Por Amador Hernández Hernández
“Todo por la Revolucion” Reza el Cartel.
De los últimos debates culturales realizados en la UNEAC de la provincia de Villa Clara, y los encontronazos inevitables de los escritores con la Resolución del Ministerio de Economía y Planificación, emitida el 7 de abril de 2010 y firmada por su Ministro, Marino Murillo Jorge, la cual plantea: «Se realiza un análisis sobre todos los premios que se otorgan al amparo de los Acuerdos del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministro, con vistas a buscar una mayor racionalidad en los gastos asociados a los mismos», se infiere una vez más que la cultura del país constituye hoy, más que el honesto cultivo de la espiritualidad en bien de la nación, un arma mediática para seguir alimentando el doble discurso político del gobierno en aras de mostrar un país feliz de su Revolución y de sus dirigentes.
No he de negar que las intenciones al revisar el status quo de las finanzas en Cuba es casi un pataleteo para salvar de la debacle definitiva una economía cada vez más deprimida por las ciegas obsesiones del experimentalismo insular, que a lo largo de cincuenta años solo nos ha dado como fruto un inmovilismo prácticamente enfermizo, un deseo de no hacer nada, un sentir que nada se resuelve, y que lo mejor es dejar que el barco siga a la deriva.
La fe ciega en un ideal a prueba de balas ha llevado al país a un valle de lágrimas, a ser una lamentación más en el mítico muro de Jerusalén. De nada valió someternos a un modelo económico bajo la asesoría inquisidora del CAME, el creernos que el camino a la gloria era ya pan comido. Como por efecto de dominó, el socialismo del siglo XX fue arrastrado por la senda de los perdedores, desapareció como Pompeya. En el lejano Oriente solo quedaban China y Viet Nam, últimos gajos a los cuales asirse. Pero, en esos asiáticos la economía es de mercado y resultaba muy peligroso insertar en la Isla modelos que pudieran amenazar la tranquilidad de un gobierno, que a base de méritos históricos, se mantenía en el poder aun cuando el desinterés de muchas de sus piezas estaban más a la vista que las pencas de una palma real.
Yo – que conocí el pasado por las arrugas precoces en el rostro de «mi viejo», por las callosidades de sus manos y por el fogón de leña en un sitio del vara entierra – también me creí la utopía de la Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes. Mi bisabuelo había sido un soldado mambí; mi abuelo, un miliciano de los que lucharon en la limpia del Escambray; mi madre, de las primeras federadas; y así se insertaron todos en el proceso que vivió la Isla después de 1959.
Sin embargo, a mi padre – campesino perspicaz – comenzó a preocuparle que los primeros dirigentes del Partido en el municipio acapararan las mejores casas que los burgueses dejaron en su estampida. Lo que quizás nunca supo fue que eso mismo había sucedido en todos los niveles de dirección de la Isla. Parece que aquello de que lo bueno a todo el mundo le gusta seguía siendo una sentencia real. O la historia que le conté cuando sorprendí al Jefe de Lote tomándose las maltas que venían para los macheteros, mientras estos se tomaban los refrescos que venían en las botellitas marcas SON. Trabajo le costaba aceptar a mi recio machetero el tener que cortar miles y miles de arrobas de caña para ganarse un reloj despertador o un ticket de televisor, el cual tenía que vender pues carecíamos de servicio eléctrico, mientras importantes funcionarios los alentaban desde el asiento de un flamante Lada o un jeep cuatropuertas porque los obreros socialistas no podían cejar en el empeño revolucionario de que los “diez millones, van”. La victoria económica es para ganarle la guerra al imperialismo. ¿Al imperialismo o al hambre?, se preguntaba entonces mi padre, siempre preocupado porque el país se iba llenando de consignas y de camaradas, de babositos y simuladores. Recordando sus tantas advertencias, pienso cuánta verdad se respira aún en la canción del trovador cuando al compás de su guitarra alerta:
Desde un mantel importado y de un vino añejado,
se lucha muy bien.
Desde una casa gigante
y un auto elegante,
se sufre también.
En un amable festín,
se suele ver el latir.
Si fácil es abusar,
más fácil es condenar.
