El improcedente método de la violencia

Por Jesuhadín Pérez

 

Si un hombre armado intimida a otro hombre, solo obtendrá que este diga que sí y que después huya. Los hombres huyen porque la manera de actuar del que le obliga no sugiere que se les da un valor a sí mismos.

Por Jesuhadín Pérez Valdés
 
Primero te ignoran, después se ríen de ti, luego te atacan, entonces ganas.
Mahatma Gandhi (1869-1948)
 
La violencia es siempre un acto de debilidad y generalmente la operan quienes se sienten perdidos.
Paul Valéry (1871-1945)
 
Tomada de Microsoft Encarta 2009
Monumento a Gandhi, en Pondicherry, India.
 
Si un hombre armado intimida a otro hombre, solo obtendrá que este diga que sí y que después huya. Los hombres huyen porque la manera de actuar del que le obliga no sugiere que se les da un valor a sí mismos. La relación es forzada y el lazo entre ellos es vacío. El poderoso juega su mejor carta, pero es la última. El hombre que obliga piensa que ha ganado y descansa, pero para el sometido la lucha apenas se inicia. Al menor signo de debilidad del agresor, peleará. Si no puede vencer, huirá sin remordimientos. No hay fidelidad en el vínculo formado por la represión. No existe lealtad en la obligación que nace de la violencia.
 
Los pueblos necesitan más maestros que soldados. Más médicos que policías. Nada que se urda con guerreros es bueno. Cuando los gobiernos refuerzan el presupuesto para la violencia, alguien comienza a estar en peligro. Algo comienza a perderse. Cuando se estimula la delación, la división y la violencia como recurso para conservar el poder, el poder comienza a caer. Es matemático. Cuando se predica el sacrificio y la autoflagelación como medio sistemático para llegar al futuro patrio, y el presente se atasca, se atora en el lodazal de la demagogia, la miseria y la violencia, la gente termina buscando atajos para encontrar su propio futuro. Al final cada persona tiene su vida. Única. Valiosa. Irrepetible. Y nadie con los pies desnudos se arriesga a caminar por el camino más largo y angosto.
 
En los regímenes despóticos y tiránicos el aumento de la violencia es más un signo de debilidad que de fortaleza. Se apuntalan con tonfas y fusiles las ideas injustas e irrazonables. Se convoca con chantajes o amenazas cuando la doctrina se desmorona y es preciso alardear de un apoyo popular que no existe de puertas para adentro.
 
Cuatro mil agentes tenía la SAVAK, el más temido y odiado servicio de inteligencia y orden interior iraní, y no pudieron detener la caída del Sha. Tampoco la Securitate rumana con sus 11000 agentes registrados y medio millón de informadores pararon el desplome de Ceauşescu. Ni la DINA de Augusto Pinochet y Manuel Contreras, con facultades prácticamente ilimitadas para detener, torturar, extraer información bajo apremios y confinar personas en sus centros operativos, frenaron el curso de los acontecimientos en Chile. Doscientos mil agentes poseía el KGB cuando la Rusia comunista cayó. La más grande y poderosa potencia surgida en el siglo XX sube hasta el cosmos durante su época dorada, para caer después estrepitosamente. Su parabólico vuelo no terminó el siglo que le vio nacer.
 
Todos se vinieron abajo porque eran sistemas que funcionaban sobre la nuca doblada de las personas. Al final resultaron ser imperios de papel. Potencias de oropel que develaban un brillo espurio. Poquísimas sobreviven al cetro que las funda.
 
Caen por hueras. La gente que sirve por decreto solo sirve. Nada más. El poder no puede sostenerse sobre un pueblo que marcha por precepto pero no comulga. Que dice sí, frente a la fuerza, pero es insincera. La violencia consigue la ejecución de la acción inmediata y concreta, pero disuelve el compromiso. Un poder que se erige sobre la voluntad violentada de su pueblo está parado sobre un cascarón vacío.
 
¿Cuáles son las cuatro palabras que garantizan pacificar a cualquier intimidación? “Tú tienes la razón”. A veces no hay otra opción que contentar el ímpetu que te amenaza. Pero este “tú tienes la razón” bajo la fuerza de una bota que reprime, es el inicio en la precipitada caída del respeto y el deseo de acercamiento al ente que determina arbitrariamente los límites de tu libertad. No existe un pacto con el peso que te dobla la espalda. Andas con él el trecho obligatorio, y en la primera oportunidad le aventarás (o te aventarás) lo más lejos que puedas.
 
