Entre los edificios que en la ciudad de Matanzas se destacan por su importancia histórica y arquitectónica, se encuentra el diseñado y construido para el obispado de esta urbe provincial. Inaugurado el 6 de mayo de 1924, próximo a cumplir su centenario, sigue siendo uno de los centros medulares de la actividad pastoral de la Iglesia católica en el territorio.
La provincia de Matanzas fue creada en 1878, para la fecha la estructura eclesial comprendía sólo los obispados de Santiago de Cuba y de La Habana al que se hallaba circunscripta el área matancera. Pero con la instauración del régimen republicano, se percibió la necesidad de atemperar la vida de la Iglesia a los aires de la nueva nación y se echó a andar el proceso de erección canónica de nuevos obispados. Los primeros, en 1903, fueron los de Pinar del Río y el de Cienfuegos, y los de Matanzas y Camagüey en 1912. Todos ajustaron sus demarcaciones a las de las seis provincias civiles.
A este acto inicial seguirían otros pasos tan importantes como el nombramiento de un obispo, la celebración de un sínodo y el establecimiento de las estructuras, cargos, ministerios y servicios esenciales. Entre esas tareas estaría el asentamiento del prelado en una locación determinada, su obispado.
La diócesis de Matanzas emergió a la vida canónica de la Iglesia, mediante la bula Quae catholicae religioni, emitida en Roma por el santo papa Pío X el 10 de diciembre de 1912. Surgía como sufragánea de la de La Habana y venía a completar el panorama de las seis circunscripciones eclesiales que sería conocido durante tanto tiempo.
Aunque en nuestros días cause asombro, fue a un sacerdote norteamericano a quien el papa san Pío X eligió como primer obispo de la recién creada diócesis. Se trataba del padre Charles Warren Currier, del clero de la diócesis de Baltimore, quien fue consagrado el 6 de julio de aquel año por el cardenal Diomede Falconio en la capilla del colegio Pio Latino Americano de Roma. A dicha consagración asistieron el auditor del Santo oficio, monseñor Serafin y el obispo emérito de La Habana Donato Sbarretti, a la sazón secretario de la Sagrada Congregación de Religiosos.
En años anteriores Sbarretti, siendo el encargado de la Legación pontificia ante Washington había sido designado obispo de La Habana, Placide Louis Chapelle, quien era el obispo de New Orleans, Delegado Apostólico y Bonaventure Broderick, obispo auxiliar de La Habana. Se podía olfatear en los entresijos de la historia que con tanta incertidumbre se escribía por aquellos días, la razón de tales designaciones vaticanas.
Monseñor Currier arribó a Matanzas el 3 de noviembre de 1913, acompañado de los obispos de La Habana y de Cienfuegos, y ese día, en las vísperas del patrono san Carlos Borromeo, tomó posesión de la nueva diócesis. Se enfrentó a un panorama verdaderamente difícil, muchos templos exhibían un avanzado estado de deterioro y otros habían sido arrasados por la tea incendiaria de la guerra de independencia. Varios archivos parroquiales resultaron evacuados a poblaciones seguras, pues no fueron pocos los recintos convertidos en cuarteles por las tropas españolas y sus paredes oradadas con aspilleras para la defensa de artillería.
Un año después, el 8 de diciembre de 1914, monseñor Currier convocó al primer y hasta ahora único sínodo diocesano de Matanzas1, que se efectuó entre los días 14 y 15 de enero del siguiente año en la sede del obispado de Matanzas, ubicado en la “Quinta Cardenal”, una inmensa casona que se encontraba en los terrenos que hoy ocupa el hospital pediátrico provincial, rentada al doctor Teodoro Cardenal, un abogado muy vinculado a las gestas independentistas.
Aunque Currier daba pasos firmes, erigió nuevas parroquias y comenzó a girar algunas visitas pastorales, su salud y su escasa comprensión del carácter del cubano y de la hora que vivía el país, lo pusieron en situación de regresar a los Estados Unidos.
Pervive la anécdota del banquete ofrecido en su honor en la ciudad de Cárdenas y en el que al pronunciar el discurso de agradecimiento expresó que de haber conocido antes nuestra realidad, habría hecho todo lo posible para que Cuba quedara en manos norteamericanas. En la comarca que había tenido una brigada mambisa independiente, delegación propia del Partido Revolucionario Cubano y que se ufanaba de ser la primera alcaldía del país en manos de un cubano, la desaprobación fue unánime como era de esperar.
El incidente quedó calzado por la desagradable experiencia que había tenido en Domingo de Ramos en su catedral matancera. Totalmente revestido con los ornamentos propios de su investidura y de la solemnidad y cubierto con guanteletes blancos, quiso ofrecer personalmente los guanos benditos. El clásico arrebato cubano arruinó sus piezas e imprimió en su corazón la noción de que éramos unos salvajes. Su renuncia fue aceptada el 11 de febrero de 1915 y falleció tres años después en su país de origen en el tren en el que viajaba para asistir a los funerales de otro obispo.
