Buenas tardes:
Aun bajo las difíciles circunstancias que vivimos durante la pandemia de la COVID-19 y de la cada vez más dura y deshumanizante realidad económica, social y política que enfrentamos, la Iglesia en Cuba ha acogido la oportunidad que el Papa Francisco ha ofrecido a todos de reflexionar sobre la sinodalidad eclesial. Es este un proceso de escucha, -en nuestras condiciones casi una utópica aventura- de expresar y de escucharnos mutuamente. Y, en el caso de la Iglesia que peregrina en Matanzas, estamos aprovechando para llevar a cabo el vigésimo quinto Consejo de pastoral diocesano: “Magnífica tradición… que siempre ha iluminado el quehacer pastoral diocesano”, en el decir de Mons. Juan Gabriel Díaz Ruiz, en su convocatoria del 15 de junio pasado.
Me han invitado a que haga un recorrido histórico sobre nuestros procesos de escucha. No sé si les aguo la fiesta al decirles que no estamos descubriendo el Mediterráneo. Los procesos sinodales en Cuba y en el continente americano tienen larga data.
Bueno, primero quiero recordarles que las Iglesias americanas no surgieron libres de la sujeción del brazo civil, y que hasta aquí se transportó toda la institucionalidad civil y canónica que regía sobre todo en el Reino de Castilla.
“El sistema de colonización de América requería un personal bien estructurado, organizado y atado a la Corona por un sistema jurídico-institucional que en sus bases estableciera una estrecha dependencia”.
El 28 de julio de 1508, el Papa Julio II emitió la bula Universalis Ecclesiae Regiminis, por la cual “otorgaba al rey y a sus sucesores de los reinos de Castilla y León el derecho de presentación en todas las catedrales que se erigieron en La Española… y extendió ese derecho a todas las tierras descubiertas o por descubrir, de modo que: “nadie pueda sin su expreso consentimiento, construir, edificar, ni erigir iglesias grandes”. De igual forma otorgó al Rey el derecho para nombrar todos los cargos y beneficios. Este es el origen del llamado Real Patronato, que otorgó al Rey de España el derecho exclusivo de ser el fundador y sustentador de todas las iglesias en las Indias Occidentales. Y este es nuestro origen institucional.
Cuba es descubierta en 1492 y su primera Catedral, primero asentada en Baracoa y más tarde en Santiago, data de 1522.
Pero vayamos a lo que nos interesa. En Cuba se celebró un primer sínodo, conocido como el Sínodo Diocesano de Santiago de Cuba, iniciado y llevado a término por Mons. Juan García de Palacios y García, el 2 de junio de 1680. Este Sínodo se inscribe en las estipulaciones del Concilio de Trento y se hermana con la celebración de otros eventos de su clase, muy famosos, realizados en Suramérica y en México.
Para la mejor comprensión del Sínodo de Cuba no podemos aplicar los criterios que sobre tales procesos conocemos hoy; pero sí podemos decir que fue un evento que se interesó por escudriñar y escuchar las grandes necesidades de la población de la Isla.
“Durante todo el siglo XVII la sociedad criolla había manifestado una fuerte contradicción entre los intentos y deseos de estabilización y adecentamiento, (…) y una fuerte corriente que prefería la vida no normada y el libre juego con las leyes violables”.
El Sínodo de Cuba es el primer evento que pensó Cuba desde Cuba y para ella. Que legisló en Cuba y para Cuba. Buena parte de la organización parroquial que hoy usufructuamos se la debemos a los postulados de aquel Sínodo.
Entre el siglo XVII y la primera mitad del siglo XX, los procesos de escucha en nuestra Iglesia se vivieron a través del asociacionismo laical: cofradías, archicofradías y las Conferencias de San Vicente de Paúl. Fueron espacios de relacionamiento, de evangelización y de escucha de las necesidades populares. Cito como un ejemplo en la ciudad de Matanzas, la existencia en la parroquial mayor de San Carlos, de la Archicofradía del Santo Rosario, que agrupaba a los negros y mulatos libres. El padre Manuel Francisco García fue su mentor. Sus sesiones terminaron y su libro cerró el mismo año de la Conspiración de la Escalera. El padre Manuel Francisco fue quien asistió en sus últimos momentos a Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, y a quien se atribuye la difusión en la ciudad de la última obra del infortunado poeta. Años más tarde, a petición suya, Manuel Francisco fue trasladado a La Habana.
