EL PODER DEL INDIVIDUO EN EL ESTADO TOTALITARIO

Foto de Margarita Fresco Crespo.
Foto de Margarita Fresco Crespo.

 

La esencia del totalitarismo: la mentira

Si pudiéramos extraer un solo rasgo del sistema totalitario que sea representativo de todos los males que este trae consigo a la sociedad, sería sin dudarlo, su necesidad perentoria de crear y sostener una realidad ficticia, simulada, alimentada todos los días mediante el uso consciente y sistemático de la propaganda, el adoctrinamiento, el periodismo oficialista, el discurso público y la cultura. Dentro de esta simulación de naturaleza ideológica todos los ciudadanos deben mentir durante la mayor parte del tiempo para poder ajustarse social y psicológicamente a las exigencias del poder, mostrando un franco desprecio por la verdad. Hayek nos recordaba en su memorable obra Camino de servidumbre que: “Las consecuencias morales de la propaganda totalitaria que debemos considerar ahora son, por consiguiente, de una clase aún más profunda. Son la destrucción de toda la moral social, porque minan uno de sus fundamentos: el sentido de la verdad y su respeto hacia ella” [1].

El totalitarismo, como bien sabemos todos aquellos que lo hemos vivido en carne propia, es un sistema que existe la mayor parte del tiempo “emancipado de la verdad”, rumiando su propia narrativa, ideológicamente fabricada. “La importancia crucial de la mentira en el sistema totalitario comunista se advirtió hace mucho tiempo” [2], porque era imprescindible mostrarle a las masas que la utopía podía ser alcanzable, que los resultados de los planes económicos quinquenales, los mega proyectos de transformación urbana y rural, la aplicación de medidas coercitivas al mercado para redistribuir con “equidad” la riqueza y las ideas sociales del partido, tenían siempre consecuencias satisfactorias para la ciudadanía, aun cuando la realidad mostraba lo contrario.

Cuando estas prácticas se han hecho sistemáticas, se refinan, se institucionalizan y la población participa activa y/o pasivamente en ellas, como en el caso de Cuba “(…), la mentira realmente se convierte en verdad o, al menos, la distinción entre verdadero y falso en sus significados habituales ha desaparecido. Éste es el gran triunfo cognitivo del totalitarismo. Puesto que logra abrogar la idea misma de verdad, ya no se le puede acusar de mentir”. [3]

Es por esto que los sistemas totalitarios como el cubano, se “liberan” cuanto antes de las ataduras de la historia pasada y de las tradiciones; se apuran en sustituir la moral social arraigada en la ciudadanía por una “nueva” moral que surge como hija bastarda del dogma ideológico que ellos defienden y de la narrativa cultural que se impone desde sus instituciones, con la participación destacada de la élite intelectual afín a sus ideales. Esta misma élite (que muchas veces es indistinguible del aparato político y militar represivo) es la encargada de fabricar la nueva realidad que necesita el partido a través del arte, la educación y la cultura, mostrando un franco rechazo por la tradición y el pasado [4]. Esta tendencia, que aparece al principio como fenómeno local o sectario, se refuerza a nivel de Estado empleando el sistema educativo como un arma de lucha ideológica, lo que la ha convertido, en manos de los revolucionarios, en la poderosa herramienta de adoctrinamiento y persuasión pública que es hoy día.

De manera particular ha sido deformada y tergiversada la enseñanza de la historia de Cuba para cumplir con los requerimientos ideológicos de la élite intelectual y política totalitaria. Recordemos que el control sobre el pasado es siempre una de las herramientas más importantes del poder en busca de legitimidad; precepto que no es nada nuevo y se remonta incluso, hasta la época de los mitos griegos. [5]

El esfuerzo continuado del poder político en Cuba por lograr el completo control mental de la ciudadanía ha generado, al menos en una parte considerable de la población, una especie de fervor pseudoreligioso expresado en lealtad ciega al régimen y sus líderes, que se comporta como una forma de posesión mental colectiva. A través de la posesión ideológica, el totalitarismo se asegura un pequeño, pero muy entusiasta ejército de fanáticos que hacen de la adoración al Mito de una sociedad “superior”, el sentido de su propia existencia.