Para sucederle fue elegido el padre Severiano Saínz Bencomo, hijo de Juan Saínz, natural de Burgos y de Antonia Bencomo, nacida en Islas Canarias. Oriundo de San Juan y Martínez donde había nacido 7 de noviembre de 1871, exhibía una larga y rica trayectoria como parte del clero de La Habana. Ingresó en el seminario de San Carlos y San Ambrosio en los primeros años de la década del noventa del siglo XIX. En 1896 su padre perdió el comercio que poseía al ser quemado el pueblo de San Juan y Martínez y en ese mismo año viaja a Burgos porque se ha cerrado el seminario de La Habana, pasa al seminario de Vitoria, pero nuevamente en la capital cubana para 1898, comienza a recibir las órdenes previas a su ordenación sacerdotal que tuvo lugar el 23 de diciembre de 1899 en el monasterio de las Madres Ursulinas.
Su salud siempre fue precaria. En sus años de seminarista habanero fue atendido y aconsejado por el doctor Carlos J. Finlay que no estudiara de noche y que durante el día no se empleara en ello más de dos horas y aun este tiempo que no fuera continuado. Para reponer su salud, alguna vez viajó a España, en particular a Burgos de donde era su padre, y a los Estados Unidos de América. Se lo aconsejó que montara a caballo y que recibiera las aguas medicinales de San Diego.
Tras su ordenación se le encargó la parroquia de San Luis, logró abrir allí una escuela parroquial para varones. Monseñor Donato Sbarretti le había pedido encarecidamente que reparara la iglesia parroquial, que animara pastoralmente la zona y que construyera un nuevo cementerio católico. Como en 1902 ya se han determinado en reabrir el seminario San Carlos, lo nombraron vicerrector y catedrático de latín y castellano. Renuncia a cualquier remuneración por dicho concepto y pide que se la dedique a la reparación del piso del dormitorio del alto centro de estudios. De forma gratuita también ejerció como profesor de aritmética y álgebra. Con fecha 28 de abril de 1910, monseñor Manuel Ruiz Rodríguez, obispo de Pinar del Río le concede la excardinación y el 7 de mayo de ese mismo año, monseñor Pedro González Estrada lo incardina en La Habana y lo nombra arcediano de la catedral de San Cristóbal de La Habana. En muchísimas ocasiones por ausencia de los obispos, se desempeñó como gobernador eclesiástico de ambas diócesis. En junio de 1911 asiste como delegado del obispo habanero al Congreso eucarístico de Madrid.
Su consagración episcopal tuvo lugar en la catedral de Matanzas, el 3 de mayo de 1915, de manos el obispo dominicano Adolfo Nouel, delegado apostólico para Cuba, República Dominicana y Puerto Rico. Una vez en el cargo, se lanzó a reconstruir los templos de la diócesis, a regularizar el régimen de propiedad de muchos inmuebles, a recaudar capellanías y censos, aquellos gravámenes hipotecarios que fueron abolidos por la Constitución de 1940 pero que para la época todavía representaban una fuente de ingresos imprescindibles; a fundar escuelas y obras de asistencia social, a atender a diferentes congregaciones que llegaban huyendo de las persecuciones en México y a construir un edificio que en terreno propio sirviera para sede del obispado y residencia del obispo. Apunto al respecto de su acogida a los mexicanos, la amistad que unió a monseñor Saínz Bencomo con el santo obispo de Veracruz, monseñor Rafael Guízar y Valencia, mentor misionero del padre Enrique Pérez Serantes, y conocido entonces en Cuba como monseñor Ruiz, seudónimo al que se acogió para dificultar su localización y protegerse ante un posible atentado en nuestro país.
En 1919 adquirió mediante escritura pública una porción de terreno en la esquina formada por las calles Contreras y América. En 1921 el arquitecto Carlos Jaime Caballol Froment firmó y presentó los planos correspondientes y el edificio comenzó a construirse el 22 de diciembre de 1922, siendo inaugurado y bendecido el 6 de mayo de 19242. Aunque afectado del corazón y sus riñones viajaba con mucha frecuencia a la iglesia de San Miguel de los Baños, ciudad balneario famosa por sus aguas medicinales y las bellezas naturales de su geografía, Saínz vivió y trabajó incansablemente en el nuevo espacio donde murió el 14 de marzo, Domingo de Pasión de 1937, a los sesenta y seis años de edad a consecuencia de angina de pecho.
Personalmente echo de menos una buena investigación biográfica sobre monseñor Severiano Saínz. Creo que fue uno de los hombres clave en el episcopado cubano de la primera mitad del siglo XX, sobre todo si se consideran los grandes retos a los que tuvo que enfrentarse como ser el verdadero fundador de la diócesis, acometió la reconstrucción de muchos de sus templos, puso las bases y de forma muy sólida de todo el entramado del asociacionismo laical, le correspondió dar razones desde el evangelio a la nueva etapa de modernización del Estado cubano emprendida sobre todo a partir de 1915, se involucró de manera decisiva en la contestación de la ley del divorcio y de la anulación definitiva del valor civil del matrimonio canónico, supo mantener sobre el cauce de su estado propio a sacerdotes pro machadistas, quienes por su actitud tuvieron que arrostrar el incendio de sus templos parroquiales, los mismos que el obispo había reparado o reconstruido antes.
El domingo 3 de julio de 1938 fue consagrado monseñor Juan Alberto Martín Villaverde. El tercer obispo de Matanzas encontró un edificio prácticamente nuevo. Con apenas catorce años de construido, de estilo ecléctico, estructura sobria y maciza que reproduce claros trazos y elementos de un gótico ligero; paredes de mampostería y ladrillos, dos plantas, techos de placa monolítica, pisos de mosaicos de la época, carpintería en cedro, persianas francesas, con unas veinte puertas y más de treinta ventanas; sirvió de hogar y sede de trabajo al prelado cuya memoria permanece fresca, por su ser y quehacer tan excepcionales, imbricado sobremanera en la historia de Matanzas y del país.
