El Estado Nacional vs. el Derecho Natural

Por Orlando Gutiérrez-Boronat

Carlos V

Carlos V

En 1648 un solemne y voluminoso pacto, el de Westphalia, pone fin a treinta anos de guerras religiosas en Europa. Detrás del conflicto entre luteranos, calvinistas y católicos, ruge un épico enfrentamiento: los principados alemanes y Francia se rebelan con todas sus fuerzas contra el Sacro Imperio Romano. Lo que esta en juego es nada más y nada menos que el destino político de la civilización cristiana occidental. Detrás de las predicas de Lutero se esconde una nueva concepción geo-política: la del estado nacional. Es en los acápites y los reglamentos del Tratado de Westphalia que se menciona por ultima vez lo que habría sido el gran anhelo del Emperador Carlos V: la “res publica cristiana”. Unión de valores emanados de dos fuentes: la tradición filosófica greco-romana y la poderosa revelación del Dios único y supremo cuyas directrices morales habían sido transmitidas sucesivamente por zoroastrianos, hebreos y cristianos.

Desde los oscuros y terribles tiempos de la persecución y aniquilación sufrida por los cristianos bajo los emperadores romanos, habían luchado los seguidores del Cristo por independizar a la espiritualidad del poder político. Los tiempos medievales, con su poder político descentralizado, bajo la egida tutelar de un Sacro Imperio que existía mas como unificación simbólica de la Cristiandad que como continuidad romana, y una Iglesia que unía en su seno sin distinción alguna a las mas diversas etnias, serian la incubadora para la gestación de los principios medulares de nuestra civilización: es ahí, entre los caballeros que parten a la Cruzada haciendo dejación de intereses propios para luchar por un ideal trascendente, que encontramos el molde del cual brotaran siglos después hombres de la talla de Céspedes, Maceo y Martí. El caballero errante, el que sacrifica la gloria propia por la gloria eterna de luchar por la jerarquía moral de la existencia, es junto a la Universidad, el ideal más duradero que el Medioevo ha de dejarle a la modernidad.
En Westphalia triunfa el estado nacional como modelo de organización política de Occidente. Son tres los principios políticos sobre los que se asienta: cada príncipe es supremo en su territorio, todos los príncipes son iguales entre si, y cada príncipe determinara la confesión de su territorio. Así se conforma la unificación de la Iglesia y el Estado bajo el tutelaje del gobernante temporal. Es lo que Dostoievski tanto lamentara en los Hermanos Karamazov: “no es que la Iglesia se convierta en Estado, sino que el Estado sea como una Iglesia”.
El supeditar la conciencia al poder temporal habría sido resistido por todos los profetas, grandes y pequeños, de la tradición judeo-cristiana. La temporalizarían de lo espiritual, el asentar al espíritu en lo político, seria la gran debilidad de la modernidad. Por lo demás, el sistema universal de estados nacionales surgido de Westphalia era un sistema basado en la guerra permanente. Solo así se podia preservar el balance permanente de poderes necesario para el mantenimiento del mismo. El Tratado de Westphalia convierte en realidad legal lo que habría sido el ataque filosófico iniciado contra la doctrina del derecho natural por Maquiavelo con la publicación póstuma de “El Príncipe” en 1531.
Bajo estas premisas, el propósito del poder no es ni la virtud ni la justicia, como habrían reclamado en su momento Moisés y Sócrates, sino el poder mismo.
La doctrina de la sociabilidad y moralidad natural del hombre es reemplazada por la del individualismo rapaz y la lucha desenfrenada por el poder que culmina con la idealización del estado monárquico absoluto por Thomas Hobbes.
Esto resulta en que el ideal del estado universal fundamentado en la razón del derecho ha sido violentado por el derecho de la fuerza. Los revolucionarios que se rebelan en América, en Francia, en Yara, encarnan la lucha de la nación contra los excesos del estado nacional. Si, la nación, porque la identidad brota de la creencia, de la fe, de la actualización del potencial social de la familia en la acción consiente de la civilidad, mientras que el estado nacional brotado de Westphalia encarna el principio Cesarista de la imposición del poder político-militar sobre la vida orgánica de la sociedad y el ejercicio diario de la fe. Los hombres de Lexington y Concord, de Filadelfia y Paris, de Guáimaro y Jimagüayú, batallan por la república, el gobierno mixto de balance de poderes, el gobierno de los representantes, el gobierno brotado del derecho individual, el gobierno por y para los hombres libres, el gobierno hecho para defender y extender la libertad y nunca para suprimirla. Este antiguo grito, surgido desde lo más profundo del sentir humano, reclama un nuevo orden universal, fundamentado en el derecho, que reemplace el orden de estados nacionales emanado de Westphalia.