Es por estas razones que se hace tan necesaria esa simulación ideológica de la realidad sobre la que comentábamos al principio. Su esencia es la mentira, la mentira en todas sus variantes, aplicada a nivel de estado, de las comunidades, de las familias y del individuo. La mentira es el elemento cohesionador que mantiene aún en pie la decadente estructura de la dictadura comunista en Cuba. Dentro de la mentira: la falacia, la manipulación mediática, la distorsión de los hechos, la propaganda, la saturación de información fabricada, la negación de los datos científicos que contravienen los postulados teóricos del régimen y el autismo político son prácticas habituales, necesarias para el mantenimiento del régimen totalitario.

Tantas décadas de vida en la mentira han provocado que la sociedad quede seriamente inhabilitada para enfrentar los retos y dificultades actuales que amenazan seriamente con desintegrar el propio tejido existencial de nuestra nación como ente unitario. Sin ser exhaustivos, algunos de estos problemas son: la baja natalidad acompañada de la emigración masiva; la crisis económica estructural; la falta de infraestructura nacional para el desarrollo; la crisis sociocultural expresada en falta de valores cívicos, perdida de propósito (especialmente de la juventud), el apogeo de la vulgaridad, la mediocridad y la indecencia; la falta de esperanza de la población de una mejoría en sus condiciones de vida, lo que viene acompañado de resentimiento, conformismo y frustración; la imparable ola de violencia social [6] [7] y doméstica que experimenta el país, de manera marcada en los estratos más pobres de la población. La certeza de los revolucionarios de que su proyecto de ingeniería social crearía una sociedad más justa, habitada por “hombres nuevos”, forjados al calor de la lucha ideológica, no fue más que una ilusión irresponsable.

Esta situación provoca una percepción de que se vive en un orden asfixiante, del que no es posible escapar, lo cual acelera el proceso de descomposición moral y los deseos de “huir de esta realidad tan lejos como sea posible” [8]. La dimensión material de la crisis no es menos dolorosa que la dimensión moral [9].

Por la otra parte el control del Mito público por las instituciones del Estado totalitario, el trabajo permanente de coerción del aparato represivo y de persuasión del aparato de propaganda revolucionaria, juegan un papel central en el empeño por evitar el cambio necesario a toda costa y profundizan sistemáticamente los efectos del daño antropológico, provocando una involución y un declive civilizatorio que ha sido descrito en la bibliografía académica [10] en otros contextos similares.  

El cambio empieza en el individuo

Los cambios sociales y políticos no ocurren solos. Las fuerzas de contención de cualquier régimen autoritario osificado en el poder, siempre serán mayores que la propia inercia de la sociedad si se “deja actuar sola”, esperando que las cosas cambien cuando el país este “maduro” para ello.

Lo primero que debemos entender como ciudadanía es que si seguimos siendo parte del engaño colectivo, ofreciéndonos voluntariamente para reprimir y coaccionar a nuestros semejantes, consumiendo y reproduciendo los productos propagandísticos del régimen y asistiendo a los diversos rituales del totalitarismo, nada cambiará en Cuba y la miseria material y moral terminará por diezmar a los cubanos como a roedores en un barco que se hunde lentamente, producto de la testarudez de sus propios habitantes y no por fuerzas externas como cacarea el discurso oficialista. 

El poder transformador está en alcanzar el número crítico de cubanos dispuestos a asumir los retos del proceso de transición hacia la democracia y el Estado de Derecho, pero aún quedan muchos ciudadanos temerosos, apáticos, ignorantes, oportunistas y silenciosos que desean un cambio de sistema y no están dispuestos a hacer nada para que ese cambio ocurra. Como el aparato represivo del régimen ha hecho virtualmente imposible que se articulen proyectos transformadores pacíficos en el seno de la sociedad civil y la libertad de reunión está completamente coartada, resulta realmente difícil generar espacios de debate y difundir las ideas renovadoras entre una ciudadanía adocenada y apática. Esto es un hecho innegable. La tenaza de los órganos represivos por un lado y del aparato propagandístico y de adoctrinamiento por otro, son un obstáculo poderoso en el camino de la libertad que ha sido diseñado para disuadir a los cubanos de emprender la senda de la transformación política y social.  

Sin embargo, a nivel individual, existe un potencial transformador de la sociedad que emerge de los comportamientos de cada persona de manera independiente, el cual es mucho más difícil para el sistema represivo de detectar y “combatir” a tiempo, ya que sus tentáculos están diseñados para reprimir con diverso grado de violencia, las conductas grupales públicas, los proyectos civiles, las propuestas y manifestaciones pacíficas y otras prácticas similares que se consideran “peligrosas” por su capacidad de convocatoria.