Así comenzaba una larga historia de simuladores, arribistas y oportunistas que tomaban de pedestal la Revolución triunfante. De mediocres, ineptos, aprovechadores, zalameros y burócratas se llenó el país. Y como el refrán reza: “A río revuelto, ganancia de pescadores”, el Período Especial vino a ponerle la tapa al pomo. Ante la desesperación por la crisis que ya golpeaba las puertas de los cubanos, se permitió incluso que muchos de los calificados en 1980 como «escorias» humillaran a los habitantes de la Isla al no tener que hacer colas en las tiendas recaudadoras de divisas o pedir que desalojaran los establecimientos porque querían comprar sin que nadie los mirara, o se aparecieran en las casas de los que alguna vez les lanzaron huevos para devolvérselos en paz y concordia a pesar de que ya habían pasado diez años. Hubo cuadras que hicieron del ridículo otra arma de autovejaciones y colocaron carteles de bienvenidas al tiíto, convertido en uno de los reyes magos, cargado de regalos Made in USA. Y ante la queja de los de a pie, el sonsonete de: “No os dejéis provocar: la patria necesita esos dólares para sobrevivir”. Entonces recordé a Rafael Alcides y su poemario: Agradecido como un perro.
El bloqueo económico ha estado ahí por medio siglo, la política del gobierno también lo ha estado, y en medio de esa bronca política un pueblo condenado a vivir en la irrestricta austeridad, en la expectativa del quimérico Paraíso, que sigue detenido en medio del vacío mientras el desaliento, las interrogaciones crecientes, la espera estéril y el escepticismo aguardan, como los marabuzales, el machete que limpie el definitivo camino a la prosperidad y el bienestar común de la Patria. “Ojalá, hijo, – me recordaba mi padre – se cumpla algún día aquello de que la paciencia es un árbol de raíces amargas, pero de frutos muy dulces, y eso que esperamos y no acaba de llegar nos dé un galletazo sin mano”.
Pero bien se sabe que, mientras aparezcan las buenas nuevas de la economía cubana, los altos funciona
rios del país seguirán tranquilos porque la austeridad no ha tocado todavía a sus puertas. Ya lo advertía Martí en aquel artículo publicado en el periódico La América, de Nueva York, en abril de 1884, con el título: La futura esclavitud: “Todo el poder que iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados por la necesidad de mantenerse en una posición privilegiada y pingüe, lo iría perdiendo el pueblo, que no tiene las mismas razones de complicidad en esperanzas y provechos, para hacer frente a los funcionarios enlazados por intereses comunes” (O.C., t. 15: 387-392).
Casta que acepta como bueno el orden universal impuesto a la Patria, fruto de su cínica imaginación, lo que no le permite ni ruborizarse ante hechos tan insólitos (en un país donde lo absurdo es cotidiano, de nada os asombréis) como que un neurocirujano tenga que perder parte de su jornada laboral en los llamados aterrilles de la botella mientras un dirigente, aún del más bajo nivel, tenga un medio de transporte para ejercer sus funciones o que en cualquier pueblecillo haya casi más oficinas que viviendas para continuar cebando burócratas de toda laya.
Tal vez, por esa misma razón martiana, las vacas sagradas de la cultura del país seguirán mugiendo para que sus creadores no se desvíen de la manada, pues temen perder sus visas permanentes a los países del vino, la leche y la miel. ¿Será que el Ministerio de Economía y de Planificación no sabe aún por cuáles venas abiertas se escapa la sangre del país? Leer este trabajo del Héroe de Dos Ríos mucho ayudaría hoy a los que dirigen los designios de la Patria, pues en sus palabras laten todavía todos los señalamientos de aquel socialismo a lo Herbert Spencer y que han roído de igual forma las simientes de un sistema sociopolítico que los cubanos ganaron por derecho propio sobre la tumba de los que yacen en ellas por un ideal de justicia.
Muchas de esas vacas sagradas – que pasean por los escenarios y las calles de Miami o París, se llenan los bolsillos de dólares mientras revelan a los «vendidos conductores de los espectáculos y shows mediáticos» su deseo expreso de que un día el Norte y el Sur dejen de agredirse para que la miel nos llegue a todos por igual- se pasean también en sus carros último modelo, con sus cadenas de oro macizo al viento y su sonrisa de ángeles por las calles y avenidas de la nación misma como embajadores plenipotenciarios de la cultura de un país donde un funcionario puede paralizar de un plumazo el pago a sus más humildes colaboradores que aún se afanan por que se haga realidad el eslogan: La cultura, escudo espiritual de la nación. La Revolución, que se enorgullece de sus raíces martianas, no ha podido escapar de otra sentencia del Apóstol aparecida en el mismo artículo: “¡Mal va un pueblo de gente oficinista!”