Hitos importantes en la etapa republicana los representan la fundación de las agrupaciones católicas de estudiantes, de la agrupación de maestros católicos y, sobre todo, de la Acción Católica Cubana, entidad que en su empeño evangelizador, propició e impulsó un auténtico itinerario de escucha de las necesidades de la Iglesia y de casi todos los sectores de la población. Su método de ver, juzgar y actuar privilegió el empleo de la encuesta.
Sínodo de Matanzas
Quiero detenerme en un acontecimiento de la Iglesia matancera muy importante, que fue la celebración de su primer sínodo diocesano. El primero y hasta ahora el único.
La fundación de la diócesis de Matanzas se verificó el 10 diciembre de 1912. Mediante la bula Quae catholicae religioni, el Papa San Pío X, erigió canónicamente la diócesis de Matanzas como sufragánea de la diócesis de La Habana, circunscribiéndola a la provincia civil del mismo nombre. Si bien ya habían transcurrido diez años desde la instauración del primer gobierno de la república, independiente de España, la isla de Cuba seguía arrastrando casi con las mismas estructuras eclesiales heredadas de la etapa colonial, de manera que muy pronto se constató la necesidad de crear nuevas diócesis cuyos territorios se atemperaran a la división político y administrativa ya existente desde 1878. A las diócesis de Santiago y La Habana se unieron en 1903 las de Pinar del Río y Cienfuegos. Y en 1912 las de Matanzas y Camagüey.
El 26 de abril de 1913, el mencionado santo Papa Pío X nombró a Monseñor Charles Warren Currier, del clero de la ciudad de Baltimore, como primer obispo de Matanzas. Al día de su toma de posesión el 3 de noviembre de 1913, encontró un panorama desolador. La mayor parte de los templos se encontraban en muy mal estado a consecuencia sobre todo del deterioro sufrido por la última guerra de independencia.
Mons. Currier convocó el 8 de diciembre de 1914 a todos sus sacerdotes a la celebración del primer y único sínodo diocesano de Matanzas, que se efectuó en la misma Catedral de esta ciudad los días 14 y 15 de enero de 1915. La congregación preparatoria se efectuó en el palacio episcopal conocido como “Villa Cardenal”, primer obispado de Matanzas, que se encontraba en una quinta ubicada en las áreas que hoy ocupa el hospital pediátrico provincial.
Con la celebración del sínodo y la promulgación de los Estatutos Sinodales, Monseñor Currier no solo se ponía a tono con la letra del Concilio Plenario de América Latina, que tuvo su primera sesión en el Colegio Pio Latinoamericano de Roma, el 28 de mayo de 1899, y con las otras nuevas diócesis cubanas que los iban desarrollando, sino que también reglamentaba la vida pastoral de la diócesis recién creada y comenzaba a fraguar su identidad. Se normaba así todo lo relacionado con el régimen diocesano, cargos, cancillería, vicarías, división de parroquias, tenor de los sacerdotes, selección y formación de éstos, los sacramentos y el culto divino.
- Estado socialista. Vaticano II. Encuentro Nacional Eclesial Cubano
El triunfo del proceso revolucionario de enero de 1959, recibido con tanta alegría por muchos, entre ellos por Mons. Alberto Martín Villaverde, tercer obispo de Matanzas, devino unos meses después en la paralización de la obra evangelizadora de la Iglesia y en el desmantelamiento de sus estructuras asistenciales, caritativas, educativas; en el cierre definitivo de conventos, en la confiscación de capillas, en la expulsión de sacerdotes, en la intervención de las asociaciones laicales y en la pérdida de su patrimonio inmobiliario.