Durante estos meses cálidos y húmedos, en medio de largos cortes de electricidad y una espantosa escasez material, interminables conversaciones con amigos y conocidos derivaban invariablemente hacia las preguntas: ¿Entonces qué hacer? ¿Qué puedo hacer yo solo contra una maquinaria tan poderosa, implacable y omnipresente, cuyo único objetivo es evitar el cambio a toda costa? ¿Tengo que inmolarme, ser un número más en una mazmorra del represor?

La respuesta podría parecer obvia. Si aceptamos la premisa de que el objetivo último del sistema totalitario es diluir la individualidad de los ciudadanos en esa entidad auto-degradada que es la masa obediente y servil, la cual debe apoyar ciegamente el poder establecido y expresar su lealtad y agradecimiento a través de innumerables rituales que le son propios a los totalitarismos en todos lados, entonces podríamos estar de acuerdo con que la victoria de la persona humana sobre el sistema totalitario debe ser en primera instancia individual.

Esta victoria parte del auto reconocimiento personal como una entidad soberana, con derechos naturales obtenidos al nacer, con una historia pasada enraizada en largos procesos civilizatorios, los cuales han generado una tradición genuina (con luces y sombras) pero que nos ha permitido sobrevivir hasta hoy como civilización. Solo el individuo que reconoce su propia dignidad y su capacidad para pensar críticamente puede derrotar el sistema totalitario. Esa victoria empieza en la mente, luego se expresa en la esfera conductual individual, cultivando la verdad vivida en la práctica cotidiana, de ahí se expande hacia la familia, la comunidad y más tarde, cuando son muchos individuos los que se han librado de la posesión ideológica del virus totalitario, se lleva a la sociedad en forma de propuestas, programas políticos y proyectos cívicos articulados. La masa no puede ganar esa batalla porque la masa es parte del problema. Quién solo se auto reconoce como parte de una masa (socialista, comunista, revolucionaria, fascista, etc.) ya está derrotado en principio como individuo soberano.

Hay prácticas concretas que todos podemos cultivar para vencer al virus mental del totalitarismo, pequeñas cosas que se hacen todos los días y se van acumulando en el tiempo hasta que se convierten en hábitos. Algunas son difíciles al principio para una mente que ha estado presa durante mucho tiempo del adoctrinamiento y el oscurantismo, pero es posible ir trabajando gradualmente si se encuentran los incentivos para hacerlo. El proceso de auto liberación puede llegar a ser doloroso a medida que el individuo debe ir enfrentando verdades personales que antes había escondido debajo de la alfombra, por incómodas o inconvenientes, sin embargo el resultado final es siempre satisfactorio.

Para los amigos que quieren un cambio y no saben cómo hacerlo realidad, para todo aquel que se pregunta qué podemos hacer para superar al sistema totalitario, he aquí unas recomendaciones nacidas de la experiencia, la observación y el intento, siempre imperfecto, de vivir una vida en la verdad:

  1. Líbrate del oscurantismo, la ignorancia y alimenta la curiosidad intelectual

El individuo ignorante y falto de curiosidad por su realidad, es fácil de manipular, engañar y adoctrinar. Incluso cuando se cree que se es libre, la ignorancia es una prisión para la mente que coarta la capacidad de la persona para tomar decisiones, orientar su vida hacia altos propósitos y buscar la felicidad. Solo el conocimiento nos puede librar de esa jaula donde todas las decisiones importantes de la vida serán tomadas por terceros, a los que no les interesa nuestro bienestar personal sino nuestra obediencia, justo como ocurre en el régimen totalitario. Ganar conocimiento precisa de observación activa, estudio y pensamiento crítico, para ello es indispensable cultivar el hábito de la lectura, escuchar siempre las diversas versiones de una misma historia y extraer conclusiones basado en la evidencia y los datos científicos y no en relatos o narrativas ideológicas de ningún signo. Una persona que solo consume los productos culturales, intelectuales o ideológicos diseñados para la masa, no es más que un esclavo común que pasará por el mundo sin dejar huella ni recuerdo alguno.