Y la prensa, ¿cómo asume estas realidades? Zalamera, ciega a todas luces, vira la cara para no saber. Avergüenza cómo un periodista de la cultura promociona, prepondera ciertos grupos llegados a la Isla a cantar en ciertas tribunas, aún cuando sus textos están sesgados por las obscenidades, los gestos escénicos pornográficos y un porte personal que asusta; y hace mutis, sin embargo, ante el grito de muchos que desean escuchar por la radio la voz de una cantante como Celia Cruz, que ya reposa en silencio en una bóveda del Norte. Y más lamentable el hecho de que esos personajes de la cultura de masas se convierten en paradigmas para los jóvenes cubanos, deslumbrados cada vez más por el estilo de vida consumista y banal. La prensa debía preocuparse más por los problemas nacionales que se debaten a viva voz lo mismo en un coche de caballo, en un punto de recogida o en esas largas colas en las carnicerías mientras se espera la llegada del picadillo de soya o las nuevas reformas en la enseñanza universitaria – pedidas a gritos por alumnos y padres – para recuperar la senda que una vez alguien en nombre de sus omnímodos poderes lanzó a la maleza.
Pero no, prefiere seguir desviando la atención en debates ajenos a nuestras realidades: sobre guerras en el exterior, elecciones presidenciales o el apagón en un condado de Nueva York. ¿Cuándo vendrán a la Mesa Redonda los responsables del desastre económico del país o los ministros tronados para que den explicaciones de sus gestiones «al pueblo» que los eligió para su cartera de diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular, o los dirigentes políticos sustituidos de sus cargos por mal trabajo? Otra vez vuelvo a la clarividencia de Martí cuando pienso en el trabajador de la prensa: “La libertad oprimida cautiva a todo pecho generoso” (O.C., 14: 256) y si fuéramos más precisos, aquel señalamiento: “La libertad no puede vencer con un rey que desconfía de ella” (O.C., 14: 403). En carta a Gonzalo de Quesada, el 3 de febrero de 1895, el Maestro sentencia: “El periódico es la vida”.
Acaso los periodistas cubanos han olvidado aquella exposición del autor de los Versos Sencillos en Boletines de Orestes, Revista Universal, México, julio 8 de 1875: “La prensa no es aprobación bondadosa o ira insultante; es proposición, estudio, examen, consejo. No es el oficio de la prensa periódica informar ligera y frívolamente sobre los hechos que acaecen, o censurarlos con mayor suma de afecto o de adhesión. Toca a la prensa encaminar, explicar, enseñar, guiar, dirigir; tócale examinar los conflictos, no irritarlos con un juicio apasionado; no encarnizarlo con alardes de adhesión tal vez extemporánea, tócale proponer soluciones, madurarlas y hacerlas fáciles, someterlas a consulta y reformarlas según ella; tócale, en fin, establecer y fundamentar enseñanzas, si pretende que el país la respete, y que conforme a sus servicios y merecimientos, la proteja y la honre.” Aún guardo en mis oídos la intervención de un periodista de la provincia cuando en medio de la asamblea de balance de la
UNEAC en Villa Clara expresaba que no entendía por qué no se le permitió hablar del concierto de José M. Vitier en el teatro santaclareño y en especial de la pieza de tema religioso y sobre los muy malos resultados alcanzados por los alumnos en las pruebas de ingreso a la Enseñanza Superior.
La prensa del país se cuestiona – y con mucha razón – la ciega política del gobierno de los Estados Unidos, obcecada con mantener el diferendo, y a mi modo de ver hay que seguir condenando el insensato bloqueo. Sin embargo, no he leído ninguna opinión polémica en ningunos de los medios periodísticos acerca del casi cero acceso que tienen los cubanos a disfrutar de las mejores opciones turísticas del país y ni soñar con las aspiraciones al turismo internacional, vedado para este pueblo cada vez más culto, comunicativo y defensor de su identidad, con justificaciones que de tanto repetirse huelen a sermones de convento. No quisiera, cuando llegue al ocaso definitivo de mi vida, aceptar que «los enemigos» tenían razón: el haber vivido en una cárcel grande.
Cuántas personalidades de la cultura en general, el deporte, las ciencias y otras profesiones de intereses públicos se han marchado de Cuba, y la prensa no ha dado ni la más mínima información. Y lo peor es que el pueblo se ha enterado por medios de comunicación al servicio de otros países.
No se puede tapar el sol con un dedo: las conquistas sociales de Cuba son innegables. Si grande y hermosa fue la Campaña de Alfabetización que puso luz en los ojos de los excluidos, grande fue el esfuerzo del pueblo por hacer la Revolución descabezando para siempre una tiranía manchada con la sangre de la cobardía y el odio. La Revolución ganó para los cubanos la Patria cercenada en 1902 por el poder del egoísmo de los miserables y las ambiciones foráneas.