Llegó con toda su familia que entonces la componían su padre y sus dos hermanas. La madre había fallecido mientras Alberto estudiaba en Roma. Ellos supieron ganarse el afecto de los matanceros y pronto se incorporaron a los movimientos laicales citadinos. Debido a su talante familiar, emprende ciertas reformas para atemperar lo mejor posible parte del edificio con un ambiente hogareño.
Modifica la zona trasera del inmueble, elimina la antigua cocina, el comedor, construye una sala de estar sobre parte del patio central, edifica nuevas habitaciones para dormitorios y abre y habilita una puerta de entrada y sala de recibo por la calle América. Para no involucrar a los suyos en tales obras, alquiló y los cobijó durante más o menos un año en una casa en la calle de Medio y Domingo Mujica.
Sin embargo, una de las realidades que constató monseñor Alberto Martín a su llegada al obispado de Matanzas, fue lo ruidoso que resultaba el entorno. La antigua paz de la zona había desaparecido cuando, tras la construcción de la Carretera Central, las calles Contreras y Milanés se habían convertido en los ejes principales a su paso desde La Habana hacia el resto del país. De manera que en varias oportunidades intentó el traslado del obispado. Propuso al propietario de los terrenos donde hoy se halla el Seminario evangélico de teología de Matanzas, su adquisición pero éste se negó. Era cierto que cuando el obispado se inauguró, la barriada era muy tranquila, ubicado como estaba en un área de transición entre la zona comercial de la ciudad y las Alturas de Simpson, añadió un poco más de rigor institucional que ya ofrecía al ambiente urbano el imponente edificio del Instituto de Segunda Enseñanza, inaugurado el 1 de mayo de 1921 en los terrenos conocidos desde antiguo como plaza de San Francisco, luego de Fernando VII y más tarde destinados a la cárcel nueva.
Juan Alberto Martín Villaverde nació en La Habana el 2 de mayo de 1905. Muy joven, en el mes de enero de 1915, ingresó en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio y en 1926 fue enviado a Roma a completar sus estudios, se ordenó sacerdote allí y en 1932 obtuvo el grado de doctor en Derecho canónico por la Universidad Gregoriana. A su regreso se lo nombró párroco de la iglesia del Espíritu Santo en la Habana Vieja, profesor de matemáticas y física del seminario, capellán de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos y fiscal del Tribunal eclesiástico. Al ser consagrado obispo el 3 de julio de 1938, se convirtió en el prelado más joven ejerciendo ese servicio en América Latina.
Los que le conocieron coinciden en afirmar que fue un hombre muy adelantado para su época. El doctor Diego Echemendía lo recordaba como “cordial y sencillo, infundía paz a las personas que iban a él con dificultades o problemas de todo tipo. Establecía relaciones de verdadera amistad con personas de todas las capas de la población independientemente de su nivel cultural y hasta de su ideología”3.
Abrumado por algunos problemas económicos, vendió su auto personal. Se trasladaba a La Habana en carros públicos y en Matanzas los amigos se disputaban movilizarlo a los lugares en sus automóviles propios. A una de sus hermanas se la veía con relativa frecuencia en las peleterías de Matanzas “buscando unos zapatos decentes para Alberto”, porque “monseñor regaló los suyos a uno que fue al obispado y no tenía”.
Ayudó mucho a los artistas, fue un verdadero mecenas para ellos. Albergó a unos en el obispado y a otros les compraba o encargaba sus obras de manera que el recinto se fue llenando de pinturas y esculturas de artistas matanceros muy jóvenes.
En su andadura pastoral la joya de la corona la puso en tres proyectos fundamentales: las parroquias modelos, las escuelas parroquiales y el seminario para vocaciones tardías. De algunos viajes a los Estados Unidos de América, donde residía un sacerdote norteamericano muy amigo suyo, captó la idea de las parroquias modelos, las que pensó muy adecuadas para la realidad de Cuba en general y de Matanzas en particular. Su idea partía del hecho de que algunos sacerdotes sobrevivían solos y a duras penas en parroquias pequeñas de muy baja recaudación, sin medios de transportación y en precario para cubrir gastos de alimentación, ropa, zapatos, reparación de los inmuebles. Se sabe que monseñor Alberto llegaba hasta las cocinas de sus sacerdotes y las revisaba para ver si era verdad que tenían con qué alimentarse, proveyéndoles muchas veces de lo necesario. Entonces pensó en crear centros parroquiales donde pudieran convivir de tres a cinco sacerdotes en una misma casa parroquial con las condiciones de habitabilidad más dignas, medios de transporte y sustento económico; en torno a ese centro se situarían las otras parroquias más pequeñas y sus capillas, escuelas parroquiales, dispensarios médicos, las cuatro ramas de la Acción Católica en cada parroquia y sin recibir estipendios por misas de difuntos y por los sacramentos, sino viviendo de la suscripción parroquial. Llegó a concretar este proyecto en la parroquia de Santa Catalina Mártir de Pedro Betancourt y adelantó muchas condiciones para crear otro centro en la ciudad balneario de San Miguel de los Baños.
