Cuba vive en el ruido. Y eso es una enfermedad. Ruidos de los autos y motos, ruidos de la música invasiva, ruidos de la gente del barrio que no se visitan pero conversan a gritos de una acera a la otra. Gritos en las colas por la escasez, voz alta en las funerarias, el uso abusivo del claxon como señal de machismo y prepotencia del impotente. Ruido de los amplificadores portátiles que inundan las calles, ruidos en las calles y casas a toda hora.
Y para colmo ruido en las iglesias, los religiosos de siempre y los que llegan nuevos. Todos hablan, gritan de una esquina a otra del templo, se cuentan largas historias mientras algunos intentan rezar. Hablan cuando se canta, hablan cuando se sientan, hablan cuando llegan, hablan cuando se marchan… hablan hasta en la consagración, de rodillas o de pie. Y vamos subiendo el tono para competir y vencer el ruido ajeno. Ruido por fuera y ruido por dentro de nuestra alma. Esta es la Cuba de hoy. Expresamos a gritos lo superfluo porque no se puede sacar la procesión de graves problemas que llevamos por dentro. La cosa está al revés, y recuerdo el famoso aforismo de José Martí: mucha tienda, poca alma, mucho por fuera, poco por dentro.
Cuba, cada cubano, necesitamos del silencio. Silencio exterior y silencio interior. El silencio es también alimento del alma. El silencio es oxígeno para nuestra espiritualidad. A veces el silencio es la mejor fuente de la palabra. El silencio es parte constitutiva de la naturaleza humana. El ruido deshumaniza. El que no puede parar de hablar sufre un daño antropológico.
Quien no puede parar de hablar es porque no tiene nada dentro. Y quiere cubrir con ruido el vacío del alma. Sin embargo el silencio es manifestación de la vida interior. Quien busca, disfruta y vive intensamente el silencio es porque puede llenarlo de vida interior, de contemplación, de meditación, de diálogo consigo mismo y con Dios. El que busca y goza el silencio es porque está sano por dentro, está lleno de mística, que es esa fuerza interior que te impulsa desde el silencio a entregarte a los demás, a una causa, a Dios. El silencio es signo del vigor interior que da fuerza para poner freno a la palabra inútil, al grito de violencia, al vocerío de la banalidad.
Esas formas de lo vano de adentro es señal de pobreza humana, de vacío del yo, de la necesidad de reafirmar su yo con demostraciones externas que se convierten en ruido para relleno, de distracción de los males, de alienación de lo que nos está pasando. Al principio fue la Palabra, es verdad, lo dice la Biblia en el Génesis, pero olvidamos que antes de esa creación de la Palabra encarnada en el sonido, el Espíritu de Dios se cernía sobre el universo desde la eternidad. Solo desde ese silencio fecundo, creador, repleto de Espíritu, pudo el Padre crear el sonido, la voz, el mundo, pero al principio todo eso estaba lleno por dentro del silencio del Espíritu “que doma al espíritu indómito”.
En el silencio de la casa de Nazaret ocurrió el acontecimiento más trascendental y apoteósico de todos los tiempos, la irrupción de Dios en la carne humana, en la historia universal. ¿Y cómo fue esa epopeya?: en una casita silenciosa y limpia, en el vientre callado y acogedor de María, en el proceso invisible y progresivo de nueve meses de alumbramiento sin estruendo. La gestación de una nueva creatura es el más elocuente ejemplo de que lo más importante, lo más sagrado y lo más trascendente, se origina y crece en el silencio de las entrañas humanas fecundadas de luz serena y callada.
Cuba enferma de ruido, Cuba mata el silencio. Teme al silencio que conduce a lo esencial. Un pueblo que no para de gritar, de hacer ruido, es un pueblo que se suicida. Que mata por dentro y muere de vacío. Cuba teme al silencio que permite escuchar mejor, ver con los ojos del alma, llegar a la médula de los problemas y a la más necesaria y urgente de las soluciones.
¿Será por ello que ya en las Iglesias, donde se alimenta el alma, no hay silencio?
¿Será por ello que la palabra serena y crítica, correctiva y constructiva, no tiene ciudadanía?
¿Será por ello que desde la maternidad hasta la funeraria toda nuestra vida está sometida al ruido?
¿Será por ello que en lugar de salir la razón discreta y respetuosa, sale la escandalosa represión?
¿Será por ello que somos alardosos por fuera y debiluchos por dentro?
¿Será que el ruido ocupa el lugar de la verdad?
Nadie puede imponer el silencio. Ninguna disciplina puede llenar el vacío que atiborramos de palabras. Nada puede llenarnos por dentro para cultivar el silencio… Solo Dios. Solo la vida interior. Solo la vida en el Espíritu del susurro íntimo.
¡Cuba, cuida tu silencio para que conserves sana tu vida interior!
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.