Por Oscar Espinosa Chepe
El Decreto Presidencial No. 3447 de John F. Kennedy, que estableció un embargo comercial a Cuba, cumplió 50 años a principios de febrero. Le siguieron las llamadas Ley Torricelli de 1992 y Ley Helms-Burton de 1996, que lo recrudecieron.
Por Oscar Espinosa Chepe
El Decreto Presidencial No. 3447 de John F. Kennedy, que estableció un embargo comercial a Cuba, cumplió 50 años a principios de febrero. Le siguieron las llamadas Ley Torricelli de 1992 y Ley Helms-Burton de 1996, que lo recrudecieron. Esa política reiteradamente rechazada por la comunidad internacional en las Naciones Unidas, incluyendo los aliados más cercanos a Estados Unidos, lejos de favorecer la democratización de la Isla, en la práctica ha sido una útil herramienta del gobierno cubano para descargar la culpa del desastre nacional sobre sus supuestos efectos, cultivar el nacionalismo entre la población y presentarse internacionalmente como una víctima de su poderoso vecino.
Al mismo tiempo, el embargo ha servido como coartada para reprimir a defensores de los derechos de los cubanos, mediante su utilización como instrumento para acusarlos de supuestos enemigos al servicio de Estados Unidos, incluso a personas públicamente opuestas a esa política. Mientras tanto, las autoridades norteamericanas, con la política de aislamiento, por años redujeron considerablemente la capacidad de la sociedad estadounidense de influir positivamente en Cuba. A pesar de episodios coyunturales, en Cuba siempre ha existido un sentimiento de amistad y admiración hacia los progresos logrados en Estados Unidos, y el carácter emprendedor e innovador de sus ciudadanos. No ha sido casualidad, que los cubanos desde el siglo XIX en sus luchas por la libertad, se refugiaron allí. Varela y Martí, los más altos exponentes del pensamiento nacional, junto a otros muchos, desarrollaron su actividad política fundamental en aquel país, lo que ha pervivido en una tierra que les ha dado amparo para desarrollarse como seres humanos a otros cubanos. No fue fortuito que en nuestro vecino del norte se editaran El Habanero y Patria, y fundado por el Apóstol, junto a ilustres cubanos, el Partido Revolucionario Cubano para lograr nuestra independencia.
En el siglo XIX, aunque Cuba era una colonia española, tenía como su principal socio económico y comercial a Estados Unidos. Ese vínculo se reforzó hasta 1959, y si tuvo aspectos debatibles, resulta incuestionable su influencia positiva en los niveles de modernización de Cuba con respecto a la mayoría de América Latina, a pesar de haber sido junto a Puerto Rico las últimas colonias de España en liberarse, lográndose importantes avances en muchas áreas del conocimiento y la implantación de progresos tecnológicos.
Por ello, a pesar de la agresividad existente después de 1959, no han florecido sentimientos anti- norteamericanos entre la población, e incluso las preocupaciones que en algún momento existieron en sectores de la población negra y mestiza sobre la discriminación racial en Estados Unidos, ya prácticamente han desaparecido, en virtud del progreso en materia de convivencia racial logrado en esa nación, que ha llegado hasta la investidura por sus méritos del presidente Barack Obama.
Paralelamente ha existido influencia norteamericana en la cultura, que inicialmente constituida por raíces españolas y africanas, se ha desarrollado nutriéndose en todas las esferas de referencias llegadas del norte. Nuestros deportes preferidos son el beisbol, el boxeo, el basketball, el voleibol; en la música se evidencia claramente la fusión de los ritmos de ambos países. La cinematografía estadounidense tiene preferencia absoluta a la procedente de otros lugares, y paradójicamente está en mucha mayor escala en la programación en los cines y la televisión que antes de 1959.
Lamentablemente, toda esta corriente de amistad no se ha tenido en cuenta en la política norteamericana, rehén de grupos de presión ubicados en estados electoralmente muy poderosos, que obnubilados por el rencor y sin reconocer el advenimiento de nuevos tiempos, persisten en sostener concepciones desfasadas. En lugar de favorecer los cambios en Cuba, continúan ofreciendo argumentos a los sectores más reaccionarios y conservadores dentro del gobierno cubano para preservar el clima de hostilidad que no ha propiciado la democratización. Así pervive una política que incluso está en franca contradicción con la que mantuvieron administraciones republicanas y demócratas en el pasado hacia los países del este de Europa y China, con la combinación de mecanismos de firmeza y flexibilidad, con resultados positivos.
Por otra parte, Estados Unidos, al privar a sus ciudadanos de viajar a Cuba, a la vez que viola sus derechos, evita los contactos pueblo a pueblo, y perjudica el avance de los esfuerzos democratizadores. Es cierto que en los últimos años se han dado pasos positivos como resultado de una política más realista. Se evidencia el interés del presidente Obama y la secretaria de Estado, Clinton, de avanzar por este camino, pero es un momento muy complicado y difícil internamente, y sus propósitos hacia la isla son bloqueados por sectores conservadores de la comunidad cubano-norteamericana empecinados en malograr cualquier esfuerzo por acercarse al pueblo cubano. De hecho, aunque no sea el objetivo, proporcionan coartadas a las fuerzas más reaccionarias dentro del gobierno, que ven el mejoramiento de las relaciones con Estados Unidos como un peligro para el poder absoluto detentado por tantos años, y con ello la pérdida de la ficción del supuesto enemigo a la soberanía y la independencia nacional.
Ha transcurrido medio siglo de una política fallida. Es tiempo suficiente para cambiar hacia concepciones racionales y proactivas. Es hora de más sensatez en la política norteamericana hacia Cuba.
La Habana, 5 de marzo de 2012
Oscar Espinosa Chepe
Economista y Periodista Independiente