Qué hubiese ocurrido
De haberse impuesto el Sacro Imperio Romano durante la Guerra de los 30 anos, que hubiese ocurrido con el desarrollo político de la civilización cristiana occidental? Lo cierto es que ya bajo Carlos V, la Contra Reforma se había adelantado en su desarrollo filosófico a lo que seria el advenimiento del pensamiento del liberalismo clásico ingles. Casi cien anos antes de Hobbes, la Universidad de Salamanca había desarrollado una brillante actualización de la doctrina clásica del derecho natural, estableciendo las bases esenciales de la conceptualización moderna del estado de derecho, de la economía de mercado y del gobierno libre, democrático y representativo. La necesidad de una superestructura de derecho universal bajo la cual pudiesen cobijarse los pueblos del mundo latía como necesidad imperante en la conciencia del Sacro Imperio y en el tipo de modernización que los Habsburgos enarbolaban como tesis de estado y que se anteponía a la modernización particularista franco-germanica. Precisamente, uno de los grandes hitos en la historia del derecho universal, junto a las tablas de Hammurabi, el juicio de Sócrates y la pasión del Cristo, se encuentra en la decisión del Emperador Carlos V de detener la Conquista de América hasta tanto no se determinara la figura de derecho que amparara a los habitantes originales de la misma. Tras extensas deliberaciones Carlos V, anclado en su fe católica y en la milenaria tradición de derecho consustancial con la misma, determina que los indios de América han de ser protegidos por la Corona como seres humanos imbuidos de la dignidad natural del hombre. Desprovistos de esta protección, la suerte de los indígenas sujetos al colonialismo ingles, holandés o francés fue mucho peor que el de las etnias que vivían en la América Latina.
La adulteración del derecho a las necesidades de los estados nacionales, la llamada realpolitik, ha resultado en alguna de las más terribles distorsiones que ha sufrido la humanidad. Por eso, progresivamente las repúblicas libres han ido reemplazando a las dictaduras como la manera mas civilizada de organizar al estado nacional.
Hoy, en la medida que los derechos humanos se han impuesto como conciencia universal de la humanidad, los estados violatorios de los mismos de manera institucional se cobijan en la llamada soberanía nacional como refugio contra la universalidad del derecho. Los estados totalitarios y autoritarios se unen en las Naciones Unidas para amordazar el reclamo de derecho de sus pueblos y para impedir la evolución de un orden mundial, dentro del seno de las Naciones Unidas, que establezca una comunidad universal fundamentada en los derechos humanos.
Hacia donde ir
El movimiento mundial por los derechos humanos es hoy el heredero vital de la doctrina del derecho natural. La fuente de la misma se encuentra en el entendimiento de un orden moral metafísico al cual ya habían llegado, por vías diferentes, tanto los griegos y romanos como los hebreos. Aunque la modernidad ha querido matizar la concepción del derecho humano en el mundo temporal, estos ajustes filosóficos invariablemente siempre terminan regresando a la necesidad de enfrentar los retos trascendentes de la existencia del derecho en nuestra naturaleza.
Esta trascendencia ha significado que el hombre, a través de la historia, ha tenido que trascender las modalidades de organización política temporal para ir organizando formas superiores de existencia política que le permitan actualizar más efectivamente todo su potencial humano. Esta actualización no puede darse desvinculándose de la tradición del derecho ya que este es el hilo conductor del desarrollo pleno del ser humano. La comunidad mundial de democracias se abre entonces, como opción supranacional que logre conjugar, en la presente coyuntura, los derechos humanos con la soberanía nacional.

Orlando Gutiérrez-Boronat (La Habana, 1965)

Doctorado en Filosofía (Ph.D.) de las Relaciones Internacionales de la Universidad de Miami.
Maestría en Ciencias Políticas de la Universidad Internacional de la Florida.
Es Profesor Invitado de Teoría Política de la Universidad Internacional de la Florida.
Es co-fundador y Secretario Nacional del Directorio Democrático Cubano.
Reside en Estados Unidos.
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