  1. Abraza lo mejor de la tradición para crear a partir de ahí el mundo nuevo

A pesar de que en los tiempos que corren, la novedad es lo que marca las pautas en el ciclo de consumo simbólico de las masas, es oportuno recordar que realmente muy pocos conceptos nuevos o ideas relevantes han sido descubiertos en los últimos años, con la excepción de algunos avances científicos en la física, la medicina y la computación. Crear “un mundo nuevo”, “cambiar el mundo” y lograr utopías sociales son siempre impulsos de los seres humanos, particularmente de los jóvenes, que quieren mejorar sus condiciones de vida y la de los demás, cuando esta aspiración es genuina. Sin embargo es necesario que todo aquello que se vaya a “crear” esté arraigado en una tradición civilizatoria auténtica, conectada con nuestras esencias más antiguas y sea fruto de la evolución natural de nuestra especie y nuestra cultura, en el marco moral en el que existimos como comunidad de individuos libres. Revoluciones, rupturas, colectivismos y utopías sociales siempre terminan convirtiéndose en monstruos sedientos de sangre que secuestran la realidad y el pasado, alienando al individuo y dividiendo a las familias. Si queremos cambiar o mejorar el mundo solo podremos hacerlo abrazando lo mejor de nuestra tradición, aprendiendo del pasado y respetando nuestras esencias.

  1. No comulgues con la mentira

Mentir siempre será más fácil que decir la verdad cuando la verdad es dolorosa, peligrosa o incómoda. Además la verdad puede traer graves problemas cuando se vive en un sistema donde casi todo el mundo está acostumbrado a mentir la mayor parte del tiempo, a simular emociones que no sienten y a mantener una fachada ideológicamente construida para evitarse problemas. ¿Entonces que incentivos existen en el régimen totalitario para decir la verdad, para vivir en la verdad? La vida en la verdad no viene exenta de retos y dificultades pero es la única que te proporciona las herramientas y la energía para lograr metas duraderas, valiosas para ti y para quienes te rodean. La verdad te va a liberar de ataduras morales innecesarias y vicios del comportamiento que son autodestructivos, encaminándote hacia la realización de tu mayor potencial como ser humano que se conoce a sí mismo y es consciente de su propio valor y dignidad. Quienes se han acostumbrado a mentir sistemáticamente ni siquiera se conocen a sí mismos, viven una doble vida que les drena la energía y los inhabilita para alcanzar logros genuinos, que puedan compartir con sus seres queridos. Estas personas son incapaces de crear relaciones profundas duraderas, pues siempre traen puesta su máscara conveniente y en el fondo no se respetan a sí mismo ya que son conscientes de su cobardía y su autoengaño. Precisamente ellos son los más eficientes simuladores que necesita el régimen totalitario para llenar sus espacios públicos de supuestos simpatizantes, son los que se acomodan en puestos de gerentes, dirigentes, propagandistas, figuras de la cultura, la academia y el arte, pero también el ciudadano común que asiste a los desfiles, actos y reuniones del régimen para contribuir con la simulación colectiva. Sin suficientes mentirosos patológicos y simuladores, el totalitarismo desaparece por inanición. Decir la verdad, vivir en la verdad y no aceptar la mentira es el mejor antídoto contra el virus totalitario. 

  1. Participa solo de los rituales sociales que te hacen un mejor ser humano, cultiva la compasión y la fe

Como seres sociales que somos, nuestra vida ha estado siempre, desde tiempos paleolíticos, llena de pequeños y grandes rituales que contribuyen a la generación de sentido existencial, a la orientación moral y a la supervivencia colectiva. Desde el matrimonio, la práctica de alguna fe religiosa y la celebración de las festividades nacionales hasta simples actos de camaradería, romanticismo o rutina personal, los rituales son parte esencial de nuestros comportamientos cotidianos. Existen también rituales de naturaleza política en el mundo civilizado que son necesarios para el correcto funcionamiento de la democracia y la sociedad en general; por ejemplo las elecciones presidenciales, los debates públicos, las discusiones de leyes y la captación de prosélitos para una causa política determinada.

