EL MODELO ECONÓMICO CUBANO: ¿UN FIN O UN MEDIO?


Miércoles de Jorge
La contradicción entre fines y medios constituye hoy una de las raíces fundamentales que explica la crisis económica y la imposibilidad de avanzar con pasos firmes al desarrollo. Esto es así, incluso si se lograra –bajo el modelo existente– generar mayores niveles de crecimiento, pues como bien sabemos, el desarrollo es un proceso más complejo, e irreductible al desempeño de variables macroeconómicas.

Más allá de lo que a veces se recoge en el discurso oficial, es importante analizar los hechos, pues la realidad es la que en efecto importa cuando de evaluar impactos de políticas económicas se trata. Y la realidad demuestra que el fin supremo –declarado y establecido en la actual constitución– es salvaguardar el modelo imperante, es mantener el sistema socialista a como de lugar, asumiendo erróneamente que es el mejor de los sistemas y el único capaz de responder a las aspiraciones de los cubanos.

Para diagnosticar la situación actual de la economía y para juzgar los beneficios del modelo de funcionamiento económico, no sirven las declaraciones que recogen la aspiración a un “socialismo próspero y sustentable”, ni las falaces afirmaciones que proclaman –sin evidencia alguna– la superioridad del modelo actual para garantizar justicia social, mayor bienestar y desarrollo económico y social. Sino que, como se ha dicho, es impostergable mirar la realidad.

No hace falta ahondar mucho en el diagnóstico. El crecimiento económico no ha despegado a pesar de las reformas introducidas por Raúl Castro, y bajo el gobierno de Díaz Canel ha caído a los niveles más bajos después de la crisis de los años noventa. Los servicios sociales, incluyendo salud y educación, que en su momento fueron banderas del “modelo socialista cubano” están en constante deterioro tanto en calidad como en términos de infraestructura. La desigualdad y la pobreza, a pesar de que no se miden han estado en expansión, lo cual ha sido reconocido incluso por algunos sectores oficiales. Los derechos y libertades –ya sean económicos, civiles y políticos– no se han expandido de manera considerable en los últimos años, sino que por el contrario, incluso aquellos que están reconocidos en el texto constitucional de 2019 y que algunos celebraron como avances, en la práctica están siendo violentados.

¿Se avanza por este camino al desarrollo? ¿Hay más justicia social? ¿Hay más bienestar? ¿Se ha elevado el nivel y la calidad de vida de los cubanos? La respuesta obviamente es negativa, y lo seguirá siendo mientras el fin siga siendo el modelo, el socialismo, la planificación centralizada. Por el contrario, el fin ha de ser la persona y su bienestar, el desarrollo y la justicia social. Y el modelo de funcionamiento económico, el modelo político, la forma de organizar la economía, han de ser medios al servicio de lo verdaderamente importante.

De lo contrario, podríamos argumentar que estuvo bien someter a los esclavos a tratos inhumanos (el fin es la esclavitud, y no importan los medios), que fue acertado el nazismo, el fascismo, y cualquier otro sistema de opresión. Los promotores de aquellos sistemas hoy superados, estaban tan convencidos como los gobernantes cubanos de que su sistema era la solución a los problemas, de que el sistema que proponían era lo mejor para la sociedad y que había que salvaguardarlo a cualquier precio.

Aunque parezca radical lo expresado en el párrafo anterior, son evidentes los paralelos a la actualidad de Cuba, salvando –claro está– las distancias. La soberbia de quienes hoy defienden un sistema como “el fin” y no lo sitúan como un medio al servicio de la persona, ha traído y puede traer trágicas consecuencias. Ningún sistema político o económico es perfecto, irrevocable, invariable, y mucho menos el fin supremo de una sociedad.

“Crear las condiciones para el socialismo” no puede seguir siendo el objetivo inmutable de quienes toman decisiones económicas en Cuba. Sería diferente “que el socialismo cree las condiciones para una mejor vida de las personas”, y que esto sea evidencia y no anhelo o declaraciones vacías y falaces. En la primera afirmación el sistema se identifica como fin, y como consecuencia se pierde de vista lo verdaderamente importante (la persona, su bienestar y su desarrollo pleno), tal y como sucede hoy en la economía cubana. En la segunda, sin embargo, está la clave para responder a la crisis económica y de cualquier tipo, pues el sistema es un medio que puede o no funcionar, y que puede o no abandonarse o reformarse, para logar un fin mayor.

 


  • Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
    Laico católico.
    Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
    Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.

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