Para las escuelas parroquiales encontró una ayuda inestimable en los Padres de las Misiones Extranjeras y en las Misioneras de María Inmaculada, procedentes en ambos casos de Canadá. Ellos fundaron pequeñas escuelas en muchísimos puntos rurales de la provincia. Inicialmente construían una habitación o aula con dos grandes puertas, que al abrirlas convertían el lugar en un templo al aire libre. Formaban a profesoras que destacaban en esos sitios, a los que los padres canadienses supervisaban semanalmente. Se hizo familiar la imagen del cura ensotanado sobre una moto “Cushman” andando y desandando los bateyes. Muchas de estas escuelitas llegaron a ser verdaderos y modernos centros escolares, el mayor de los cuales se situó en Colón, la denominada “Ciudad escolar Padre Félix Varela”, anexa a la cual se construyó el seminario para vocaciones tardías “San Alberto Magno” donde, adelantándose a su tiempo, comenzó a recibir a hombres mayores de edad, que percibiendo el llamado del Señor a ser sus sacerdotes, se veían imposibilitados de ingresar en los seminarios tradicionales a los que se llegaba siendo niño.
Un acontecimiento muy importante ocurrido durante su episcopado fue la celebración los días 6, 7 y 8 de diciembre de 1951 del Congreso eucarístico de Matanzas. El magno encuentro que tuvo carácter nacional y a cuya clausura concurrieron todos los obispos cubanos incluido el Cardenal Manuel Arteaga, fue precedido por un año de misión y transformó la vida de la diócesis.
Erigió canónicamente varias parroquias como las de Varadero, La Milagrosa y la Caridad; construyó un número importantes de nuevos templos y capillas, sobre todo en los bateyes de los ingenios azucareros y dejó cinco veces más sacerdotes que los que encontró al tomar posesión como obispo.
Llevaba un estilo de vida muy particular. El padre Jenaro Suárez Muñiz decía que vivía como un monje. Soñaba como muchos de su tiempo con una liturgia más simplificada, la lengua vernácula en las eucaristías. Amaba las ciencias y era un experto en matemáticas y física. Se apasionaba con la llegada del día de Reyes. Reunía juguetes rotos, animaba a los jóvenes de la Acción Católica a arreglarlos y él se encargaba personalmente de componer los que portaban componentes electrónicos.
Su sentido de la amistad lo llevaba a cultivarla sin distinción por la condición económica, racial o de credos de las personas. En ambientes como los del Instituto de Segunda Enseñanza, de la Escuela Normal para Maestros y de la Escuela de Comercio su nombre era un referente constante. De la misma forma hacía lo indecible por permanecer ligado a la vida cultural de la ciudad.
Como ya he apuntado, el obispado de Matanzas no sólo fue el vórtice de los más importantes acontecimientos de la Iglesia diocesana, hogar del obispo y su familia y de varios de los artistas pobres que con el cursar del tiempo alcanzaron fama nacional y en el extranjero, sino también el lugar a donde concurrieron muchos jóvenes revolucionarios, que previamente formados en la Acción Católica Cubana, se involucraron frontalmente en la lucha contra el régimen dictatorial del general Fulgencio Batista Zaldívar. En Villaverde y en el obispado encontraron muchos de ellos a un padre y un refugio seguro y hasta él acudían sus progenitores cuando los hijos, como consecuencia de su praxis anti batistiana eran capturados y apresados, con el objetivo de que el Obispo interpusiera su prestigio y buenos oficios para obtener la liberación de sus muchachos.
Era conocida la animadversión de Villaverde hacia la dictadura de Batista por lo que junto al arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Enrique Pérez Serantes, lo visitó para informarle de la desastrosa situación de la nación y de la necesidad de que él abandonara el poder y el país para terminar con el baño de sangre que se vivía. El obispo de Matanzas encabezó el entierro de René Fraga Moreno, que fue disuelto a tiros por la policía matancera. Indignado se dirigió a La Habana para protestar enérgicamente. A estas alturas ya portaba desde el 14 de octubre de 1951, la Orden “Carlos Manuel de Céspedes” que con el grado de comendador le había entregado el gobierno de la República de Cuba. Durante el periodo de Batista, Juan Fernández Duque, José Luis Dubrocq, Franklin Gómez de la Fuente y René Fraga Moreno, todos miembros de la Juventud de Acción Católica, cayeron asesinados.
Muchos recuerdan su labor de acopio, bajo el mayor sigilo, de medicamentos y alimentos para los hombres alzados en armas contra Batista. Y también rememoran su figura, de pie frente al obispado de Matanzas, rodeado de sacerdotes y seminaristas, para ver pasar al Ejército Rebelde en su marcha triunfal hacia La Habana. Muchos soldados se tiraban de los camiones para saludarlo y para pedirle que bendijera las medallas y rosarios con los cuales aquellos combatientes bajaron de la Sierra Maestra.