En el sistema totalitario muchos de estos rituales no son auténticos, sino que son representaciones teatrales espurias, diseñadas para apuntalar la narrativa oficialista y el auto-engaño colectivo, que son convenientemente aprovechadas por la propaganda para persuadir a la masa de su legitimidad. Además de eso existen rituales de censura, autocensura, represión o coacción social que se practican con variable regularidad en dependencia de las necesidades del poder hegemónico. Algunos de los más despreciables y conocidos son los actos de repudio, las humillaciones públicas en centros laborales y estudiantiles y los asesinatos de la reputación llevada cabo por propagandistas entrenados para ello. Esos rituales se practican porque existen personas dispuestas a realizarlos por diferentes motivaciones personales. Si como individuos conscientes de nuestro poder colectivo nos negamos a participar en tales bajezas degradantes, incluyendo las falsas electorales y los anodinos actos de reafirmación revolucionaria y en cambio practicamos la tolerancia, la inclusión y el debate respetuoso de ideas contrapuestas, una vez más el régimen pierde su sustento popular y desaparece como fruto de nuestras propias acciones individuales, expresadas en colectividad.

Por último, no basta con dejar de practicar aquellos rituales que benefician al régimen y lo alimentan todos los días, es necesario, crear y potenciar nuevos y antiguos rituales que siempre fueron parte de nuestro ser nacional, de nuestra esencia y nuestra tradición más genuina. Practicar la compasión con el que sufre, con el abandonado, con el perseguido por razones políticas, con el calumniado por el aparato represivo, es una de las formas que tenemos de demostrarle al totalitarismo que ya no somos rehenes de su narrativa corrupta y mentirosa. Junto a ello, volver a los fundamentos de la fe Cristiana, esencia y alma de la nación cubana desde su fundación, practicar sus preceptos morales y elevar la consciencia personal a un plano superior a los cotilleos mundanos que consumen diariamente a muchos ciudadanos cubanos, sumiéndolos en la vulgaridad, la mediocridad y el despropósito. Participa solo en aquellos pequeños y grandes rituales que te hacen un mejor ser humano, cuida tus hábitos y tus propósitos porque ellos van a ser a la larga tu propia vida y la de las personas que te rodean. Si tú le ganas la pelea al monstro totalitario, se la ganamos todos.

 

Referencias

[1] Hayek, F. (2008) “Camino de Servidumbre”. p. 109. El Cato. Disponible en: https://www.elcato.org/sites/default/files/camino-de-servidumbre-libro-electronico.pdf

[2] Kolakowski, L. (1983) “Totalitarianism & the Lie”. Disponible en: https://www.commentary.org/articles/leszek-kolakowski/totalitarianism-the-lie/

[3] Kolakowski, L. (1983) “Totalitarianism & the Lie”. Disponible en: https://www.commentary.org/articles/leszek-kolakowski/totalitarianism-the-lie/

[4] Giusti, E. (2016) “Did Somebody Say Augustan Totalitarianism? Duncan Kennedy’s ‘Reflections,’ Hannah Arendt’s Origins, and the Continental Divide over Virgil’s Aeneid”. Disponible en: https://journals.openedition.org/dictynna/1282

[5] Pérez, I. et. al. (2019) “Editorial. La Enseñanza del Pasado. Educación frente adoctrinamiento” Disponible en: https://www.researchgate.net/publication/335992135_Editorial_La_Ensenanza_del_Pasado_Educacion_frente_adoctrinamiento

[6] Quintana, R. (2024) “Desatan violencia juvenil en La Habana. ¿Qué pasó en la Finca de los Monos?” Disponible en: https://www.directoriocubano.info/actualidad/desatan-violencia-juvenil-en-la-habana-que-paso-en-la-finca-de-los-monos/

[7] Disponible en la red social X: https://x.com/JaviXCubaLibre2/status/1802861981575319928?t=E_NAiKOu74CsvngbwRCWzw&s=08

[8] Carbonell, X. (2022) “La extraordinaria y eficaz Máquina de fabricar calumnias”. 14yMedio. Disponible en: https://www.14ymedio.com/opinion/extraordinaria-eficaz-Maquina-fabricar-calumnias_0_3326067364.html

[9] Toledo, V. Citado por Arenas, M. (2021) “El «daño antropológico»: Un concepto que define al poder sin rostro humano”. Aleteia. 2021. Disponible en: https://es.aleteia.org/2021/10/23/el-dano-antropologico-un-concepto-que-define-al-poder-sin-rostro-humano/

[10] Svilicic, N. & Maldini, P. (2014) “Political Myths and Totalitarianism: An Anthropological Analysis of Their Causal Interrelationship” Recuperado de: https://hrcak.srce.hr/file/188418  

 

Fidel Gómez Güell (Cienfuegos, 1986).

Licenciado en Estudios Socioculturales por la Universidad de Cienfuegos.

Escritor, antropólogo cultural e investigador visitante de Cuido60.

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