Luego de la muerte de Mons. Villaverde, en el penúltimo mes de 1960, fue designado para Matanzas, monseñor José Maximino Domínguez Rodríguez. A Domínguez le correspondió la penosa misión de cerrarlo casi todo, de vivir los duros y largos años de persecución y silencio. Sin embargo, concurriendo todo para el bien de los que aman al Señor, en el decir del apóstol san Pablo, en estas décadas se vivió un proceso magnífico de renovación litúrgica, de consolidación de la unidad de todo el cuerpo eclesial, se potenció extraordinariamente el valor del testimonio callado de los laicos en los centros de trabajo, de estudio, en los barrios, como una manera eminente de evangelización.
Las noticias del Concilio ecuménico Vaticano II, al que concurrieron por Cuba los Obispos Domínguez y Azcárate, llegaban escasamente. Muchos de sus documentos se copiaban a mano o se mecanografiaban y se leían así pasando de mano en mano entre sacerdotes, religiosas y laicos. Fue la época del padre Machado elaborando para toda Cuba desde su habitación en el obispado de Matanzas, los guiones para las celebraciones litúrgicas. La época de Perlita Moré en Cárdenas, componiendo muchas de las obras que aún hoy se dejan escuchar con sus ritmos cubanos y textos litúrgicos o de la Sagrada Escritura.
Poco a poco muchas personas fueron perdiendo el miedo a expresar públicamente sus sentimientos religiosos. En febrero de 1986 el Encuentro Nacional Eclesial Cubano, celebrado en La Habana como colofón del proceso anterior, la Reflexión Eclesial Cubana, significó una profunda toma de conciencia de lo que podía y estaba llamada a ser la Iglesia en medio de las especiales circunstancias de Cuba. Creo que a partir de este momento se consolidaron las bases de la nueva manera de ser y hacer de la Iglesia cubana. La conclusión principal de aquel evento se levantó como un magnifico proyecto de vida para la Iglesia cubana, que quería ser una Iglesia orante, misionera y encarnada, siempre sin fronteras y solidaria en el amor.
Considero que no hubo evento antes, ni lo ha habido después que pusiera en pie de escucha, reflexión y oración a nuestra Iglesia como aquel de la Reflexión Eclesial Cubana. No se lo puede comparar con nada, ni con el ECO, el Evento Conmemorativo a los diez años del ENEC, ni con este proceso que estamos desarrollando en nuestros días. Pareciera, repito, según mi criterio muy personal, que un fantasma nos ha secuestrado el alma, el espíritu profético, los deseos de ver, juzgar y actuar, el ímpetu de la renovación y nos ha retrotraído a un aconchamiento de cobardía y moho. A veces pienso que aquel otro fantasma que recorría Europa en el siglo XIX vino a defecar en Cuba.
Casi al mismo tiempo la diáspora cubana vivió otro proceso de escucha, conocido como el CRECED, liderado por Mons. Agustín Aleido Román y por Mons. Eduardo Boza Masvidal. Llegados de muchos puntos del mundo, sacerdotes, religiosas y laicos se reunieron en los Estados Unidos de América para deliberar entre sí y estar atentos a los soplos del Espíritu en medio de la triste realidad que les tocó vivir al tener que exiliarse y emigrar, muchos de ellos de manera forzosa.
Periodo fecundo en Latinoamérica
Con la celebración de la primera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Río de Janeiro entre el 25 de julio y el 4 de agosto de 1955 y su fruto más significativo, la creación del Consejo Episcopal Latinoamericano, se inició un periodo muy fecundo para la vida de la Iglesia en el continente. A esta asamblea general siguieron las de Medellín, en agosto de 1968 y la de Puebla de los Ángeles en 1979, que marcaron profundamente la andadura de la Iglesia al remarcar la opción preferencial por los pobres en medio de sociedades muy plurales. Luego vendrían las conferencias de Santo Domingo y la de Aparecida.
Entre la primera, en la que se cantaron loas optimistas a aquellas sociedades mayoritariamente católicas, regidas por el modelo eclesial de cristiandad, y las últimas en las que se aprecia un marcado decrecimiento de la catolicidad, no ha dejado nunca de vivirse un profundo proceso de escucha de la voz de los pueblos latinoamericanos y de apertura a las mociones del Espíritu Santo.