Muy lejos de la imaginación de este prelado se encontraba la idea de que en meses los mismos cuarteles que aherrojaron a los muchachos vinculados con el movimiento 26 de julio en su lucha antibatistiana, comenzarían a apresar a otros tantos que ya expresaban su disenso con el nuevo gobierno revolucionario. Volvían los padres de familias a solicitar los buenos oficios de Villaverde, pero esta vez el obispo era rechazado de plano en los recintos militares. Villaverde se había expresado de forma muy favorable en torno a la primera Ley de Reforma Agraria y aunque el número creciente de fusilamientos, incluso pasados los furibundos días del triunfo, la arremetida contra la universidad católica “Santo Tomás de Villanueva”, que se había mantenido funcionando aun cuando la universidad de La Habana había tenido que cerrar en los momentos más álgidos, y las más connotadas personalidades del Partido Socialista Popular ganaban cada vez más terreno en el nuevo gobierno revolucionario; el obispo de Matanzas era mirado como un hombre preclaro en sus juicios y moderado en medio de las fuertes turbulencias del momento, pero que no dejó de advertir y llamar desde el congreso católico nacional de 1959 que no cabían las medias tintas, que se estaba “con Dios en el amor o contra Dios en el odio”.
No extrañó entonces, que en la noche del 16 de marzo de 19594, el Primer Ministro doctor Fidel Castro Ruz, visitara a monseñor Alberto Martín en su sede del obispado de Matanzas. Se ha especulado sobre el tema fundamental de la conversación que, según algunos allegados del obispo, habría sido el traslado de Villaverde como arzobispo de La Habana. Otros apuntaron la idea de que la propuesta habría llegado más lejos, buscando constituir una Iglesia de carácter nacional. El dato más cierto estaría en la invitación de Fidel Castro a Villaverde para que este último fuera el ministro del bautismo de la hija del Presidente de la República, el doctor Manuel Eugenio Urrutia Lleó. La celebración tuvo lugar en la iglesia parroquial del Santo Ángel Custodio, que fungía como capilla del Palacio Presidencial por su cercanía al mismo, el 7 de abril de 1959. El obispo de Matanzas bautizaba a Victoria Esperanza Lydia Urrutia Llaguno siendo sus padrinos Fidel Castro Ruz y Graciela Frances Castañé5.
En medio de los grandes cambios que se vivían y que transformarían la vida de millones de cubanos, la salud del prelado matancero que hacía tiempo venía dando muestras de deterioro, se hizo más precaria. El 3 de noviembre de 1960 fallecía en el obispado de Matanzas, Juan Alberto Martín Villaverde. Se lo veló inicialmente en la capilla del propio obispado y unas horas más tardes fue trasladado a la Catedral. Era la víspera de la fiesta del amado patrón de la diócesis San Carlos Borromeo. El entierro, al día siguiente, se lo considera una de las manifestaciones de duelo más grandes que se haya presenciado en la Atenas de Cuba.
Tras el fallecimiento de monseñor Martín Villaverde, el papa Juan XXIII nombró como su sucesor al ya obispo auxiliar de San Cristóbal de La Habana monseñor José Maximino Domínguez Rodríguez, quien tomó posesión de la diócesis el 13 de agosto de 1961. Aunque no le conocí, el padre Francisco Campos me habló muchas veces de él, le guardaba mucha estima y admiración. Con frecuencia me refería que era un hombre muy culto, que por ese motivo había hecho hasta lo indecible por modernizar y mantener al día la biblioteca del obispado, tarea por demás difícil pues para la época ya no se vendían libros de carácter teológico ni filosófico, los lograba encargándolos a los sacerdotes extranjeros que con limitada frecuencia lograban entrar y salir del país.
Monseñor Domínguez dio cara al momento más delicado de la Iglesia. Aunque obispo auxiliar con anterioridad, tuvo que reinventarse como pastor en medio de una sociedad totalmente polarizada y que se encaminaba ya abiertamente por senderos marxistas leninistas. Las tensiones en las relaciones entre el Estado y la Iglesia habían llegado a su momento más tenso. El punto más álgido se produjo en septiembre de 1961 con la expulsión del país de 131 sacerdotes, entre ellos monseñor Eduardo Boza Masvidal uno de los obispos auxiliares de La Habana con quien Domínguez había compartido sueños y esperanzas en la capital del país. Varios sacerdotes matanceros, que fueron arrancados a la fuerza de sus parroquias y lugares de misión se encontraban entre los expatriados.
Le correspondió la dolorosa tarea de cortar, cerrar, clausurar movimientos seglares, escuelas, conventos e iglesias. Le ayudaba a sobrevivir su férrea espiritualidad y su talante cubano con los que se presentaba siempre firme, sereno y jovial. Para la época el edificio del obispado de Matanzas dejó de ser el lugar siempre abierto, físicamente se cerró. Trabajaban dentro las hermanas de Villaverde y la señorita Adela Sifko Reizuk. Contaba con los auxilios de un chofer. Sus ausencias más prolongadas se produjeron con motivo de las visitas Ad limina a Roma y cuando asistió junto con monseñor Fernando Azcárate Freyre de Andrade al Concilio ecuménico Vaticano II, como padre conciliar.
Hago notar que durante muchos años el Vicario general de Matanzas, monseñor Juan Manuel Machado, vivió hasta su muerte en el obispado. Desde allí redactó los guiones que animaron tan atinadamente las eucaristías en todas las diócesis del país. Al mismo tiempo en Cárdenas, el padre Francisco Naranjo organizó un museo eclesiástico con lo rescatado de las capillas y colegios intervenidos y Perlita Moré Fernández contribuía de manera decisiva a la renovación de la música cristiana y litúrgica, combinando sabiamente los textos de las Escrituras y los litúrgicos con los ritmos musicales cubanos.