La violencia es el último recurso. Y mientras más violencia uses para lograr un objetivo más cerca estarás del final. Menos te respetarán y te apreciarán. Más resentimiento cultivarás a tu alrededor. Por eso los opresores se rodean de escoltas, conducen carros blindados y viven en fortalezas de concreto. Anastasio Somoza hablaba a su propio partido desde una tribuna con un cristal a prueba de balas. Al final un poeta se saltó la cuerda y le abrió el pecho… a balazos.
 
Solo hay una forma de lograr que otra persona haga algo y es hacer que quiera hacerlo. El secreto está en descubrir lo que incita a esa otra persona a actuar, y una vez descubierto, proporcionárselo. Las motivaciones son el combustible de la voluntad.
 
No se puede saber qué piensa realmente una persona si le inquirimos en un ambiente de crispación y amenaza. La libertad y la sensación manifiesta de seguridad es el modo más preciso de conseguir la sinceridad de la gente. Bajo amenaza o chantaje hay un gran riesgo de contaminar la verdad con mentiras convenientes. Un gobierno democrático debe garantizar la integridad del individuo con independencia de su manera de pensar. En aquellos países que no hay una experiencia democrática, la introducción de elecciones libres puede ser una manera de acercarse al sentir general, aunque por sí solas -las elecciones libres- raramente son suficientes. Es necesario además un cambio profundo en la cultura política, así como la formación paulatina de las instituciones democráticas. Es necesario un salto en la mentalidad y, en correspondencia, el tiempo necesario para superar el daño antropológico devenido tras décadas de aporreo y ausencia de libertades.
 
El miedo puede y suele quedar, amén de la presencia de elementos concretos y fidedignos que indiquen un cambio en los métodos empleados por el poder. Un ciudadano temeroso está indefenso. Una persona dañada por años de violencia es manipulable en grado sumo. La cultura de miedo ha persistido en los sectores más vulnerables de aquellos países donde la intimidación ha sido, durante años, la principal forma de administrar el derecho.
 
Una visión distorsionada sobre la justicia, la libertad y el derecho, inoculada durante décadas por ideólogos y propagandistas del viejo orden, puede traer como resultado un daño psicosocial y antropológico difícil de extirpar de la mente de las personas y los grupos.
 
No solo persisten los daños individuales, también los vicios administrativos e institucionales convertidos en reflejos y asumidos como eficientes, pero probablemente inadecuados e incompatibles con el nuevo orden y con los principios de la democracia contemporánea.
 
La violencia a nadie beneficia. Además de marcar el nivel de debilidad e injusticia de cualquier régimen, deja profundas abolladuras en los pueblos que la han padecido. El hecho de que sea contraproducente la utilización de la violencia en todas sus variantes, nos mueve a reflexionar sobre la necesidad de extirpar ese flagelo de nuestro actual orden político y social. Solo a través de la tolerancia y la integración ciudadana en el mecanismo político y cultural de nuestra nación, podremos limar asperezas y conformar un pacto social en donde todos nos sintamos a gusto. Libres y comprometidos.
 
Por eso, para la propia salud de proceso de reformas latente en Cuba en estos momentos, es importante el diálogo. Es trascendental que el sistema actual reconozca la improcedencia de la violencia como método de supervivencia del viejo orden. Es hora de que todos contemos. Es hora de echar a un lado viejas doctrinas que dividen y conducen al país al caos. En este momento lo que más necesitamos los cubanos es paz. Paz para seguir construyendo un futuro próspero e incluyente. Un futuro en libertad.
 
Libertad para pensar, libertad para proponer, libertad para ser y hacer, ese es el antídoto de la violencia. Libertad sobre un marco legal que nos ampare y al que podamos recurrir en caso de atropello directo e indirecto. Un marco jurídico sin maniqueos ni favoritismos. Una libertad más martiana que marxista, más comunitaria que oligárquica, más incluyente que partidista, más responsable que experimental. Una libertad en la que por fin “quepamos todos”.
 
Es indispensable para la supervivencia de la democracia la supresión de la violencia en cualquiera de sus manifestaciones. La “no violencia” debe ser algo más que un eslogan de pancarta; debe ser el instrumento que abra la puerta de nuestra futura democracia. Trabajemos en ello desde ya. No dejemos que en el ajetreo de la mudanza, la llave de nuestro futuro se nos caiga por el hueco del ascensor.
 
 
Bibliografía
– Wikipedia SAVAK.
– Wikipedia Securitate.
– Wikipedia Dirección de Inteligencia Nacional.
– Wikipedia Anastasio Somoza García.
 
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Jesuhadín Pérez Valdés (1973)
Cofundador del Consejo
de Redacción de la revista Convivencia.
Reside en Pinar del Río. Cuba
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