- No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre.
- José Martí
Esta palabra (líder) ha sido tomada en nuestro idioma de un vocablo sajón (leader) que significa caudillo o dirigente. Si vamos al diccionario a buscar la explicación de su significado, podemos encontrar que se puede señalar como líder a aquel “que dirige” o “al que en un pueblo ejerce influencia omnímoda”.
Los diccionarios son casi siempre parcos en explicaciones y no nos señalan exactamente la personalidad del líder. Este es aquel ser excepcional que es capaz de mover a los demás en pos de su misma meta; en pos de su mismo ideal. Es la persona emprendedora que a una orden o una palabra, pone en movimiento a los demás, inyectándoles un espíritu de superación, de entusiasmo, que languidecería a falta de un guía espiritual o material que le señalara el camino.
Y vemos a esos pequeños líderes que con solo un gesto llaman la atención de los que le rodean y con solo sus palabras se ganan su confianza y su voluntad. Y vemos a esos grandes líderes, que mueven las naciones a su grito de guerra o a su llamado de paz; que son semidioses cuya palabra es ley y a quienes la masa del pueblo les entrega con fe ciega su destino y su felicidad.
Es el sueño máximo de muchos seres humanos. Ese “llegar” del que todos hablan. Ese triunfo que todos anhelan. La fama; el poder. El cénit de la vida. ¡Líder! ¡Caudillo! ¡Cuántos ambicionan alcanzar y, aún más, merecer tales calificativos!
Empero, no basta con lo expuesto para ser un verdadero líder. Hay líderes temporales o seudolíderes (Napoleón, Hitler, Stalin) y líderes permanentes (Jesús de Nazaret, José Martí, Lincoln). Esta división estriba en que el caudillo o dirigente está sujeto a factores morales y supeditado a deberes ineludibles que, de ser quebrantados, originan su autodestrucción y su paso al albañal de la historia.
La moral en el líder estriba en considerar a la patria como una mansión sagrada, la cual, nada ni nadie debe profanar. Considerar al partido o sector al cual pertenezca o guíe como un cuerpo del cual es un miembro más y que, como tal puede, si este enferma con procedimientos indecorosos e intransigentes, enfermar al cuerpo entero con el desprestigio, el descrédito y el caos.
Por consiguiente, le toca hacer que su partido o sector sea una garantía para los habitantes de su nación, tanto nativos como extranjeros, introduciendo reformas adecuadas en los procedimientos que hagan la vida fácil para el bienestar de todos. Respetar en todo momento a los partidos, sectores o ideas contrarias o disidentes. No coartar de modo alguno la libertad individual en provecho personal, de un sector o de un partido. Un líder auténtico es un servidor; debe actuar al servicio de los demás. Asimismo, ateniéndose a sus deberes, podríamos sintetizarlos con palabras de José Martí: «La grandeza de los caudillos no está, aunque lo parezca, en su propia persona, sino en la medida en que sirve a su pueblo; y se levantan mientras van con él, y caen cuando lo quieren llevar detrás de sí».
Ciertamente Martí, con su sagacidad característica, penetró con esa frase en el fondo de la cuestión. Porque es corriente ver al líder, imbuido por la gloria, maleado por ella y por el poder, llegar a considerarse imprescindible… El triunfo, el halago, el aplauso y el poder lo envuelven, lo ciegan y lo predisponen a sentirse omnipotente e infalible. Pero realmente la grandeza de los caudillos y dirigentes está “en la medida en que sirve a su pueblo”, puesto que esa misma grandeza la debe a su pueblo y solo a él, que es quien le ha hecho entrega de todas las facultades que tiene.
Es por ello que está en el ineludible deber de procurar el bienestar y la felicidad de sus semejantes. Y es precisamente esa la razón de ser del líder, porque cuando la vida es fácil se fomenta la sana alegría, el contento; disminuyen el robo, el crimen y los suicidios; la nación toda respira en un ambiente de satisfacción; se ama la vida, el trabajo, la familia; se respeta la libertad; se desarrollan las iniciativas; crecen las familias. En fin, todo tiende a expansionarse, a engrandecerse. Hay progreso y desarrollo.
Cuando observamos que el líder no alcanza a lograr esto, que ha fracasado en llevar a efecto sus promesas y sus planes fundamentales o que se ha maleado con la gloria y el poder, y se ha dejado marear por su grandeza pretendiendo abusar de su autoridad al imponer su voluntad por la fuerza, en lugar de la persuasión incontrastable de la razón, creyéndose infalible, intocable, superior… entonces, el líder ha comenzado a elaborar su autodestrucción; la fe de su pueblo se convierte en desengaño y su personalidad decrece por momentos y se disuelven rápidamente su trascendencia y magnitud históricas.
Lo más lamentable es que cuando esto ocurre, el proceso es tan imperceptible que vienen a notarse sus consecuencias demasiado tarde, como el despertar de un largo sueño que en lugar de traernos a la realidad nos conduce a una nueva pesadilla.
El fracaso moral o material del líder conduce al caos, a las pugnas encarnizadas, al desmoronamiento como un castillo de naipes de todo lo bueno que pudo haberse hecho. Surgen nuevos lidercillos en quienes ya nadie puede creer; se ha perdido la fe, el ídolo de las multitudes ha caído y resulta difícil, si no imposible, sustituirlo en los corazones del pueblo. Hará falta que surja una nueva generación (o varias) para que renazcan la fe y la esperanza en un porvenir mejor.
Esa es la tremenda responsabilidad que echa sobre sus hombros el gran líder, el líder de multitudes y corazones . Y esa puede ser su gloria o su ruina.
¿Eres tú un líder, un triunfador? ¿Eres tú una persona aclamada por otros, admirado por otros, respetado y venerado por otros? Ya lo sabes: no basta con “llegar”, sino que hay que saberse mantener sin declinar y saber retirarse antes de caer. Tú “has llegado”, has triunfado, pero tu responsabilidad es muy grande, tu vida no es fácil. Para ser un gran líder hay que tener como bases fundamentales el sacrificio, el amor, la honestidad y la comprensión. ¡Recuérdalo!
Gerardo Martínez Solanas.