Monseñor Domínguez falleció el 11 de diciembre de 1986 en el hospital provincial de Matanzas. Apenas había constituido el primer Consejo diocesano de pastoral animado por los nuevos aires insuflados a la Iglesia por el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), celebrado en febrero de ese año, que había sido precedido por el más auténtico itinerario sinodal, conocido como la Reflexión Eclesial Cubana (REC).
Tras la muerte de monseñor Domínguez el padre Juan Manuel Machado fue escogido por el Colegio de Consultores como Administrador diocesano. Unos ocho meses después el papa san Juan Pablo II eligió como obispo para el territorio yumurino a monseñor Mariano Vivanco Valiente, también del clero de La Habana y a la sazón Vicario general de dicha arquidiócesis. Tomó posesión de la sede matancera el 3 de julio de 1987.
En cierta ocasión lo escuché contar que en los primeros días de su llegada a la ciudad de los puentes, no lograba dormir, que el alba lo sorprendía en vela pensando cómo reconstruir la gran cantidad de templos que exhibían un estado claramente lastimoso. Una de sus primeras resoluciones fue la de abrir el obispado, colocar a una recepcionista y semanalmente ofrecía un almuerzo a los pobres de la localidad que él personalmente servía.
Había nacido en San Antonio de los Baños el 3 de abril de 1933 y cursado los estudios correspondientes en su lugar natal. Ingresó en el seminario “El Buen Pastor” de donde egresó para ser ordenado por el Cardenal Manuel Arteaga Betancourt, del que fue su secretario personal, el 28 de mayo de 1961. Durante su andadura sacerdotal fue párroco de Nueva Gerona en la Isla de Pinos, de Cristo Rey, en momentos muy difíciles para esa comunidad parroquial habanera; rector del santuario nacional de San Lázaro en El Rincón, párroco del Pilar, de la Caridad y capellán de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados del asilo de Santovenia.
El sosiego a su insomnio lo encontró en uno de sus proyectos más cuidados y en el que se involucró hasta sus últimos días, me refiero al que él denominó “Un techo para Jesús”. Después de 1959 no sólo fue imposible construir un templo, sino que resultó muy difícil reparar y reconstruir los existentes. La visión ruinosa de muchos era obvia, llenos de goteras, murciélagos, puertas desvencijadas, sin pintura, paredes agrietadas o ya derrumbadas. A esa impresión desastrada se unía la realidad de que muchas capillas en bateyes de ingenios azucareros o anexas a escuelas, habían sido intervenidas o confiscadas. Entre 1988 y 2004 fueron reconstruidos, a veces desde los cimientos, veintidós templos. Sólo quien conozca las condiciones que desde tanto tiempo atrás no han existido ni existen para emprender cualquier acción constructiva, y más con las dimensiones que siempre tiene un templo por muy modesto que sea, puede justipreciar el esfuerzo.
Sus desvelos misioneros fueron inmensos. Logró que regresaran o fundaran por primera vez en la diócesis once congregaciones religiosas. Para el 19 de marzo de 1995 le fue concedido que todo el territorio de la península de Zapata quedara incorporado canónicamente a la demarcación de la diócesis de Matanzas, el cual pertenecía a la diócesis de Cienfuegos desde 1903. Hacia allí dirigió sus esfuerzos llevando a las hermanas de San José de Cluny, las que por orden de las autoridades tuvieron que abandonar el lugar en menos de setenta y dos horas. Fue un golpe muy duro que nunca pudo olvidar.
Pero Mariano era un misionero y en ese designio de “estar atentos al camino que transitan nuestros fieles. Deseamos conocerlos más y mejor y dar nuestra vida en el diario servicio de la Palabra y la Eucaristía”6. Así se expresaba y realmente entregó su vida por los caminos de Matanzas. Llegaba cada mes con alimentos, medicinas y ropas hasta una barrera en las inmediaciones de la Ciénaga de Zapata, donde un guardia con la cabeza gacha le advertía de que no podía pasar. Entonces los pobladores se acercaban hasta el punto y recogían lo que él les llevaba.
En cierta ocasión, muy temprano en la mañana, un joven de la Ciénaga le tocó a la puerta del obispado. Al abrirle le contó entre llantos que su madre asmática había fallecido asfixiada, no tenía el medicamento. En aquella ocasión monseñor Mariano no había llegado a tiempo con el aparatico (inhalador) de Salbutamol que sistemáticamente llevaba.
Se volcó hacia los bateyes, no paraba en el obispado. Se iba casi todos los días al amanecer con algo de alimento y agua y regresaba en la noche. Con su apoyo se abrió un sinnúmero de casas de misión y en febrero de 1999 convocó al primero de cuatro consejos diocesanos de bateyes.
Dos de sus grandes preocupaciones fueron la religiosidad popular y la integración racial. Esta sensibilidad quizá la fomentó en sus años como párroco en áreas de Centro Habana y el Cerro donde estas realidades eran parte inseparable de su accionar pastoral.
Alguien que luego de su muerte hizo una valoración de sus virtudes destacó su magisterio de humanidad: “La timidez de nuestro Obispo no le impidió ejercer la misión profética: las miserias sociales y la falta de valores éticos como el alcoholismo, el desenfreno sexual, la intolerancia, la violencia, la deshonestidad, la falta de honradez en el manejo de bienes colectivos, el robo, el homicidio, la difamación y la negligencia entre otros, fueron temas que abordó frecuentemente en carta mensual “Familia Matancera”, aportando la luz del evangelio y el respeto al ser humano en toda su dignidad”7.