Los Consejos de pastoral diocesanos de Matanzas
Por testimonios ofrecidos por el padre Francisco Campos Fernández, se conoce que durante años Mons. José Domínguez rechazó la posibilidad de constituir en Matanzas el Consejo de pastoral diocesano; pero la promulgación del Código de Derecho Canónico en 1983 primero y el proceso de Reflexión Eclesial Cubana, siguiendo las huellas de la Conferencia de Puebla después, lo animaron a instancias de dicho sacerdote, del padre Juan Manuel Machado y de la hermana Eliette Gagnoun, mic., a crearlo mediante decreto de fecha 30 de julio de 1985, “para estudiar todo lo referente al trabajo pastoral en la Diócesis, evaluarlo y sacar las conclusiones prácticas con objeto de promover la conformidad de la vida y actos del Pueblo de Dios con el Evangelio”.
Serían sus miembros los sacerdotes y las consagradas de la diócesis y un laico de cada comunidad, también los representantes de las comisiones del Apostolado Seglar; nombrados por tres años, convocados y presididos por el Obispo. Por el mismo decreto, Mons. Domínguez constituyó el Secretariado de Pastoral Diocesano, con “la misión de promover la ejecución práctica de las actividades pastorales debidamente aprobadas”.
Si bien les he dicho que Mons. Domínguez rechazó durante mucho tiempo la idea del Consejo diocesano, el lunes 21 de octubre de 1968 reunió a los sacerdotes de la diócesis para analizar la posibilidad real de su constitución. Una de las nociones en las que más quiso avanzar fue en la de la diferencia que existe entre el Consejo presbiteral y el Consejo de pastoral, así como en la relacionada con la pastoral de conjunto.
La Iglesia cubana de aquellos años hizo muchos esfuerzos por mantenerse al día en todo lo que ebullía en la Iglesia universal. Las pocas salidas permitidas al extranjero se aprovechaban entre otras cosas para importar algunos libros que luego se mecanografiaban o se copiaban a mano y se pasaban de persona en persona.
Los sacerdotes de Matanzas, que se reunían bimensualmente, convocaban previamente a pequeños grupos compuestos por matrimonios, jóvenes y las pocas religiosas que había, para deliberar sobre el tema que tratarían aquéllos en su encuentro, se conocían sus aspiraciones, sus problemas y se buscaban algunas vías de solución.
El primer Consejo de Pastoral Diocesano de Matanzas fue convocado por Mons. José Domínguez y sesionó en La Milagrosa los días 27, 28 y 29 de junio de 1986. Frescos los ecos del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, sus notas se escuchan en la escasa documentación que he podido conservar en el archivo de la cancillería del obispado.
Sus puntos fundamentales fueron:
- La promoción del laicado.
- Encauzamiento del espíritu misionero.
- La oración como “el alma de todo el apostolado”.
EI II Consejo de Pastoral fue convocado por Mons. Mariano Vivanco, quien tomó posesión de la diócesis el 3 de julio de 1987, tras la muerte de Mons. Domínguez acaecida el 11 de diciembre de 1986.
Resulta difícil resumir las líneas de acción de cada consejo. Para el segundo, acontecido el 29 de junio de 1989, su dinámica vino marcada por lo postulado en el primer plan nacional de pastoral, que a su vez había sido motivado por el deseo de actualizar el ENEC, en el marco de la gran convocatoria del Papa Juan Pablo II a una nueva evangelización, nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión.
Desde este plan se contempló las características de la nueva evangelización:
- Mayor extensión, intensidad e impulso misionero.
- Acción misionera en profundidad.
- La Iglesia diocesana como centro de la evangelización.
Sus líneas de acción fundamentales fueron la opción preferencial por los más necesitados, la reconciliación, la fraternidad entre todos y promoción del hombre total; todo basado en la Biblia y en el espíritu impulsado por el ENEC. Las opciones pastorales, a las que hoy llamamos prioridades fueron la familia, la juventud, los asentamientos humanos sin lugres de culto y la religiosidad popular; siguiendo el método de ver, iluminar, orar y actuar.