Nos corresponde seguir amándola del brazo del Apóstol, pero sobre la base de todas las libertades. No nos sirve la creación de los espacios para el debate si de ellos solo resultan los temores o el saber de antemano que después de tanto bla, bla, bla, solo queda el: Calabaza, calabaza, cada uno para su casa y tan buenos amigos como siempre.
Los sublimes ideales relacionados con la justicia social no han podido detener las cada vez más marcadas diferencias de clase que se van produciendo en la Cuba de los paradigmas. En una ocasión, en los ya lejanos años setenta del pasado siglo, mi padre advirtió que en la otra época las diferencias sociales entre ricos y pobres eran muy grandes y que lamentablemente en el socialismo iba creciendo también ese abismo, pero ahora entre dirigentes y obreros. ¿Alguien puede negar que entre las grandes personalidades de la cultura, el deporte, los militares y el gobierno con respecto a la gente sencilla del pueblo haya una distancia prácticamente insalvable? Es cierto, se padece el síndrome de la creencia divina de estos personajes, es decir, los llamados intocables, hasta tanto la fama no se les suba a la cabeza y crean pueden vivir eternamente en la impunidad.
Dedicarse al arte de las letras es renunciar a la vida ordinaria, a la felicidad del hombre común; es someterse al recogimiento, a la soledad, al éxito sin farándula, al dolor del fracaso. Dedicarse a escribir no significa tatuarse el rostro de un líder en la piel para implorar un trozo de reconocimiento social o congraciarse simplemente con el poder para que las puertas de los aviones no se cierren antes de subir las escalerillas al definitivo más allá al ritmo de una música que a los oídos de Heredia, Casal, Martí, Dulce María y Lezama resultaría una burla. Que conste que este exabrupto nada tiene que ver con esos artistas que sí prestigian lo mejor de la cubanía allende los mares.
Frenar los pagos a los escritores (premiados en certámenes de la cultura literaria) tan llenos de preocupaciones por su vivienda, por los congeladores del refrigerador o por el qué echar en los calderos es casi un agravio a la dignidad humana, al sentido común, es poner en tela de juicio nuestra democracia, pues evidencia que los gobiernos provinciales y locales no gozan de ninguna autonomía financiera, que sus presupuestos destinados a la actividad de la Cultura está regido por decisiones que escapan a su poder. Y la UNEAC, esa sociedad que se proclama organización no gubernamental, ¿qué pinta en estos debates, cuál es su posición con respecto a las inquietudes de sus miembros? Ojalá no sea la del Ratoncito Pérez o la de la Gatica María Ramos.
Amador Hernández Hernández. Encrucijada, Villa Clara. 1960.
Licenciado en Español y Literatura. Máster en Ciencias de la Educación. Profesor Auxiliar Adjunto al UCP “Félix Varela”. Reside actualmente en Calabazar de Sagua, Villa Clara. Labora como profesor de la Enseñanza de Adulto. Cultiva; además del testimonio, el ensayo literario y la narrativa juvenil. Fue premiado con los trabajos del libro «Los ojos del muerto» en los diferentes eventos provinciales y nacionales de los talleres literarios. Tiene publicado, en coautoría con Alberto Rodríguez Copa, el libro de ensayo «Las eras del caminante». Con el libro «Yo también maldije a Dios», obtuvo el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2002, en el género Testimonio. En el año 2003 y 2004 alcanzó el Premio Beca de Creación “Sigifredo Álvarez Conesa”, en el mismo género con los proyectos “Cuando los sauces lloran” y “Sombras nada más”. Desde el 2003 pertenece a la UNEAC. En el año 2004 ganó La Beca de Creación “Ciudad del Che”. Premio UNEAC 2004 con el libro de testimonio La medianoche del Cordero. Ha participado en seis Ferias Internacionales del Libro. Recientemente ha publicado los libros: Cleopatra, la reina de la noche (Ediciones CAPIRO) y La medianoche del cordero. (Ediciones UNIÓN). Premio de la crítica Ser en el tiempo, Villa Clara, 2006. Su novela juvenil “Nuestros años felices” obtuvo el Premio Luis Rogelio Nogueras 2007, convocado por el Centro Provincial del Libro de Ciudad de La Habana y Ediciones Extramuros. Publicada en el 2008 por el sello territorial de Ciudad de la Habana. En el 2008, fue finalista