Le fue imposible concretar la construcción de un hogar de ancianos, financiado por la Conferencia episcopal italiana y la reconstrucción de la catedral de Matanzas. Contra las fuerzas que para ambas obras se le opusieron no pudo.
Quedó claro –y se lo criticó mucho por ello- que a monseñor Mariano Vivanco no le interesaba más la oficina, que no entendía mucho de planes y de organización pastoral a lo moderno. Siempre le tocó más que la gente pobre comiera y recibiera la palabra renovadora del Evangelio a que funcionara bien una comisión diocesana o que se celebrara determinado evento. Falleció en olor de viaje hacia los pueblos y de diálogo con los pobres el lunes 23 de agosto de 2004 en el hospital Faustino Pérez.
Tras la muerte de monseñor Mariano Vivanco, el Colegio de Consultores eligió a monseñor Francisco Campos Fernández, quien era párroco de Cárdenas y vicario general, como nuevo Administrador diocesano. Durante diez meses desempeñó sus funciones entre Cárdenas y Matanzas, haciendo todo lo posible para entregar en la mejor forma tanto el obispado como la diócesis.
A las dilaciones habituales que se producen hasta la designación de un nuevo prelado, se unió la demora provocada por la enfermedad y muerte del papa Juan Pablo II y la elección del siguiente pontífice. Sin embargo, a los pocos días y entre las primeras decisiones del papa Benedicto XVI, estuvo la elección del padre Manuel de Céspedes, del clero de Pinar del Río, como obispo de Matanzas8.
Su designación tomó por sorpresa a muchos en Pinar, a Manolo el primero, quien a decir verdad, habría preferido seguir de cura de pueblo en Vuelta Abajo. Unos días después de su toma de posesión le pidió a un grupo de laicos en Cárdenas: “enséñenme a ser obispo¨.
Desde los primeros momentos nos dimos cuenta de que no gustaba como él decía de la ¨propaganda familiar¨. Sus apellidos remiten a la historia de Cuba. Su tatarabuelo es el Padre de la Patria y primer presidente de la República de Cuba en armas; su abuelo paterno fue presidente en el periodo republicano. Un tío bisabuelo materno, mayor general y presidente de la República. Entre los de Céspedes y los García Menocal dejaron más de treinta hombres en los campos de batalla. Pero tanto él como su hermano Carlos Manuel solían expresar: ¨eso no lo hicimos nosotros¨.
Años antes, monseñor Mariano Vivanco había hecho colocar en el recibidor de la casa diocesana de La Milagrosa, un cuadro pintado al óleo por el artista matancero Mariano de la Red, que reproduce la escena de la bendición de la bandera de Céspedes en Bayamo, la misma que se encuentra sobre el arco toral de la catedral de la ciudad monumento. La obra había estado durante años en el salón de la Acción Católica de Matanzas. Monseñor Manolo lo mandó retirar. Al preguntarle por qué lo hacía me contestó con seriedad: ¨no quiero que piensen que hago propaganda a la familia¨, aun cuando me consta que es una persona con un entrañable concepto sobre los suyos.
Manuel Hilario Ramiro de Céspedes García Menocal nació el 11 de marzo de 1944. Su casa de San Mariano número 208, le imprimió una gran identidad a él, a su hermano y a sus tres hermanas, pues tanto a él como a su hermano Carlos, siempre les escuché: ¨yo soy un habanero de la Víbora¨. Fue bautizado en la parroquia de San Francisco de Paula trece días después de venir al mundo con los nombres de Manuel Hilario Ramiro del Carmen.
Agradece su formación primera a los Hermanos Maristas en cuyo colegio de la calle Marcelino Champagnat esquina a Luz Caballero, en la Víbora, obtuvo el bachillerato en Ciencias el 16 de abril de 1961. Ese año marcaría su vida y la de su familia, como antes la había signado la muerte a destiempo de su padre a consecuencia de la fiebre tifoidea. Todos salieron del país, con la excepción de su hermano Carlos Manuel quien a la sazón estudiaba en Roma. Llegó a Puerto Rico, vivió en la urbanización Sagrado Corazón de Río Piedras y en la universidad de esta Isla obtuvo el grado de ingeniero eléctrico en 1966. En esa fecha viajó a Caracas y matriculó en el seminario para vocaciones adultas San José, en El Hatillo, perteneciente al estado venezolano de Miranda. Fue ordenado sacerdote el 21 de mayo de 1972 y el 16 de octubre obtuvo el grado de bachiller en Teología en la Pontificia Universidad Javeriana.
Desde un primer momento quiso volver a Cuba a trabajar como sacerdote. Así lo expresó en varias ocasiones a sus superiores en Venezuela y a varios obispos cubanos, pero el permiso de las autoridades cubanas tardó unos doce años en los que fue muy feliz colaborando con un excelente equipo de sacerdotes y religiosas en el barrio de San Pascual, en el Petare. Se desempeñó, además, como profesor de Educación media en el proyecto Fe y Alegría del colegio Presidente Kennedy, hasta que en 1984 logró regresar a Cuba e incardinarse en la diócesis de Pinar del Río. Cuando el 4 de junio de 2005 era ordenado obispo en la catedral de Pinar, reconoció que también había sido muy bendecido en Minas de Matahambre, en La Caridad y en San Francisco de Asís9. Ese día concluía su inestimable servicio a aquella diócesis como canciller y como vicario general, como asesor del Centro de formación cívico religiosa, de las comisiones de Pastoral juvenil y de Cultura y como miembro del Consejo de redacción de la revista Vitral. Veinte años en los que fraguó una increíble amistad con monseñor José Siro González Bacallao, al que siempre lo vi tratar de “usted”.