A partir del III Consejo (16 de junio de 1990), los acentos estuvieron puestos en la organización del catecumenado, la catequesis, la formación bíblica y misionera y los lugares sin templos. El IV Consejo (24 de agosto de 1991), asumió la profundización en el plan pastoral de la Conferencia Episcopal Cuba, los preparativos para la celebración del V Centenario de la evangelización en América, las visitas de la imagen peregrina de la Virgen de la Caridad y la organización del Centro de Formación Misionera.
En el V Consejo (4 de julio de 1992), emergió una gran preocupación por los neo conversos, realidad que se impuso con fuerza a la Iglesia. La caída del muro de Berlín, la desaparición del campo de países socialista y la desintegración de la Unión Soviética, dejó a muchos cubanos sin las apoyaturas teóricas, filosóficas e ideológicas que por años le sostuvieron. La Iglesia fue vista entonces como una de las pocas entidades adonde se podía acudir a beber de los valores perennes. Los templos se llenaron, y creo que entonces no se estuvo preparado para tal avalancha, la oportunidad se fue apagando y el éxodo masivo de 1994 los vació nuevamente.
El VI Consejo (25 y 26 de junio de 1993), fijó su mirada en la religiosidad popular, en la evangelización y la catequesis, en los medios de comunicación social y en la Infancia Misionera. Un nuevo plan nacional de pastoral comenzó a favorecer la reconciliación, el profetismo, la participación y la inculturación en las comunidades cristianas. Fue el año de la famosa carta de los obispos cubanos “El amor todo lo espera”.
El VII Consejo (19 y 20 de agosto de 1994) estuvo marcado por la precariedad de agentes de pastoral, unos fallecieron, otros enfermaron y otros regresaron a sus países de origen. Mons. Mariano en su informe empleó la expresión “estamos diezmados”, tanto así que la Nunciatura Apostólica se interesó y Mons. Beniamino Stella se solidarizó, apoyó y abrió caminos muy eficaces. Ese año comenzó la colaboración misionera de la diócesis de Sonsón Río Negro. Los acentos estuvieron en los jóvenes, en las Cáritas parroquiales y en las misiones.
Los VIII y IX Consejos (2 y 3 de junio de 1995 y 28 y 29 de junio de 1996, respectivamente), estuvieron marcados por la convocatoria al gran jubileo del año 2000 promulgado por el Papa Juan Pablo II a través de su carta Tertio Millenio Adveniente; y por la promoción de la planeación pastoral participativa, como una respuesta al crecimiento de las comunidades que se pretendían vivas y dinámicas.
El X Consejo (20 y 21 de noviembre de 1998), fue signado por la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, la importancia de la informática en la vida de la Iglesia y la dotación con bibliotecas para todas las parroquias de la diócesis. Algunas de ellas como las Cárdenas, Colón, Jovellanos y El Carmen de Matanzas y la biblioteca laical llegaron a ser considerablemente grandes y muy activas.
El XI Consejo (12 y 13 de noviembre de 1999) y el XII (23 y 24 de noviembre de 2000), abordaron la vida espiritual, la formación, la acción caritativa de la Iglesia y el Gran Jubileo del Tercer Milenio de la era cristiana.
El XIII Consejo (23 y 24 de noviembre de 2001, tuvo que ser pospuesto y realizarse más tarde bajo las duras condiciones que dejó a su paso el huracán Michelle, y acentuó la mirada sobre el papel de la mujer en la Iglesia.
Los Consejos XIV y XV (22 y23 de noviembre de 2002 y 21 y 22 de noviembre de 2003), se enfocaron en buscar un incremento de la devoción al misterio eucarístico. El tono lo dio la Exhortación apostólica post sinodal Ecclesia de Eucharistia.
El XVI Consejo (9 y 10 de junio de 2006), fue el primero convocado por Mons. Manuel de Céspedes que, habiendo sido numerado como el décimo quinto, en realidad fue el número décimo sexto, según he podido determinar a partir de esta pesquisa histórica.
Con la celebración de este consejo comenzó a percibirse un tono diferente en la dinámica de estos, con una visión esperanzada, su divisa fue “Construimos juntos el mañana”. Reconoció la escasez de agentes de pastoral, 14 parroquias sin sacerdotes y la acción de “pocos laicos que lo hacen todo”; pero la necesidad de soñar con la reorganización del laicado y el relanzamiento del quehacer misionero, siguiendo las propuestas del Plan de Pastoral Nacional: Identidad laical y Espiritualidad cristiana.
