Todos los años, más o menos en las mismas fechas, el régimen comunista cubano se emplea a fondo en el desarrollo de una campaña frenética en la prensa oficial cubana contra Estados Unidos. El objetivo de esta campaña es hacerse visible a nivel internacional, con el único fin de movilizar apoyos a la iniciativa que se presenta en Naciones Unidas contra el embargo o bloqueo. Tanta es la propaganda y la demagogia que acompaña a estas acciones, con amplia difusión internacional por parte de las organizaciones comunistas que, este año, incluso ha habido alguien que, de forma inocente, ha llegado a afirmar “podemos imaginar cómo habría avanzado económicamente Cuba si hubiera podido invertir esos multimillonarios fondos, perdidos en más de medio siglo por el bloqueo”.
Tremenda pregunta. Puestos a imaginar, podemos hacerlo mismo, pensando cómo sería Cuba si no se hubiera producido la experiencia traumática del proceso revolucionario, e incluso, cuáles serían los efectos benéficos de que la llamada revolución hubiera durado solo hasta, digamos, 1969, y en aquel mismo año hubiera sido reemplazada por un sistema democrático. Puestos a imaginar se puede pensar en cientos de escenarios mucho mejores para la Isla de no haber existido esta etapa de más de 60 años.
Pero la cuestión que se plantea en este trabajo es de otra índole. ¿Qué sentido tiene culpar al embargo o bloqueo de Estados Unidos de los déficits y carencias de la economía cubana en 2021 cuando en realidad Cuba comercia, recibe inversiones y realiza transacciones con la práctica totalidad de países del mundo? Se tiene la sensación de que es un querer y no poder, un sinsentido, dedicar todos los años recursos económicos, sin duda numerosos, a promover un potencial apoyo en Naciones Unidas a una iniciativa que, en la realidad, no se sostiene por las evidencias de los hechos.
No cabe la menor duda que el sistema económico y social imperante en el país tiene una influencia muy superior, a cualquier embargo externo, en el estado de postración de la economía y en la incapacidad de los dirigentes para encontrar la salida. En estas condiciones, atribuir la responsabilidad del fracaso a otros, es una pérdida absoluta de tiempo, un absoluto despropósito.
Es lo mismo que si el régimen, por ejemplo, culpase al Club de París del endeudamiento que tiene la isla con esa entidad y de su exceso de celo a la hora de querer cobrar. O si responsabiliza a los que venden a Cuba bienes y servicios de querer cobrar puntualmente sus honorarios, o que las empresas que invierten en Cuba no puedan retornar sus beneficios a las casas centrales de manera normal. Las responsabilidades se tienen que asumir por todos los participantes en la actividad económica, si se quiere encontrar soluciones a los problemas. Sin ese paso previo, de reconocimiento, no hay mucho que hacer.
Y luego está la demagogia y la propaganda. Por ejemplo, los cubanos de 58 años y menos a los que se dedican las informaciones en los medios oficiales, saben que durante una larga etapa de sus vidas nadie se acordaba del embargo o bloqueo porque la URSS y el telón de acero con sus subsidios mantenían la improductiva e ineficiente economía de la última frontera en Occidente de la “guerra fría”. Eran otros tiempos, el embargo o bloqueo era un asunto de escaso interés, del que nadie se hacía eco. Ni siquiera la propaganda oficial.
La cosa empezó a ponerse fea cuando cayó el muro de Berlín y el sistema político e ideológico comunista se vino abajo. En ese momento, todo el mundo en Cuba se acordó del embargo, que además se sometió a una consolidación jurídica con sucesivas leyes de Estados Unidos, que fijaron un mecanismo estable paraque el ocupante de la Casa Blanca, fuera quien fuera, no pudiera subvertir la voluntad del parlamento. La cuestión cubana se consolidaba en la política de Estados Unidos como una política bipartidista por primera vez en décadas.
No obstante, en esas mismas fechas, a Cuba llegaban por decenas de miles españoles, italianos, franceses, canadienses, rusos dispuestos a hacer todo tipo de negocios con el sector estatal, y dedicarse a otras actividades que no vale la pena citar. En aquel momento, el gobierno, agobiado por la falta de divisas (como ahora sus herederos)se vio obligado a rebajar los controles para realizar operaciones de comercio exterior, inversiones, etc., hasta entonces prohibidas.
Los cubanos siguieron bloqueados al interior de la Isla, pero los extranjeros podían realizar en Cuba numerosas operaciones prohibidas a los nacionales. Poco tiempo después, llegó el petróleo de Venezuela y todo volvió a estar bajo control y centralizado. Cualquier vestigio de apertura pasó a mejor vida. La influencia del petróleo venezolano fue tan bien recibida por el régimen, que decidió poner fin a la industria azucarera cubana. Una decisión de consecuencias desastrosas una década después.
Entiéndase, por refrescar la historia, que el origen del contencioso entre los dos países fue impuesto por la revolución que, de la noche a la mañana, se adueñó de todas las propiedades privadas de los ciudadanos estadounidenses en Cuba, imponiendo como fórmula de compensación un pago por medio de unos bonos que no servían de nada en aquella época, porque ni siquiera fueron admitidos a cotización en los mercados financieros.
Luego, desde hace unos años, la campaña de propaganda ha venido acompañada de un invento de cifras de escaso rigor que tratan de estimar los “daños económicos abrumadores” del embargo. Sorprende que en estos cálculos parece tener entrada cualquier cosa, lo cual podría llevar a pensar que la economía de Estados Unidos es esencial para Cuba, y así lo reconocen sus autoridades.
Lo tienen difícil si quieren poner fin, de manera unilateral, al contencioso entre los dos países. Lo más práctico sería, si no quieren negociar, olvidarse del asunto y ponerse a trabajar para encontrar una solución alternativa, pero es que ni en eso son capaces de tejer una estrategia ordenada.
Y por eso, especulaciones como las señaladas antes, como por ejemplo, “podemos imaginar cómo habría avanzado económicamente Cuba si hubiera podido invertir esos multimillonarios fondos, perdidos en más de medio siglo por el bloqueo”, no hacen otra cosa que darles toda la razón. Claro que sí. Cuba podría hacer avanzado económicamente y mucho, si no hubiera existido el embargo o bloqueo. Tal vez no todo lo que cabría en sus potencialidades de crecimiento, pero más que lo hecho hasta ahora, seguro.
En la comunidad internacional, este asunto viene reclamando seriedad, responsabilidad y credibilidad. Hay países que se asombran cuando escuchan de los dirigentes calificaciones como “acciones de guerra” a una serie de normas administrativas aplicadas por la Administración de Estados Unidos a las transacciones financieras y las operaciones financieras en la Isla de bancos y entidades de otros países, lo que no se sostiene cuando en Cuba incluso operan las entidades especializadas en criptomonedas, como se ha tenido ocasión de comprobar recientemente.
Lograr un voto no vinculante de numerosos países puede ser considerado una victoria en la guerra que mantiene en vigor a los mandatarios cubanos desde la caída de telón de acero y del muro de Berlín, que le proporciona valiosos réditos políticos y económicos. Pero no es la solución, y lo saben.
Es posible que hayan muchos países que voten contra Estados Unidos en este asunto, dejándose llevar por una mezcla de sentimientos encontrados. Esto debería ser objeto de consideraciones por parte de Cuba tiene en sus manos resolver. ¿Por qué no se pone a ello?
- Elías M. Amor Bravo.
- Analista cubano y especialista en formación profesional y empresarial.
- Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales.
- Máster en gestión pública directiva.
- Director de la Fundación Servicio Valenciano de Empleo.