A partir del 11 de junio en que toma posesión de su nueva diócesis, monseñor Manolo ha tenido que vivir momentos muy hermosos y circunstancias difíciles. Se ha caracterizado por su confianza en Dios, su amor a la Iglesia y su indiscutible apego a Cuba. Desde los primeros momentos se ha fiado de los laicos y de los jóvenes, lo que se ha hecho más visible en este largo itinerario en el que la Iglesia se ha ido vaciando por la imparable emigración y por una sensible merma en la identidad católica.
Cumplidos sus 75 años de edad, presentó la renuncia al ejercicio de su ministerio episcopal, según lo normado por el Derecho de la Iglesia, mandato que le fuera prorrogado por dos años más, en medio de los cuales le sorprendió la enfermedad con la que ha venido luchando con auténtico espíritu cristiano. Al aceptar definitivamente su renuncia, el Santo Padre nombró al Cardenal Arzobispo de La Habana, monseñor Juan de la Caridad García como Administrador Apostólico, que ejerció apenas durante dos meses hasta que el 14 de mayo de 2022 el Sumo Pontífice Francisco nombró a monseñor Juan Gabriel Díaz Ruiz, quien venía desempeñándose como obispo de Ciego de Ávila.
Para concluir reproduzco lo que hace unos meses publiqué en la edición digital del semanario Vida cristiana al abordar el acontecimiento fundacional de las diócesis de Matanzas y Camagüey:
“La fundación de una diócesis es un acto canónico, de amplias connotaciones civiles, capaz de marcar la vida de un territorio y de contribuir de manera sobresaliente al fomento de su identidad. Pero es más, es la acción del Espíritu Santo que, a través del empeño de hombres de gran visión, facilita la difusión del Evangelio y el crecimiento en la santidad del pueblo con el fomento de la vida sacramental. En ella el obispo, pastor de una porción del pueblo de Dios, en cooperación con su presbiterio, constituye una Iglesia particular en la que actúa y está presente la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica”.
Y añado que realmente debo a mi padre el gusto por la historia local. Me refería con suma frecuencia la importancia de los edificios propios para asentar la identidad de las instituciones. Así es el caso de que, aun cuando a un inmueble se le de otro destino, se lo sigue identificando con aquél para el cual fue diseñado y construido. Pienso en algunos inmuebles emblemáticos como el Capitolio Nacional, el Palacio presidencial o la Lonja del Comercio.
Hoy muevo a risas cuando explico que en Cárdenas mi ciudad natal, el museo es un gimnasio, que en el ayuntamiento está el museo, que el Gobierno municipal se alberga en una casa particular, que los tribunales de Justicia estuvieron en una ferretería y salón de bailes y que en el antiguo Palacio de Justicia se encuentra la funeraria.
Para el bienestar de algunas instituciones y de las personas que necesitamos de ellas, muchos inmuebles, como es el caso del obispado de Matanzas, siguen ocupando las sedes para las cuales fueron pensados y construidos. A casi cien años de su inauguración podemos dar gracias cumplidas a Dios por las personas que lo soñaron, diseñaron, impulsaron su construcción y lo han llenado de vida.
Referencias
1 Cfr.: Synodus Diocesana Mattanzensis. Acta. Ex Typis Quiros et Estrada, Matanzas, 1915.
2 Archivo del Obispado de Matanzas. Expedientes de obras. 1922 a 1926, tomo 29.
3 Tomado de un artículo del doctor Diego Echemendía Hernández, fotocopiado de la revista laical matancera Presencia. (Sin referencias).
4 Periódico El Republicano, Matanzas, martes 17 de marzo de 1959, Año LIX, Nº. 60.
5 Parroquia del Santo Ángel Custodio, La Habana, libro 26 de bautismos, folio 541, inscripción 1081.
6 Palabras de monseñor Mariano Vivanco en su carta mensual a la Familia Matancera, correspondiente al mes de marzo de 1989.
7 Lic. Caridad Contreras Llorca: Mariano In memoriam, boletín Iglesia Peregrina, Matanzas, septiembre de 2004, Año 8, Nº. 68, p. 4.
8 L´Osservatore romano, Roma, 13 de mayo de 2005, Año XXXVII, Nº. 19 (1898), p. 2.
9 Palabras de agradecimiento de monseñor Manuel de Céspedes al concluir su ordenación episcopal, tomas de la revista Vitral, Pinar del Río, mayo-junio de 2005, Año XII, Nº. 67, pp. 78-80.
- Pbro. Jesús Fernando Marcoleta Ruiz (Cárdenas, 1963).
- Toda la educación primaria, secundaria y pre universitaria en la ciudad natal.
- Estudios de Agronomía y Derecho en la Universidad de Matanzas y La Habana, respectivamente.
- La preparación eclesiástica en los seminarios S. Basilio Magno de Sto. Domingo, República Dominicana.
- Sacerdote desde 1997. Párroco de Varadero y de Cantel-Camarioca.
- Canciller del Obispo de Matanzas