El XVI (XVII) Consejo (8 y 9 de junio de 2007), trajo como proyecto: “El encuentro con Cristo vivo, centro de la vida del discípulo”. En este Consejo se comenzó a poner un interés muy marcado en el fortalecimiento de los Consejos de Comunidad. En tener una sensibilidad para el misterio, aprendiendo a respetar la realidad cubana. En enfocar la parroquia en la nueva evangelización como comunión de comunidades. Formuló tres prioridades:
- Continuar cultivando la espiritualidad cristocéntrica, de comunión y encarnada.
- Continuar la formación permanente del laicado.
- Seguir acompañando y formando agentes de pastoral, creando y fortaleciendo las comunidades de barrio.
Entre los Consejos XVII y el XXII me ha resultado imposible su estudio y reseña por no contar hasta el momento con la documentación.
El XXII Consejo (9 y 10 de junio de 2017), nuevamente fue guiado por las líneas de trabajo del Plan de Pastoral Nacional, a saber: el anuncio, la iniciación cristiana y la formación y la familia y la comunidad como espacios de comunión y compromiso para propiciar el encuentro personal y comunitario con Cristo resucitado. Increíblemente los redactores de este Plan nacional no emplearon en él nunca la palabra “cultura”.
En el XXIII Consejo (15 y 16 de junio de 2018), la línea de acción fundamental fue la de renovar y revitalizar nuestras comunidades para seguir propiciando el encuentro personal y comunitario con Cristo resucitado.
Por último, en el XXIV Consejo, fue el evento en el que más se insistió en los cuatro pilares de la vida de una comunidad: la liturgia, la comunión, la caridad y el anuncio. Se hizo hincapié en la necesidad de la formación espiritual y doctrinal de los bautizados. También en la urgencia de que las Comisiones diocesanas atemperaran sus planes a las necesidades de las comunidades. Fue clara la voz del pastor al enfatizar: “lo que cada comunidad se decida a hacer, con la fuerza del Espíritu Santo y los pies puestos en la tierra, debe ser pequeño y debe realizarse con perseverancia y gradualmente.
Los Consejos diocesanos de bateyes
Antes de algunas conclusiones quiero recordar la iniciativa que tomó Mons. Mariano Vivanco al crear los Consejos diocesanos de bateyes. Tuvo su primera sesión los días 26 y 27 de febrero de 1999. Su objetivo no fue deliberativo. Estaba en la mente del obispo una reunión de animadores de comunidades rurales y de miembros de esas mismas comunidades para que se conocieran, escucharan y apreciaran que la Iglesia era algo mucho mayor que el pequeño espacio en el que desarrollaban sus vidas, la mayor parte de las veces con suma pobreza. Fue un espacio que hizo visible la fuerza misionera que se había volcado hacia nuestros campos y el potencial evangelizador que había en ella. Fueron pocos, el último se convocó para el año 2004.
A modo de conclusiones
En todos los consejos ha habido constataciones y reclamos similares:
- Escasez de agentes.
- Precariedad económica de la Iglesia.
- Éxodos constantes del país.
- Necesidad de renovación litúrgica.
- Necesidad de mayor formación.
- La difícil situación económica, social y política del país.
- La dinamización de los estilos pastorales.
- La cada vez mayor presencia de sectas e iglesias evangélicas pentecostalizadas.
- Se pueden señalar otros.
Doy las gracias. Solicitarme este servicio me ha posibilitado volver sobre mis años en esta diócesis y a constatar que, aunque son muchos los contratiempos siempre presentes, el Espíritu Santo nos precede y anima. Escribir la historia nos permite apreciar, diría que casi tocar con las manos, la trascendencia de un Dios que mucho antes que nosotros ya estaba pasando.
- Pbro. Jesús Fernando Marcoleta Ruiz.
- Intervención en el XXV Consejo de pastoral diocesano. La Milagrosa, Matanzas, 1º de julio de 2022.