectiva, que pueden ser pocos, sino los momentos en que reafirma su voluntad de permanecer junta, unida, indivisible. Quizás por eso, a pesar de pasar 2000 años sin existencia política colectiva, Israel logró reconstituirse como nación. Y Polonia, descuartizada y ocupada por sus vecinos poderosos, logró también prevalecer en su voluntad de destino nacional y reintegrarse toda. Lo que sí podemos decir es esto: la voluntad de permanecer unidas es la esperanza de la resurrección para las naciones. La voluntad de mantenerse unidas es lo que les permite a las naciones su soberanía y su libertad.

Para Israel la larga noche sin soberanía comenzó cuando los romanos destruyeron su templo y regaron a su pueblo por todo el mundo. Para Polonia la pesadilla se inició cuando rechazaron la invasión bolchevique en 1921 y Lenin proclamó a Polonia como nación enemiga del comunismo internacional y con la masacre de Katyn los soviéticos intentaron exterminar la crema y nata de su pueblo.
En 1950 cae la noche sobre Tíbet. Los ejércitos rojos de Mao Tse Tung invaden ese pacífico país. Habiendo derrotado a las fuerzas nacionalistas de Chiang Kai Shek gracias a la ayuda soviética y la complacencia norteamericana (obtenida a través de agentes de la KGB que habían penetrado al gobierno norteamericano), Mao buscaba extender su poder lo más rápidamente posible, atrapando bajo el totalitarismo comunista a cuanto pueblo vecino pudiese. Esa fue la suerte del Tíbet y de Corea del Norte, y casi la de Taiwan, si no hubiera sido por la heroica defensa nacionalista de la Isla de Kinmen, donde 30,000 comunistas perdieron sus vidas ante unidades nacionalistas inferiores en número, pero superiores en valor y en la determinación de ser libres. Esta histórica batalla preservó la soberanía de la República de China libre y democrática fundada por el Dr. Sun Yat Sen y asentada desde 1949 en Taiwan o Formosa.
Los comunistas chinos decían que el Tíbet no era una nación. La describían como el feudo de monjes budistas medievales que mantenían a ese pueblo cautivo, enjaulado por supersticiones y atrapado en la explotación económica. Por tanto el principal objetivo de los comunistas chinos fue la destrucción de la identidad tibetana. Sucedió que la diáspora tibetana se organizó en un gobierno en el exilio y la resistencia interna de ese país luchó durante largos años en contra de la ocupación de los comunistas chinos.
Pero por 50 años el gobierno comunista chino se ha dedicado a destruir y cerrar los templos tibetanos, a extirpar la historia del Tíbet de las aulas de ese país para intentar así borrar la memoria de la independencia de la mente de sus hijos, han deportado a miles de tibetanos de sus hogares y llenado al Tíbet de otras etnias para así diluir la estirpe…en fin, todo cuanto pudieron aprender de imperios como el Asirio y de tiranos como Stalin que se dedicaron a la destrucción de naciones enteras.
Cuán solitario ha parecido tantas veces el Dalai Lama en sus caminatas por el mundo, proclamando con tanta humildad el derecho a la identidad nacional del pueblo tibetano y su disposición de lograr la autonomía mediante medios pacíficos.
El mundo, con notables excepciones, ha ignorado el padecer de este pueblo y de su honorable líder. Al igual que ha ignorado la masacre de Tiananmen, donde el actual gobierno chino consolidó su poder. A tal punto que China fue escogida como anfitriona de las Olimpiadas, como si fuese ejemplo ante el mundo de concordia y paz.

Y entonces se levantaron los tibetanos. Y ante el valor pronunciado en las calles de su nación ocupada, respondieron los hijos del Tíbet esparcidos por China, por la India, por el mundo entero. Y ante la voluntad manifiesta del Tíbet de mantenerse unido, y por ende nación, y por ende libre, el mundo comienza a reconocer el derecho a la soberanía del pueblo tibetano ausentándose de la inauguración de los Juegos Olímpicos en Beijing. Una pequeña nación, un pueblo sojuzgado, le ha dado clases de soberanía al gigante totalitario que lo oprime.

Post data (Reflexión para los cubanos)

¿Recuerdas el balsero que se lanzó al mar y venció a las corrientes y mareas y llegó a tierras de libertad? En cuanto pudo o buscó a los suyos, o les envió provisiones para pasar la tormenta. ¿Recuerdas a los muchachos, nacidos en tierras de libertad pero hijos o nietos de los nacidos en la Isla, que se montaron en avionetas endebles y volaron por encima del Estrecho buscando balsas con sus hermanos a bordo para salvarle sus vidas? Dieron su vida en el empeño.

Te digo esto: cuando pase la noche, esos que como dice Silvia Iriondo, teniendo patria no dejaron de luchar por la libertad y aquellos que teniendo libertad no dejaron de luchar por la patria, serán la seña y santo de que nuestra nación nunca murió, sino que esperaba por su resurrección.

Orlando Gutiérrez-Boronat (La Habana, 1965)
Doctorado en Filosofía (Ph.D.) de las Relaciones Internacionales de la Universidad de Miami.
Maestría en Ciencias Políticas de la Universidad Internacional de la Florida. Es Profesor Invitado de Teoría Política de la Universidad Internacional de la Florida. Es co-fundador y Secretario Nacional del Directorio Democrático Cubano. Reside en Estados Unidos.
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